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Economía

El desastre que viene

Un año después de la devaluación del dólar, Castro confirma que no cabe esperar un modelo 'a lo chino' en el último tramo del régimen.

Hace aproximadamente un año, el gobierno castrista decidió impulsar una serie de medidas relativas a la circulación del dólar en la Isla, cuyas consecuencias, transcurrido un tiempo suficiente, pueden ser evaluadas con los datos disponibles.

El 15 de noviembre de 2004 las autoridades decidían, tras un intenso debate ideológico, prohibir la libre circulación del dólar de Estados Unidos, con una serie de restricciones adicionales.

En primer lugar, se aceptaba que la población pudiera conservar dólares en su propiedad, sin limitación alguna y sin penalización criminal. No obstante, los dólares no podrían ser utilizados en las transacciones oficiales visibles y debían ser cambiados en un período de tiempo muy corto, establecido en tres semanas —que sorprendió a los analistas—, con el objetivo de permitir su sustitución por los pesos cubanos convertibles CUC, sin pago alguno de comisión en ese período señalado.

Transcurrido ese plazo, todos los ciudadanos, incluidos los extranjeros de visita en la Isla o residentes, debían pagar una tasa del 10 por ciento en todos los cambios obligatorios de dólares a pesos cubanos convertibles, un gravamen que no se aplicaría al resto de divisas extranjeras ni a las transacciones con tarjeta de crédito aceptadas en la Isla.

La reforma tenía dos objetivos principales: en primer lugar, recaudar dólares a corto plazo y centralizar con más intensidad el control de la economía; y en segundo, conceder al Banco Central de Cuba, dirigido por Francisco Soberón, un grado de influencia sobre la política monetaria.

En un país en que el sistema financiero no se corresponde con la realidad de una economía de mercado, y por tanto, el tipo de operaciones se sitúa en una dinámica ajena a la realidad de Occidente, esta decisión de exclusivo carácter político se atribuyó a las extrañas correlaciones de poder político que se desarrollan en el entorno más inmediato del máximo líder, careciendo de cualquier lógica económica, como se ha podido comprobar con el curso de los acontecimientos.

Otra vez el déficit

Transcurrido un año desde entonces, la aplicación directa de la medida provocó un rápido cambio en las cuentas externas de la economía cubana. Esta, por primera vez en su historia, registró un superávit en la balanza por cuenta corriente que, tras cerrar con 132 millones de dólares de agujero en 2003, se situó en 176 millones de dólares de diferencia positiva a finales del mismo 2004.

De modo que la masiva absorción de dólares por las medidas antes expuestas tuvo el efecto buscado por las autoridades, al tiempo que por la vía del crecimiento de la oferta monetaria interna disparaba las magnitudes monetarias en la Isla, y con ello aparecía el fenómeno siempre complejo de la inflación.

No se disponen de datos al respecto, pero las estimaciones que se pueden obtener con las cifras disponibles apuntan a que cerca de 800 millones de dólares fueron retirados de la circulación en el período de gracia estipulado de tres semanas. Esto ofrece una idea de cuál es el peso de la divisa norteamericana en la Isla, como consecuencia de los envíos de dinero por los exiliados a sus familias de forma periódica, una de las fuentes de financiación externa más importantes de la economía cubana.

Sin embargo, un año más tarde, la economía cubana parece haber perdido todo el impacto positivo sobre las cuentas externas de las medidas adoptadas, y vuelve a ensombrecer sus perspectivas a medio plazo con la agudización del déficit comercial. Los últimos datos confirman que las importaciones a finales de septiembre crecieron tres veces más que las exportaciones, limitadas —en ausencia de la cosecha de azúcar— al níquel y los ingresos de una campaña turística poco favorable, que carece de una adecuada proyección exterior y de marketing en los mercados internacionales.

Agotados los efectos de la masiva retirada de dólares en la Isla, el "círculo vicioso de la economía cubana", su incapacidad para vender productos y servicios atractivos en el exterior, vuelve a frenar su potencial de crecimiento a medio y largo plazo. Castro, por otra parte, ha vuelto a la carga y se descolgó la semana pasada con un mensaje muy contundente hacia los pequeños núcleos de prosperidad y dinamismo que sobreviven en la economía cubana, acusándolos de corrupción.

Frenando el progreso

Los analistas temen una nueva ola de "nacionalizaciones" y confiscaciones, que aparece una vez más como el único instrumento del castrismo para frenar cualquier progreso de la sociedad civil en Cuba y dinamitar el nacimiento del mercado.

Experiencias anteriores, desde las primeras nacionalizaciones en los años sesenta, han mostrado que el tipo de reacción más esperado por la sociedad cubana es la desafección hacia el régimen, con nuevas olas de exiliados. La destrucción de cualquier yacimiento de capital por el sistema castrista no sólo obedece a una estrategia política e ideológica que tiene sus cimientos en el programa mismo de la "revolución", sino a la necesidad de utilizar cualquier fuente de riqueza productiva generada por la iniciativa privada para satisfacer la voracidad de control y centralidad del sistema estalinista ideado por Castro en la Isla.

En tales condiciones, la evidencia del último discurso del comandante confirma que no cabe esperar un modelo a lo chino o vietnamita para el último tramo vital del castrismo. En tales condiciones, la economía cubana ya no sólo perderá medio siglo, sino que muy pronto verá cómo se sacrifican también otros 50 años en defensa de unos ideales en los que ya nadie cree.

Notables reformas habría que introducir para dar solución a este grave problema, pero éstas se encuentran lejos de la agenda de las autoridades. Es hora de que se abandonen los experimentos a corto plazo y se implemente una estrategia adecuada para que la economía cubana vea la luz y pueda sacar provecho de sus potencialidades.

Ni las estrechas relaciones comerciales con Venezuela van a servir para que la economía cubana salga del atolladero. La consecuencia no será otra que más miseria, más pobreza y más falta de oportunidades para los cubanos. Mucho tememos que las acusaciones de corrupción del castrismo sean una cortina de humo para esconder asuntos mucho más graves.

© cubaencuentro

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