Mesa Lago, Reformas, Raúl Castro
Replicas a críticas de las dos orillas
“Quizás una lectura rápida del libro llevase a Rolando a una percepción errónea de sus alegadas omisiones”
Tengo la satisfacción de que mi último libro, Cuba en la era de Raúl Castro: Reformas económico-sociales y sus efectos, ha sido elogiado por una docena de científicos sociales prominentes de todo el mundo y por la prensa internacional. Pero tratándose de Cuba —tema siempre polémico— y de las reformas de Raúl —todavía más controversiales— es lógico que haya discrepancias y críticas. En mis 55 años de labor en el tema ya estoy acostumbrado a este brete y como intelectual de mente abierta, agradezco la crítica constructiva que ayuda a mejorar mi trabajo. Pero no siempre la crítica es constructiva aunque sea respetuosa. La primera vino de José Luis Rodríguez, exministro de economía y planificación en Cuba y uno de los arquitectos de las reformas tímidas de mercado implementadas durante la crisis de los 90, pero después convertido a la centralización. Su reseña, cuajada de temas marginales y evadiendo los fundamentales del libro, fue publicada y refutada por mí en la revista Temas, y ayudó a divulgar el libro en Cuba.
Una segunda crítica se colgó recientemente en CUBAENCUENTRO por Rolando Castañeda, colega economista, exfuncionario del BID, prominente analista de la economía cubana y amigo de muchos años. Como en el caso de Rodríguez, él comienza alabando el libro como “el más completo sobre el tema… y que seguramente se convertirá en un clásico”, lo cual le agradezco. Sin embargo, después hace una serie de críticas que juzga necesarias para la revisión del libro y reforzar su conclusión central pero que yo considero en su gran mayoría infundadas.
Rolando califica de “desafortunado” y confuso usar el término “idealista” para designar los ciclos recurrentes bajo la revolución en que se reprimió al sector privado, al mercado y al incentivo material. Dicho término lo basé en el “idealismo” guevarista (vr. gr., el Hombre Nuevo, los incentivos morales), lo definí claramente, y aclaré que lo usaba a fin de simplificar la dicotomía con los ciclos “pragmáticos” de movimiento hacia el mercado (p. 23 y siguientes). El planteamiento de Rolando que el éxito económico de los ciclos pragmáticos de 1980-1985 y 1991-1996 —unido al fracaso de los ciclos idealistas— justifica las reformas actuales, es una repetición de las conclusiones del capítulo 1 del libro.
Él afirma que “no es válido exonerar a Castro II [Raúl] de los errores socioeconómicos del período revolucionario”, algo que por supuesto no hace el libro, el cual se inicia con una frase de dicho dirigente: “Lo único que puede hacer fracasar la Revolución y el socialismo en Cuba es nuestra incapacidad para superar los errores que hemos cometido durante más de 50 años…”. Además se nota que “Raúl era parte fundamental del gobierno desde el inicio de la Revolución…” aunque Fidel jugó el rol central (p. 108). Como prueba de su alegación, Rolando menciona el papel directo de Raúl en la purga de los reformistas en 1996, lo cual yo explico en detalle (p. 42 y nota 6).
Según Rolando “es absurda y carece de mayor efectividad la campaña contra la indisciplina laboral para aumentar la productividad en una sociedad donde hay dificultades de transporte para acceder al trabajo, se pagan bajos salarios reales…” Pero estos obstáculos y otros adicionales precisamente se discuten en la sección que trata esta reforma (p. 240), además su cita de un salario real de 30 % del nivel de 1989 (de hecho 27 %) procede del cuadro 18 del libro. Por otra parte él declara como “erróneo que la unificación monetaria/cambiaria requiera previamente un aumento de la producción y la productividad”, lo cual califica de excusa para posponer esa medida. Respeto su opinión, pero se trata de una interpretación no de una ciencia exacta, y contraria a la de otros economistas que proponen reformas más avanzadas y profundas, incluyendo a cubanos disidentes.
Contrapuesto a otra supuesta omisión, el libro sí dice que los salarios de los trabajadores empleados en empresas mixtas con inversión extranjera son pagados en pesos nacionales mientras que dichas empresas pagan al Estado en divisas (p. 124). Es cierto que no se puntualiza que esto viola los convenios de la OIT, pero entre las recomendaciones se incluye que las empresas extranjeras contraten y paguen directamente a sus trabajadores en divisas (p. 304). Tampoco es correcta la aducida exclusión de que muchos trabajadores emigran debido al bajo salario; además se explica que el bajo salario es causa del cambio de profesionales del sector estatal al emergente sector privado que paga mucho mejor.
El libro discute el tema del embargo y el potencial restablecimiento de relaciones con Estados Unidos (p. 148-149, 308, y nota 11), en vez de evadirlo como afirma Rolando. De igual manera es incorrecto que no trate la potencial contribución de la diáspora cubana, puesto que se cita (p. 296) el documento del Centro de Investigación sobre Cuba de FIU —en que participé— sobre medidas de dicha comunidad para ayudar a Cuba con su capital económico, humano y social.
El libro es sobre economía y no sobre política, no obstante, opuesto a la crítica de que elude los temas de libertades y derechos fundamentales, dice (p. 279): “…en 2012 se agudizaron las medidas de control, detención y/o prisión de disidentes pacíficos y el re-acoso a las damas de blanco… Los sindicatos siguen siendo correas de transmisión…” Además, se hacen recomendaciones para cambios democráticos, se urge el respeto a los derechos humanos y civiles, así como la necesidad de un diálogo amplio y plural, y se citan frases de Benedicto XVI en defensa de los derechos humanos (pp. 308-311).
Quizás una lectura rápida del libro llevase a Rolando a una percepción errónea de sus alegadas omisiones, pero es incomprensible su crítica de que el libro no analiza la necesidad de restablecer libertades económicas fundamentales para expandir el cuentapropismo, la pequeña agricultura, la autonomía de las cooperativas agrícolas, etc., puesto que estos temas se describen y se ofrecen recomendaciones para solventarlos en los capítulos 5 y 6.
Por último, Rolando rechaza mi interpretación, basada en la documentación y análisis hechos en las 300 páginas previas, de que la falta de resultados substanciales de las reformas obedezca a que diferencias en la cúpula dirigente generen un compromiso, de forma que una medida bien orientada sea obstruida por los ortodoxos imponiéndole controles, trabas, desincentivos, impuestos, etc., lo cual crea un híbrido que no da los frutos esperados. Sin aportar evidencia alguna, él afirma que esa oposición no ha sido determinante ni decisiva y que los pobres resultados son inevitables por el “paradigmático inmovilismo, mal diseño y pobre implementación de la reforma.”
No queda claro lo que él considera “inmovilismo”: si se refiriese a una falta de cambio se negaría por las reformas hacia el mercado y el sector no estatal más profundas hechas bajo la revolución, como demuestra el libro, aunque hasta ahora no hayan logrado aliviar los problemas económicos y sociales del país. Rolando no está de acuerdo en que esas reformas sean las más importantes en la era revolucionaria y que estén bien orientadas, pero no da razones de peso para sustentar ese criterio, salvo que hasta ahora no hay alguna de tipo macroeconómico (él dice que el libro no ofrece recomendaciones sobre estas reformas pero de hecho lo hace: reforma integral de precios, política monetaria y tasa de cambio, reforma bancaria, etc., p. 293-294). Aparentemente él considera más profundas las reformas modestas de 1980-1985 y 1991-1996 aunque estas tampoco incluyeron cambios de tipo macro.
Ojalá en que la próxima conferencia de ASCE a comienzos de agosto, donde Rolando y yo seremos parte de la sesión inaugural con otros economistas destacados para debatir las reformas, nos enfrasquemos en un debate más profundo y constructivo a fin de avanzar en el análisis académico de este asunto crucial.
© cubaencuentro
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