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Actualizado: 21/05/2024 22:00

Una historia de las transiciones

El proceso de democratización

Tras numerosas guerras étnicas y con el influjo reciente de la religión ortodoxa, la estabilidad y la civilidad no acaban de cuajar en los Balcanes.

A diferencia de lo ocurrido en la Unión Soviética (pese a los ejemplos de Moldova o de Armenia-Azerbaiyán) y Checoslovaquia, el proceso de democratización en los Balcanes condujo a tres guerras de notorio relieve, iniciadas por milicias serbias y con el apoyo abierto del ejército federal yugoslavo. La primera de las contiendas se desarrolló en Croacia, a mediados de 1991. La segunda, ocurrida entre 1992 y 1995, tuvo por escenario Bosnia-Herzegovina, que resultó el conflicto más complejo de las confrontaciones étnicas. La tercera guerra, la de Kosovo, concluyó con la intervención militar de la OTAN contra el ejército serbio.

Rumania, Bulgaria, Serbia, Macedonia, Rusia, Grecia, todas naciones ortodoxas de Europa, se caracterizaban por sus débiles instituciones. Si la homogeneidad no es la regla, la existencia de entidades estatal-nacionales poco consolidadas resulta relativamente común en el caso de los Balcanes, lo cual se refleja en tensiones en las que despunta el deseo de determinadas comunidades humanas de integrarse a otros Estados. Bastará con mencionar al respecto los nombres de Macedonia, Moldova en su relación con Rumania, Montenegro, de Kosovo con Albania, de la "república del Transdniester" con Rusia, de la "república serbia de Bosnia" con Serbia o de "Herceg-Bosnia" con Croacia.

No puede desestimarse la importancia de la articulación territorial de los Estados, que hace las realidades políticas complejas y dispares. Entre ellos se cuentan, por identificar dos polos: Estados unitarios, que ratifican con rotundidad su condición de tales —como Bulgaria—, y Estados federales, como Bosnia-Herzegovina y la actual Yugoslavia.

En Macedonia se impidió en 1990 que fuerzas políticas albanesas, vencedoras en las elecciones, se hiciesen con el control de municipios como los de Gostivar y Tetovo. El gobierno macedonio se vio en la disyuntiva de legislar posteriormente para mitigar tales problemas. En Croacia, Rumania y Serbia se privó a fuerzas de la oposición de la posibilidad de ejercer el gobierno en determinados municipios. A ello debe agregarse cómo durante las negociaciones de Dayton sobre el conflicto de Bosnia-Herzegovina, cobraron cuerpo con respaldo internacional entidades como Serbia y Bosnia, que por su origen y su vocación se antojan étnicamente homogéneas.

No han faltado ejemplos de Estados que han suprimido los signos de descentralización espacial que caracterizaban su situación anterior. Tal ha sido el caso de Croacia y de Serbia. Si en el primero de estos países la guerra de 1991 facilitó los proyectos del presidente Franjo Tudjman al configurar un Estado unitario, y de rechazar cualquier veleidad de autonomía regional; en el segundo, un proceso semejante adquirió carta de naturaleza en 1989-1990, al ser abolida la condición autónoma de la que disfrutaban Kosovo y la Vojvodina.

Nacionalismos a flote

La manifestación de discursos de corte chovinista no era en modo alguno casual en la Europa oriental y balcánica contemporánea. La presencia de este alegato nacionalista se hizo valer en muchas fuerzas políticas herederas de los viejos partidos comunistas, las cuales han dirigido durante años a países como Bulgaria, Rumania o Serbia, y las que se han desarrollado en la oposición en Rusia. En la Europa balcánica, el influjo de los discursos nacionalistas ha sido menor en aquellos lugares en cuyas elecciones fundacionales se impusieron partidos que rompieron con el orden comunista anterior.

En otros escenarios, y en particular en los marcados por procesos de desintegración de Estados, ha despuntado un fenómeno de interés: la adopción de discursos nacionalistas por parte de determinados segmentos de las élites dirigentes de antaño, que, dispuestas a acometer audaces reconversiones, encontraron en esas argumentaciones un sinfín de ventajas.

Procesos de esta naturaleza se han hecho valer en países como Macedonia y Serbia. Tampoco está de más subrayar la importancia que ha tenido en la consolidación de ciertos movimientos nacionalistas el desarrollo de determinados conflictos bélicos, como ilustran los ejemplos de Croacia, Moldova y Serbia.

La debilidad genérica de los nuevos movimientos sociales contrasta con datos que, en su estricta dimensión cuantitativa, invitarían a extraer otras conclusiones. Incluso en países de régimen manifiestamente autoritario como Croacia se llegaron a contabilizar manifestaciones descomunales contra la decisión gubernamental de cerrar en 1995 la estación Radio-101.

En Serbia, en el otoño de 1996...

En Serbia, en el otoño de 1996, fueron numerosas también las protestas callejeras contra la adulteración de los resultados de las elecciones municipales. Algunos datos, como el que aporta el movimiento de desobediencia civil desplegado en Kosovo desde 1989 —con una enorme capacidad de gestación de una auténtica sociedad paralela—, obligan a cuestionar la idea de que sólo los espacios más desarrollados están en condiciones de dotarse de movimientos sociales, nuevos o viejos, de fortaleza apreciable.

Elecciones y fraudes

Se han aplicado sistemas electorales mixtos en tres de los Estados surgidos de la desintegración de Yugoslavia (Bosnia-Herzegovina, Croacia y la actual Yugoslavia) y la cercana Albania. En esa región, los cinco Estados (Bosnia-Herzegovina, Bulgaria, Croacia, Macedonia y Rumania) y las dos entidades federadas que configuran la actual Yugoslavia (Montenegro y Serbia) celebran elecciones presidenciales directas, en tanto dos (Albania y la propia Yugoslavia) no lo hacen. Esto aparte, Bulgaria, Eslovenia, Montenegro, Rumania y Serbia consideran la posibilidad de celebración de dos vueltas.

La elección presidencial directa es el criterio más comúnmente empleado en la región. Hay que agregar que los mandatos presidenciales derivados de las elecciones lo son casi siempre de cinco años de duración. Las únicas excepciones las aportan Rumania y Yugoslavia. A esta lista deben añadirse los referendos —de legalidad dudosa— organizados en varias repúblicas yugoslavas: Eslovenia, en diciembre de 1990, Croacia, en mayo de 1991, Macedonia, en septiembre de 1991, Montenegro, en febrero de 1992, y Bosnia-Herzegovina, en febrero-marzo del mismo año.

La población albanesa de Kosovo recurrió al mismo procedimiento en septiembre de 1991, mientras entre la población serbia de varias regiones bosnias y de la Krajina croata se organizaron referendos de vocación sucesoria; en tanto, la comunidad albanesa de Macedonia hizo lo propio en enero de 1992.

En casi todos los procesos electorales del área se han hecho sentir numerosas irregularidades. Así, en Bulgaria se han denunciado abusos en el empleo de los medios de comunicación por el Partido Socialista, al tiempo que desde la Unión de Fuerzas Democráticas se han hecho valer acusaciones de fraude en el cómputo de los votos. También el "Frente de Salvación Nacional" se había servido de manera ostentosa en Rumania de su posición de preeminencia, lo que dio lugar a numerosas quejas sobre la actitud asumida por muchos medios de comunicación.

En las repúblicas surgidas de la desintegración de Yugoslavia, además de numerosas denuncias con respecto a las elecciones celebradas en Bosnia-Herzegovina en 1996 y 1997, se han registrado problemas en Croacia, Macedonia y Serbia. En el primero de estos tres países se han identificado convocatorias visiblemente adaptadas a las necesidades políticas de la "Unión Democrática", tanto en 1992 (elecciones presidenciales y legislativas) como en 1995 (legislativas); así como obstáculos gubernamentales a la constitución de cámaras municipales (Zagreb en 1995), y numerosos ejemplos de control gubernamental de los medios de comunicación.

En Macedonia vieron la luz en 1994 acusaciones contra la Alianza por Macedonia, en virtud de presuntas manipulaciones del censo y fraudes en el cómputo de los votos. En Serbia, las quejas dieron cuenta de convocatorias precipitadas para celebrar elecciones, irregularidades en el cálculo de los votos en las principales ciudades durante las elecciones municipales del otoño de 1996, y signos ostentosos del uso estatal de los medios de comunicación a favor del partido de gobierno.

Los problemas parecen haber sido comunes a todas las elecciones celebradas en Albania, con excepción de las legislativas de 1992. Al respecto, se ha hablado de intimidación, manipulación de los datos, cortas campañas y, de nuevo, supeditación de los medios de comunicación a las candidaturas oficiales.

Un rápido examen de las tendencias generales que muestra el derrotero de la abstención, invita a concluir que son mayoría los países en los que aquella crece. Tal es el caso de Albania, Bulgaria, Croacia, Eslovenia, Macedonia y Rumania. También son significativos los porcentajes de abstención en las elecciones presidenciales y municipales.

No es sencilla la explicación...

No es sencilla la explicación de por qué los datos de participación son poco halagüeños, o lo que es lo mismo: por qué la abstención presenta niveles elevados. Se puede indicar la influencia de varios factores: la confusión creada por la multiplicación experimentada en el número de partidos, el escaso seguimiento de la campaña electoral por los medios masivos de comunicación, la percepción popular de que el número de elecciones celebradas es excesivo, la idea de que en muchos casos no es fácil apreciar la diferencia entre las versiones finales de los regímenes burocráticos comunistas y las versiones iniciales de los regímenes en transición, y, en suma, una generalizada desilusión con respecto al papel asumido por los partidos y las coaliciones.

Tipos de parlamentos

Se ha procedido a distinguir entre varios tipos de parlamentos, destacando el "fuertemente autoritario": la institución se encuentra bajo la influencia de un dirigente autoritario y de un partido claramente dominante, y en los hechos se limita a refrendar las posiciones de uno y otro. Tal es lo que ha sucedido en países como Croacia, con Franjo Tudjman en la presidencia, respaldado por la Unión Democrática; con Macedonia, bajo la férula de Kliment Glígorov y las distintas coaliciones que ha encabezado; con Rumania, durante la presidencia de Iliescu y al amparo del Frente de Salvación Nacional; y con Serbia, en momentos de la dirección de Milosevic y su Partido Socialista.

Existen ejemplos de transiciones con parlamentos muy plurales y al mismo tiempo muy caóticos. En ellos no existe ninguna fuerza política claramente dominante, y la disciplina interna de los partidos resulta escasa, lo que provoca que las relaciones entre los diputados sean a menudo tensas.

La fragmentación parlamentaria ha alcanzado sus cotas mayores en Eslovenia, aunque ha decaído tras cada elección en Bosnia-Herzegovina y Macedonia. En Serbia este fenómeno ha oscilado, aunque en Croacia ha aumentado. Albania ha mostrado la menor fragmentación parlamentaria. Todo lo anterior suele traducirse en situaciones de inestabilidad crónica, como las registradas en Albania desde mediados de 1992 hasta el triunfo electoral del Partido Socialista en 1997, y en Bulgaria, en la etapa de 1991-1992.

En la región han existido parlamentos unicamerales (Albania, Bulgaria, Macedonia, Bosnia-Herzegovina, Eslovenia, Rumania y Yugoslavia), así como parlamentos federales (Yugoslavia), en los cuales la condición bicameral trata de propiciar fórmulas de representación étnica junto a las tradicionales. Pese a la ruptura de los Estados, en la Yugoslavia que forman Montenegro y Serbia se mantiene la fórmula bicameral.

Hasta principios de 1998 se habían celebrado cuatro elecciones legislativas en Albania, una en Bosnia-Herzegovina, tres en Croacia, tres en Eslovenia, dos en Macedonia y cuatro en Serbia. En los momentos iniciales de unas transiciones que al menos en el caso de las repúblicas yugoslavas, anteceden difusamente a 1990 —año de celebración de las primeras elecciones pluripartidistas—, en ninguno de estos países puede identificarse algo similar a los "movimientos cívicos" de Polonia o la República Checa.

En las repúblicas yugoslavas todos los procesos electorales de 1990 estuvieron marcados por la estela de la eventual desintegración del Estado federal, con el fracaso general de las opciones yugoslavas y un visible auge de las nacionalistas. La cuestión nacional, en sus diversas manifestaciones, pasó a ser centro del debate de las subsiguientes elecciones croatas y serbias, y en menor medida, de las macedonias. Aparte de lo anterior, los partidos de cariz Žtnico han exhibido una notoria importancia en esta área geográfica.

En casos como los de Croacia y Serbia ha sido evidente la incorporación de discursos nacionalistas a la actividad de la Unión Democrática, en el primer caso, y del Partido Socialista, en el segundo. Asimismo sucedió en la Organización Revolucionaria Interna (Partido de la Unidad Nacional) de Macedonia, y en el Partido Radical en Serbia.

El tema de la religión

Entre los factores que explican el auge de la religión en Europa central y oriental contemporánea, se cuentan el vacío ideológico dejado por los regímenes burocráticos, la represión experimentada en el pasado contra la manifestación religiosa, y la recobrada libertad de culto. Si al respecto debe identificarse un rasgo general de la situación actual, ese es el peso político, innegable, de muchas de las instituciones religiosas. Tal influencia parece haber alcanzado sus niveles mayores en los casos de Croacia y Montenegro-Serbia.

En determinados contextos...

En determinados contextos se ha revelado un empleo manifiesto de la religión como elemento diferenciador y, en situaciones como las de Serbia y Croacia, como justificación de actuaciones violentas. No faltan, por demás, ejemplos de competencia —más o menos aguda— entre iglesias o creencias. Así ha transcurrido en Bulgaria, donde la legitimidad de la Iglesia Ortodoxa se ve disputada por dos facciones: la primera vinculada con la línea tradicional y la otra visiblemente enfrentada a la anterior, a la que acusa de colaboracionismo con el régimen comunista.

La totalidad de la cristiandad oriental se conformó en oposición a la racionalidad fragmentada de Occidente. La Iglesia Ortodoxa era inherentemente colectivista y antioccidental, un sistema contemplativo donde no se toleraban los desacuerdos doctrinales, que descansaba en la tradición oral campesina mucho más que en los textos sagrados, y enfatizaba en la primacía de la nación por sobre el individuo. Históricamente, la Iglesia Ortodoxa ha mantenido mejores relaciones con el Islam que el cristianismo occidental.

Contrario al humanismo de Occidente, el cristianismo ortodoxo nunca retó al Estado, destacándose por su genuflexión al mundo exterior, cualquiera que este fuese: fascista, comunista, o democrático.

En el mundo ortodoxo, sólo Rusia ha dado grandes pensadores religiosos opuestos al estatus oficial, como Nicolás Berdyaev. La religión ortodoxa y el Islam son orientales, lo que explica que el comunismo fuese el caso de la práctica oriental de una pseudociencia occidental. El imperio teocrático de Lenin, pese a su profeso ateísmo, estaba inmerso en la teocracia zarista bizantina, de la cual emergió Stalin. Por eso, el Estado totalitario construido por ambos debe tanto a la Iglesia Ortodoxa como a Carlos Marx.

Como el nazismo, el comunismo fue una rebelión contra la modernidad y los valores burgueses. El nazismo y el estalinismo requirieron de los medios de la edad industrial para convertirse en lo que fueron, por eso con su fin no se exterminaron las posibilidades del resurgimiento de las ideologías extremistas. El post-industrialismo es un horizonte favorable para nuevos cultos y nuevas ideologías, como está sucediendo con el nacionalismo.

Pero si la Iglesia Ortodoxa históricamente está mal equipada para proveer valores morales, porque ha creado un mundo alterno propio basado en la aldea campesina, ha desempeñado un papel central en el auge contemporáneo de una modalidad agresiva de nacionalismo, como se muestra en Serbia. Aun con ello, y un trasfondo de polémica como la relativa al patrimonio eclesiástico, sus posiciones no siempre han sido las mismas que las defendidas por el régimen de Belgrado.

La creación de una Iglesia Ortodoxa montenegrina, independiente de la Serbia, es, en una de sus dimensiones, el reflejo del ascenso en Montenegro de un nacionalismo que se propone romper amarras con respecto a Belgrado. La Iglesia Ortodoxa macedonia, que data de 1967, ha respondido a un propósito parecido, lo que no ha dejado de suscitar agrias disputas con su contrapartida serbia. En Croacia, la articulación de un Estado independiente se ha realizado estrechamente relacionada con la consolidación de una influyente Iglesia Católica y, dentro de esta, con la de sectores a menudo ultramontanos.

Abismo y diferencia

Eslovenia, Croacia y Macedonia eligieron y lograron la independencia a inicios de los noventa. En los casos de Eslovenia, Croacia y Macedonia, esas unidades fueron el cimiento de los ejércitos respectivos, en tanto que en Bosnia-Herzegovina se procedió a la creación de unas nuevas fuerzas armadas. En este magma, parece innegable que el ejército más profesionalizado de cuantos operaron en ocasión del proceso de desintegración de Yugoslavia fuera el propio ejército federal yugoslavo, que, plenamente serbianizado, mantuvo incólumes muchas de sus estructuras del pasado, ahora al servicio de la federación configurada por Montenegro y Serbia. En el periodo 1991-1995, Croacia se dotó también de unas fuerzas armadas tan numerosas como bien pertrechadas.

A medida que se desenvolvían las guerras en Yugoslavia, que duraron una década, Occidente lidió con cada una por separado, rehusando abordar la región como una totalidad. El abismo y la diferencia entre los Balcanes y Europa central se mantendrán mientras Rusia persista en sus sueños imperiales. Esto no quiere decir que el carácter nacional sea una mera ilusión, especialmente en tiempos de guerra. La estabilidad y la civilidad son más difíciles de conseguirse en el Cáucaso que en los Balcanes, y más duras de lograr en los Balcanes que en Europa central.

El futuro transnacional de la globalización económica y tecnológica va a debilitar aún más las fronteras, como en los días del imperio de los Habsburgo. Rumanos, búlgaros, moldavos, ucranianos, eslovacos, etcétera, se hallan aterrorizados por los límites que traza la civilización europea, por medio de la OTAN, en Hungría y Rumania —donde la multiétnica región de Transilvania puede transformarse en una arena para las presiones entre la cristiandad occidental y oriental.

Si Rumania es incorporada a Occidente, entonces Europa llegará hasta el Mar Negro, pero de mantenerse fuera de ella, Europa devendrá en una especie moderna del sacro Imperio Romano, lo que posibilitará que los Balcanes se reintegren nuevamente al Medio Oriente, como ocurrió desde la Antigüedad hasta la Primera Guerra Mundial.

© cubaencuentro

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