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Actualizado: 29/04/2024 2:09

Chile

Pugna por La Moneda

La batalla electoral entra en la recta final.

La campaña electoral en Chile llegó a su cúspide. Santiago, una ciudad que sólo a ratos agrada a la vista, amanece cada día empapelada con rostros que sonríen desde bocas artificialmente rejuvenecidas, miradas cuya vitalidad es olvidada euforia del pasado. Son los cuatro candidatos presidenciales que lidian por el triunfo el 11 de diciembre, día de los comicios generales chilenos.

Pero si la propaganda contamina visualmente el hervor de una ciudad en primavera, los arrestos de los aspirantes no se identifican con la paciencia del que toma la foto ni del que la recompone. Paradójicamente, la única mujer en la carrera, Michelle Bachelet, cuyas libras de más le entregan un aspecto maternal, ese que invita a poner la cabeza en el regazo, apenas aparece retocada en la fotografía del pasquín.

Su carisma, su simpatía, dicen sus partidarios, viene de toda ella y así la quiere la gente. No hay encuesta en que la candidata no aparezca, con ventaja considerable, en la preferencia del elector. Sería la primera mujer en ocupar la presidencia en la patria de Bernardo O'Higgins.

Pero lo que parecía hasta hace poco una marcha triunfal de la concertación de partidos en el poder, escuchó el toque de alarma en reciente encuesta de una prestigiosa institución. Sucede que sumados los dos candidatos de derecha, Joaquín Lavín y Sebastián Piñera, sobrepasan a la Bachelet.

Lo que lucía victoria, al instante ya tiene tintes de segunda vuelta, que tendrá lugar si el vencedor en la primera no alcanza el 50 por ciento más uno de los sufragios. La derecha profiere, y no le falta razón, que la Bachelet no es Ricardo Lagos, cuya actitud insumisa y expediente antidictatorial giró a su favor los comicios de 1999.

Pero si Lavín ya es viejo conocido en la esperanza del ala conservadora, Sebastián Piñera se ha convertido en el foco de atención nacional, pues traza un mapa nuevo de la derecha política en el país.

Ya se sabe que Piñera cambió las reglas del juego cuando su partido, Renovación Nacional, harto de humillarse bajo la hegemonía de la Unión Democrática Independiente, decidió ir a la rebelión y lo lanzó como su candidato, mientras hacía trizas el compromiso de unidad que en torno a Lavín auspiciaba la derecha más dura. Miembro del Opus Dei, Lavín había entablado, por cierto, recia batalla con Lagos en 1999.

¿Cuántos votos le sustraerá Piñera a la Democracia Cristiana? ¿Cuántos al Partido Socialista? ¿Qué hará la derecha tradicional que lo tenía a menos y que nunca fió en quien daba la razón al gobierno si la tenía y no evaluaba negativamente lo hecho durante el período de Lagos? ¿Cuál será el saldo de este doctor en economía por Harvard, que apoya una pensión para las amas de casa y se refuerza con cálculos y cifras ante la incrédula Bachelet? ¿Será cierto que con la delincuencia, caballo de batalla de la oposición, tendrá mano fuerte, pero propondrá medidas para entrarle de raíz al problema?

Por sus argumentos en este tema, no hará lo que perora Lavín, que es construir cárceles y más cárceles, contratar más policías y sumar represión sobre represión, como si en el cuerpo del delincuente habitara un mal congénito.

Dinero y política

Los enemigos de Piñera ven los dos mil millones en que se calcula la fortuna de este empresario como un obstáculo al ejercicio de la primera magistratura de la nación. Se alega que sus intereses se cruzarán con los del país, que la presidencia sería un escalón para ensanchar sus caudales, que gobernará a los chilenos como si la nación fuera una empresa.

Esta última idea, a propósito, sedujo negativamente por algunos días al candidato de Renovación Nacional. Pronto, sin embargo, dejó de identificar sus éxitos empresariales con un mandato futuro. Un país enfrenta infinidad de graves problemas sociales, culturales y hasta psicológicos que sobrepasan con creces el campo empresarial.

El dinero de Piñera asusta a algunos, crea suspicacias en otros, pero también levanta envidias y la secreta admiración de la mayoría. Piñera no es otra cosa que el polémico signo de una sociedad donde el éxito se expresa a través de la acumulación de capital, que es como decir acumulación de triunfos.

Una voz aquí muy respetada, como la del ex presidente Patricio Alwin, criticó a su propia agrupación, la democracia cristiana, cuando esta creó una caricatura televisiva en que Piñera aparece comprando un avión, una isla y, frente al palacio de La Moneda —la sede del ejecutivo—, se pregunta si también lo compra.

De cualquier modo, ya el perseguido aspirante comenzó a vender sus acciones, pero el proceso será largo y sólo concluirá si gana los comicios. Ofrecemos seguidamente una punta de la pasión que se alza en derredor de Piñera. El periódico del gobierno, La Nación, exultó con la carta de un lector: "altanero, agresivo, menospreciando a los otros candidatos, de una soberbia sin límites, clasista, egocéntrico y un verdadero autista en torno a las ideas de los demás…".

Como las preferencias de un alto porcentaje de chilenos oscilan entre la izquierda democrática-actualizada de la Concertación y la derecha de centro, poner "sí" en la boleta de Piñera, cuyo padre brilló en la democracia cristiana, no se perfilaría ante los ojos del elector como una traición a comportamientos de otrora.

El dueño de casi un tercio de la compañía de aviación Lan-Chile y del canal Chilevisión, además, no fue un personero de Pinochet y dejó claro en el referéndum de 1988 que no le cedería su voto, actitud que no puede esgrimir la otra cara de la derecha, Lavín.

Reflexión para el oficialismo

Si el saliente Lagos goza de elevada popularidad, no ocurre lo mismo con el grupo de partidos políticos que se ha mantenido en el poder por más de tres lustros. Acaso no sería una aventura suscribir que un cambio de mando en la nación austral serviría a la democracia misma, conduciría al oficialismo a reflexionar sobre cuál es su papel, a aprender cómo se lucha en la oposición, a pulsar al cabo las ansias más profundas de un país al que volverían, sin duda, a gobernar. Quizá esta opinión nace de la experiencia cubana, de la prevención contra un régimen de casi medio siglo.

Por sobre cualquier prejuicio, empero, valdría decir que no únicamente a Chile le incumbe su destino. Sus avances económicos y sociales y su prestigio en ascenso lo colocan como un índice, un parámetro contra populismos presentes y futuros, que carcomen por más de una centuria al continente.

Chile debiera darse cuenta que su responsabilidad será demostrar que el subdesarrollo puede ser derrotado en América Latina, y que las disciplinas y destrezas necesarias para ello no constituyen patrimonio de Europa, América del Norte y un grupo de naciones asiáticas.

La alianza Juntos Podemos Más, a la cual hace algún tiempo dedicamos un comentario por la hibridez de su membresía y colorido de su pensamiento, está también sumida en una campaña de donde debe emerger con más frutos que en 1999.

El liderazgo aquí se comparte entre ecologistas y comunistas, la mayoría de estos últimos con poses a la antigua usanza, aunque ya no hablan de nacionalizaciones ni de lucha de clases. Sus razones tienen. Un muy despreciable segmento poblacional desea retornar a las batallas de décadas anteriores, cuando Augusto Pinochet, además de saquear el país, lo convirtió en un matadero.

A pesar del celo en solaparla, todavía la sombra de Pinochet agrieta el esfuerzo de Lavín, le pasa una vieja cuenta y probablemente lo condene al fracaso. No por gusto la prensa que no cosecha en su huerta, expone la fotografía en que un Lavín extasiado le estrecha la mano al dictador.

Por el temor que Juntos Podemos Más suscita entre la élite, no carece de importancia que esta disímil organización que hoy —al contrario de 1999— ocupa un puesto sin menoscabo entre el resto de las candidaturas, incremente el número de adhesiones. Un ascenso de su apuesta —el microempresario Tomás Hirsch— obligará al resto a meditar, sin dilaciones ni promesas de coyuntura, qué tienen que hacer, socialmente hablando, para sacudirse tal amenaza.

Juntos Podemos Más instala dinamismo y vitalidad en la democracia chilena. Comentaristas opinan que Hirsch morderá, al igual que Piñera, en la tajada electoral de Bachelet y propiciará la segunda vuelta.

Piñera ante el futuro

Pero, por fin, ¿cuál será la influencia de la fortuna de Piñera en su gestión probable? Si Piñera alucinara con incrementar su dinero, no es la presidencia del país —vigilada sin tregua por un ejército de pupilas desconfiadas— el sitio para colmar ambiciones materiales.

Sebastián Piñera es un hombre que, con poco que aprender ya en el terreno de los negocios, está decidido a trascender desde el plano histórico, a utilizar el poder con propósito distinto a cómo lo ha hecho hasta ahora. Su deseo inconfeso, lo que él ha querido siempre con disimulada obsesión y rara paciencia, es que el futuro le cincele su nombre cerca de las nubes, y que muchas generaciones lo admiren.

El don de gente de Piñera, el talento que difícilmente se le niega, su conducta lúcida en la contienda y la posibilidad de invertir en la campaña sin demasiada preocupación, no le garantiza, de ningún modo, que obtenga su propósito.

El nivel adquirido por la política en Chile hace que el dinero no zanje asuntos electorales. Pero tal vez se cumpla también el 11 de diciembre la tradición que asegura que muchos chilenos varían, de un momento a otro, el color de sus votos. Y ante tal comportamiento, valen poco las encuestas.

© cubaencuentro

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