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Actualizado: 29/04/2024 2:09

Chile

Bachelet versus Piñera

El país más estable de América Latina, a la espera de una segunda vuelta electoral.

Las elecciones siempre convocan números, perspectivas, vaticinios de futuros poderes. Las generales del domingo pasado en Chile tuvieron, sin embargo, algo más.

Un dirigente socialista perdió una apuesta sobre los comicios con un alcalde de derecha, y cerca de las once de la mañana del lunes tuvo que darse un chapuzón en una fuente, a pocos metros de la sede del gobierno. Un elector santiaguino se aferró de tal modo a su derecho democrático que, muy pálido, respirando a duras penas, llegó a su urna. A las pocas horas murió. Y como de todo hay en este mundo: una vocal de mesa fue acosada sexualmente en el contexto del sufragio.

Pero estos acontecimientos han quedado como anécdota, la salsa en un cúmulo informativo que poco habla de la serenidad y disposición con que, en clara mañana de primavera, salieron casi 6 millones de chilenos a dar su favor a este o aquel candidato.

Apenas un intento de manotazo contra un aspirante de derecha al Senado, fue el acto de mayor violencia en la jornada. Al contrario de lo que pasa habitualmente en las llamadas repúblicas bananeras, apenas hubo una solitaria, apagada y volátil insinuación de fraude.

En un reciente comentario, dedicado en gran medida al candidato por Renovación Nacional (RN), Sebastián Piñera, hablamos de sus opciones, de su carisma, de su fortuna, de su lugar en el centroderecha, de su deseo de trascendencia histórica.

Después de un puñado de semanas como candidato (Lavín lo era prácticamente desde su derrota en 1999), el primero (25, 41 por ciento) derrotó al segundo (23,22) y, con la votación sumada de ambos, impidieron que la superfavorita Michelle Bachelet (45, 87) obtuviera la mitad de los sufragios y se colgara la banda presidencial en la primera vuelta, con lo que se hubiera convertido en la primera mujer en sentarse en el más alto butacón del gobierno.

Sube Piñera, baja Lavín

Si en efecto no se puede hablar de desastre para ninguna de las entidades involucradas, la UDI continuó un discreto descenso con ecos en las municipales pasadas, aunque sigue como el más votado con el 22 por ciento, dos puntos sobre la Democracia Cristiana, que perdió 6 senadores (dos por causas no electorales).

Renovación Nacional, a pesar de Piñera, ascendió sólo unas décimas, de 13,7 a 14,3. Los socialistas, sin embargo, alcanzaron en el Senado un triunfo rotundo: sumaron tres curules a las cinco que anteriormente ostentaban. Un ala muy próxima a ésta, el Partido por la Democracia, se sumó un senador y un diputado.

Como el previo es un cuadro sumario de las más importantes agrupaciones, el conjunto arroja que el oficialismo obtuvo mayoría en las dos instancias del Congreso, ayudado por el fin, en marzo pasado, de los senadores designados, creación de la dictadura.

Aunque los pitonisos desde los cómputos iniciales sumaron legión, no resulta fácil adelantar si será la derecha o la Concertación de partidos, desde hace tres lustros en el poder, la que ocupará a partir de 2006 el Palacio de La Moneda.

¿Y por qué no resulta fácil? Porque dependerá de un cúmulo de movimientos; de percepciones de masas de votantes que pueden inclinarse lo mismo de un lado que de otro; de las estrategias que se adopten hasta el 15 de enero próximo; de las figuras que decidan unirse a la campaña de cada presidenciable; de la efectividad de esa campaña y de su énfasis.

Recuérdese, además, que aquí está prohibida la propaganda política del gobierno, incluso que hable sobre sus colores favoritos. Se le llama intervencionismo. Una rara prohibición, pero es así. Todo el mundo acá sabe que Ricardo Lagos votará por Bachelet, mas no puede extenderse en las causas de su preferencia, lo cual en medio de una campaña podría influir en el electorado, sin duda alguna.

Si bien Bachelet tendrá que evitar que sectores tradicionalmente democristianos apoyen a Piñera, deberá afanarse en halar para su lado a un Tomás Hirsch, cuyo partido, Juntos Podemos Más, se ha mantenido excluido del Congreso a causa del alto umbral de votación que impone el denominado binominalismo, aprobado en las postrimerías de la dictadura de Pinochet.

La ley forzó a crear las actuales coaliciones, y aunque los observadores coinciden en que éstas ayudan a la estabilidad nacional, ya que evita un semillero de partidos, a veces afecta a individualidades de esas mismas coaliciones cuando se postula a más de uno en una lista. La DC se quejó esta vez del binominalismo por la disminución de sus resultados. Esta imposición es una mancha en la democracia chilena y se cree que la presente será la última elección en que exista.

La izquierda radical: fuera del juego

El pasado domingo Hirsch consiguió el 5,4 por ciento del espectro, rango con el cual se mostró conforme, pese a que no alcanzó los 400 mil votos de los que presumió. Horas después del sufragio, Hirsch dijo que votaría nulo para la segunda vuelta, lo cual puede lacerar —y hasta letalmente— las aspiraciones de la ex ministra de Salud y Defensa del gobierno actual.

Piñera aparece, por su parte, compelido a un doble papel un tanto borroso. Urge que estreche su alianza con el partido de Lavín, la Unión Demócrata Independiente, varios de cuyos líderes le niegan al empresario la sal y el agua, cosa que hacen a garganta completa y a los cuatro vientos.

Es cierto que ya cuenta con el respaldo del candidato derrotado, que enseguida lo ofreció y demostró contar con una adhesión —popular y femenina— que no se debe orillar.

Por otro lado, Piñera está muy consciente de que si cuenta únicamente con la UDI, el triunfo se le hará escurridizo, y en el discurso de congratulación por su triunfo advirtió que iría con la UDI, pero recordó a los independientes y a las fuerzas de centro. Estos son los que decidirían una victoria que, en todo caso, será con ambos contendientes encima de la cinta, como en las carreras reñidas.

Si hasta el 15 de enero el multimillonario es capaz de empolvar la cara de la derecha y agregarse una tajada de la democracia cristiana, entonces será el próximo presidente de Chile y el primero de su confesión, luego de la dictadura inolvidablemente sangrienta de Pinochet, que en definitiva marcó el destino político de Lavín, como comentamos anteriormente.

En lo que no titubean ni los sordos en política, es en admitir que la derecha tiene un flamante liderazgo, muchísimo más apto para captar el favor de los chilenos.

Mas, el dúo Piñera-Lavín tendrá que enfrentar a otro no menos desafiante, que integrarían Bachelet y Soledad Alvear, la exitosa ex canciller que se bajó como presidenciable, pero que logró en su aspiración al Senado la mayoría más elevada —43,41 por ciento— entre todos los candidatos al Congreso.

Hay quien cree que la ex titular de Salud no es presidenta porque Alvear se distanció de su comando. Sólo una figura como la "Sole", según aparece en los pasquines, puede cubrir a una divorciada Bachelet —madre de dos hembras y un varón—, frente a la intensa campaña de unión familiar que desplegará el binomio masculino. El género adquirirá mayor peso aún peso en los días por venir.

¿Continuará la Concertación en La Moneda o la remplazará la derecha de centro y desmarcará al país de cierta tendencia en el continente?

Lo importante acaso es que si esta última gana y no demuestra, como ha prometido, que se preocupará por quienes peor viven en Chile, no hay duda que podrían aguardar otros tres lustros para regresar al poder.

© cubaencuentro

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