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Actualizado: 12/06/2024 15:05

Alemania

¿Quién le teme a Angie? (II)

Si la canciller logra afianzarse en la arrancada, sólo un error de bulto impediría su permanencia en el poder.

El ascenso al poder de la Merkel se verifica en sólo 16 años. Tan pronto le queda claro que la caída del Muro no tiene vuelta de tuerca, toma una decisión trascendental: en lo adelante abandonará la física cuántica para consagrarse a la química de las multitudes. A fines de 1989 se afilia al SDP (filial socialdemócrata en el Este durante la transición). Pero choca de frente con el izquierdismo y, sobre todo, con el uso del apelativo genosse (compañero), que le recordaba demasiado al SED.

Días después, su instinto la lleva a dar el primer paso en firme hacia la cima: ingresar en el influyente movimiento conservador Despertar Resurgimiento (Demokratischer Aufbruch), que más tarde se funde con la CDU. A partir de ahí empieza su incontenible ascenso en la política alemana, resumible en cinco estaciones:

1989-1990: Diputada al Bundestag por el distrito germanooriental de Stralsund en las primeras elecciones a la Cámara del Pueblo de la RDA; portavoz del último gobierno germanooriental, encabezado por Lothar de Maizière; primer encuentro con el entonces canciller federal Helmut Kohl.

1991-1994: Ministra de la Mujer y la Juventud en el tercer gabinete de Kohl (gobernó durante cuatro legislaturas, de 1982 a 1998).

1994-1998: Reelecta como diputada al Bundestag. Ministra de Medio Ambiente en el cuarto gabinete de Kohl.

1998-2000: Secretaria General de la CDU.

2000-2005: Presidenta de la CDU y, desde 2002, a la vez jefa de la fracción demócrata cristiana en el Bundestag; candidata a la cancillería federal.

A la vista de tan vertiginoso ascenso en la rígida jerarquía de la democracia cristiana, sería de iluso creer que la Merkel no se haya dejado tendidas a lo largo del camino las ambiciones de unos cuantos barones de su partido, sin olvidar las de su antecesor Schroeder, su vice Fischer (ambos se retiran de la política activa) y varios ministros más del derrocado gabinete rojiverde. Así fue.

Y lo peor es que nadie sabe por cuánto tiempo reinará ni cuántas cabezas más rodarán a su paso. Es comprensible, por tanto, que sus rivales carguen las tintas a la hora de describirla: "trepadora", "despiadada", "indescifrable", "fría como el hielo", "carente de ideología", "guerrerista", "proamericana"... El epíteto de "dama de hierro" la asocia a una de las bestias negras de la progresía: la ex premier británica Margaret Thatcher.

El prisma con que se mire

¿Qué hay de cierto en este retrato interesado? Pues, casi todo, según el prisma con el que se mire. Desideologizada, y bien que lo es. Con la salvedad de que su alianza con el SPD avala, por un lado, su concepto de la política como "el arte de lo posible" y, por el otro, refuta la acusación de tramar el desmontaje del Estado de bienestar. Ella misma se autodefine en estos términos: "...a veces soy cautelosa en una fase decisiva y no digo con exactitud cómo pienso hacer las cosas, lo cual se me achaca como una debilidad". Lo que no viene nada mal en un político.

Ensamblando sin prejuicios la mayoría de las descalificaciones mencionadas, se obtiene la imagen ideal de un líder pragmático eurooccidental en tiempos de globalización, cuyos rasgos distintivos son la reforma del Estado de bienestar en casa (los discursos bienpensantes halagan el oído, pero no cumplen lo que prometen) y la defensa consecuente de la democracia y el desarrollo fuera de casa (por ejemplo, en Cuba).

Lo de "guerrerista" es cuando menos una exageración, dado que, si bien la Merkel privilegia el vínculo transatlántico con Estados Unidos, jamás abogó por el envío de tropas alemanas a Irak. Por lo demás, una decisión que, conociendo bien el endemoniado complejo de culpa histórica de los alemanes, de seguro no tomará, puesto que es consciente de que equivaldría irremediablemente a su suicidio político. A lo que sí pondrá fin es a la demagogia pacifista de cara a la galería al gusto de Schroeder.

Los calificativos de "trepadora" y "despiadada" tampoco parecen tener fundamento. Juzgue el lector por sí mismo: tras la derrota electoral de Kohl en 1998, estalla la bomba de tiempo del fraude fiscal cometido por la CDU en la campaña electoral de 1991. Convicto y confeso, el ex canciller federal se niega de plano a revelar las fuentes del dinero sucio, alegando la palabra dada a los donantes, con lo que el escándalo adquiere nuevas dimensiones. Ante la contumacia del ex canciller federal, la entonces secretaria general Angela Merkel publica una carta en el Frankfurter Allgemeine donde exhorta al partido a distanciarse del patriarca en desgracia.

Aún no se sabe a ciencia cierta si, como sospecha Kohl, la iniciativa de la carta partió del jefe del partido, Wolfgang Schäuble, quien a su vez se la achaca a la Merkel. Sea como fuere, el incidente dio al traste con la amistad entre ambos veteranos. Poco después, el propio Schäuble, implicado a su vez en el sumario, renuncia a la presidencia de la CDU. En consecuencia, se desata una feroz pugna por la presidencia entre los poderosos barones emergentes de la CDU, quienes, incapaces de llegar a un arreglo a favor de uno de ellos, a la postre se decantan por el tercero sonriente: la Merkel, como solución de compromiso.

Todos en el bolsillo

Al final, Angie se los ha echado a todos al bolsillo, a las buenas o a las malas. En descargo de ella hablan dos hechos: primero, Kohl no sólo no la dejó caer, sino que la respaldó invariablemente en todos los percances posteriores; segundo, Schäuble detenta hoy la importante cartera de Interior y es uno de sus hombres de confianza en el gabinete de coalición.

Por si quedaran dudas, ahí está el bufonesco caso del primer ministro bávaro Edmund Stoiber (CSU), otro competidor supuestamente defenestrado por la Merkel. En una cordial charla de sobremesa, Angie le cedió, de buen o mal grado, la candidatura a la cancillería federal por la CDU/CSU en las elecciones de 2002.

Al perderlas por la mínima frente al astuto Schroeder, el bávaro aceptó a regañadientes ir de segundo a los comicios anticipados de este año. Tratándose de una mujer canciller, el bávaro albergaba in péctore la aviesa intención de convertirse en el poder detrás del trono, en caso de victoria de los demócratacristianos.

Sólo que a última hora el azar le juega una mala pasada: la espectacular renuncia de Münterfering ("Münte" para los íntimos) a la presidencia del SPD pone en suspenso las negociaciones para la gran coalición. En este instante crítico, Stoiber, siempre tironeado entre sus ambiciones hegemónicas en Berlín y la seducción de su apacible feudo bávaro, se raja como una caña brava, dejando a la Merkel en la estacada.

Eso fue lo que se vio en el plano de las apariencias. En el fondo, la causa de la atropellada renuncia de Stoiber hay que ir a buscarla en su primer —y último— choque con la férrea voluntad de poder de Angie. Disfruten el escarmiento que le da al bávaro: en una entrevista pública Stoiber había cuestionado festinadamente la potestad del canciller para fijar las directrices políticas en un gobierno de gran coalición, potestad que en su opinión incumbía a la Comisión Bipartita.

A la semana siguiente, en la reunión de la fracción demócratacristiana, Angela Merkel se vuelve de repente hacia él y lo conmina a explicar lo que había querido decir con aquello. Silencio, expectación.... "¡Contesta de una vez! ¡Ponte de pie!", le espeta sin ceremonias. Atortojado, el aludido no atina a decir ni esta boca es mía. Acto seguido, la Merkel se incorpora y, casi con desdén, le lee la cartilla al bávaro, y de paso a todos los presentes: "Ah, y eso de la potestad del canciller para fijar directrices está previsto en la Ley Fundamental (Constitución), y la Ley Fundamental rige también cuando el canciller es una mujer". Así de grandes son las agallas que se gasta Angie.

Además de voluntad de poder, la Merkel navega con suerte en las coyunturas difíciles. Por ejemplo, la cartera de Economía, dejada vacante por el incómodo Stoiber (a su regreso a Bavaria halló a los suyos tan cabreados con sus vaivenes que casi le aplican eso de "el que fue a Sevilla..."), ha sido ocupada por su coterráneo Michael Glos (CSU), quien corta muy bien el bacalao con Angie.

Rompiendo esquemas

Pero lo mejor es que la rebelión contra Münte en la jefatura del SPD fue la clásica tormenta en un vaso de agua: terminó fulminantemente al día siguiente de la estratégica renuncia del viejo zorro socialdemócrata con los incautos rebeldes rasgándose las vestiduras. La crisis se saldó con la caída de la izquierdista Andrea Nahles y la apoteosis, ¡agárrense bien!, de otro tecnócrata germanooriental de Brandeburgo: el ingeniero en cibernética médica Matthias Platzeck (51), electo por el 99,4 por ciento de los delegados al congreso del SPD.

Estigmatizado como la oveja negra de una familia comunista recalcitrante, el nuevo jefe del partido fue en su día el típico "conflictivo" en Alemania Oriental, entre otras deslealtades —tome nota aquí, por favor, el inefable ministro de Relaciones Exteriores cubano—, ¡por criticar abiertamente la represión contra los disidentes!

Por lo demás, Platzeck congenia sin resquicios con Angie: "Tenemos —ha dicho— una manera similar de abordar los problemas [...] En fin de cuenta, ambos venimos de las ciencias naturales". Y de la República Democrática Alemana, añado, por si no le ha quedado claro al atento lector criollo.

La meteórica carrera política de la Merkel rompe todos los esquemas: joven (51), desconocida, mujer, conservadora, oriunda de Alemania Oriental, científica de profesión, en vez de jurista o pedagoga, como es usual en la RFA. Pero, ¿por qué la Merkel y Platzeck y no, pongamos, alguno de los líderes de la disidencia o el comunista reciclado Georg Gysi, experto en rentabilizar el descontento en el Este?

En primer lugar, por el agotamiento de la vieja guardia de los dos grandes partidos de Alemania Occidental. En general, los alemanes del Oeste, que temían la cura de caballo que les hubiera aplicado sin falta una coalición liberal-conservadora (FDP-CDU/CSU), están también hartos de demagogia de izquierda, como bien demuestra el ocaso de la generación del 68, con el reciente mutis por el foro del equipo gobernante rojiverde (SPD-Alianza 90/Los Verdes); amén de que miran con recelo a la falange del PDS (Partido del Socialismo Democrático), integrada mayormente por la resentida vieja guardia honeckeriana, y a los románticos de Oskar Lafontaine.

En segundo lugar, porque —a diferencia de Polonia, Hungría y Checoslovaquia— en la RDA, como en Cuba, la disidencia era minoritaria hasta el éxodo masivo de Hungría (Mariel alemán en versión menor y, sin desdoro, mucho más cómodo en un país con fronteras por los cuatro costados) y las subsiguientes marchas de protesta de los lunes en Leipzig, que al final provocaron la sensacional demolición del Muro.

Cabe añadir aquí, como factor psicológico, el complejo de culpa de los más o menos leales al SED (y sus simpatizantes en Alemania Occidental), la inmensa mayoría, frente a los pocos que no comulgaron con el régimen y hoy pueden mirar al pasado con la frente en alto. A los ojos de esa mayoría de antiguos comecandelas y dizque apolíticos, así como de los de la generación del 68 en la RFA, el haber sido disidente es un pecado capital que castigan con su olímpico desprecio.

Los menos suelen referirse a los antiguos disidentes despectivamente como privilegiados que, en virtud de la labor de zapa de Bonn (antigua capital federal), podían cruzar el Muro a su antojo por estar provistos del codiciado pasaporte de la RFA, fruto de sus "supuestas" actividades contestatarias. Los más sencillamente los ignoran. Sí, han leído bien, los ex disidentes de la RDA no están bien vistos ni en el Este ni el Oeste de la Alemania reunificada. Y algo de ese repeluco hacia sus homólogos cubanos flota ya en el aire, tanto en la Isla como en la diáspora.

Irrupción del pragmatismo

En fin, volvamos al análisis del último veredicto de las urnas. Sin que los electores se lo propusieran, ni los más avezados politólogos lo hayan previsto, ha tenido lugar en la cúspide de la clase política alemana una sorprendente renovación que, lejos de reducirse al clásico relevo generacional, implica un cambio radical de idiosincrasia, una irrupción del pragmatismo desideologizado en la primera potencia económica europea.

En contraste con el inmovilismo francés, Alemania sale del marasmo y, con el tándem Merkel-Platzeck a la vanguardia, emprende al fin resueltamente el doloroso pero ineludible camino de las reformas, única manera de ajustarse a los imperativos de la globalización.

Consecuencias continentales a corto plazo: en economía, una previsible expansión gradual a todo el ámbito europeo de la llamada "tercera vía" del británico Tony Blair, que podría cerrar el cerco en 2007 con la probable victoria del reformista Nicolas Sarkozy en las presidenciales francesas. De eso se trata. En política exterior, la revitalización del vínculo transatlántico entre la Unión Europea y Estados Unidos. Por lo que le concierne en este aspecto, desde ya la diplomacia castrista tendrá que hilar fino con una pareja de líderes oriundos de la RDA que se las saben todas en materia de socialismo real. No hay quien les haga un cuento.

De acuerdo, no lo va a tener nada fácil la primera canciller federal. A tenor de las reglas de juego en una democracia parlamentaria pura y dura como la alemana, puede sucumbir en cualquier momento a lo largo de los cuatro años de una legislatura que se anuncia preñada de escollos, de los cuales el más peligroso sería una posible implosión de la gran coalición rojinegra. Pero su partido gobierna en 11 de los 16 estados federados (los cinco restantes son del SPD), con lo cual tiene literalmente la sartén por el mango en el Bundesrat (Cámara Alta), y, junto con sus socios socialdemócratas, acapara 448 (226 CDU/CSU y 222 SPD) de los 612 escaños en el Bundestag.

Por si fuera poco, la Merkel tiene de su parte al jefe de Estado, Horst Koehler, nombrado a propuesta de la CDU/CSU, y al presidente del Bundestag (Cámara Baja), Norbert Lammert, su correligionario. Desde otro ángulo, la beneficia también la inmensa inercia del poder, particularmente pesante en una situación en que el electorado alemán está dando muestras de cansancio y, como todo el mundo intuye, el recurso a las urnas no promete un veredicto menos ambiguo que el de los comicios de octubre.

Más aún, en el supuesto caso de que se produjera la catástrofe y rodara su cabeza, la única alternativa sería el pragmático Matthias Platzeck, candidato de fuerza del SPD a la cancillería federal y garante de la continuidad de las reformas. El juego está, pues, pactado a dos bandas.

En resumen, esta advenediza de la RDA ha demostrado con creces que sabe limar asperezas, granjearse simpatías voluntarias o forzadas. Le sobra, por tanto, madera y disciplina prusiana para dar la talla como inquilina de la calle Willy-Brandt en la capital, sede del ejecutivo alemán, donde el mismo día del triunfo convocó la primera sesión del gabinete.

Lenta pero aplastante como es, si, como ya temen sus adversarios, logra afianzarse en el poder durante la fase de arrancada, sólo un error de bulto de su parte o un escache de grandes proporciones con sus socios socialdemócratas impedirán que haya Thatcher alemana para rato. Por lo pronto, todos los vientos soplan a favor de Angie.

© cubaencuentro

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