Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Israel, Hamás, Estados Unidos

La relatividad del mal

Desconocer el judaísmo es desdeñar una fuente de inagotable sabiduría

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A pesar de que el mundo se está cayendo por el Medio Oriente —frase cuasi literal— es cierto que se escribe poco sobre el tema. ¿Miedo a ser políticamente incorrectos? ¿Limitarse a asuntos que no se conocen en profundidad? Puede que de todo un poco. En cualquier caso, seria “correcto” comenzar con humor, el mejor recurso persuasivo.

Son cinco los judíos que han cambiado la historia de la Humanidad. El primero fue Moisés, quien dijo que la Ley era todo. Después Jesús advirtió que el amor era todo. Carlos Marx, de ascendencia judía, dijo más tarde que la plusvalía era todo. Sigmund Freud afirmó: la libido es todo. Y ahí parecía terminar cuando vino Albert Einstein y dijo que todo eso era relativo.

Esa relatividad, parafraseando al de Tréveris, recorre el mundo. Lo estamos viendo en el conflicto y guerra entre Israel y el grupo terrorista Hamás. Necesario hacer la salvedad de quien es Hamás y cuál es su meta fundacional: la destrucción del Estado hebreo. Eso nos salva de lo relativo, de lo que es y no es al mismo tiempo, de la tremenda confusión de nuestros días cuando las pantallas de los teléfonos y lo que dice un “youtuber” son más importantes que el asesinato que sucede ante nuestros ojos. Una anarquía de valores que tiene explicación en la llamada Civilización del Espectáculo donde según Vargas Llosa lo más importante es no aburrirse, pasarla bien, entretenerse, y que cada cual sea dueño de “su” verdad.

Es significativo lo que está sucediendo en las mejores universidades y colegios de Norteamérica, allí donde casi todo el alumnado, salvo excepciones, paga colegiaturas anuales que podrían triplicar el salario de un obrero o un técnico que trabaja a tiempo completo. Con pancartas y altoparlantes, chicos vestidos con ropa ‘de marca” marchan indignados por la que llaman “masacre” del pueblo palestino. Y tuvieran razón, y es su derecho protestar por lo que consideren una injusticia, un crimen. Pero acosar a otros estudiantes judíos de su misma escuela, amenazar con “gasear” judíos y no condenar a quienes iniciaron esta nueva espiral de muerte, bordea lo criminal, lo fascista. Pareciera que no tienen en que “entretenerse”. No hay otra cosa para protestar —o trabajar. O quizás la estupidez humana, que como dijo el citado Einstein, no tiene límites.

Que otras dictaduras defiendan a Hamás es comprensible. El enclave de Gaza ha vivido una suerte de totalitarismo fundamentalista desde que ese grupo se hizo con el control de la franja mediterránea. Los comunistas odian con todo su corazón el enclave democrático y próspero que representa Israel en el medio de un mundo pobre, hostil y monárquico. Si, son una amenaza para ellos. Un espejo en el cual no quieren que sus pueblos se miren. Lo que resulta curioso es que esos mismos muchachones que piden el exterminio de los judíos y la libertad para los extremistas islámicos, no podrían vivir un segundo bajo sus asfixiantes costumbres y leyes, donde los homosexuales, las mujeres, y ellos mismos —“infieles”— no tienen derechos ni izquierdos.

Mi experiencia vital con el pueblo judío ha ido desde el rechazo inducido hasta la admiración sin caer en la aceptación incondicional de ciertas conductas —también comprensibles— excluyentes. Un amigo de la secundaria básica, culto desde entonces, me invitó a ver una obra de teatro en el Centro Hebreo de la Habana. A pesar de mi gusto por el arte de las tablas, estuve negado hasta saber que estrenaba alguna obra de la cual no recuerdo autor ni título. Me daba miedo entrar en la sinagoga. Los judíos que yo conocía por la prensa y la televisión eran asesinos de niños, invasores de la ocupada Palestina, un país con embajador en Cuba y todo.

Cuando sucedieron los secuestros en Múnich 72 durante las olimpiadas, la narrativa sobre los hechos fue tan borrosa, contradictoria, que no tenía claro quiénes eran los “malos” y los “buenos” a pesar de tener edad para hacer juicios críticos. Tampoco tengo memoria de que en la televisión nacional o en la prensa oficial —disculpar la reiteración de “oficial”— hayan dicho algo positivo de quienes habían construido jardines y frutales en el desierto, compuesto y tocado parte de las mejores sinfonías, alcanzado la mayoría de los Premios Nobel en ciencias y economía. No. Los israelitas lo que sabían hacer era armas, bombas y matar inocentes.

Tal vez fueron algunos filmes sobre la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto lo que comenzó a despertar la curiosidad por el pueblo judío y esa ordalía de más de 3.000 años. Cristiano converso, como la mayoría de mi generación, no me era posible comprender la predica de Jesucristo, el “rey de los judíos”. Desconocer el judaísmo —nuestros hermanos mayores en la fe, Pablo VI— es desdeñar una fuente inagotable sabiduría. De hecho, las primeras lecturas en cada misa toman partes del llamado Antiguo Testamento con sus profetas y salmos antiguos. Casi toda la psicología y la psicoterapia que sabemos hoy son producto directo e indirecto de psiquiatras y psicólogos de ascendencia judía; pocos como ellos para penetrar el oscuro y paradójico mundo de las conductas humanas. El judaísmo como el cristianismo es parte indisoluble de nuestra cultura occidental. No hay régimen que lo pueda cambiar sin cometer transgresiones de lesa cultura y espiritualidad, razones por las cuales hoy se pasa factura a sociedades materialistas y hedonistas-relativistas.

A pesar de ser un lector impenitente, creo que a mi generación se le hizo un cerco cultural-ideológico para evitar cualquier simpatía con Israel y lo que en verdad había sucedido en el Medio Oriente. Solo cuando se tiene acceso a historias alternativas se comprende el daño que han hecho y siguen haciendo sin una gota de arrepentimiento. Porque el cerco, para espanto de cualquier persona decente, continúa hasta hoy. No ha habido una sola línea en la prensa oficial —se llama redundancia— para denunciar el degüello de bebes, la quema vivos de familias enteras, el secuestro de ancianos y niños, la utilización de las ayudas billonarias para construir túneles —no industrias ni campos frutales— donde armar cohetes y lanzarlos sobre la población civil judía.

Tal vez lo único positivo de esta guerra que recién comienza es que el mundo de Oriente Medio conocido no será el mismo en el futuro. Es muy probable y no admite cortapisas. Que existan dos Estados independientes, aunque distintos en sus credos y políticas no parece absurdo. Eso no es relativo, sino imprescindible para la paz mundial. Habrá que vencer el peligro inminente de una guerra global; ineludible, y no admite subjetividades que Israel tiene derecho a existir, como los palestinos a tener su propio Estado sin que otros —de su misma estirpe— los sigan empujando a la guerra y la confrontación. La lucha contra el terrorismo es asunto de todos, porque de alguna manera, nos toca un pedazo de ella por muy relativas que sean nuestras geografías físicas y mentales. Debemos al alemán Martin Niemoeller, pastor protestante, esta famosa letanía profana que viene como anillo al dedo:

Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas/guardé silencio, porque yo no era comunista/Cuando encarcelaron a los socialdemócratas/guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata/Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista/Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté, porque yo no era judío/Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.


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