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Montaner: El capitalismo que nos aguarda

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Mucho se ha hablado, y escrito, en torno a la influencia que ejercería el exilio cubano sobre una futura Cuba democrática. También sobre los modelos socio-económicos a implementar el día después, tras el fin del totalitarismo. La recurrencia del tema tiene que ver también, probablemente, con la insistencia de la maquinaria propagandística del castrismo, que no cesa en su intención de hacerle pasar gato por liebre a la población cubana, esto es, de hacerle creer que el exilio regresará a Cuba a quitarle sus exiguas propiedades o a explotarla como mano de obra barata, o que el capitalismo poscastrista sería por el estilo del haitiano.

No tiene que ser así, nos explica Carlos Alberto Montaner en el siguiente texto, fragmento de una conferencia que bajo el título El futuro democrático de Cuba: Qué tipo de capitalismo nos aguarda ofreciera en el Foro Nueva Economía, en Madrid. Que lo disfruten.

Textual: ¿Qué tipo de sociedad queremos?

un texto de Carlos Alberto Montaner

En esta nueva etapa que se avecina es muy importante saber adónde queremos llegar y cuál es nuestra visión de futuro, panorama que acaso resulta fácil de precisar: Cuba debe ser un país normal, en paz y armonía con el resto del mundo, parecido a esas treinta naciones punteras que describe el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, destino perfectamente alcanzable en el curso de una generación.

En general, se trata de Estados de derecho fundados sobre la idea de que la autoridad, periódicamente renovada por medio de comicios trasparentes y plurales, radica en el seno de la sociedad y se expresa por medio de instituciones neutrales reguladas por leyes que no reconocen privilegios ni excepciones, y no por caudillos iluminados ni por grupos o partidos que arbitrariamente se arrogan la representación colectiva. Estados, además, en los que las transacciones se hacen dentro de un modelo económico regido por el mercado, y en los que la propiedad privada se reconoce como uno de los derechos humanos fundamentales porque sin su existencia, como se comprobó a lo largo del siglo XX, es imposible el mantenimiento de las libertades o el logro de la prosperidad.

El régimen cubano afirma que, de producirse un cambio, el destino que les espera a los cubanos, impuesto desde Estados Unidos, es el capitalismo de Haití, no el de España o Bélgica, pero ésa es sólo una consigna alarmista concebida para sembrar la incertidumbre y tratar de impedir las reformas. ¿Por qué Estados Unidos o la Unión Europea querrían una Cuba empobrecida a la que habría que subsidiar permanentemente en vez de un país rico con el que se pudieran realizar muchas transacciones mutuamente ventajosas?

Es verdad que un país puede tener democracia, libertad y propiedad privada, y ser, simultáneamente, un país muy pobre, injusto y con hirientes diferencias sociales, como sucede en Honduras, Guatemala, República Dominicana o el mencionado Haití, pero ese triste desempeño económico y esa falta de esperanzas no es el resultado de malvados designios procedentes del exterior, como sostenían los apóstoles de la equivocada Teoría de la Dependencia, o como hoy asegura Fidel Castro que les sucederá a los cubanos, sino es la consecuencia de la irresponsable y a veces criminal actuación de las propias clases dirigentes del país, combinada con una mentalidad social refractaria al progreso y al desarrollo.

• El capitalismo que vendrá a Cuba no podrá ser mercantilista. Es decir, el gobierno no podrá decidir quiénes son los favoritos a los que hay que enriquecer, ya sean nacionales y extranjeros, y los factores con los que va a forjar una alianza de mutua conveniencia para controlar las riquezas que se produzcan mediante el uso discriminatorio y abusivo del poder.

• El capitalismo que vendrá a Cuba no podrá ser oligárquico. Esto es, no será la nuestra un tipo de sociedad en la que los grandes intereses económicos forjen una alianza para colocar a los gobiernos y a los partidos políticos a su servicio en detrimento de las necesidades generales de la sociedad.

• El capitalismo que vendrá a Cuba no será el corporativismo socialista o fascistoide, autárquico, ruinoso por el peso de las ineficientes empresas estatales, plagado de trabas burocráticas, paralizado por normas inflexibles o por imposibles cargas tributarias, enfrentado en estériles conflictos de clase artificialmente engendrados, que no consiguen otra cosa que empobrecer a los pueblos.

• El capitalismo que vendrá, el que llevaremos a Cuba, es el moderno, abierto, competitivo, signado por la búsqueda de productividad, fuertemente integrado al resto del mundo desarrollado. Un modelo de desarrollo capitalista en el que se estimule la incesante creación de empresas que luchen limpiamente por cuotas de mercado mediante la calidad y el precio de los bienes o los servicios que se oferten. Un capitalismo que no tenga como atractivo la pobreza de su mano de obra, sino el alto nivel de productividad y la complejidad técnica y científica de unos trabajadores cubanos, respetuosa y dignamente tratados, dotados de derechos sindicales, capaces de alcanzar a cambio de su esfuerzo una alta remuneración que les procure el modo de vida digno que se encuentra en esas treinta naciones punteras a que hacíamos referencia. Nuestro modelo no es Haití: es Israel, es Irlanda, es España, y existen condiciones humanas y económicas para lograr implantarlo.

La responsabilidad social corporativa

Esa definición del modelo económico a que aspiran los cubanos debe servir, también, como un severo juicio crítico contra los precarios bolsones de economía semiprivada que medran en la Cuba actual. Las inversiones extranjeras que existen en Cuba, que son las que la dictadura autoriza y controla mediante la modalidad de empresas mixtas, no sirven a los intereses de la sociedad cubana, sino contribuyen dolosamente a la supervivencia de la dictadura, y constituyen una expresión del peor capitalismo estatal mercantilista.

Mediante este modelo, el gobierno cubano, sin ocultar el asco que les merecen, elige a unos dóciles inversionistas, guiados exclusivamente por el objetivo de obtener beneficios, y dentro de esas empresas mixtas reproduce lo peor del modelo político totalitario: la explotación inicua de los trabajadores, a los que se les confisca el noventa y cinco por ciento de su salario mediante un tramposo cambio de moneda, más la represión política y la falta de libertades que existen en el resto de las instituciones del país.

Los empresarios serios, españoles o de cualquier otra latitud, no deben prestarse a esa sórdida complicidad. No es verdad que con su presencia en Cuba aceleran un posible cambio. Esa es una falaz excusa concebida para tratar de esconder una inocultable falta de escrúpulos. Tampoco pueden escudarse en la supuesta indiferencia de los empresarios ante las consecuencias políticas y sociales de sus actos, siempre que estén amparados por la legitimidad oficial. Cuando la legitimidad oficial propaga los abusos, la discriminación y el apartheid, vulnerando los derechos fundamentales de las personas, esa legitimidad se extingue de jure, convirtiéndose en una norma inmoral de la que no debe servirse ninguna empresa que comprenda y asuma lo que es la responsabilidad social corporativa.

Los empresarios serios, españoles o de cualquier otra latitud, tampoco deben sucumbir a la superstición de que es conveniente estar en Cuba cuando se produzcan los cambios. Lo sensato no es colaborar con la dictadura. Lo probable es que, quienes ya estén, tendrán que enfrentarse a cuantiosas reclamaciones legales (y a probables responsabilidades penales) por parte de los trabajadores que durante años han visto como en Cuba se violan las reglas establecidas por la Organización Internacional del Trabajo, reglas a las que tanto las empresas como el Estado cubano están obligados a someterse. Por otra parte, de muy poco les servirá a esos empresarios estar en Cuba, inmoralmente posicionados, a la espera de que surjan cambios, si a lo que aspiramos los cubanos es a instaurar en la Isla un modelo de desarrollo capitalista fundado en la competencia y la ley, y no en el compadrazgo, el mercantilismo o el contubernio entre los empresarios buscadores de renta fácil y funcionarios venales dispuestos a concederla a cambio de alguna corruptela.

Es un notable error táctico y una falla moral muy censurable, indigna de cualquier empresario moderno que se respete, participar en una repartición de privilegios mercantilistas y en la asignación de monopolios, invirtiendo en un coto cerrado en el que la población carece de mecanismos de defensa legal. Las sociedades verdaderamente prósperas, y en donde se hacen los mejores y más transparentes negocios, son aquellas en las que todos los agentes económicos que se lo propongan, y no los elegidos por una dictadura, pueden participar y competir libremente en el mercado.

Cortesía http://www.firmaspress.com/



Ichikawa: El cartismo

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un artículo de Emilio Ichikawa

He firmado cartas públicas a favor de varias causas. Pero siempre he dudado de ellas; de las cartas, no de las causas. Bueno, de algunas causas también. Las malas historias de las cartas contra Neruda, por la condena de los tres jóvenes que se querían ir de Cuba, las decenas de cartas inútiles que se circularon en las escuelas donde estudié o trabajé… Todo eso debió influir en mi escepticismo. Y digamos que influyeron también, ya que soy un ex profesor de marxismo (y un escritor de ex marxismo), las críticas que para favorecer a la revolución hice a movimientos pacifistas, o semi pacifistas, "burgueses", como el "luddismo" y el cartismo inglés de la primera mitad de siglo XIX.

Cuando hace una semana Ernesto Hernández Busto circuló la carta acerca del affaire "Porno para Ricardo-Gorki", me puse a pensar. Firmé finalmente. Ayudado, tengo que decirlo, por la inspiración de Santiago Chago Méndez Alpízar: creo en una persona que día a día, pase lo que pase, dice algo referente a la poesía, la cenicienta de las artes contemporáneas. Sin embargo, no tenía razón para dudar de la creencia de Hernández Busto en la efectividad de las cartas. Fue por él por quien precisamente me decidí a firmar otra carta circulada hace poco, por no recuerdo qué causa. Justa, eso sí me consta, porque después lo comentamos. Esta última carta ha sido inspiradora. Y me alegro por Penúltimos Días, El Tono de la Voz de Jorge Ferrer y demás promotores.

Pero a los e-Box siguen llegando otras cartas y otras peticiones de firmas, colaboraciones, contribuciones, etcétera. Al momento tenemos la discutida carta por el pedido de clemencia presidencial para el Sr. Arocena, ayer llegó una para pedir al Comité de Estocolmo la nominación del Dr. Oscar Elías Biscet, y comienzan a llegar las convocatorias para solidarizarnos con los compatriotas afectados por el huracán Gustav.

A la altura en que estamos ya uno no pregunta por la causa, sino por quién es el remitente de la carta en cuestión. Puede ser justa la causa, pero si quien la envía no me es de fiar, pues… Y lo contrario: a veces ni sé de lo que se trata, pero si la envía una persona de credibilidad, pues…

Recuerdo aquella famosa carta de Reinaldo Arenas pidiendo un plebiscito a Castro. La firmaban varios Premio Nobel y otras personalidades de la cultura y la política. Pocos realmente, pero aquello pesaba. En el mundo actual la cosa cambia, o debería cambiar. ¿Vale la calidad o la cantidad? ¿Debe firmarse con número de identidad y nombre propio o, como aceptan los blogs promotores, con pseudónimos o "anónimos"? Si en esto el "anónimo" no vale porque se trata de una cosa seria, ¿entonces cómo aceptar que anónimamente se pueda hablar de la libertad de Cuba, del prestigio de un colega o de la legitimidad de una elección?

Si con cartas colectivas podemos liberar a Cuba, entonces, ¿para qué escribir poemas, ensayos e informes retóricos sobre esa libertad tangible?

Cortesía http://www.emilioichikawa.blogspot.com/



De Armas: Miami o la séptima provincia

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artículo de Armando de Armas originalmente publicado en alemán en la revista Lettre Internacional de Berlín

Una ciudad se conoce por sus bares. Por sus bares y sus putas, afirmó alguien alguna vez. Los bares y las putas de Miami son una mierda. Miami-Mierda (aplausos prolongados de la progresía en medio mundo).

Las putas de Miami suelen ser sucias, feas y contrahechas, y suelen cobrar en especie, es decir, cocaína en piedra, y suelen amanecer decapitadas en los tanques de basura. Hubo un célebre decapitador de putas. El Decapitador de la Calle Ocho, que mereciera un poemario de Néstor Díaz de Villegas ( Confesiones del estrangulador de Flager Street-1998). Claro que en Miami también hay bellas putas de lujo, pero esas no son putas, sino ejecutivas.

Y en cuanto a los bares, están los bares de la buena y puntual muerte, y los otros, tan limpios y acristalados, tan refrigerados y convenientemente decorados, tan suaves y asépticos que no son bares, sino oficinas donde se venden bebidas alcohólicas y donde no es fácil la comunicación.

Miami también es uno de los pocos lugares de este planeta donde un inmigrante que huye despavorido de las guerrillas que quieren liberarlo, de estados gigantomas y corruptos, del narcotráfico, la tiranía y el hambre, puede aspirar, en un plazo más o menos corto, a una vida más o menos próspera, más o menos segura, más o menos civilizada. No dependiendo para lograrlo más que de su capacidad y de su suerte.

¿Que existen trabas a la inmigración, abusos contra el inmigrante? ¿Que frecuentemente los guardacostas reciben a manguerazos de agua a escuálidos balseros escapados en increíbles botes de ese Gulag en forma de caimán que está sólo unas millas más al sur? Por supuesto que sí, pero bastante menos que en otras partes del país o del mundo. ¿Se imagina a un pobre indio guatemalteco que allá en el México solidario aspirase a la ciudadanía azteca?

Miami es, hoy por hoy, el único lugar del planeta donde ser cubano no es un estigma todavía. Por supuesto que en ello, como en todo, hay sus gradaciones, y no hay peor lugar para ser cubano que la propia Cuba.

Miami es cubano. No se tiene ni idea de cuán verdadero puede llegar a ser ese exagerado lugar común hasta que se le visita, aunque en honor a la precisión hay que añadir que Miami es cada vez más un conglomerado cosmopolita donde conviven, sin mezclarse, múltiples nacionalidades, mayormente centro y suramericanas. Hay que decir también que el cacareado Melting Pot de la sociedad norteamericana muestra su más rotundo fracaso en Miami. Culpables de esto son los obcecados cubanos que después de medio siglo de exilio se niegan a integrarse plenamente (excepto para lo que les conviene) a la cultura anglo. Lo que ha permitido a otros grupos conservar su cultura y sus costumbres y no tener que hablar inglés para trabajar, e inclusive para prosperar, en Estados Unidos.

Desde mediados de los años ochenta los alcaldes de Hialeah, West Miami y numerosos municipios menores eran cubanos, además de que en la legislatura estatal de la Florida había ya desde esa época diez cubanoamericanos instalados. Al presente, la mayoría de los alcaldes de las más importantes de las numerosas ciudades del condado Miami-Dade son de origen cubano; así, el alcalde fuerte del condado, Carlos Álvarez, es de origen isleño, mientras que tres cubanoamericanos de Miami, Ileana Ros-Lehtinen, Lincoln Díaz-Balart y Mario Díaz-Balart, son miembros del Congreso de Estados Unidos. Por no hablar de que un gran por ciento de concejales, policías, bomberos y funcionarios en general de las municipales de Miami-Dade provienen de la isla.

Con el apoyo de la fuerza política originada en Miami, en Washington hay dos senadores cubanoamericanos: Mel Martínez, de Orlando, y Bob Menéndez, de New Jersey. Además del legislador federal Albio Sires, también de New Jersey, y el secretario de Comercio de Estados Unidos, Carlos Gutiérrez. Debe destacarse, por otra parte, que el electorado cubanoestadounidense jugó un papel clave en las elecciones presidenciales que llevaron a los dos mandatos del presidente George W. Bush, y sin duda alguna lo jugará igualmente en la elección del próximo mandatario en noviembre.

En Miami se encuentra la cuarta universidad más grande del país, la Florida International University, FIU, cuyo rector es el cubano Modesto Maidique. Miami cuenta con tres eventos culturales de índole internacional, donde los hispanos, y fundamentalmente los cubanos, tienen un peso importantísimo: La Feria Internacional del Libro de Miami, encabezada por el cubanoamericano Eduardo Padrón -quien además es el presidente del Miami Dade Collage-, el Festival Internacional de Teatro Hispano y el Festival Internacional de Cine de Miami.

El Penclub Internacional de Londres cuenta con un capítulo en la ciudad de Miami, el Penclub de Escritores Cubanos Exiliados, cuyo presidente es el poeta Armando Álvarez Bravo, y cuenta con un aproximado de setenta miembros. Como se sabrá, y acorde con las directrices de Londres, para ser miembro del PEN se requiere tener al menos dos libros de cierto renombre publicados.

En Miami murieron los escritores Eugenio Florit, Lydia Cabrera, Enrique Labrador Ruíz y Carlos Montenegro, y aquí vivió intermitentemente, odiándola y queriéndola, el maldito Reinaldo Arenas. En un asilo miamense se reventó la cabeza de un disparo de pistola el narrador Guillermo Rosales, y desde este enclave surfloridano se fueron al otro barrio los novelistas Carlos Victoria y Reynaldo Bragado Bretaña. Todos ellos un día brutalmente deyectados de la isla, prófugos del futuro luminoso. En Cuba se cuenta un chiste: “Los cubanos de Miami están atrasadísimos, se comen los mismos pan con bistés, las mismas masas de carne de puerco frita y los mismos pastelitos de guayaba y queso que nosotros nos comíamos acá hace 50 años”.

La verdad es que la ciudad es una especie de cápsula en el tiempo y se encuentra todavía en plena Guerra Fría, que a veces se calienta peligrosamente, como en el caso del niño balsero Elián González o la captura y enjuiciamiento de una red de diez espías castristas implicados en el asesinato en el aire y a mansalva de cuatro jóvenes integrantes de la organización humanitaria Hermanos al Rescate, operación ejecutada por dos Migs de combate pertenecientes a la fuerza aérea cubana, reliquias de la era soviética.

Miami es una ciudad maldita. Los cubanos que en ella habitan han sido nombrados con epítetos tan elogiosos como el de escorias, mafiosos y gusanos. Pero -¡oh, magia de la lengua!- esos vocablos han ido con los años sufriendo, o gozando, una transmutación que va de lo peyorativo a lo positivo. Hoy, entre los oprimidos de la isla y los escapados de Miami, ser considerados escorias, mafiosos o gusanos da una investidura política y social, una clase y una categoría, envidiables al punto de que muchos llegan a fabricarse unas, en algunos casos, improbables historias en las que en algún momento de sus vidas habrían sido escorias, mafiosos o gusanos.

La satanización de Miami, del exilio de Miami, responde a una campaña cuidadosamente montada y dirigida machaconamente desde La Habana. Lo curioso es que a ese juego se han prestado figuras intelectuales o políticas que por nada del mundo se atreverían a llamar ñato a un ñato, cojo a un cojo y terrorista a un terrorista, pero que, por un inusitado ataque de valor lexicológico no dudan en llamar escorias y mafiosos y gusanos a los cubanos de Miami. Entre los que así nombran a los miamenses ha habido y hay de todo, desde los ingenuos de siempre hasta los de la mucha y mala leche de siempre.

Cierto que mucha de esa gente en los últimos años ha tomado prudencial distancia de una dictadura que pulveriza aviones civiles en el aire, que hunde barcos con hombres, mujeres y niños a bordo, como el Remolcador 13 de Marzo, o fusila a tres jóvenes negros tras juicio sumarísimo y sin las mínimas garantías procesales que procuraban a toda costa escapar de esa jauja de la igualdad racial que es la finca de los hermanos Castro.

Entre esa gente hay casos de una testarudez o hijeputez de espanto, casos crónicos como el de los Nobel literarios Gabriel García Márquez y José Saramago, o el del novelista Manuel Vázquez Montalbán, quien legó un mamotreto laudatorio de Fidel Castro titulado Y Dios entró en La Habana.

Miami es, por contraposición, la prueba de la gran estafa que ha sido la revolución cubana y sus enfáticas aseveraciones. Miami es un mito, pero sobre todo es la evidencia para el desmontaje de ese otro mito, feroz y mierdero, que como un fantasma recorrió la mayor parte del siglo que pasó bajo el nombre de comunismo.

Cuando hace cincuenta años partieron los primeros exiliados, de todas las clases pero mayormente de las clases media y alta, cuentan que Fidel Castro dijo a uno de sus colaboradores más cercanos: ¡A enemigo que huye, puente de plata! Pensaba con cierta lógica el ahora moribundo en jefe que los cubanos que huían se integrarían pronto a la sociedad norteamericana y se olvidarían de la isla que atrás dejaban.

No fue así. Ni se integraron ni mucho menos, en su mayoría, olvidaron la desdichada isla que dejaron atrás. Más aún, el centro de la oposición al régimen militar cubano estuvo por muchos años asentado sólo en Miami, o en las cárceles en Cuba. No era la primera vez que la oposición a regímenes en la isla se hacía desde el exterior. Fue lo que ocurrió en Tampa y Cayo Hueso cuando el exilio de las guerras de 1868 y 1895 contra España, fue lo que ocurrió en Miami cuando la revolución de 1933 contra Gerardo Machado y después cuando la revolución contra Fulgencio Batista, a finales de los años cincuenta. No obstante, cada vez más en los últimos tiempos la oposición a la dictadura comunista ha ido teniendo su centro en la isla. Miami ha pasado a ser como la retaguardia, el apoyo moral, y en menor medida material, de los que en Cuba hacen oposición. La caja de resonancia de los que allá se atreven a hablar, la voz de los que no tienen voz. Sin Miami, la verdad, no habría oposición al régimen cubano.

Contrariamente a lo que comúnmente se cree, no es el gobierno de Estados Unidos el interesado en presionar a La Habana para que se democratice, y no son los exiliados cubanos, como se ha afirmado, marionetas del imperio. Son los exiliados, precisamente, los que se han sabido insertar en la política norteamericana, los que han cabalmente entendido como funciona la política del gobierno en este país. Han entendido la paradoja de un gobierno que es uno y muchos gobiernos, uno multifacético y maleable, uno en el que conviven los elementos que le ayudarían junto a los elementos que le eliminarían, y han aprovechado esa circunstancia paradojal para arrimar la brasa a la sardina cubana, para que el problema cubano no se olvide. Más: para que sea un problema de política doméstica, para que existan las leyes y medidas que apoyen y demanden la democracia en la isla.

Esto es un logro fundamental del difunto Jorge Mas Canosa y lo que en un tiempo fuera la más influyente organización del exilio cubano, la Fundación Nacional Cubano Americana. Esa que, según reconoce con fastidio un estudio del Centro para la Integridad Pública de Washington, era la entidad de cabildeo étnico más eficaz en la capital estadounidense, tanto que superaba inclusive al cabildeo hebreo. El estudio se refiere a lo que llama papel poderoso y temible del grupo exiliado en la configuración de la política exterior de Estados Unidos respecto a Cuba, y desbarra contra el acceso de Mas Canosa a los centros de poder no sólo de Norteamérica, sino del mundo.

Lo que sí parece ser cierto es que, sin la militancia del exilo cubano, Estados Unidos probablemente hubiese acabo por arreglarse, como ya ocurrió con China y en menor medida con Vietnam, con la más feroz tiranía padecida en todo el Hemisferio Occidental.

La verdad parece ser que Miami se levanta como la única revolución verdadera llevada a cabo por los latinoamericanos. Si revolución fuera, como suelen asegurar los mismos revolucionarios, un cambio radical para garantizar el progreso y el bienestar del pueblo, y eliminar el hambre y la pobreza, esa revolución donde ha ocurrido es en Miami. A la cabeza de esa revolución, para disgusto no sólo de Castro sino de los progres del mundo, han estado los cubanos que en 1959 comenzaron a arribar a una ciudad playera para ancianos retirados, y sobre sus extensos arenales y su profusa red de canales plagados de cocodrilos levantaron ese emporio comercial que es hoy la ciudad. Revolución postmoderna, probablemente la única en la historia que se haya hecho con los pies, pies en polvareda. Revolución, cosa rara, hecha sin violencia, pero parida por la violencia. Hecha por los que huyen de la violencia.

En Miami se rompen los esquemas. Por ejemplo, se revierten unas relaciones marcadas por las invasiones y conquistas del norte sobre sus vecinos del sur. Ahora los que invaden y conquistan son los vecinos del sur, e imponen su idioma como nunca hizo o pretendió hacer el norte. Es una invasión y una conquista lenta y silenciosa, pero sostenida y eficaz, sin hazañas y sin héroes estridentes. Es la conquista del laboreo consistente, del esfuerzo y la iniciativa individual en un sistema regido por las leyes y el libre mercado.

El exilio cubano está conformado por cerca de un millón de bípedos en todo el Condado Miami-Dade, condado que cuenta con un aproximado total de dos millones de bípedos desperdigados por su extensa geografía. Bueno, pues ese millón de bípedos cubanos produce casi el doble de todo lo que producen sus parientes allá en la isla, y contribuye decididamente a que el presupuesto anual de dicho condado, unos cuatro mil millones de dólares, sea superior al de la mayoría de todos los países centroamericanos. Las pequeñas editoriales cubanas de Miami editan más títulos en un año que todos los que ha editado la isla de 1990 para acá. En Miami, como se ha pretendido en son descalificador, y por desgracia diríamos, no todos los cubanos son ricos y las factorías de Hialeah están repletas de isleños que sudan la gota gorda para ganarse el sustento.

Miami no es Cuba, pero se le parece. Miami es la otra Cuba, la Cuba posible. La Cuba con la que sueñan todos en la isla, la de una Enmienda Platt rediviva y extendida, como ha dicho el profesor Emilio Ichikawa. Desde Miami se aprende a conocer y a querer a Cuba, a no sentir vergüenza de ser cubano. Miami es un modelo, el único quizá, para la reconstrucción de una Cuba futura. No un modelo arquitectónico, como es lógico, pues la mayoría de los cubanos estarían conscientes de los aciertos de la arquitectura isleña, o de lo que queda de ella, para venir a contaminarla con el espanto de los malls miamenses. Pero acá están sin dudas los capitales necesarios para una eficaz reconstrucción, y acá se habrían ejercitado los cubanos para ejercer un día, allá en la isla, la democracia.

Miami, ya es un lugar común decirlo, está poseído por el olor y el sabor de la cocina y el café cubano. En Miami se venden frutas cubanas que muchos en la isla olvidaron, que los más jóvenes ni siquiera conocieron. Frutas como el mamey y el anón y la piña, frutas cantadas ya por Silvestre de Balboa y Troya de Quesada, un canario aplatanado en Cuba, en su extenso poema Espejo de paciencia. Poema considerado, quizá con exagerado entusiasmo, la obra literaria que marca el nacimiento y balbuceo de la nacionalidad cubana allá por el siglo XVII.

Es cierto que los bares y las putas de Miami son un horror, pero también es cierto que no se está uno las 24 horas en un bar, y muchísimo menos, por desgracia dirían algunos, sobre una puta. Ciertamente Miami no es Cuba, pero ciertamente, entre los ambientes mafiosos de la Calle 8, corre un insistente y alarmante rumor: conjurados isleños, exaltados miembros de una secretísima logia, estarían laborando en una conspiración para, a la caída del castrismo, anexar Miami a la isla y convertirla en su séptima provincia.



Cuba mirando al mar

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El número quince de la revista Herencia, correspondiente al año en curso, ya está en la calle (pronto anunciaremos la presentación oficial). Como siempre, se trata de una edición magnífica, en la que resaltan el factor gráfico y, en general, la intensidad del formato. Por añadidura, los artículos escogidos son todos de primer nivel.

Como muestra, Cuba Inglesa publica Cuba mirando al mar, un trabajo en el que Hugo J. Byrne despliega una interesante tesis a propósito del futuro cubano:

Cuba mirando al mar

un artículo de Hugo J. Byrne

“La mayoría de los británicos tiene una relación directa y personal con las realidades del poderío naval y del comercio marítimo que éste protege”

John Keegan (The Price of Admiralty)

En las islas-naciones la ausencia de fronteras vivas con otros países impone a gobiernos y pueblos por igual considerar las costas como fronteras. Un estudio básico de la historia del Imperio Británico y del Archipiélago de Japón nos muestra una inclinación instintiva de ambas naciones hacia el mar. El mar como vía de transporte para las vitales mercaderías. El mar como bastión para defender la independencia e intereses nacionales. El mar incluso como modus vivendi. Mirar al mar es la necesidad de las islas cuando aspiran a ser naciones.

La natural tendencia isleña al mar se observa también en las penínsulas. No perdamos de vista que los grandes exploradores y navegantes del pasado, como los vikingos, quienes arrastraban una bien ganada notoriedad de crimen y pillaje, tuvieron su origen en la Península Escandinava y en la diminuta Dinamarca, también una península-nación.

Los primeros navegantes del Mediterráneo extendieron la clásica cultura greco-latina a los cuatro puntos cardinales, primero desde la península griega e islas circundantes y más tarde en los enclaves marítimos de la “bota” italiana, tanto en la costa oeste, desde la Génova del “Mare Nostrum”, como al este, desde la Venecia del Adriático. Un explorador de ese puerto, Marco Polo, y los portugueses Vasco de Gama y Magallanes, realizaron también una labor inversa, descubriendo para el Occidente la milenaria cultura oriental.

No fue por casualidad que el descubridor de América, y todos los más destacados navegantes que exploraron y conquistaron el Nuevo Continente, partieran de la Península Ibérica. Desde el extremeño Hernán Cortés, pasando por el portugués Fernando de Magallanes y su

lugarteniente y heredero capitaneando la “Victoria”, el vasco Juan Sebastián Elcano, todos tuvieron como punto de partida esa Península, la más occidental de Europa, que avanzando hacia el Atlántico comprende las naciones de España y Portugal.

Aunque muchos cubanos aún no se hayan percatado, el mar y el poderío marítimo no sólo han impreso un sello indeleble en la historia de nuestra isla, sino que ciertas importantes acciones navales resultaron parcialmente en la forja de nuestra identidad como nación. De acuerdo a más de un serio historiador, la nacionalidad cubana se manifestaría por primera vez como respuesta a la ofensiva británica contra España en el Mar Caribe y sidekick de la Guerra de los Siete Años. Ese corto período histórico era llamado en nuestras escuelas elementales “La toma de La Habana por los ingleses”.

Al final de un sitio de dos meses, a partir del 6 de junio de 1762, la flota expedicionaria comandada por George Keppel, Earl de Albemarle, obtuvo la victoria, tomando la ciudad que en ese entonces ya contaba con unos 35,000 habitantes. Las fuerzas españolas capitularon tras la voladura del Castillo del Morro, principal fortificación española al este de la bahía habanera. Los ejércitos coloniales de Cuba no contaban con efectivos en número suficiente para oponerse al invasor y dependían por completo de sus parapetos y murallas.

Sin embargo, un legislador del Cabildo de Guanabacoa, llamado José Antonio Gómez, resistió con una improvisada tropa de criollos y, aunque también derrotado y muerto en combate, su acto quijotesco se anota como la primera defensa de suelo cubano por nativos de ascendencia española. Once meses más tarde, los británicos negociaron el retorno de La Habana a la administración de Madrid, a cambio de la Florida.

Existe escaso conocimiento histórico de la importancia que tuvieron las expediciones “filibusteras” en la campaña cubana de independencia de 1895 a 1898. Sin esas continuas operaciones navales de aprovisionamiento y desembarco de insurgentes desde Estados Unidos, la independencia cubana nunca hubiera podido materializarse. Héroe indiscutido de estas operaciones fue el General del Ejército Libertador Emilio Núñez, quien dirigiera el “Departamento de Expediciones” de la Junta Revolucionaria. Los cubanos, utilizando el irónico “choteo” iconoclasta que siempre los ha caracterizado, lo llamaban cariñosamente “el Almirante”.

No puede hacerse la historia del éxito de esa campaña naval de gato y ratón con las cañoneras coloniales (¡y las norteamericanas hasta 1898!) sin hacer especial honor a los nombres de muchos gunrunners norteamericanos, entre ellos Napoleón Bonaparte Broward, futuro Gobernador de Florida en 1905, cuyo nombre inmortaliza un populoso condado del sur de ese estado. Broward era capitán del buque “Three Friends”, que junto al “Dauntless” del legendario “Dynamite” Johnny O’Brien, mantuvieron constante aprovisionamiento de la insurrección burlando los esfuerzos de Weyler, hasta el instante mismo de desatarse la guerra entre Washington y Madrid.

El amable lector puede imaginarse el destino de quienes eran apresados por las unidades españolas en el Estrecho de la Florida con armas, pertrechos o soldados, para reforzar la insurrección cubana. Encarando ese peligro mortal, la “Marina de Guerra” insurrecta perseveró. En 1896 los barquitos de Núñez lograron desembarcar treinta veces con éxito en suelo cubano. Eso era más del doble de todos los desembarcos que arribaran a Cuba durante la Guerra de los Diez Años (1868-78). En una de las últimas expediciones desde Tampa, en junio de 1898, Núñez logró hacer llegar a Cuba 600 soldados y 7,000 rifles.

Algún día no lejano Cuba será de nuevo patria de hombres libres, reincorporándose a la comunidad de naciones civilizadas. Cuando eso ocurra tendrá que mirar al futuro en el horizonte azul del mar que la rodea. Para eso necesitará no solamente una adecuada flota pesquera y una marina mercante cuyas embarcaciones no dilapiden sus cascos por falta de mantenimiento, sino también una Marina de Guerra capaz de vigilar y defender sus costas, no la supervivencia de una satrapía totalitaria.

Cuando medio siglo de corrupto totalitarismo sea sólo un recuerdo sombrío, Cuba dedicará menos tiempo y recursos a fuerzas terrestres que desde nuestra independencia de España poco han contribuido a salvaguardar la paz, la integridad territorial o las instituciones de la República. Nuestro principal esfuerzo defensivo debe encaminarse al desarrollo de un arma aeronaval compuesta por profesionales, capaz de impedir el asedio de los dos grandes peligros futuros: contrabando y terrorismo.

Cuba es una isla. La más importante de este hemisferio. Miremos hacia el mar.

Cortesía http://www.herenciaculturalcubana.org/



Ichikawa: Terrorismo y relativismo

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Desde hace mucho tiempo mucha gente se pregunta por qué el castrismo, que accedió al poder desfilando sobre la alfombra roja de la violencia sistematizada, se ha vuelto tan puntilloso a la hora de descalificar a sus adversarios políticos desde el presupuesto de que practican el terrorismo.

Precisamente, el régimen cubano, que se sostiene sobre el terror y desde el terror –incluso, la institucionalización del relativismo en Cuba sólo fue posible a través del terror-, celebró este sábado un aniversario más del asalto al cuartel Moncada. En la Isla, el 26 de julio es el día de la “Rebeldía Nacional”. ¿No debería ser el día del “Terrorismo Nacional”?

Retomando el párrafo de cabecera, ¿y si todo se reduce a una cuestión de celos profesionales? A continuación un esclarecedor artículo del profesor Emilio Ichikawa, relacionado con lo anterior. Da mucha tela por donde cortar. Que lo disfruten:

Terrorismo y relativismo

un artículo de Emilio Ichikawa

Las personas que odian a Fidel Castro o Luis Posada Carriles creen que la simpatía hacia el respectivo demonio se debe al desconocimiento de los crímenes que ha cometido. Según esta lógica bastaría que se supieran las muertes de cada uno para convertir la referida admiración en condena. Los que piensan lo anterior, están reduciendo las cosas a una cuestión de información.

Esta lógica parte de un presupuesto erróneo: establecer que el respeto por la vida es ya, de facto, un derecho humano. Y no lo es. Debe serlo pero no lo es. En primer lugar porque la muerte y la vida pertenecen aún al grupo de los valores relativos o históricos, de forma tal que cada quien puede justificar las muertes que ha dado como un medio en aras de las muertes o vidas de los otros.

No nos llamemos a engaño: en buena parte de la población cubana existe una eticidad donde el criminal, aun el asesino, está dotado de glamour social. Entre cubanos el matón tiene cierto encanto. Fidel Castro no se ha convertido en la unánime representación del mal sencillamente porque tiene la admiración (que ya es diferente al miedo) de quienes se rigen por una escala axiológica parecida a la suya. Para muchos cubanos la evidencia de una tiranía de medio siglo puede expresarse incluso de la forma más campechana del mundo, como si fuera una conclusión que cae por su propio peso: “Caaero, hay que reconocedlo, el tipo ha etao ahí lo que ha querío, no se pue negal que ha ganao.” Una estupidez mierdera.

Ni a Castro ni a Posada se les admira porque “aún” se desconocen sus actos violentos, porque “todavía” se ignoraran las muertes que se les atribuyen. Todo lo contrario: es precisamente por ellas que se les rinde homenaje, porque se las considera “muertes necesarias”, según se miren de un lado o de otro. No importa ahora si esas muertes son ciertas o falsas, reales o ilusorias, son en todo caso muertes que los bandos en pugna creen justificadas y, lo que es desastroso, útiles.

Si la vida no se convierte de hecho en un valor humano universal, iusnaturalista, absoluto, independientemente de las razones y contextos que la condicionan, siempre existirán partidarios para los criminales. El relativismo no tiene que ser tiránico para tiranizar.

En Cuba existen héroes de muerte no porque sea una tierra fecunda en personas malvadas, sino porque hay una ambiente social, una moral relativista que las favorece. El cubano lee con dificultad el decálogo de Cristo, pero es capaz de repetir de memoria pasajes enteros de Scarface y El Padrino. A lo mejor el núcleo duro de la eticidad insular no se encuentra en la filosofía del Padre Varela ni en José Martí, sino en los diálogos de sobrevida de Tony Montana.

Cortesía http://www.emilioichikawa.blogspot.com/



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Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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