• Registrarse
  • Iniciar sesión

La revolución de la inmundicia

40 Comentarios Enviar Print

A partir de 1959, las transformaciones estructurales y formales que soportaron el Estado y la política en Cuba no puede decirse que hayan sido suficientemente novedosas. Se alfabetizó. Se expropió. Se discriminó por concepto de ideología o credo. Pero estas prácticas no pueden ser estimadas con propiedad revolucionarias si se rastrea el ángulo innovador, evolutivo de la palabra. No hubo nada nuevo bajo el sol. No se descubrió que la rueda rodaba. El breve período revolucionario -la primera década del régimen- no desmerita esta visión del asunto. No obstante, en lo social sí es posible hallar síntomas que redecoran el escenario de lo cubano, de lo popular en ejercicio.

Si la cubana fue una revolución, lo ha sido escatológicamente hablando. En primera instancia, la imagen de "el más allá" como meta a alcanzar, como artilugio e instrumento del Poder, ha funcionado a todo trapo durante los últimos cincuenta años. La vieja consigna “Patria o Muerte” es quizá el ejemplo más a mano, pero referencias sobran. Por otro lado, que el castrismo intentara enraizar semejante percepción en la conciencia de la nación no significa que ésta se la haya tomado muy a pecho. Lo cubano es, por definición, vital, ajeno a una cultura de la muerte o el martirologio. Y ello a pesar de Martí, Chivás y demás puntualidades.

Pero donde lo escatológico adquiere carácter masivo, donde gana la batalla a nivel social, es en su vertiente más soez u ordinaria. Lo escatológico revoluciona el lenguaje, los modos, las estratagemas. Cuba es hoy día un país donde lo grosero se ha adueñado de lo cultural y aun de lo político, sobre todo si se tiene en cuenta que esto último ha condicionado lo primero y lo ha hecho, conscientemente o no, desde la inmundicia.

La podredumbre, lo escatológico como punto de referencia, es la seña de identidad de un proceso cuyos principales dirigentes -salvo excepciones muy puntuales- utilizan lo soez como arma o se han visto amalgamados y condicionados por ello. La imaginería popular, cimentada en datos muy concretos, dibuja a un Che Guevara maloliente, desaseado, o a un Fidel Castro que copula –brevemente- con las botas puestas. De los tantos apodos administrados a este último, convendría recordar uno de su época universitaria, cuando aún el líder no era el líder: Bola de Churre. Y Bola de Churre ha impulsado decisivamente, desde la imagen, el verbo y sus innumerables mandamientos, la revolución de la inmundicia en Cuba.

Tampoco le fue demasiado difícil. La idiosincrasia del choteo, ya significada por Mañach, brindó soporte a los nuevos aires traídos por el castrismo, que comenzó a llamar las cosas por su nombre más rastrero. La revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes fue, en otra dimensión sociológica, la rebelión de lo escatológico contra lo diverso, la minuciosa y festiva cruzada de la chabacanería contra la mesura. Había una base, claro está, un caldo de cultivo que fue autorizado a extraer lo soez del baúl de los recuerdos de la inhibición pública. El cubano es extravertido, inmoderado, enfático: a cambio de no tocar ciertos temas, obtuvo la libertad de abordar otros muchos sin contención ni buen gusto. La vulgaridad no sólo prosperó a escala institucional, sino que en la calle el vocabulario se masificó, perdiendo individualidad y matices: mecanizándose. Del “nosotros” al “compañero”, de la “reunión del comité de base” al “municipio especial”, al “delegado especial”, al “período especial”, la palabra se hizo anónima, ganando impunidad y perdiendo distinción. Así, el sistema educacional totalitario ha contribuido especialmente a diseñar un modelo de nación en el que no tiene cabida la elegancia.

La dictadura de lo escatológico en Cuba llega al final de un ciclo histórico con sus deberes cumplidos. Ciertamente, se hace cada vez más evidente que la diversidad aflora, con asustadiza cautela, allí donde lo oficial tenía hasta hace poco jurisdicción. Pero no hay que subestimar la labor de zapa que durante medio siglo dirigió el Estado y consolidó el sistema. Y no sólo en un sentido cultural o social. Ahora mismo la antigua Perla de las Antillas es un país arrasado, derruido, donde lo escatológico zigzaguea por las principales avenidas en forma de excremento canino. Y está La Habana, ese monumento erigido por el Poder en conmemoración del enésimo aniversario de la revolución de la inmundicia. No será fácil higienizar la ciudad. Ni siquiera recoger a los perros.



Chago: Sobre una propuesta de retorno, el exilio y sus patriotas

57 Comentarios Enviar Print

un artículo de Santiago Méndez Alpízar, Chago

La inercia puede llegar a sostener no el giro del universo, que es mucho más leve en realidad que la mente, sino el peso de una cabeza llena de ideas equivocadas.

Así, se puede uno asomar al valle de la vida y verse, como mínimo, trepado a un mogote y con náuseas. Una flor en casa inapropiada puede ser un objeto de exterminio.

Esta relatividad fuerza a creernos cosas. O a verlas sobredimensionadas. Un rasgo inequívoco del cubano, del cubaneo. La juerga y levedad del cubano que llegara a formal carácter, signo de reconocimiento, distinción para humanos con vocación nocturna y gran capacidad de aguante.

Hay sin embargo un detalle singular del cubano que lo emparenta con otros de diferentes latitudes, haciéndolo uno de los sapiens más adaptables y localizables en lugares muy remotos.

El cubano no viaja: sale en balsa o avión, camiones náuticos, autos de los años cincuenta adaptados para romper las olas y llevar a unos veinte pasajeros. Cualquier tipo de material, objeto o artilugio que flote sirve para ganarse la huída. El cubano “jinetea la pira”. Se la gana mediante Cartas o Cárcel.

El cubano se queda.

Y es ahí donde, según este humilde escritor de versos herrumbrosos -si lo fuere-, se enriquece la variopinta y ya de por sí folclórica exposición cubiche. Sí, pues si hay algo folclórico es el exilio nuestro de medio siglo.

Folclórico en cuanto tradicional y folclórico en su raíz política, que no deja de ser un aspecto fantasmal. El exilio lleva mucho de fantasma. Así sus órganos vitales, los que se supone vertebre y coaccione, son espacios fantasmas.

Revistas, fundaciones, asociaciones, periódicos… no sé cuántos tiene el exilio, todos fantasmas. ¿Cuántos partidos tiene el exilio? ¿Para qué sirven?

Bueno, puedo dejar aparte a algunos restaurantes de Miami y otros de Europa que sí funcionan.

Pero es en la organicidad y en sus intereses donde el exilio hace gala de una nula capacidad para lograr consenso. Es en el planteamiento de una estrategia para dejar de ser exilio. Los posicionamientos más ultra son los que han prevalecido. La política del dale al que te dio, sin poder dar en realidad, no solamente ha logrado el endurecimiento en las relaciones familiares y de toda índole, sino que ha atomizado todavía más la diáspora. Sin dejar de mencionar al que no le dieron, pero quiere dar, pues de tanto decírselo se creyó que le dieron.

Y es que el arte de la espera, del derrumbe, del “eso se cae algún día”, sigue siendo la única política visible. Cualquier intento de proximidad o de insistencia en, por lo menos, formalizar un factible encuentro entre selectos representantes del destierro y los que a día de hoy continúan disponiendo del poder en la Isla, es mirado con recelo en el mejor de los ejemplos.

Sobran casta y batallitas de cada cual. Ya lo decía la poeta: no sé qué nos hace pensar que somos tan especiales.

A esto le sumo la llegada masiva de exiliados por derecho propio. Puede que como yo, aunque sea posible igualmente que no llegue mi pedigrí a la altura de estos que se creyeron un cuento y luego nos lo venden a diario. Brillantes autoexiliados que a fuerza de repetir lo evidente se llenan la boca de palabras gordas. Las medallas del exilio se ganan con palabras gordas también. Con mucha lengua, socarronería y desmemoria se hace carrera de exiliado.

Se sabe la validez de la distancia y el valor de estos individuos. Se sabe que es muy complicado gritar desde “distantes riveras”. Se entiende a quiénes me refiero.

Por ello y cansado de casi todo, la verdad es que vi una gran valentía en la propuesta nada descabellada, menos rara, del Movimiento Retorno, en entrevista al fotógrafo Delio Regueral hace pocos días, en el blog de Armando Añel.

Agrego que la idea venía de lejos. Fue otro fotógrafo, Arles Iglesias, el que me la planteó en forma de pregunta para un Corto hace varios años: ¿Qué pasaría si regresamos miles de cubanos a la isla el mismo día? Esta pregunta reiterada a varios y escogidos entrevistados formaría la respuesta, la propuesta del Corto.

Una pregunta así es menos tendenciosa y temeraria que un bombardeo de alimentos a Cuba. Por ende, menos viable y capaz de aglomerar figuras, nombres de prestigio. La respuesta trae el agravante añadido de arriesgar el pellejo, el propio. En muchos casos volver a arriesgarlo.

Es la idea contraria de un exilio. ¿Cómo el exilio va a dejar de ser exilio por su propia voluntad?

¿Cerramos el timbiriche y nos arriesgamos a que nos soplen unos cuantos e indefinidos años en el talego? Aquí habría que preguntar, también, si no se tiene un poco de miedo a que se caiga el exilio, parecido a como lo hiciera un reconocido músico en Miami.

No son tiempos para ese tipo de patriota. No para el que propone un riesgo total, pacífico.

Menos para el que sabe que para llegar a fin de mes lo único que tiene que hacer es continuar dándole vueltas a la peonza, que es casi un trompo, pero más hembra.

Cortesía http://www.eforyatocha.com/



Ichikawa: Para ilustrar

32 Comentarios Enviar Print

un artículo de Emilio Ichikawa

Vamos a hablar de cualquier comunidad cubana exiliada fuera de los Estados Unidos. Cualquiera; por ejemplo… la que lo ha hecho en España. En cualquier ciudad de España. Imaginemos que entre los cubanos llegados a ese lugar haya algunos que consiguieron éxito. Mismo éxito que le permite hacer relaciones y, en consecuencia, realizar un “lobby” político a favor de sus intereses. Primero los estrictamente personales, y los relativos a lo que llamamos Cuba después. Inmediatamente después. Es un orden racional. Imaginemos también que, llegado un momento, algunos empiecen a introducir a sus hijos en el citado sistema de relaciones para que hereden, además del dinero, la capacidad de influir en algunos miembros de cortes, del gobierno central o autonómicos.

Imaginemos entonces que uno de esos hijos, nacido en Cuba o ya en la misma España, le dice al exitoso padre: “Papá, pero yo no sólo quiero limitarme a tener relaciones con los gobernantes españoles. Yo creo que puedo conseguir un puesto en el gobierno o el parlamento español”. ¿Loco el chama? Es posible. Esa locura es uno de los aportes de los primeros cubanos que llegaron al Congreso y el Senado de los Estados Unidos. Es decir, ellos fueron, en un acto de inmensa ambición e imaginación política, más allá del lobby y de los propios partidos que se fundaban para hacer política en una Cuba futura. Esos pioneros se dieron cuenta que no sólo podían hacer política futura, sino política presente. Y no sólo política cubana en los Estados Unidos, sino política norteamericana en Norteamérica. Ya esto, para seguir una frase conocida, es una reconquista de “mediana intensidad”; si se quiere, una política contra imperial en el propio territorio del Imperio (no olvidar que el único enfrentamiento frontal a los Estados Unidos que registra la historia cubana no es “Girón”, sino el de la comunidad cubana de Miami cuando el caso Elián. Y Castro, como ahora en el caso Posada Carriles, estuvo en el bando del gobierno norteamericano).

Pero estábamos en España. Imaginemos entonces que ya ese exiliado cubano en Madrid o Barcelona tiene a su hijo, cubano, plantado en la Generalitat o en el legislativo central. Y se entera entonces que para las próximas elecciones, el hijo de Pedro, otro cubano en España, le va a disputar su puesto. No a un español, no a un catalán o a un ruso, sino a otro cubano. Muy bien, es su derecho. Pero piense cada cual cómo se vería esta aspiración a nivel concreto.

En Cuba, como parte de esos consejos paternalistas, se decía: “No hablen de política: hablen de pelota”. Política y pelota… Total, es lo mismo; oficios dramatúrgicos, trabajos que exigen una buena alquimia entre fuerza y pose. Los cubanos, en Estados Unidos, han puesto políticos a todos los niveles de la estructura de poder. Hay más cubanos en alcaldías, puestos estatales y federales, que peloteros isleños en las Grandes Ligas. La Costa Este de los Estados Unidos está minada de políticos cubanos. No sé qué han hecho en esta materia cubanos en otras partes del mundo. Me gustaría conocerlo. Y me placería conocer también de las querellas políticas en otros lugares. Sé que las hay en Suecia, en Francia, y las conozco en España. Todo el mundo ahí, sabroso, reproduciendo en bipartidismo y su capítulo bieditorial: Atenas contra Esparta. Sé, por ejemplo, que José Pardo Llada llegó a ocupar puestos importantes en la diplomacia colombiana, pero no mucho más.

Como quiera que sea, aunque se invierta el precepto y ahora se precie más un “cubano vota contra cubano”, se trata de los Estados Unidos. Un país que inventa el antiamericanismo puede perfectamente justificar el anticubanismo en la comunidad cubana exiliada en sus tierras. Es rentable igual. Incluso para el nacionalismo: “Somos más anticubanos que las antipalmas”. Pero los méritos, como siempre, son de los primeros. Lo demás es copia. O apostasía.

Cortesía http://www.emilioichikawa.blogspot.com/



Sanguinetty: ¿Por qué continúa el castrismo?

29 Comentarios Enviar Print

En lo personal, soy un convencido de la incapacidad de nuestra cultura –me refiero, concretamente, a la cubana- para construir, desde sus actuales presupuestos, una democracia moderna. Dicho convencimiento se ha reafirmado particularmente tras observar las reacciones al pedido de acción humanitaria que apoyamos en este blog, en entradas anteriores. Y no por alguna que otra negativa concreta, que entre otras cosas de eso se trata la democracia –de poder estar de acuerdo, o no, públicamente inclusive, con determinado proyecto o propuesta- sino, sobre todo, por la naturaleza de muchos de los silencios y excusas recibidos.

El problema debe abordarse sin medias tintas, pues mientras no se le reconozca abiertamente no se podrá trabajar en función de atenuarlo o eliminarlo (seamos ambiciosos). El siguiente artículo, del economista Jorge A. Sanguinetty, llama la atención sobre algunos de los déficits de la cubanidad relacionados con lo que afirmo en el párrafo anterior: la dificultad de los intercambios entre cubanos o su incapacidad para organizarse adecuadamente, por ejemplo.

¿Por qué continúa el castrismo?

un artículo Jorge A. Sanguinetty

La continuidad del castrismo se puede explicar por la confluencia de dos grupos de factores. Sin comprender estos factores, es muy difícil hallar y aplicar una estrategia que ayude a los cubanos a salir del régimen actual (en este análisis descarto la intervención de una fuerza externa por no considerarla factible en las condiciones actuales).

Uno de los grupos de factores es la capacidad del castrismo de monopolizar casi todas las formas de organización mediante los movimientos de masas y el montaje del totalitarismo. El otro grupo de factores es la falta de una tradición y cultura entre los cubanos que facilite su organización para acciones colectivas sostenibles en plazos largos. En la lucha entre los que quieren mantener la dictadura y los que quieren un cambio fundamental de régimen, los primeros han estado ganando todas las entradas hasta ahora, porque están relativamente mejor organizados.

Pero realmente, ¿qué significa estar mejor organizado? La mayoría de los que han estado sólo expuestos a nuestra cultura o a culturas similares y no han tenido la experiencia de vivir sumergidos en culturas de altos niveles de organización, generalmente los países de mayor desarrollo económico y político, pueden encontrar estas aseveraciones incomprensibles. El hecho es que cuando un grupo de individuos, aun cuando sea relativamente pequeño, se propone algún objetivo común y se organiza adecuada y disciplinadamente para lograrlo, mantiene su plan de acción por un tiempo lo suficientemente largo y está dispuesto a utilizar formas extremas de conducta para lograr sus metas, la única manera de detenerlo o vencerlo es contraponiendo una fuerza lo suficientemente organizada y/o poderosa. Si por otro lado, los primeros vencen y prevalecen sobre los segundos sometiéndolos a su dominio, los últimos tendrán que desplegar un esfuerzo aún mayor del que hubieran requerido al principio para prevalecer.

Es más fácil organizarse cuando hay alguna libertad que cuando se vive bajo un gobierno totalitario. Por eso fue más fácil rebelarse contra Machado y Batista que contra Castro.

Por lo tanto, en lugar de preguntarnos por qué los cubanos no se rebelan contra el castrismo, debiéramos preguntarnos por qué los cubanos no se organizan para mejor resistir a la tiranía y propiciar algunas condiciones de cambio. La respuesta correcta a esta interrogante nos ayudaría a encontrar la fórmula para debilitar al castrismo y evolucionar hacia formas democráticas de gobierno. La experiencia de los polacos con el movimiento Solidaridad demuestra que la organización puede contribuir a la evolución política de los regímenes totalitarios.

Una de las causas principales de por qué los cubanos no se organizan con facilidad es que no se caracterizan por mantener diálogos organizados. Este importante fenómeno fue apuntado por Ortega y Gasset en su libro España Invertebrada, donde hace unas nueve décadas se refirió a las divisiones entre los españoles y la frecuente desorganización de sus diálogos. Comparando las formas predominantes de diálogo entre cubanos con las formas típicas de otras culturas (en este punto es inevitable mencionar como ejemplo a los ingleses), cualquiera se da cuenta que nuestros intercambios tienden a ser difíciles, lo cual, entre otras cosas, no conduce fácilmente a acuerdos. Y mucho menos a acuerdos que requieren compromisos de acciones que deben mantenerse por largo tiempo.

El problema hay que apuntarlo para superarlo, aunque no son sólo los diálogos desorganizados los que impiden que los cubanos se organicen eficazmente. Hay otros muchos factores que no puedo tratar en este espacio, pero que se pueden mencionar, como son la voluntad colectiva de adquirir un compromiso y cumplirlo, la necesidad de ser preciso en las comunicaciones y las acciones (la puntualidad es una expresión definitiva de estas formas de comportamiento), la confianza interpersonal que existe en los grupos que funcionan con gran eficacia (como lo hacen los comandos en una operación militar de alto riesgo), etcétera. Yo creo que muchos cubanos sufren hoy de una crisis de confianza en su capacidad de organizarse para actuar colectivamente en defensa de sus intereses. Por eso muchos prefieren abandonar el país, porque ya no creen ni en él ni en ellos mismos.

En las condiciones predominantes en Cuba es difícil organizarse para casi cualquier forma de acción colectiva, pues el gobierno y su aparato de seguridad sospechan que toda agrupación puede servir para fines políticos, lo cual es cierto. Sin embargo, eso no ha impedido que las Damas de Blanco, los movimientos disidentes o independientes y la iniciativa de recoger firmas para demandar reformas hayan sobrevivido los embates de la tiranía. Hay que apuntar que cuando estas iniciativas (todavía insuficientes) aparecen en Cuba, captan la atención de algunos observadores externos, cubanos y de otras naciones, que llegan a ejercer, cada uno a su manera, alguna presión sobre el gobierno cubano para moderar su reacción.

En la actualidad, hay claras manifestaciones de descontento en Cuba, especialmente entre los segmentos más jóvenes de la población, pero son manifestaciones individuales, sin base organizativa y por lo tanto de impacto limitado. Estos jóvenes y los que no lo son tanto pueden comenzar a organizarse aun cuando de inmediato no sea con fines políticos, para ir desarrollando una cultura organizativa que oportunamente servirá para muchos otros fines. Tales iniciativas debieran ser apoyadas por el exilio cubano para facilitar el proceso de formación de una sociedad civil capaz de cambiar los destinos del país. Los cubanos comenzarán a ganar su libertad cuando se liberen del monopolio organizativo del gobierno.

Cortesía http://www.cubafuturo.com/



De Armas: ¡Ay, la ayuda!

41 Comentarios Enviar Print

Cada vez que un ciclón asola la Isla ocurren en puridad dos ciclones, el de la Isla y el del exilio, que se va a las greñas en el dilema de índole shakesperiana de ayudar o no ayudar. La ayuda nunca llega, excepto a las diplotiendas y lugares para turistas, donde termina vendida en dólares a los extranjeros, funcionarios o cubanos comunes con acceso a las divisas, nunca a los verdaderos necesitados. Lo que sí llega es el aullido de un exilio más dividido aún de lo que siempre ha estado. Así es la cosa.

Para que se tenga una idea de lo que haría el funcionariado castrista con cualquier donación que llegue a sus predios, nada más hay que considerar los informes que desde la Isla dan cuenta en el día de hoy, apenas una semana después del paso de los huracanes, de que el régimen ha aumentado considerablemente el precio de la gasolina y el de algunos alimentos.

El desastre luego del paso de los huracanes Gustav e Ike, uno detrás del otro y a manera de cruz -por lo que no han faltado interpretaciones esotéricas y teológicas-, es de envergadura tal que añade un nuevo ingrediente a lo dicho anteriormente. Nada de lo que se envíe desde el exilio, por familiares u organizaciones, ni las moratorias a las sanciones, ni el levantamiento temporal del embargo, resolvería absolutamente nada. Serían simples curitas. Por otro lado, conseguirían dar a la dictadura comunista la oportunidad de mellar, agrietar, sino demoler, las ya maltrechas medidas de Washington como única carta de negociación en un eventual proceso de transición en la Isla. Así, las organizaciones, grupos o personas que en el exilio aboguen por ello merecerían, al menos, dos probables definiciones: redomados ingenuos o redomados manipuladores de la brasa a su sardina.

Lo ocurrido en la Isla es un desastre de una magnitud que no tiene solución, al menos no de la manera propuesta por ingenuos y manipuladores. Téngase en cuenta que en Cuba existe ya lo que pudiéramos denominar como endémicas poblaciones de refugiados, es decir, gente que producto de los sucesivos ciclones y vientos plataneros que han asolado el país durante los últimos veinte años al menos, ha nacido, crecido y tenido hijos en albergues para damnificados, caracterizados por la insalubridad, la promiscuidad y la violencia. Son los llamados “hijos de los ciclones”.

Si esto era así antes de la llegada de Gustav e Ike, ¿cómo será a partir de ahora, y qué nos hace pensar que las pequeñas ayudas que enviarían organizaciones, grupos o personas del exilio, que por demás nunca llegan a los perjudicados, van a resolver algo? Por otro lado, como informan desde la Isla, no sólo es que no hay dinero allá, es que tampoco hay nada que comprar. Un hipotético cubano de Miami que llegase en este mismo instante, digamos, a Herradura, en Pinar del Río, con los bolsillos llenos de dólares y los brazos abiertos, no encontraría mucho, si algo encuentra, que comprarle a sus hambreados familiares.

La única manera de empezar a resolver la tragedia humanitaria que actualmente vive el pueblo cubano es la ayuda a gran escala que reiteradamente ha ofrecido el gobierno de Estados Unidos. Cien mil dólares para empezar -cifra aproximada con que cuenta cada consulado norteamericano en cualquier parte del mundo para empezar a ayudar en caso de crisis o catástrofes (eso para los que digan, sin haberla visto jamás en sus dichosas vidas, que es una cifra ridícula)-, más miles de toneladas de ropa y alimentos, además de implementos y equipos para reconstruir las miles de viviendas dañadas o destruidas. Todo lo que la gente en la Isla necesite, en palabras del jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba, Jonathan Farrar, dichas este 12 de septiembre en La Habana.

En las últimas 24 horas se han expresado en términos similares el coordinador estadounidense para la Transición en Cuba, Caleb McCarry, y el secretario de Comercio de Estados Unidos, Carlos Gutiérrez. Un mensaje que, por otra parte, la Casa Blanca ha repetido una y otra vez desde que se inició la crisis.

Creo que lo más prudente que podemos hacer los cubanos libres y la opinión pública internacional es exigir al régimen que acepte la oferta estadounidense, algo similar a lo que se hizo cuando el reciente desastre en Birmania y la dictadura de ese país se negaba a recibir ayuda norteamericana. No se debe permitir, como siempre ocurre, que la decrepita dictadura cubana pase la bola al lado contrario. La bola está en sus manos, y a ella le toca decidir. Si la oligarquía de los comunistas criollos sigue rechazando, como es previsible, la ayuda a las víctimas, deberían entonces los cubanos libres y la opinión pública internacional pedir una acción unilateral por parte del gobierno de Estados Unidos: Bombardear la Isla, de San Antonio a Maisí, con medicinas, agua y alimentos.

Si eso, como sospecho, no ocurre, los cubanos libres debemos despojarnos del paternalismo y los cargos de conciencia que tanto daño han hecho y hacen a la libertad de la Isla. Informes del gobierno cubano, desfachatadamente, aseguran que las áreas turísticas no han sido afectadas por los huracanes. Bueno, pues considero que llegó el momento de pedir algo de responsabilidad ciudadana a los isleños de intramuros: Métanse en los hoteles, asalten los almacenes, despojen a los turistas. Justa compensación, según el Derecho Romano.

Nadie se confunda. No es un asunto político. Es un asunto humanitario. Un padre, una madre en la Isla, no deben permitir que su hijo se acueste sin tomar un vaso de leche, en un descampado, si saben perfectamente que en los hoteles para turistas hay de todo lo que su hijo necesita para sobrevivir a corto plazo. La consigna a nuestros hermanos debería ser: a por los hoteles, a por los reservorios, nichos de riqueza que la dictadura mantiene en régimen de apartheid.

Presumo que enseguida saldrán los del chantaje presidiario de siempre (presidio común de café con leche me refiero). Que si es muy fácil desde Miami, que si no hay moral para pedir tal cosa… Pues, ¿saben algo? La verdad, no es fácil pedirlo, y sí hay moral, y mucha, para pedirlo. Ninguna culpabilidad. Los que estamos del lado de acá en su momento hicimos lo que teníamos que hacer, lo que nos tocó en suerte o mala suerte hacer, mientras que los otros, los que nada hicieron en la Isla, tampoco, por cierto, tienen que dejarse chantajear. No son ellos los que tienen el problema, el problema lo tienen esos padres y madres con sus hijos hambreados dentro de Cuba. Así que, tranquilos, ningún complejo. O se suman al pedido, al consejo, o se callan como hicieron en la Isla. Pero, por favor, no oigan a los chantajistas de siempre.



Buscar en este blog

Sobre este blog

El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

Sindicación

Agregador para sindicación en XML

Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
letrademolde@gmail.com

 

Archivo

Calendario

domlunmarmiéjueviesáb
 123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
282930