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De Armas: El Oba Obama (III)

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un artículo de Armando de Armas

Oba, como sabrán algunos, es un soberano y sacerdote de los pueblos Yorubá, tribus que, originarias de unos territorios ubicados entre las regiones del Chad y el Alto Egipto, florecerían como cultura alrededor del siglo XII en el África Occidental, especialmente en la ciudad santa de Ife y bajo los auspicios de la religión de Ifa, al suroeste de Nigeria.

Barack Obama no es soberano, es senador demócrata y aspira a presidente, pero un senador estadounidense, por no hablar de un presidente, tiene muchísimo más poder de lo que jamás soñó tener ninguno de los orgullosos reyezuelos de los predios Yorubá.

Obama tampoco es practicante de Ifa, ni siquiera es católico. Obama fue musulmán y ahora es protestante. La verdad es que ni siquiera sus ancestros paternos, su parte de la negritud, provienen de Nigeria, sino de Kenia, en el otro extremo, en el África oriental. Elementos estos que en alguna medida explicarían el desarraigo y los problemas de integración no ya de Obama -que ni siquiera es negro, sino mulato-, sino de grandes sectores de la población negra norteamericana, frente al mayor arraigo e integración de la población negra iberoamericana y especialmente caribeña.

Apuntamos a que las disímiles dificultades, fricciones, desencuentros y violencias, la enajenación en suma, de una inmigración forzada, sometida a la esclavitud en un medio y un mundo no ya absolutamente desconocidos, sino absolutamente hostiles; el salto puntual, y mayormente mortal, desde la Edad de Piedra a la Edad Moderna, se habrían agudizado francamente en los predios del colonialismo anglosajón por unas casi insalvables fracturas psicológicas y sociales infligidas por el paso, sin transición, del politeísmo, en unos casos, y del polidemonismo en la mayoría -imperantes entre las tribus africanas-, al más feroz monoteísmo de los protestantes entre la tribu anglosajona.

Situación esta que se amortiguaría en los predios bajo la égida de las monarquías ibéricas, donde ciertamente hubo, a pesar de la leyenda negativa implementada por los anglos protestantes, una mayor tolerancia con la mezcolanza no sólo sexual, sino religiosa, y donde el catolicismo, con su profusa cohorte de vírgenes y santos para cada problema de la cotidianeidad, se manifestaba en la práctica como una especie de politeísmo de baja intensidad en que, con la aquiescencia eclesial, los negros podían, detrás de esas vírgenes y santos, en unos casos acomodar, y en otros camuflar, a sus espíritus y orishas.

Esas señaladas características determinarían probablemente el menor éxito de integración racial en el sistema colonial inglés respecto al ibérico, las evidentes diferencias idiosincrásicas, de actitud ante la vida y la sociedad, de los negros en un ámbito y en el otro.

Muchos de los tropiezos que ha tenido el senador Barack Obama durante su campaña por obtener la candidatura del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos tendrían su probable antecedente en el modo de relacionarse los colonos ingleses con los negros, tanto en Norteamérica como en la misma África (no olvidemos que los ancestros paternos del senador provienen de lo que fue un enclave colonial inglés), y por otra parte en el modo en que los negros reaccionaron ante el modelo anglosajón tras la independencia, la abolición de la esclavitud, la lucha a favor de los derechos civiles, y aún en el presente, en que las secuelas de las antiguas relaciones imperiales perviven, y emergen con fuerza, luego de periodos de aparente normalidad. Esa reacción se ha canalizado, y se canaliza, de manera que amplios espectros de la población negra estadounidense no se sienten identificados con la nación que dejaron en herencia los padres fundadores sino desarraigados y, en casos extremos, enemigos de esa complejísima madeja que ha configurado históricamente a Estados Unidos.

La adopción del islamismo por una parte de la población negra norteamericana (42 por ciento de los tres millones de musulmanes domésticos son negros nacidos en el país, según datos del Consejo Musulmán Estadounidense) y el empleo de términos como afroamericanos y, más recientemente, afrodescendientes, así como el tatuaje de un símbolo maorí en el endurecido rostro del ex campeón de los pesos pesados Mike Tyson, tendrían su origen probable en un ancestral descontento psico-social y en la búsqueda desesperada de una identidad, no importa cuán alucinante pudiera parecer, más allá de los cauces nacionales. Más allá de la cultura occidental lógicamente predominante en Estados Unidos.

Cómo si no explicar los problemas del senador por Illinois resultantes de sus relaciones francamente antinorteamaricanas. El caso de su pastor y guía espiritual por más de veinte años, el colérico Jeremiah Wright, ese que ofició el casamiento de Obama, ese que luego bautizó a sus hijas, y que ha declarado y reiterado, en el Club Nacional de Prensa, que los ataques terroristas del 9/11 en Nueva York estaban justificados debido a que Estados Unidos era una nación terrorista, que el gobierno norteamericano inventó en sus laboratorios el virus del

SIDA como una forma de genocidio contra la gente de color y que, consecuentemente, era natural que Dios maldijera a Estados Unidos y, lo peor, que él como pastor decía lo que pensaba, decía la verdad, pero que era natural que políticos como Obama dijeran sólo lo que les convenía, dijeran mentira, explicando así ante la prensa la distancia que había tomado el senador demócrata de su mentor espiritual.

Sólo en el sentido analizado es que adquiere cierta lógica la amistad de Barack Obama con los terroristas William Ayers y Bernardine Dohrn, quienes entre 1969 y 1975 encabezaron el grupo Weather Underground que cometería decenas de atentados y crímenes violentos en Estados Unidos.

Michelle, la esposa de Obama, ha declarado pública y tranquilamente, como quien dice lo más natural del mundo, que la postulación de su marido la había hecho sentirse orgullosa de Estados Unidos por primera vez en su vida. Es decir, que antes de eso la señora Obama se sentiría humillada de ser estadounidense, a pesar de que esa sociedad, con la que evidentemente no se sentía a gusto, le habría proporcionado facilidades para que tanto ella como Barack estudiasen en selectas escuelas y facturasen, según la declaración de impuestos dada a conocer por la propia campaña del senador, la nada despreciable cifra de algo más de cuatro millones de dólares durante el pasado año.

Y ya que entramos en la fortuna de los Obama, observemos uno de los tropiezos del senador, relacionado igualmente con el desarraigo, pero en este caso desarraigo no a consecuencia de las secuelas dejadas en el negro norteamericano por vía del colonialismo inglés, sino desarraigo por vía de unas elites intelectuales finalmente enriquecidas de las que sin dudas Obama y su entorno forman parte. El tropiezo ocurrió antes de las elecciones primarias en Pensilvania, al decir el senador que muchos vecinos de pequeñas poblaciones obreras de ese estado están amargados y se aferran a las armas y a la religión para compensar sus frustraciones y problemas económicos.

Unas declaraciones que indicarían no sólo desarraigo, sino desconocimiento absoluto de la nación que pretende gobernar, pues dos de las insoslayables bases sobre las que se ha erigido la nación estadounidense son, precisamente, el derecho ciudadano a la tenencia y ejercicio de las armas, por un lado, y el derecho a la libertad de religión por el otro.

Olvida Obama que ambos derechos aparecen ya en The Bill of Rights o la Lista de los Derechos del Ciudadano, esa que, firmada el 15 de diciembre de 1791, define realmente a Estados Unidos, y sin la cual la Constitución nunca hubiera llegado a ser la Ley Suprema de la Nación. Olvida Obama que relacionar los problemas económicos con la fe, la fe como consecuencia de los problemas económicos, tiene más que ver con el apotegma leninista de que la religión es el opio de los pueblos que con la realidad de un pueblo que, único en el mundo, ha hecho imprimir en su moneda In God We Trust. Olvida Obama que la mayoría de los grandes monumentos arquitectónicos y artísticos de la humanidad se le adeudan más a la religión y a la opulencia que a los problemas económicos.

Cuenta la leyenda que una vez elegido un Oba en la ciudad santa de Ife, tras elaborados rituales y frente al tablero adivinatorio de Ifa, debía hablar la deidad bajo el signo de Obara, palabra que se traduciría como el Rey no dice mentira, seguido del refrán: El perro tiene cuatro patas y coge un solo camino. Lo que auguraría un buen gobierno, pues signo y refrán se referían esencialmente a que el Oba apostaría por la verdad y sabría conciliar, desde un cuerpo central o Mandala, las cuatro esquinas del reino. Era todo cuanto pedían los Yorubá a sus orgullosos soberanos.

Tercer artículo de una serie dedicada al Partido Demócrata de Estados Unidos



De Armas: El partido de los ricos en Estados Unidos (II)

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Un artículo de Armando de Armas

Breve historia: Andrew Jackson, duelista, demócrata y masón

El Partido Demócrata pudiera ser cada vez más, como en el pasado, el partido de los ricos. Ningún problema con los ricos, sin ricos no hay país. El problema estaría en la estafa, casi siempre mediática, de venderse a todo trance, y a veces en trance, como el partido de los pobres, en tanto los hechos parecerían desmentirlo.

El Partido Demócrata surge como un desprendimiento del antiguo Partido Demócrata-Republicano de Estados Unidos, que gobernaba el país de forma ininterrumpida desde 1801, y que entra en crisis en 1824, debido a que se elegía por primera vez por sufragio universal y directo, y hubo varios candidatos presidenciales que se proclamaban demócratas-republicanos y reclamaban el voto popular.

Uno de esos candidatos era el General Andrew Jackson, un legendario héroe de la Guerra Anglo-Americana de 1812 a 1815, quien perdió la presidencia a pesar de haber ganado la mayoría relativa del voto popular, debido al procedimiento que estipula que si ninguno de los candidatos obtenía la mayoría absoluta en el Congreso Nacional debía elegirse al presidente entre los candidatos más votados, y el Congreso eligió a John Quincy Adams. Entonces Jackson y sus partidarios comenzaron a fundar por todo el país las filiales de un nuevo partido que aún no tenía un nombre determinado; un partido cuya agenda sería precisamente llevar a la presidencia al General Jackson.

Hay que apuntar, como dato interesante, que este nuevo partido contaba con la maquinaria partidista del Estado de Nueva York heredada del desaparecido Partido Demócrata-Republicano, y se transformó en el primer partido popular -lo que hoy denominaríamos populista- de la historia norteamericana, al movilizar a las masas y valerse de una cadena de periódicos amarillistas. Esta cercanía con la prensa, algo que mantiene en el presente, explicaría no sólo el eficaz y proverbial manejo de la opinión pública por parte de esta agrupación, sino su capacidad para, en una especie de juego de espejos, apropiarse más o menos indebidamente de aspectos o tendencias gratos al inconsciente colectivo: en el caso que nos ocupa, la virtud de la pobreza, de profunda raíz cristiana, primero, y abundante follaje marxista después.

Como curiosidad apuntemos que Jackson fue un eminente masón, Gran Maestro de las logias de Tennessee, hombre controversial y valeroso que se había batido varias veces en duelo, y comandó las fuerzas americanas que derrotaron a los ingleses en la batalla de Nueva Orleans en 1815. En 1829, en la fiesta de su ascensión al poder, se vio a miles de personas pobres llegando a la Casa Blanca en un inusitado espectáculo. Pero el baño de masas sería corto para el nuevo partido, pues apenas dejar la presidencia el general Jackson, en 1837, derivaría cada vez más hasta convertirse en la agrupación política de las elites enriquecidas y esclavistas del Sur estadounidense.

Los pobres y una eficaz operación de marketing político

La verdad es que, a partir de entonces, definir al Partido Demócrata como el de los pobres no fue nunca más allá de un estereotipo. Una operación de marketing político eficazmente montada, que comenzaría a desmoronarse decisivamente a partir de las décadas de los 60 y 70 con la emigración masiva hacia el Partido Republicano de las minorías étnicas, campesinos de bajos ingresos, religiosos, agentes del orden, obreros, mujeres y veteranos del Ejército.

Lo que acontecía al tiempo que grandes sectores de la clase rica norteamericana, integrada por banqueros, hombres y mujeres de la exclusiva academia estadounidense, abogados, poderosos empresarios de la prensa, millonarios de último minuto gracias al boom de la Internet y famosísimos artistas hollywoodenses, emigraban rápidamente hacia el Partido Demócrata.

Por ejemplo, un reciente estudio de la muy prestigiosa Heritage Foundation evidencia que los distritos más ricos de Estados Unidos son feudos de los demócratas. Más de la mitad de los distritos que poseen más dinero en Norteamérica pertenecen a 18 estados en que los demócratas detentan los dos escaños del Senado. El estudio llega a ese resultado teniendo en cuenta el número de contribuyentes individuales, acorde con sus declaraciones de impuestos, que tienen ingresos de $100 000, o superiores, y el número de parejas con declaraciones que muestran ingresos de $200 000, o superiores. Apuntemos que la mayoría de los hogares en los distritos de los demócratas ganan alrededor de $49 000, cifra superior al promedio nacional que es de unos $40 000 aproximadamente.

Así, en las elecciones presidenciales del año 2000, y según una encuesta de Ipsos-Reid, si comparamos los condados que votaron a favor de George W. Bush y los que votaron por Al Gore, se puede concluir que apostaron por Bush solamente el 7% de los electores que ganaban más de $100 000, mientras que un 38% tenía ingresos por debajo de los $30 000. En cambio, en los condados que apostaron por Gore, el 14% ganaba $100 000 o más, en tanto que 29% ganaba menos de $30 000.

Por otra parte, un estudio publicado por los autores Robert Lichter, profesor de George Mason University; Stanley Rothman, profesor del Smith College; y Neil Nevitte, profesor de University of Toronto; aparecido originalmente en March issue of de Forum, una publicación digital dedicada a las ciencias políticas, y posteriormente en el diario Washington Post, en marzo de 2005, refleja que el 72 por ciento de los profesores de las universidades y colegios norteamericanos se declara de izquierdas y simpatizante de los demócratas, frente a un 15 por ciento que se declara de derechas y simpatizante de los republicanos.

La diferencia es aún mayor entre los docentes de las escuelas más selectas, y por consiguiente entre los que más dinero ganan, donde el 87 por ciento dice ser de izquierdas frente a sólo un 13 por ciento que confiesa ser de derechas.

El estereotipo y la realidad, las tendencias

En el imaginario de lo políticamente correcto Bush sería, debido a su patrimonio y a su partido, un representante de los intereses de los más ricos de la nación. Sin embargo, cuando el presidente se postuló exitosamente para la reelección, en 2004, declaró una fortuna de entre 8.1 y 21.5 millones de dólares, cifra ciertamente ridícula en comparación con los bienes de su oponente, el senador demócrata por Massachussets, Johh Kerry, que declaró tener entre 165.7 y 235.3 millones de dólares.

No se trata, evidentemente, de que en el Partido Demócrata no haya pobres, ni de que en el Partido Republicano no haya ricos. Se trataría más bien de una tendencia en la que los demócratas irían extendiéndose hacia los extremos de las elites millonarias, por un lado, y los más pobres y dependientes de las ayudas estatales, por el otro. Mientras que los republicanos estarían creciendo entre las llamadas clases medias estadounidenses. Luego, al menos financieramente hablando, en el primer caso estaríamos ante un partido bifurcándose hacia los márgenes, mientras que en el segundo estaríamos ante un partido con tendencia hacia el centro y, por lo mismo, más representativo de la media nacional.

Criton Zoakos, consultor financiero y presidente de Leto Research, asegura en un estudio que la clase media prefiere políticas fiscales, monetarias y reguladoras que favorezcan la libre competencia y la creación de riqueza, en tanto que la clase alta prefiere la preservación de su riqueza y la protección contra la competencia mediante altas tasas impositivas. Esto último podría explicar la emigración que se observa en los detentadores de grandes fortunas, sobre todo si son heredadas, hacia los predios demócratas.

Finalmente, tengo malas noticias para los que se creyeron el cuento de un humildísimo Barack Obama, cuento que habría venido a reforzar su esposa Michelle al declarar, quejosamente, sentirse orgullosa de su país sólo después de la elección de su marido como pre candidato presidencial. La realidad es que el aspirante demócrata a la Casa Blanca y su mujer ganaron más de cuatro millones de dólares durante el año pasado, según los datos de la declaración de impuestos del matrimonio, divulgados recientemente por la campaña del senador de Illinois. La verdad que, para ser pobres, parece que a los Obama no les va nada mal.



Inédito de Emilio Ichikawa

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Intelectuales de todos los países, uníos

un artículo de Emilio Ichikawa

A diferencia de otras posiciones doctrinales, al marxismo le es muy cara la conquista de una base social. No se trata de un solipsismo, un elitismo o una variante de anarquismo centrada en el sujeto individual: al marxismo le interesa la revolución y la fuerza capaz de llevarla a cabo. Una fuerza colectiva.

Aun cuando el pensador marxista no trabaje en una fábrica o en un puerto sino en un tranquilo campus universitario de New Haven o Emory, tendrá un minuto del día para expiar su culpa y declarar –claro que sin creerlo- que odia la falsa vida profesoral prefiriendo estar al lado de la “gente sencilla y trabajadora”.

Este “querer desde fuera”, que Isaiah Berlin estudia en casos contrapuestos como Disraeli y el propio Marx, es un gran pecado desde el punto de vista marxista; así sólo sea por aquello de que la teoría debe estar en armonía con la práctica. Por no estar, la mayoría de los profesores de marxismo en Estados Unidos ni siquiera marchan en las protegidas exhibiciones contra la globalización y el capitalismo. Van sus estudiantes. Ellos no van: aunque algunos fueron.

Marx le echó el ojo inmediatamente a la clase obrera como la “base social” de su teoría. Ya en La Sagrada Familia (1844), una obra escrita junto a Engels, dice esperar de aquella la transformación radical de la realidad. ¿Por qué la clase obrera? Pues por muchas razones, sobre todo de carácter moral, político y social, incluso estético antes que científico.

No es hasta veinte años después, cuando se publica el primer tomo de Das Kapital, que Marx “demuestra” que es la propia lógica de la economía capitalista la que lleva a una teoría como la suya y a un portador social como el elegido por él.

Fue el joven Engels, con sus informes epistolares desde Inglaterra, quien le mostró a Marx la existencia de un mundo obrero lleno de energía política e intelectual. Engels le hablaba de las condiciones de vida del obrero ( working class, proletario, para algunos sinónimos, para otros teóricos no), de la transparencia política del debate espiritual en medio de la más crítica miseria y Marx, sabedor del alcance revolucionario de la teoría, le apuntaba: “Hay que sumar a esa opresión, la conciencia de la opresión.” Es decir, agregarle argumentos a un mundo, en estado de inconciencia, todavía se podía aguantar. Escamotearle el opio al pueblo; es ese uno de los caballos de batalla del marxismo. El opio, es decir, la Coca-Cola, el jean, los Beatles, el opio.

El marxismo fue precisamente eso en sus inicios: un intento por hacer aún más insoportable la vida de la clase trabajadora, un programa para ponerle los nervios políticos a punto de estallido haciéndola conciente de la explotación en que se encontraba. Esto explica que el periodismo, el manifiesto, el discurso, fueran los géneros literarios dominantes en los primeros tiempos del marxismo. Es sabido que el primer nombre propuesto para El manifiesto fue el de Catecismo comunista, que no gustó a los editores. Lo que a su vez tampoco gustó a los autores, que lo entregaron a desgana, atrasados y con sanción que consta en archivos de la sección en Bruselas de La Liga de los Comunistas.

Después Marx se mantuvo durante mucho tiempo fiel a la especulación filosófica (tan entrenado estaba en la misma, que reaparece visiblemente en partes cruciales de Das Kapital). Fue Engels quien primero se apuntó una investigación social sostenida en la historia del pensamiento marxista (cierto que estimulado por Marx) al escribir La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845).

En los prólogos y cotas a las diferentes ediciones de esta obra, Engels repasa el camino que llevó al marxismo a cambiar su base social. A percibir la “europeización” del proletariado norteamericano y, después, a constatar el proceso de “aburguesamiento” del mismo.

Es una muestra de audacia y honestidad intelectual la comprobación de Engels, ya en 1892, de una realidad contundente: respecto a otros sectores de la sociedad, a fines del siglo XIX la clase obrera se había vuelto conservadora.

Ante esta nueva situación al marxismo revolucionario le quedaban dos alternativas:

1-Cambiar su planteamiento político revolucionario tornándose evolucionista, reformista, parlamentarista, ministerialista (millerandista), que es a lo que se llama hoy “Socialismo del Siglo XXI”.

2-Apelar a otra clase o sector social alternativo para la revolución. A los estudiantes y los intelectuales, por ejemplo, a los cuales se incorpora hoy el gremio de los “revolucionarios profesionales”, más radicales que la “clase trabajadora”.

Ilustración, Omar Santana



Cuba, racismo e igualdad mediática

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Un correo polémico

Un amigo, salido de Cuba recientemente, me escribe a propósito de la apertura de este blog. Aborda el tema racial, dado que escribí semanas atrás un artículo sobre Barack Obama y la influencia que podría ejercer una hipotética presidencia suya sobre la población cubana negra y mestiza (población actualmente mayoritaria en Cuba, digan lo que digan los relajados censos castristas).

El problema racial sigue latente en la Isla y, de cara a un futuro poscastrista crecientemente cercano, habrá que confrontarlo o por lo menos abordarlo más abiertamente. No obstante, un sector del exilio parece ajeno a esta realidad, o pareciera querer estarlo indefinidamente. El correo de mi amigo, músico, poeta y negro, contiene frases y concepciones que pueden resultar chocantes, pero que en alguna proporción reflejan sentimientos latentes al interior de una parte de la sociedad cubana.

Reproduzco sólo fragmentos del correo:

“Muchos de los participantes en la blogosfera forman parte de la emigración racista de Miami, desconectada de la realidad cubana durante mucho tiempo e incapaz de imaginar un negro presidente para ninguna parte...

“Quiero decirte que he aprendido mucho sobre los cubanos del exilio estando aquí afuera... Incluso he leído artículos de cubanos de extrema derecha tan ridículamente racistas que parece que aún estuvieran viviendo antes del 59. Me he sentido muy decepcionado por muchas cosas. Gente que lamenta los cambios en Cuba no sólo por la represión y la pobreza, sino porque ahora la chusma de los negros del solar se han hecho ingenieros por culpa de Castro. Ya no se puede mirar por encima del hombro a esos negros.

“Ahora ellos se creen iguales a nosotros, que éramos burgueses... así piensan, yo lo creía mentira...

“Una de las cosas que más jode a esa parte del exilio de Miami, racista hasta la médula, es que hoy hayan muchos intelectuales negros, juristas y profesionales... Que ahora no es como en el tiempo de Orígenes, cuando si acaso Gastón Baquero… Bueno, yo me alegro de eso, soy sincero contigo, por mí que se jodan esos racistas”.

Del programa de Oscar Haza

Omar López Montenegro aborda el tema racial en el programa de Oscar Haza:

Cuba, racismo e igualdad mediática

Aunque curiosamente la revolución contra la dictadura batistiana no careció de componentes racistas –amplios segmentos de la burguesía blanca apoyaron al castrismo frente a lo que consideraban la injerencia negra en los asuntos de Estado representada por el mulato Fulgencio Batista–, el régimen triunfante se vendió a sí mismo como una suerte de valedor o promotor de la igualdad racial en Cuba.

Desde el ascenso al parnaso totalitario de Nicolás Guillén –el poeta mestizo reconvertido en Poeta Nacional– hasta la promoción mediática de figuras nacionales e internacionales de raza negra, eran varios los signos que coqueteaban con la imagen de una Cuba finalmente resuelta por la razón social del mestizaje. Parecía que el proyecto de homogeneización racial del castrismo, paralelo y/o adscrito a su proyecto de homogeneización social, iba en serio, aguijoneado por la salida del país de las clases altas, medias y profesionales –mayoritariamente blancas– y el gradual envejecimiento de los líderes históricos de la revolución, predominantemente blancos.

Y sin embargo, la puesta en escena de la igualdad racial no conseguiría salir en la foto más allá de unos cuantos escarceos sucedáneos, en los que el negro no acababa de aparecer en primer plano.

Tras cinco décadas de “revolución” –si se acepta la denominación desde un punto de vista acumulativo– la realidad de la Cuba actual revela, con pelos y señales, el carácter esencialmente mediático del proyecto de equidad racial anunciado por el régimen de Fidel Castro. El negro devino símbolo mediático de una liberación a la postre artificial, o por lo menos inconclusa, porque estaba y está basada en una asimilación social e institucional inexistente. La preponderancia blanca a escala cultural y política no puede ser negada en la Cuba del tercer milenio, y ello a pesar de que durante medio siglo de totalitarismo la composición racial de la nación ha variado sustancialmente, inclinando la balanza hacia negros y mestizos.

Igualdad en lo mediático. En eso ha quedado el proyecto igualitario enarbolado por el castrismo.



Vecinos de la mujer de Antonio

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Lo estuve oyendo en el auto, atrapado en uno de esos inextricables embotellamientos que tan a menudo, y muy a pesar del aumento de los precios del combustible, congestionan la red vial miamense. Un son más viejo que andar a pie:

“La vecinita de enfrente /buenamente se ha fijado /cómo camina la gente /cuando sale del mercado...”.

La canción, que hacía bastante tiempo no escuchaba, insinúa una de las causas de la consolidación del totalitarismo en Cuba. Y probablemente una de las fundamentales. Porque si se le mira desde un ángulo desalmidonado, objetivo, el castrismo es totalitarismo más chisme. “La mujer de Antonio camina así”.

Durante mucho tiempo mucha gente ha afirmado que el totalitarismo, o simplemente el comunismo, constituye un sistema ajeno a la idiosincrasia cubana, una suerte de injerto político carente de abono cultural, o popular. ¿Pero qué tal si fuera todo lo contrario? Una nación en la que se ha llegado a institucionalizar la delación –según Jorge Luis Borges, “el peor delito que la infamia soporta”-, convirtiendo al hombre en el más eficaz enemigo del hombre, no puede ser completamente ajena al fenómeno. Un país en el que existen cuatro Comités de Defensa de la Revolución (CDR) por manzana organizando el acecho de vecino a vecino, de “cederista” a “cederista", y uno tiene que camuflar una caja de cervezas para introducirla en su domicilio.

El castrismo institucionaliza en Cuba, otorgándole coartada, alguna respetabilidad –al menos en principio- y cierto sentido histórico, la razón social de acechar al vecino, de “meterse en la vida de los demás”, tan autóctona como la canción de marras. Sus practicantes son conocidos en la isla como “chismosos”. En Cuba chismoso es aquel que habla de los otros o inventa historias acerca de los otros, pero también el que acecha al otro, el que se complace atisbando las reacciones y evoluciones del otro. La vecinita de enfrente “buenamente” se ha fijado. Una costumbre más extendida, y consentida, de lo que pudiera creerse.

De manera que con el advenimiento castrista y su consecuencia, la institucionalización de un totalitarismo radicalmente contrarrevolucionario, el chismoso adquiere categoría histórica. Deja de entornar persianas para salir airosamente a la luz pública, para abrir de par en par puertas y ventanas gritando a los cuatro vientos su “aquí estoy yo” ultraconservador. El chismoso militante, reaccionario, socialista y/o “sociolista”. Ese que “se va de lengua”. El clásico chivatón.

En cualquier caso, el régimen totalitario vigente en Cuba manipula, consciente de ello o no, una seña de identidad sociológica que difícilmente hubiera encontrado eco político bajo un gobierno democrático. En definitiva, canaliza institucionalmente una tradición que termina sirviendo a sus intereses. Con lo que cabe la pregunta: si el castrismo no es el padre del fenómeno, tan arraigado en la cultura nacional, ¿entonces es el hijo?

Como que la cederista de Castro no es más que la vecinita de enfrente, la mujer de Antonio se exilia en los Estados Unidos. País donde el chismoso languidece víctima, entre otros depredadores, del expressway, la propiedad privada, la independencia de poderes, el aire acondicionado.

Cortesía Diario las Américas



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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