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De la Paz: La Tabla

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Dos notas antes de pasar a la reseña.

Desde el pasado jueves y hasta el próximo 6 de marzo, entre las siete y las diez de la noche –los lunes el local cierra-, el poeta y artista plástico Rodrigo de la Luz estará exhibiendo parte de su obra escultórica –recreaciones sobre vidrio, metal y madera a partir de objetos desechados- en la Cremata Gallery (1646 SW 8th Street, Miami). Como escribí hace un par de años en este mismo portal, estos collages, una amalgama de balines, botones, botellas, dados, manubrios, grifos y demás elementos que conforman figuras humanas o animales, parecieran contar una historia, definir una circunstancia o un destino. Lleven algún dinero, porque si los ven, los compran.

Por otro lado, Armando de Armas entrevista al roquero Gorki Águila aquí. Así que tenemos Armas por partida doble, pues esta excelente reseña de Luis de la Paz se centra en el último libro publicado del autor, La Tabla, una novela que está dando, y dará, mucho que hablar:

La Tabla

una reseña de Luis de la Paz

El primer contacto que tuve con Armando de Armas fue a través de su literatura. Llegó a mis manos Mala jugada, su primer libro de relatos. Portada verde, dedicatoria a su mujer, padres e hijos, para que no quedara fuera nadie importante de la familia. Pero también “a los que no se envilecieron”, a “un caballo negro que a golpe de espada avanza hacia la luz”; también a “aquellos que hicieron de mí un marginal”. La contratapa mostraba un hombre sonriente, de aspecto alegre, muy bien plantado con saco y corbata. Un retrato que no transmitía marginalidad alguna, sino más bien rigurosa compostura. Mientras más palpaba el libro se me revelaban otros detalles curiosos. Varios relatos estaban escritos en bloque, en una pieza, apenas comas y puntos y comas para separar las oraciones. No había punto y seguido. Difícil estructura, me dije, mientras pensaba lo trabajoso que podría ser mantener la energía de la composición sin dañar la narración. El regreso de Osvaldito El Loco, Como un pavoroso caballo que les viene encima, eran algunos de los títulos que llamaban mi atención. Otra vez la contratapa: “La novela La tabla y la colección de cuentos Mala jugada logran pasar al lector el conocimiento y hasta las emociones que conforman el horror de la sociedad cubana”, señalaba con acierto una nota firmada por Juan Manuel Salvat.

Esa fue la primera vez que tuve una referencia sobre La tabla.

Luego supe que Mala jugada se presentaría en la alcaldía de West Miami. Delicado lugar para una literatura irreverente y provocadora, me dije, pero allí estuve, y allí vi y escuché leer por primera vez a Armado. Volvía a vestir formal, saco blanco, corbata roja, parecía más un Yarini, que un escritor marginal. Leía despacio, oraciones cortas, dibujando en el aire el ritmo que le imprimía a las palabras que articulaba resaltando los adjetivos con fuerza. Con dos dedos extendidos y produciendo un giro de la mano, abría y cerraba numerosos paréntesis.

Cuando terminó de leer, conversó con el público y se refirió a lo que denominaba su más ambicioso libro, La tabla, una novela de mil páginas, “escrita en un sólo párrafo”, decía sonriendo con malicia, es decir, de nuevo, como en algunos de los relatos de Mala jugada, se volvía a repetir una estructura en bloque, sin interrupción. Esa fue la segunda vez que escuché mencionar La tabla (que ya se convertía en una curiosidad) y la segunda vez que me preguntaba: ¿cómo lo habrá hecho? Si para mí unos cuentos de 10 o 12 cuartillas, me parecían un desafío tremendo escribirlo con mínimos signos de puntuación, la idea de una novela de mil páginas con semejante estructura iba mucho más allá. No era que se tratara de algo original y nunca antes visto. No. Existen novelas memorables como Las puertas del paraíso del polaco Jerzy Adrezejewski y el famoso monólogo interior de Ulises, la gran pieza de James Joyce –éste último sin ni siquiera comas o puntos y comas–, por sólo citar dos ejemplos bien conocidos. Pero la peculiaridad de la novela de Armando de Armas radicaba en que nuestro autor caribeño se extendía por un millar de páginas.

Tiempo después de La tabla se habló hasta la saciedad en largas y madrugadoras jornadas donde botellas de vino, rebanadas de salami y lascas de queso, marcaban el ritmo de las tertulias. Cada vez que Armando hablaba de su monumental y peculiar novela, creaba más expectativas, hacía crecer la curiosidad entre los contertulios. Se refería al complejo proceso de escritura a finales de los años ochenta, a las dificultades para esconderla de la policía, a las peripecias para sacarla de Cuba clandestinamente. Detalles que luego aparecieron en Crónica de la escapada, un extenso artículo que escribió para una publicación en Alemania: “Bajo fuego de ametralladoras, la noche iluminada por las balas trazadoras, y braceando a lo loco en medio de las olas luego del hundimiento de la chalupa que nos conducía al barco en que escaparíamos de Cuba, yo, que me las doy de valiente pero que apenas sé nadar, no pude sostenerme en la superficie cargando con el pesado manuscrito que portaba convenientemente envuelto en plástico dentro de una mochila y, ante el dilema de vida o manuscrito, solté el manuscrito, y entonces ocurre que Mimí (mi mujer) que no se las da de valiente pero que sí es una excelente nadadora, logra la hazaña de rescatar el manuscrito de entre las olas y, con el mismo a la espalda, llegar hasta el barco para ambos escapar a tiempo de las tropas guardafronteras, del fuego de los guardafronteras, de la muerte, de la isla en suma”, apuntó en uno de los párrafos.

A pesar de mi interés y numerosas insinuaciones, Armando nunca me dio a leer el manuscrito de La tabla. He tenido que esperar más de una década para leerla y puedo decir que si la espera no se justifica de ninguna manera (ni tampoco la actitud del amigo), sí valió la pena la lectura de esta excelente novela que, además, tuve la oportunidad de presentar junto al autor y al amigo Armando Álvarez Bravo.

La tabla recoge las vivencias de Amadís, Amadís Montalbán, tal vez el alter ego de Armando de Armas. Y como la vida misma, es una pieza que se mueve como una espiral ascendente, un torrente de ideas, reflexiones, lecturas, vivencias. El flujo de la memoria, más que de la conciencia, el gran monólogo (que no cesa hasta la muerte) que acompaña a cada individuo durante su existencia. Eso explica quizás que la única forma de escribir La tabla fuera así, sin interrupción, sin rompimientos, sin estorbos.

En la novela los personajes, los abuelos, sobre todo la abuela que guía la infancia, aparecen y ocupan su lugar, señalan los caminos por los que se transita, pero no tienen formas, de ellos no hay apenas descripciones, son como sombras vivas, fantasmas que transmiten el conocimiento, dando pie a reflexiones, valoraciones que casi siempre rondan el tema de la libertad, dejando claro que la esencia de todas las posibilidades del hombre ante su destino tiene como ineludible camino el de la libertad.

El autor ha tenido la oportunidad de leer su libro y trabajarlo hasta el cansancio. Eso es evidente, la primera versión está fechada en 1990 y la última revisión, en marzo del 2008, poco antes de emprender el camino editorial con la Fundación Hispano Cubana, en Madrid, España. Es un texto bien cuidado, fiel a una época en muchos aspectos, revelador en muchos otros. De las mil páginas originales desaparecieron varios centenares para quedar comprimida en un texto de 440 dividido en dos partes. Se agradece el respiro. De cualquier manera es un desafío para un escritor un libro semejante. Armando lo consigue. Sin duda pudo mantener ese exigente ritmo, gracias al oficio literario como lo ha demostrado tanto en Mala jugada como en su otro libro de cuentos, Carga de la caballería. La musicalidad de la narración, la cadencia de las palabras, dan significación a una parte importante de los relatos.

Pero, ¿de qué trata La tabla? De nada. De todo. La tabla es un fresco de una familia, de un pueblo, de una ciudad, de un país, donde el tiempo, individual y colectivo, avanza o retrocede en torno a Amadís. Es curioso percatarse que la novela comienza fuera del libro. Cuando uno abre la primera página ya la novela tuvo sus inicios hace rato. Lo único que podemos hacer es dejarnos llevar por aquel torbellino, incorporarnos sin hacer preguntas, con curiosidad. Las primeras palabras que nos encontramos son “la pistola”, así en minúscula. Una “pistola entre la pelvis y el calzoncillo”. Ese es el punto donde convergen lector y texto. Se unen y ya no se sueltan hasta la palabra “tren”, el primer respiro que nos brindan. Hay en ese momento un rompimiento de tiempo y de espacio hasta que nos adentramos en la segunda parte que arranca con un show, nada más y nada menos que con Otro amanecer de Meme Solís. Y así seguimos, ya sin descanso, ya sin aliento, hasta brincar el charco “que Amadís miraba con una sonrisa; medio-sonrisa, medio-mueca; casi feliz”.

Ya dije que La tabla es un fresco de una familia, de un lugar, pero también y sobre todo, el reflejo de una nación y de una época. Es el testimonio de una niñez, de una adolescencia y una juventud vapuleada por las consignas –que la novela sabe recoger, mezcladas oportunamente con canciones infantiles, con rondas y expresiones del folclor popular–; víctimas del disparate elevado a la categoría de régimen social. La tabla es una novela escrita con las entrañas, desde la memoria, desde la marginalidad. Una novela cargada de símbolos, de numerosos guiños, de copiosas lecturas. Una novela mural, irónica, desfachatada a veces, tierna, cándida. Siempre auténtica. Un grito de libertad y una evaluación de la misma, desde la perspectiva de un hombre que le ha tocado vivir bajo un sistema represivo y colectivista. Por eso La tabla hay que leerla como una enorme espiral, pero también como la serie de eslabones que tejen una cadena, en la que se hilvanan eventos y situaciones, entrelazan experiencias y deseos, convergen vivencias y aprendizajes, se funden lecturas y desafíos. Lo que me hace pensar que tal vez pueda ser ésta la gran novela de la revolución que todos estábamos esperando.

Reseña originalmente publicada en Efory Atocha



La batalla por otros medios

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La capacidad didáctica de Carlos Alberto Montaner se nos revela una vez más en su penúltimo libro, Cuba, la batalla de ideas (Firmas Press, Miami 2008), una compilación de conferencias, ensayos y artículos redactados por el autor en los últimos años y ahora puestos a confluir armónicamente. Dividido en cuatro partes fundamentales (Debates, La transición, José Martí y La identidad conflictiva), este volumen desarticula el “descomunal y constante esfuerzo por ocultar la realidad” al que el gobierno cubano, con su proverbial destreza eufemística, llama “la batalla de ideas”.

Cuba, la batalla de ideas abre con un prólogo en el que el autor de Viaje al corazón de Cuba ausculta los primeros meses revolucionarios, inmediatamente posteriores a 1959, a través de su experiencia vital. Niño precoz, Carlos Alberto Montaner tuvo el privilegio de descubrir tempranamente, y por partida doble -a una edad muy temprana y de una muy temprana manera- el carácter totalitario de la revolución castrista. Un privilegio que lo llevaría a la cárcel cuando sólo contaba 17 años, en 1961.

Es a partir de su salida de Cuba, tras escapar de prisión, que el actual presidente de la Unión Liberal Cubana desarrolla una carrera literaria y periodística en la que el afán de trascender la exposición de los hechos para proponer explicaciones y/o soluciones a los mismos, marcará distancias. A esta tradición pedagógica, que probablemente Montaner ha llevado más lejos que cualquier otro escritor cubano, pertenece Cuba, la batalla de ideas, una batalla por otros medios que pone al contrario –el régimen castrista- bocabajo y pataleando.

Pero, ¿por qué por otros medios? Porque la “batalla de ideas” anunciada por el régimen de La Habana no es más que una operación propagandística en la que no caben el intercambio de argumentos ni la polémica, dado que el público lector natural, el residente en la Isla, sólo tiene acceso a las “ideas” de uno de los contrincantes. ¿Cómo puede haber batalla si en el campo de batalla por antonomasia, el territorio cubano, sólo dispara al aire un solo ejército? ¿De qué batalla estamos hablando si uno de los dos bandos se niega a enfrentar al otro en un debate abierto? Imaginémonos la arena del circo romano y a un solitario gladiador en el centro, pegando mandobles a diestra y siniestra, sin oposición visible. Es esta suerte de grotesca pantomima lo que puede percibir el público (la sociedad cubana) desde las gradas insulares. Es a esto a lo que se reduce la famosa “batalla” castrista.

Así, en este contexto oportunista, desde el que los lectores de la Isla carecen de contrapartidas, se inscriben libros de reciente aparición en Cuba como, por ejemplo, El Imperio del terror, el cual, según sus patrocinadores, constituye "una investigación acuciosa y oportuna" sobre "una esfera del desarrollo capitalista norteamericano, conducida hasta sus expresiones más recientes". Escrito nada menos que por el coronel del Ministerio del Interior cubano y asistente de Raúl Castro (quien casualmente es su padre), Alejandro Castro Espín, el panfleto supuestamente ofrece "pruebas contundentes sobre la esencia imperial de las fuerzas que ejercen el poder" en Estados Unidos y "los métodos empleados para preservarlo", incluida la manipulación "del sentimiento patriótico".

Precisamente, es a este universo editorial –y mediático- cerrado a cal y canto, oscurantista y acostumbrado a jugar con ventaja, al que se oponen compilaciones como Cuba, la batalla de ideas, un libro de estructura sui generis, en el que se suceden los desmontajes y las refutaciones (son refutados desde el escritor francés Ignacio Ramonet hasta el ex canciller cubano Felipe Pérez Roque, pasando por el propio Fidel Castro). Recomiendo especialmente las secciones “José Martí” y “La identidad conflictiva”, en las que el autor explora algunos ángulos y/o recovecos del nacionalismo cubano hasta arribar a la sociedad posnacional que integran, entre otros, los llamados cuban-americans, o descendientes de cubanos en Estados Unidos.

En cualquier caso, no se puede abandonar el campo de juego, ni siquiera cuando ha sido secuestrado por jugadores que no respetan las reglas, y Carlos Alberto Montaner lo sabe muy bien. Hay que dar la batalla aunque sea por otros medios, y este libro la da por todo lo alto.

Cortesía Libertad Digital



La Revista Hispano Cubana en Miami

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La Fundación Hispano Cubana presenta este domingo en Miami, en la librería Books and Books de Coral Gables (265 Aragon Avenue), el último número de su revista, dedicada esta vez a evaluar las secuelas del castrismo cuando se cumplen cincuenta años de la instauración de ese régimen totalitario en Cuba.

El dossier Castrismo, 50 años del desastre contiene trabajos de Armando Añel, Armando de Armas, Oscar Espinosa Chepe, René Gómez Manzano, Pío E. Serrano y Julián B. Sorel. La revista también recoge textos de Beatriz Bernal, Pedro Corzo, Manuel Díaz Martínez, Orlando Fondevila, David Lago, Dennys Matos, Carlos Alberto Montaner, William Navarrete, Raúl Rivero, Vladimiro Roca y Marta Beatriz Roque, entre otros.

En la presentación, que tendrá lugar a las seis de la tarde, participará Orlando Fondevila, editor de la revista que dirige en Madrid Javier Martínez-Corbalán, junto a varios de los escritores publicados en este último número.

Noticiero de Rog Noble



De la Paz: Medio siglo de Lunes de Revolución (I)

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un reportaje de Luis de la Paz

En Cuba, los primeros meses de 1959 condujeron a acontecimientos verdaderamente sorprendentes en la vida nacional. Con el advenimiento del año, el dictador Batista abandona con premura el país y comienza un gobierno cuyas primeras medidas asombran y confunden. Por un lado se dictan resoluciones populares, como la reforma agraria. Por otro, juicios sumarísimos mandan al paredón de fusilamiento, o a la cárcel, a cientos de personas, mientras familias visionarias que percibían en Fidel Castro el prototipo del despiadado tirano, parten al exilio. En medio de esa euforia social de incipientes contradicciones y eventos catastróficos, se crea el periódico Revolución, vocero del nuevo gobierno, y poco tiempo después, en marzo, sale a la luz el primer número del suplemento cultural Lunes de Revolución, publicación que a la postre marcaría de una manera definitiva el curso de la cultura y la libertad intelectual en Cuba.

Lunes de Revolución se convirtió desde su aparición en el motor impulsor de la cultura nacional. Su director lo fue el escritor Guillermo Cabrera Infante, el subdirector Pablo Armando Fernández y el diseñador gráfico Jacques Brouté. Prácticamente todos los escritores, pintores y dramaturgos importantes de la época colaboraron con el suplemento o fueron mencionados en algún número. En total entre el 23 de marzo de 1959 y el 6 de noviembre de 1961, se publicaron 131 suplementos. Entre número y número hubo tiranteces, mezquindades (sobre todo con los que estuvieron en torno a la famosa revista literaria Orígenes) y presión ideológica, pero también se dieron a conocer importantes textos literarios que revelaban el alcance de la literatura cubana.

“Yo conocía a Guillermo desde los años cuarenta. Trabajamos juntos en la revista Carteles y sabía que era la persona indicada para dirigir Lunes”, comenta vía telefónica desde San Juan, Puerto Rico, Carlos Franqui, director de Revolución, y persona cercana en aquel entonces a Castro. “Se quería hacer un periodismo moderno, con grandes fotografías y un diseño novedoso”, añade.

El suplemento realmente era de vanguardia. Su primer impacto visual fue la R de Revolución al revés, pero lo importante era el contenido. Para el escritor José Lorenzo Fuentes, “Lunes fue una verdadera revolución dentro de la revolución, y no sólo por su contenido ideo-temático, que ponía énfasis en la libertad creadora, sino por su presentación. El director artístico fue Jacques Brouté, que había dirigido en Francia varias revistas surrealistas, y quien aportó al suplemento un audaz mensaje gráfico en el que destacaba el atrevido manejo de fotos y tipografía”.

Sin duda Lunes de Revolución fue un extraordinario y contradictorio espacio cultural abierto, libre y plural (sobre todo en su primera etapa), en una isla convulsa donde otros medios de comunicación eran expropiados y cerrados por el mismo gobierno que favorecía y financiaba a Revolución y su suplemento cultural. El dramaturgo y ensayista Matías Montes Huidobro también estuvo cerca de Lunes, redactando la columna Retablo, especializada en teatro. Montes Huidobro describe el ambiente que se respiraba en la redacción donde acudía a entregar sus textos: “Había un ambiente, yo diría, que independiente, crítico en cierta medida a la Revolución, pero más bien, en lo que yo recuerde, a niveles de percepción estética ya que los que estábamos interesados en la vanguardia cultural no nos identificábamos con la estética socialista”, apunta.

El suplemento mantenía un ritmo ascendente y aunque había un marcado interés por destacar los temas sociales y la nueva vida bajo la revolución castrista, sus directores manejaron las presiones con habilidad y sabiduría, para mantener el curso cultural de la publicación. A lo largo de su año y medio de existencia se dieron a conocer textos de los más notables escritores del mundo, como Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Jean Paul Sartre, Franz Kafka, Federico García Lorca, Pablo Picasso, Albert Camus, James Joyce, Marcel Proust y T. S. Elliot. Entre los autores cubanos que estamparon su firma en Lunes figuran Virgilio Piñera, José Álvarez Baragaño, Calvert Casey, Antón Arrufat, Oscar Hurtado, Natalio Galán, Edmundo Desnoes, Rine Leal, Heberto Padilla y Nicolás Guillén.

En Lunes se hicieron también eco de ensayos políticos del propio Fidel Castro, de Ernesto Guevara, Mao Tse-Tung, León Trotsky y Vladímir llich (Lenin). Se rindió homenaje a intelectuales y se resaltó la cultura de países vecinos y de naciones exóticas y distantes como Guatemala y Laos. Entre los homenajeados estaban Emilio Ballagas, Pablo de la Torriente Brau, José Martí, Pablo Neruda, Ernest Hemingway, Constantin Stanislawski, Federico García Lorca y Pablo Picasso, que fue la última entrega de Lunes de Revolución en noviembre de 1961. “Este último número lo hicimos a manera de protesta indirecta por el cierre, ya que Picasso estaba pintando una paloma de la paz para sustituir el águila del Maine que había sido derribada, y de pronto la esposa de Osmani Cienfuegos, que en aquel entonces era ministro de Obras Públicas, fue a decirle que no siguiera, perdiendo los cubanos la oportunidad de tener una paloma de Picasso”, detalla Franqui sobre el número de cierre.

Para los jóvenes escritores la revista cultural resultaba muy reconfortante y de vanguardia. El entonces joven escritor y dramaturgo Héctor Santiago, que en aquella época se vinculó con el movimiento cultural El Puente fundado por el poeta José Mario, afirma desde Nueva York que “Lunes puso a mi generación en contacto con la cultura europea, con la filosofía de Sartre, con el movimiento beatnik norteamericano, con la disidencia antisoviética, como Pasternak y autores que abrieron otras corrientes de pensamiento”. Luego añade: “Virgilio Piñera tuvo la feliz idea de crear las Ediciones R. Él tenía la visión de que sería el puente entre su generación (1940) y la siguiente (1950) formada por los escritores que regresaban al país tras la caída de la dictadura batistiana y que formaban una amplia gama estilística e ideológica, algunos de los cuales como Lisandro Otero, se plegaron a los nuevos dictados, y otros como Cabrera Infante huyeron”, apunta describiendo la época. Añadiendo: “Lunes gestaba conferencias y conversatorios muy amplios donde se discutía todo con gran libertad, pese a que pronto las diferencias generacionales fueron muy evidentes, y lentamente hubo un poco de prensión contra los jóvenes, particularmente después del Congreso de Poesía celebrado en Camagüey, donde por primera vez se planteó una política de exclusión de los gays de la cultura y se comenzó a ver como un pecado el no estar sometido ciegamente a los postulados marxistas”.

El suplemento cultural comenzó a entrar en crisis tras la polémica que se desató en torno al documental PM de Sabá Cabrera, hermano de Guillermo Cabrera Infante, y Orlando Jiménez Leal. Se trataba de un corto que recogía la vida nocturna habanera en los bares alrededor del puerto. Ese documental, curioso pero menor, fue el detonante que inició la cuesta abajo de Lunes de Revolución y el fin de la libertad cultural en la isla.

Cortesía del Diario las Américas. Pulse aquí para leer entrevista relacionada



Aida Levitan, electa por importante fundación de Miami

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La presidenta de The Levitan Group, Inc. y Hispanic Events, Inc., la cubana Aida Levitan, fue elegida este lunes como nueva integrante de la directiva de la Fundación de la Biblioteca de Miami-Dade, organización que recauda fondos para apoyar los programas educativos, culturales y de alfabetización de la Biblioteca del Condado.

Levitan resultó electa junto a otros tres nuevos directores: Nancy Engels, Jane Herron y Matthew Meehan.

Actualmente, Levitan asesora a varias organizaciones, entre ellas a Aetna Insurance, y participa en organizaciones comunitarias y culturales tales como el Fideicomiso del Miami Art Museum y la Junta Directiva de la Cámara de Comercio Latina (CAMACOL).

El noticiero de Rog Noble



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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