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Montaner: El capitalismo que nos aguarda

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Mucho se ha hablado, y escrito, en torno a la influencia que ejercería el exilio cubano sobre una futura Cuba democrática. También sobre los modelos socio-económicos a implementar el día después, tras el fin del totalitarismo. La recurrencia del tema tiene que ver también, probablemente, con la insistencia de la maquinaria propagandística del castrismo, que no cesa en su intención de hacerle pasar gato por liebre a la población cubana, esto es, de hacerle creer que el exilio regresará a Cuba a quitarle sus exiguas propiedades o a explotarla como mano de obra barata, o que el capitalismo poscastrista sería por el estilo del haitiano.

No tiene que ser así, nos explica Carlos Alberto Montaner en el siguiente texto, fragmento de una conferencia que bajo el título El futuro democrático de Cuba: Qué tipo de capitalismo nos aguarda ofreciera en el Foro Nueva Economía, en Madrid. Que lo disfruten.

Textual: ¿Qué tipo de sociedad queremos?

un texto de Carlos Alberto Montaner

En esta nueva etapa que se avecina es muy importante saber adónde queremos llegar y cuál es nuestra visión de futuro, panorama que acaso resulta fácil de precisar: Cuba debe ser un país normal, en paz y armonía con el resto del mundo, parecido a esas treinta naciones punteras que describe el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, destino perfectamente alcanzable en el curso de una generación.

En general, se trata de Estados de derecho fundados sobre la idea de que la autoridad, periódicamente renovada por medio de comicios trasparentes y plurales, radica en el seno de la sociedad y se expresa por medio de instituciones neutrales reguladas por leyes que no reconocen privilegios ni excepciones, y no por caudillos iluminados ni por grupos o partidos que arbitrariamente se arrogan la representación colectiva. Estados, además, en los que las transacciones se hacen dentro de un modelo económico regido por el mercado, y en los que la propiedad privada se reconoce como uno de los derechos humanos fundamentales porque sin su existencia, como se comprobó a lo largo del siglo XX, es imposible el mantenimiento de las libertades o el logro de la prosperidad.

El régimen cubano afirma que, de producirse un cambio, el destino que les espera a los cubanos, impuesto desde Estados Unidos, es el capitalismo de Haití, no el de España o Bélgica, pero ésa es sólo una consigna alarmista concebida para sembrar la incertidumbre y tratar de impedir las reformas. ¿Por qué Estados Unidos o la Unión Europea querrían una Cuba empobrecida a la que habría que subsidiar permanentemente en vez de un país rico con el que se pudieran realizar muchas transacciones mutuamente ventajosas?

Es verdad que un país puede tener democracia, libertad y propiedad privada, y ser, simultáneamente, un país muy pobre, injusto y con hirientes diferencias sociales, como sucede en Honduras, Guatemala, República Dominicana o el mencionado Haití, pero ese triste desempeño económico y esa falta de esperanzas no es el resultado de malvados designios procedentes del exterior, como sostenían los apóstoles de la equivocada Teoría de la Dependencia, o como hoy asegura Fidel Castro que les sucederá a los cubanos, sino es la consecuencia de la irresponsable y a veces criminal actuación de las propias clases dirigentes del país, combinada con una mentalidad social refractaria al progreso y al desarrollo.

• El capitalismo que vendrá a Cuba no podrá ser mercantilista. Es decir, el gobierno no podrá decidir quiénes son los favoritos a los que hay que enriquecer, ya sean nacionales y extranjeros, y los factores con los que va a forjar una alianza de mutua conveniencia para controlar las riquezas que se produzcan mediante el uso discriminatorio y abusivo del poder.

• El capitalismo que vendrá a Cuba no podrá ser oligárquico. Esto es, no será la nuestra un tipo de sociedad en la que los grandes intereses económicos forjen una alianza para colocar a los gobiernos y a los partidos políticos a su servicio en detrimento de las necesidades generales de la sociedad.

• El capitalismo que vendrá a Cuba no será el corporativismo socialista o fascistoide, autárquico, ruinoso por el peso de las ineficientes empresas estatales, plagado de trabas burocráticas, paralizado por normas inflexibles o por imposibles cargas tributarias, enfrentado en estériles conflictos de clase artificialmente engendrados, que no consiguen otra cosa que empobrecer a los pueblos.

• El capitalismo que vendrá, el que llevaremos a Cuba, es el moderno, abierto, competitivo, signado por la búsqueda de productividad, fuertemente integrado al resto del mundo desarrollado. Un modelo de desarrollo capitalista en el que se estimule la incesante creación de empresas que luchen limpiamente por cuotas de mercado mediante la calidad y el precio de los bienes o los servicios que se oferten. Un capitalismo que no tenga como atractivo la pobreza de su mano de obra, sino el alto nivel de productividad y la complejidad técnica y científica de unos trabajadores cubanos, respetuosa y dignamente tratados, dotados de derechos sindicales, capaces de alcanzar a cambio de su esfuerzo una alta remuneración que les procure el modo de vida digno que se encuentra en esas treinta naciones punteras a que hacíamos referencia. Nuestro modelo no es Haití: es Israel, es Irlanda, es España, y existen condiciones humanas y económicas para lograr implantarlo.

La responsabilidad social corporativa

Esa definición del modelo económico a que aspiran los cubanos debe servir, también, como un severo juicio crítico contra los precarios bolsones de economía semiprivada que medran en la Cuba actual. Las inversiones extranjeras que existen en Cuba, que son las que la dictadura autoriza y controla mediante la modalidad de empresas mixtas, no sirven a los intereses de la sociedad cubana, sino contribuyen dolosamente a la supervivencia de la dictadura, y constituyen una expresión del peor capitalismo estatal mercantilista.

Mediante este modelo, el gobierno cubano, sin ocultar el asco que les merecen, elige a unos dóciles inversionistas, guiados exclusivamente por el objetivo de obtener beneficios, y dentro de esas empresas mixtas reproduce lo peor del modelo político totalitario: la explotación inicua de los trabajadores, a los que se les confisca el noventa y cinco por ciento de su salario mediante un tramposo cambio de moneda, más la represión política y la falta de libertades que existen en el resto de las instituciones del país.

Los empresarios serios, españoles o de cualquier otra latitud, no deben prestarse a esa sórdida complicidad. No es verdad que con su presencia en Cuba aceleran un posible cambio. Esa es una falaz excusa concebida para tratar de esconder una inocultable falta de escrúpulos. Tampoco pueden escudarse en la supuesta indiferencia de los empresarios ante las consecuencias políticas y sociales de sus actos, siempre que estén amparados por la legitimidad oficial. Cuando la legitimidad oficial propaga los abusos, la discriminación y el apartheid, vulnerando los derechos fundamentales de las personas, esa legitimidad se extingue de jure, convirtiéndose en una norma inmoral de la que no debe servirse ninguna empresa que comprenda y asuma lo que es la responsabilidad social corporativa.

Los empresarios serios, españoles o de cualquier otra latitud, tampoco deben sucumbir a la superstición de que es conveniente estar en Cuba cuando se produzcan los cambios. Lo sensato no es colaborar con la dictadura. Lo probable es que, quienes ya estén, tendrán que enfrentarse a cuantiosas reclamaciones legales (y a probables responsabilidades penales) por parte de los trabajadores que durante años han visto como en Cuba se violan las reglas establecidas por la Organización Internacional del Trabajo, reglas a las que tanto las empresas como el Estado cubano están obligados a someterse. Por otra parte, de muy poco les servirá a esos empresarios estar en Cuba, inmoralmente posicionados, a la espera de que surjan cambios, si a lo que aspiramos los cubanos es a instaurar en la Isla un modelo de desarrollo capitalista fundado en la competencia y la ley, y no en el compadrazgo, el mercantilismo o el contubernio entre los empresarios buscadores de renta fácil y funcionarios venales dispuestos a concederla a cambio de alguna corruptela.

Es un notable error táctico y una falla moral muy censurable, indigna de cualquier empresario moderno que se respete, participar en una repartición de privilegios mercantilistas y en la asignación de monopolios, invirtiendo en un coto cerrado en el que la población carece de mecanismos de defensa legal. Las sociedades verdaderamente prósperas, y en donde se hacen los mejores y más transparentes negocios, son aquellas en las que todos los agentes económicos que se lo propongan, y no los elegidos por una dictadura, pueden participar y competir libremente en el mercado.

Cortesía http://www.firmaspress.com/



De Armas: ¡Ay, la ayuda!

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Cada vez que un ciclón asola la Isla ocurren en puridad dos ciclones, el de la Isla y el del exilio, que se va a las greñas en el dilema de índole shakesperiana de ayudar o no ayudar. La ayuda nunca llega, excepto a las diplotiendas y lugares para turistas, donde termina vendida en dólares a los extranjeros, funcionarios o cubanos comunes con acceso a las divisas, nunca a los verdaderos necesitados. Lo que sí llega es el aullido de un exilio más dividido aún de lo que siempre ha estado. Así es la cosa.

Para que se tenga una idea de lo que haría el funcionariado castrista con cualquier donación que llegue a sus predios, nada más hay que considerar los informes que desde la Isla dan cuenta en el día de hoy, apenas una semana después del paso de los huracanes, de que el régimen ha aumentado considerablemente el precio de la gasolina y el de algunos alimentos.

El desastre luego del paso de los huracanes Gustav e Ike, uno detrás del otro y a manera de cruz -por lo que no han faltado interpretaciones esotéricas y teológicas-, es de envergadura tal que añade un nuevo ingrediente a lo dicho anteriormente. Nada de lo que se envíe desde el exilio, por familiares u organizaciones, ni las moratorias a las sanciones, ni el levantamiento temporal del embargo, resolvería absolutamente nada. Serían simples curitas. Por otro lado, conseguirían dar a la dictadura comunista la oportunidad de mellar, agrietar, sino demoler, las ya maltrechas medidas de Washington como única carta de negociación en un eventual proceso de transición en la Isla. Así, las organizaciones, grupos o personas que en el exilio aboguen por ello merecerían, al menos, dos probables definiciones: redomados ingenuos o redomados manipuladores de la brasa a su sardina.

Lo ocurrido en la Isla es un desastre de una magnitud que no tiene solución, al menos no de la manera propuesta por ingenuos y manipuladores. Téngase en cuenta que en Cuba existe ya lo que pudiéramos denominar como endémicas poblaciones de refugiados, es decir, gente que producto de los sucesivos ciclones y vientos plataneros que han asolado el país durante los últimos veinte años al menos, ha nacido, crecido y tenido hijos en albergues para damnificados, caracterizados por la insalubridad, la promiscuidad y la violencia. Son los llamados “hijos de los ciclones”.

Si esto era así antes de la llegada de Gustav e Ike, ¿cómo será a partir de ahora, y qué nos hace pensar que las pequeñas ayudas que enviarían organizaciones, grupos o personas del exilio, que por demás nunca llegan a los perjudicados, van a resolver algo? Por otro lado, como informan desde la Isla, no sólo es que no hay dinero allá, es que tampoco hay nada que comprar. Un hipotético cubano de Miami que llegase en este mismo instante, digamos, a Herradura, en Pinar del Río, con los bolsillos llenos de dólares y los brazos abiertos, no encontraría mucho, si algo encuentra, que comprarle a sus hambreados familiares.

La única manera de empezar a resolver la tragedia humanitaria que actualmente vive el pueblo cubano es la ayuda a gran escala que reiteradamente ha ofrecido el gobierno de Estados Unidos. Cien mil dólares para empezar -cifra aproximada con que cuenta cada consulado norteamericano en cualquier parte del mundo para empezar a ayudar en caso de crisis o catástrofes (eso para los que digan, sin haberla visto jamás en sus dichosas vidas, que es una cifra ridícula)-, más miles de toneladas de ropa y alimentos, además de implementos y equipos para reconstruir las miles de viviendas dañadas o destruidas. Todo lo que la gente en la Isla necesite, en palabras del jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba, Jonathan Farrar, dichas este 12 de septiembre en La Habana.

En las últimas 24 horas se han expresado en términos similares el coordinador estadounidense para la Transición en Cuba, Caleb McCarry, y el secretario de Comercio de Estados Unidos, Carlos Gutiérrez. Un mensaje que, por otra parte, la Casa Blanca ha repetido una y otra vez desde que se inició la crisis.

Creo que lo más prudente que podemos hacer los cubanos libres y la opinión pública internacional es exigir al régimen que acepte la oferta estadounidense, algo similar a lo que se hizo cuando el reciente desastre en Birmania y la dictadura de ese país se negaba a recibir ayuda norteamericana. No se debe permitir, como siempre ocurre, que la decrepita dictadura cubana pase la bola al lado contrario. La bola está en sus manos, y a ella le toca decidir. Si la oligarquía de los comunistas criollos sigue rechazando, como es previsible, la ayuda a las víctimas, deberían entonces los cubanos libres y la opinión pública internacional pedir una acción unilateral por parte del gobierno de Estados Unidos: Bombardear la Isla, de San Antonio a Maisí, con medicinas, agua y alimentos.

Si eso, como sospecho, no ocurre, los cubanos libres debemos despojarnos del paternalismo y los cargos de conciencia que tanto daño han hecho y hacen a la libertad de la Isla. Informes del gobierno cubano, desfachatadamente, aseguran que las áreas turísticas no han sido afectadas por los huracanes. Bueno, pues considero que llegó el momento de pedir algo de responsabilidad ciudadana a los isleños de intramuros: Métanse en los hoteles, asalten los almacenes, despojen a los turistas. Justa compensación, según el Derecho Romano.

Nadie se confunda. No es un asunto político. Es un asunto humanitario. Un padre, una madre en la Isla, no deben permitir que su hijo se acueste sin tomar un vaso de leche, en un descampado, si saben perfectamente que en los hoteles para turistas hay de todo lo que su hijo necesita para sobrevivir a corto plazo. La consigna a nuestros hermanos debería ser: a por los hoteles, a por los reservorios, nichos de riqueza que la dictadura mantiene en régimen de apartheid.

Presumo que enseguida saldrán los del chantaje presidiario de siempre (presidio común de café con leche me refiero). Que si es muy fácil desde Miami, que si no hay moral para pedir tal cosa… Pues, ¿saben algo? La verdad, no es fácil pedirlo, y sí hay moral, y mucha, para pedirlo. Ninguna culpabilidad. Los que estamos del lado de acá en su momento hicimos lo que teníamos que hacer, lo que nos tocó en suerte o mala suerte hacer, mientras que los otros, los que nada hicieron en la Isla, tampoco, por cierto, tienen que dejarse chantajear. No son ellos los que tienen el problema, el problema lo tienen esos padres y madres con sus hijos hambreados dentro de Cuba. Así que, tranquilos, ningún complejo. O se suman al pedido, al consejo, o se callan como hicieron en la Isla. Pero, por favor, no oigan a los chantajistas de siempre.



Sanguinetty: ¿Por qué continúa el castrismo?

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En lo personal, soy un convencido de la incapacidad de nuestra cultura –me refiero, concretamente, a la cubana- para construir, desde sus actuales presupuestos, una democracia moderna. Dicho convencimiento se ha reafirmado particularmente tras observar las reacciones al pedido de acción humanitaria que apoyamos en este blog, en entradas anteriores. Y no por alguna que otra negativa concreta, que entre otras cosas de eso se trata la democracia –de poder estar de acuerdo, o no, públicamente inclusive, con determinado proyecto o propuesta- sino, sobre todo, por la naturaleza de muchos de los silencios y excusas recibidos.

El problema debe abordarse sin medias tintas, pues mientras no se le reconozca abiertamente no se podrá trabajar en función de atenuarlo o eliminarlo (seamos ambiciosos). El siguiente artículo, del economista Jorge A. Sanguinetty, llama la atención sobre algunos de los déficits de la cubanidad relacionados con lo que afirmo en el párrafo anterior: la dificultad de los intercambios entre cubanos o su incapacidad para organizarse adecuadamente, por ejemplo.

¿Por qué continúa el castrismo?

un artículo Jorge A. Sanguinetty

La continuidad del castrismo se puede explicar por la confluencia de dos grupos de factores. Sin comprender estos factores, es muy difícil hallar y aplicar una estrategia que ayude a los cubanos a salir del régimen actual (en este análisis descarto la intervención de una fuerza externa por no considerarla factible en las condiciones actuales).

Uno de los grupos de factores es la capacidad del castrismo de monopolizar casi todas las formas de organización mediante los movimientos de masas y el montaje del totalitarismo. El otro grupo de factores es la falta de una tradición y cultura entre los cubanos que facilite su organización para acciones colectivas sostenibles en plazos largos. En la lucha entre los que quieren mantener la dictadura y los que quieren un cambio fundamental de régimen, los primeros han estado ganando todas las entradas hasta ahora, porque están relativamente mejor organizados.

Pero realmente, ¿qué significa estar mejor organizado? La mayoría de los que han estado sólo expuestos a nuestra cultura o a culturas similares y no han tenido la experiencia de vivir sumergidos en culturas de altos niveles de organización, generalmente los países de mayor desarrollo económico y político, pueden encontrar estas aseveraciones incomprensibles. El hecho es que cuando un grupo de individuos, aun cuando sea relativamente pequeño, se propone algún objetivo común y se organiza adecuada y disciplinadamente para lograrlo, mantiene su plan de acción por un tiempo lo suficientemente largo y está dispuesto a utilizar formas extremas de conducta para lograr sus metas, la única manera de detenerlo o vencerlo es contraponiendo una fuerza lo suficientemente organizada y/o poderosa. Si por otro lado, los primeros vencen y prevalecen sobre los segundos sometiéndolos a su dominio, los últimos tendrán que desplegar un esfuerzo aún mayor del que hubieran requerido al principio para prevalecer.

Es más fácil organizarse cuando hay alguna libertad que cuando se vive bajo un gobierno totalitario. Por eso fue más fácil rebelarse contra Machado y Batista que contra Castro.

Por lo tanto, en lugar de preguntarnos por qué los cubanos no se rebelan contra el castrismo, debiéramos preguntarnos por qué los cubanos no se organizan para mejor resistir a la tiranía y propiciar algunas condiciones de cambio. La respuesta correcta a esta interrogante nos ayudaría a encontrar la fórmula para debilitar al castrismo y evolucionar hacia formas democráticas de gobierno. La experiencia de los polacos con el movimiento Solidaridad demuestra que la organización puede contribuir a la evolución política de los regímenes totalitarios.

Una de las causas principales de por qué los cubanos no se organizan con facilidad es que no se caracterizan por mantener diálogos organizados. Este importante fenómeno fue apuntado por Ortega y Gasset en su libro España Invertebrada, donde hace unas nueve décadas se refirió a las divisiones entre los españoles y la frecuente desorganización de sus diálogos. Comparando las formas predominantes de diálogo entre cubanos con las formas típicas de otras culturas (en este punto es inevitable mencionar como ejemplo a los ingleses), cualquiera se da cuenta que nuestros intercambios tienden a ser difíciles, lo cual, entre otras cosas, no conduce fácilmente a acuerdos. Y mucho menos a acuerdos que requieren compromisos de acciones que deben mantenerse por largo tiempo.

El problema hay que apuntarlo para superarlo, aunque no son sólo los diálogos desorganizados los que impiden que los cubanos se organicen eficazmente. Hay otros muchos factores que no puedo tratar en este espacio, pero que se pueden mencionar, como son la voluntad colectiva de adquirir un compromiso y cumplirlo, la necesidad de ser preciso en las comunicaciones y las acciones (la puntualidad es una expresión definitiva de estas formas de comportamiento), la confianza interpersonal que existe en los grupos que funcionan con gran eficacia (como lo hacen los comandos en una operación militar de alto riesgo), etcétera. Yo creo que muchos cubanos sufren hoy de una crisis de confianza en su capacidad de organizarse para actuar colectivamente en defensa de sus intereses. Por eso muchos prefieren abandonar el país, porque ya no creen ni en él ni en ellos mismos.

En las condiciones predominantes en Cuba es difícil organizarse para casi cualquier forma de acción colectiva, pues el gobierno y su aparato de seguridad sospechan que toda agrupación puede servir para fines políticos, lo cual es cierto. Sin embargo, eso no ha impedido que las Damas de Blanco, los movimientos disidentes o independientes y la iniciativa de recoger firmas para demandar reformas hayan sobrevivido los embates de la tiranía. Hay que apuntar que cuando estas iniciativas (todavía insuficientes) aparecen en Cuba, captan la atención de algunos observadores externos, cubanos y de otras naciones, que llegan a ejercer, cada uno a su manera, alguna presión sobre el gobierno cubano para moderar su reacción.

En la actualidad, hay claras manifestaciones de descontento en Cuba, especialmente entre los segmentos más jóvenes de la población, pero son manifestaciones individuales, sin base organizativa y por lo tanto de impacto limitado. Estos jóvenes y los que no lo son tanto pueden comenzar a organizarse aun cuando de inmediato no sea con fines políticos, para ir desarrollando una cultura organizativa que oportunamente servirá para muchos otros fines. Tales iniciativas debieran ser apoyadas por el exilio cubano para facilitar el proceso de formación de una sociedad civil capaz de cambiar los destinos del país. Los cubanos comenzarán a ganar su libertad cuando se liberen del monopolio organizativo del gobierno.

Cortesía http://www.cubafuturo.com/



Ichikawa: Para ilustrar

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un artículo de Emilio Ichikawa

Vamos a hablar de cualquier comunidad cubana exiliada fuera de los Estados Unidos. Cualquiera; por ejemplo… la que lo ha hecho en España. En cualquier ciudad de España. Imaginemos que entre los cubanos llegados a ese lugar haya algunos que consiguieron éxito. Mismo éxito que le permite hacer relaciones y, en consecuencia, realizar un “lobby” político a favor de sus intereses. Primero los estrictamente personales, y los relativos a lo que llamamos Cuba después. Inmediatamente después. Es un orden racional. Imaginemos también que, llegado un momento, algunos empiecen a introducir a sus hijos en el citado sistema de relaciones para que hereden, además del dinero, la capacidad de influir en algunos miembros de cortes, del gobierno central o autonómicos.

Imaginemos entonces que uno de esos hijos, nacido en Cuba o ya en la misma España, le dice al exitoso padre: “Papá, pero yo no sólo quiero limitarme a tener relaciones con los gobernantes españoles. Yo creo que puedo conseguir un puesto en el gobierno o el parlamento español”. ¿Loco el chama? Es posible. Esa locura es uno de los aportes de los primeros cubanos que llegaron al Congreso y el Senado de los Estados Unidos. Es decir, ellos fueron, en un acto de inmensa ambición e imaginación política, más allá del lobby y de los propios partidos que se fundaban para hacer política en una Cuba futura. Esos pioneros se dieron cuenta que no sólo podían hacer política futura, sino política presente. Y no sólo política cubana en los Estados Unidos, sino política norteamericana en Norteamérica. Ya esto, para seguir una frase conocida, es una reconquista de “mediana intensidad”; si se quiere, una política contra imperial en el propio territorio del Imperio (no olvidar que el único enfrentamiento frontal a los Estados Unidos que registra la historia cubana no es “Girón”, sino el de la comunidad cubana de Miami cuando el caso Elián. Y Castro, como ahora en el caso Posada Carriles, estuvo en el bando del gobierno norteamericano).

Pero estábamos en España. Imaginemos entonces que ya ese exiliado cubano en Madrid o Barcelona tiene a su hijo, cubano, plantado en la Generalitat o en el legislativo central. Y se entera entonces que para las próximas elecciones, el hijo de Pedro, otro cubano en España, le va a disputar su puesto. No a un español, no a un catalán o a un ruso, sino a otro cubano. Muy bien, es su derecho. Pero piense cada cual cómo se vería esta aspiración a nivel concreto.

En Cuba, como parte de esos consejos paternalistas, se decía: “No hablen de política: hablen de pelota”. Política y pelota… Total, es lo mismo; oficios dramatúrgicos, trabajos que exigen una buena alquimia entre fuerza y pose. Los cubanos, en Estados Unidos, han puesto políticos a todos los niveles de la estructura de poder. Hay más cubanos en alcaldías, puestos estatales y federales, que peloteros isleños en las Grandes Ligas. La Costa Este de los Estados Unidos está minada de políticos cubanos. No sé qué han hecho en esta materia cubanos en otras partes del mundo. Me gustaría conocerlo. Y me placería conocer también de las querellas políticas en otros lugares. Sé que las hay en Suecia, en Francia, y las conozco en España. Todo el mundo ahí, sabroso, reproduciendo en bipartidismo y su capítulo bieditorial: Atenas contra Esparta. Sé, por ejemplo, que José Pardo Llada llegó a ocupar puestos importantes en la diplomacia colombiana, pero no mucho más.

Como quiera que sea, aunque se invierta el precepto y ahora se precie más un “cubano vota contra cubano”, se trata de los Estados Unidos. Un país que inventa el antiamericanismo puede perfectamente justificar el anticubanismo en la comunidad cubana exiliada en sus tierras. Es rentable igual. Incluso para el nacionalismo: “Somos más anticubanos que las antipalmas”. Pero los méritos, como siempre, son de los primeros. Lo demás es copia. O apostasía.

Cortesía http://www.emilioichikawa.blogspot.com/



Chago: Sobre una propuesta de retorno, el exilio y sus patriotas

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un artículo de Santiago Méndez Alpízar, Chago

La inercia puede llegar a sostener no el giro del universo, que es mucho más leve en realidad que la mente, sino el peso de una cabeza llena de ideas equivocadas.

Así, se puede uno asomar al valle de la vida y verse, como mínimo, trepado a un mogote y con náuseas. Una flor en casa inapropiada puede ser un objeto de exterminio.

Esta relatividad fuerza a creernos cosas. O a verlas sobredimensionadas. Un rasgo inequívoco del cubano, del cubaneo. La juerga y levedad del cubano que llegara a formal carácter, signo de reconocimiento, distinción para humanos con vocación nocturna y gran capacidad de aguante.

Hay sin embargo un detalle singular del cubano que lo emparenta con otros de diferentes latitudes, haciéndolo uno de los sapiens más adaptables y localizables en lugares muy remotos.

El cubano no viaja: sale en balsa o avión, camiones náuticos, autos de los años cincuenta adaptados para romper las olas y llevar a unos veinte pasajeros. Cualquier tipo de material, objeto o artilugio que flote sirve para ganarse la huída. El cubano “jinetea la pira”. Se la gana mediante Cartas o Cárcel.

El cubano se queda.

Y es ahí donde, según este humilde escritor de versos herrumbrosos -si lo fuere-, se enriquece la variopinta y ya de por sí folclórica exposición cubiche. Sí, pues si hay algo folclórico es el exilio nuestro de medio siglo.

Folclórico en cuanto tradicional y folclórico en su raíz política, que no deja de ser un aspecto fantasmal. El exilio lleva mucho de fantasma. Así sus órganos vitales, los que se supone vertebre y coaccione, son espacios fantasmas.

Revistas, fundaciones, asociaciones, periódicos… no sé cuántos tiene el exilio, todos fantasmas. ¿Cuántos partidos tiene el exilio? ¿Para qué sirven?

Bueno, puedo dejar aparte a algunos restaurantes de Miami y otros de Europa que sí funcionan.

Pero es en la organicidad y en sus intereses donde el exilio hace gala de una nula capacidad para lograr consenso. Es en el planteamiento de una estrategia para dejar de ser exilio. Los posicionamientos más ultra son los que han prevalecido. La política del dale al que te dio, sin poder dar en realidad, no solamente ha logrado el endurecimiento en las relaciones familiares y de toda índole, sino que ha atomizado todavía más la diáspora. Sin dejar de mencionar al que no le dieron, pero quiere dar, pues de tanto decírselo se creyó que le dieron.

Y es que el arte de la espera, del derrumbe, del “eso se cae algún día”, sigue siendo la única política visible. Cualquier intento de proximidad o de insistencia en, por lo menos, formalizar un factible encuentro entre selectos representantes del destierro y los que a día de hoy continúan disponiendo del poder en la Isla, es mirado con recelo en el mejor de los ejemplos.

Sobran casta y batallitas de cada cual. Ya lo decía la poeta: no sé qué nos hace pensar que somos tan especiales.

A esto le sumo la llegada masiva de exiliados por derecho propio. Puede que como yo, aunque sea posible igualmente que no llegue mi pedigrí a la altura de estos que se creyeron un cuento y luego nos lo venden a diario. Brillantes autoexiliados que a fuerza de repetir lo evidente se llenan la boca de palabras gordas. Las medallas del exilio se ganan con palabras gordas también. Con mucha lengua, socarronería y desmemoria se hace carrera de exiliado.

Se sabe la validez de la distancia y el valor de estos individuos. Se sabe que es muy complicado gritar desde “distantes riveras”. Se entiende a quiénes me refiero.

Por ello y cansado de casi todo, la verdad es que vi una gran valentía en la propuesta nada descabellada, menos rara, del Movimiento Retorno, en entrevista al fotógrafo Delio Regueral hace pocos días, en el blog de Armando Añel.

Agrego que la idea venía de lejos. Fue otro fotógrafo, Arles Iglesias, el que me la planteó en forma de pregunta para un Corto hace varios años: ¿Qué pasaría si regresamos miles de cubanos a la isla el mismo día? Esta pregunta reiterada a varios y escogidos entrevistados formaría la respuesta, la propuesta del Corto.

Una pregunta así es menos tendenciosa y temeraria que un bombardeo de alimentos a Cuba. Por ende, menos viable y capaz de aglomerar figuras, nombres de prestigio. La respuesta trae el agravante añadido de arriesgar el pellejo, el propio. En muchos casos volver a arriesgarlo.

Es la idea contraria de un exilio. ¿Cómo el exilio va a dejar de ser exilio por su propia voluntad?

¿Cerramos el timbiriche y nos arriesgamos a que nos soplen unos cuantos e indefinidos años en el talego? Aquí habría que preguntar, también, si no se tiene un poco de miedo a que se caiga el exilio, parecido a como lo hiciera un reconocido músico en Miami.

No son tiempos para ese tipo de patriota. No para el que propone un riesgo total, pacífico.

Menos para el que sabe que para llegar a fin de mes lo único que tiene que hacer es continuar dándole vueltas a la peonza, que es casi un trompo, pero más hembra.

Cortesía http://www.eforyatocha.com/



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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