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El circo profanado

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Una de las expresiones más socorridas del nacionalismo cubano, convenientemente acicateada por el castrismo, es el béisbol. Curioso cuando menos, porque se trata de una modalidad deportiva importada desde Estados Unidos, precisamente el país contra el que los nacionalistas insulares

cargan desde que se levantan hasta que se acuestan.

En cualquier caso “la pelota”, como se le llama popularmente al béisbol noventa millas al sur de la Florida, está en crisis en Cuba. Tanto que el propio hermano mayor, en la última de sus pétreas “reflexiones”, se ha apresurado a regañar a los “fanáticos” por sus críticas al desempeño del equipo cubano en su último torneo internacional.

En 1961, por decreto, el béisbol dejó de ser un deporte profesional en Cuba para convertirse en un deporte de profesionales mal pagados. Un siglo antes, en el verano de 1864, los hermanos Ernesto y Nemesio Guillo, tras graduarse en Estados Unidos, habían regresado a la Isla para fundar el primer equipo de béisbol de la mayor de las Antillas: los Rojos de La Habana. Como afirma el historiador Tony Otero, “unos años después los hermanos Teodoro y Carlos de Zaldo, estudiantes de la Universidad Fordham en New York, siguen el mismo sendero de los Guillo. Regresan a La Habana en 1878 e inmediatamente fundan el segundo equipo beisbolero cubano. En este caso, los Azules del Almendares”.

En Cuba, el béisbol siempre ha tenido un caldo de cultivo ideal. Los peloteros cubanos frecuentaban la pelota profesional norteamericana mucho antes del ascenso al poder del castrismo, que convertiría después el también llamado “pasatiempo nacional” en un asunto de política interior y exterior. Durante décadas, descontando los naturales altibajos –nada más que excepciones a la regla-, la pelota cubana se impuso en los principales torneos amateurs del mundo, derrotando sistemáticamente a sus rivales, entre ellos a los estadounidenses. Pero hete aquí que ése es ya un tiempo ido. Cuatro derrotas al hilo en los últimos torneos en los que ha participado –más toda una década previa de actuaciones irregulares-, la última en Holanda ante un team norteamericano compuesto por universitarios, han convertido a la antigua superpotencia del béisbol aficionado en un equipo del montón.

A lo menos que pueden aspirar los cubanos de la Isla –a los que la oligarquía totalitaria apenas puede garantizarle pan- es a un poco de circo, y en el circo castrista el béisbol constituye uno de los espectáculos más populares. Otra vez, se trata de un asunto de política interior y exterior, prácticamente de seguridad nacional, porque en tiempos de fugas, comandantes anémicos, subidas de impuestos, desabastecimiento y represión creciente no caben medias tintas. Es el circo o la democracia. Y el circo está siendo profanado.

Cortesía http://www.diariolasamericas.com/

Frustración oficial en Cuba por derrotas en béisbol

un texto de Alberto Muller

En el reciente Torneo de Beisbol en Haarlem, un tope preparatorio para los Juegos Olímpicos de Beijing, el equipo de Cuba perdió 4 contra 1 con el equipo de Estados Unidos.

Y como los comunistas cubanos vinculan el deporte con la política, en virtud de sus escasas victorias en el campo del desarrollo económico, la construcción de viviendas, la erradicación del marabú y el respeto de los derechos humanos, esta derrota en béisbol ha frustrado y conmovido a los altos dirigentes del gobierno castrista.

El jefe de la Oficina de Información del Consejo de Estado, Randy Alonso, famoso por la entrevista a Fidel Castro sobre Einstein, Vietnam y el cobalto, que muy pocos entendieron, declaró en su sitio digital Cubadebate que esta cuarta derrota del equipo de béisbol cubano en topes internacionales contra el equipo de Estados Unidos es una pobre trayectoria del equipo cubano.

El periódico comunista Trabajadores enfatizó que la derrota contra el equipo de Estados Unidos es una verdadera catástrofe.

En los últimos años el béisbol cubano se ha visto enfrascado en un escenario de fugas y deserciones de peloteros con aspiraciones a jugar en las Grandes Ligas.

La Cuba comunista es de los pocos países del mundo donde un triunfo deportivo se vincula inmediatamente con un objetivo político.

Cortesía http://albertomuller.net/



Visiones imperiales (II)

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Hubo un tiempo en que me era imposible entender por qué tantos intelectuales se reconocían castristas, socialistas o, para utilizar un término suficientemente ambiguo, progresistas. Si la principal característica del intelectual supuestamente era, digamos, disponer de un intelecto por encima de la media y ponerlo a funcionar, ¿cómo podía ser que comulgara con regímenes, teorías e individuos minuciosamente refutados por el día a día, por la realidad de un mundo interconectado, desplegado ante sus ojos como una bandera?

Luego accedí al mercado y pude “sufrir” en toda su intensidad la ley de la oferta y la demanda (confieso que he sido, al menos a ratos, más ingenuo de lo que debería). Como asegura el profesor Adolfo Rivero Caro, “es difícil vivir en el capitalismo, es demasiado revolucionario”. Por supuesto, en un marco en el que la demanda -salvo excepciones- desdeña lo literario, el intelectual típico se siente descolocado, cuando no ninguneado. Su producto no se vende: la gran masa no lo compra. El capitalismo es injusto, concluye entonces, porque no valora en su justa medida su talento, ni su obra, ni su currículo, ni su capacidad.

Así, reacciona atacando el sistema y, en consecuencia, defendiendo regímenes estatistas por el estilo del cubano, que suelen subvencionar lo “insubvencionable” (¿sería justo, por ejemplo, que en una Cuba capitalista subvencionáramos con nuestros impuestos a Abel Prieto?). Se trata, en el fondo, de puro interés personal.

Pero sin duda el drama del intelectual en la economía de mercado lo resume mejor Ayn Rand en Qué es el capitalismo (The Objetivist Newsletter, 1965):

“Un manufacturero de lápices labiales puede amasar una fortuna mucho mayor que la de un fabricante de microscopios, aun cuando pueda racionalmente demostrarse que los microscopios son científicamente mucho más valiosos que los lápices labiales. Sí, pero valiosos… ¿para quién? Un microscopio no es valioso generalmente para una modesta taquígrafa que lucha por ganarse la vida con su trabajo y, en cambio, un lápiz labial sí lo es. Un lápiz labial puede significar para ella la diferencia entre la confianza en sí misma y la desconfianza, entre el esplendor y el sudor”.

Textual: Entrevista con Tom Wolfe

fragmento de un trabajo mayor publicado en El País tras la reelección de George W. Bush, y de autor desconocido

¿Ese aislamiento es el mismo que reprocha a los intelectuales, lo que usted denomina “elite de izquierdas”, a los que tanto critica?

Bueno, es que son ridículos. Son tan reaccionarios, tan reaccionarios, Dios mío… Su pensamiento no ha progresado desde 1945. La figura del intelectual tiene prácticamente un siglo de vida. El término fue creado por el francés Clemenceau para designar a los escritores, los artistas, los que creaban. Ahora, la palabra intelectual se ha desvinculado de lo que supone un logro intelectual; un intelectual es un consumidor de ideas, ya no hace falta ser un creador. En realidad, ser creativo es un estorbo. El ejemplo perfecto es Noam Chomsky. ¿Es un hombre conocido en España?

Sí, es conocido.

Bueno, es el ejemplo perfecto. Antes de la guerra de Vietnam, Chomsky era el gran lingüista de Estados Unidos. Se inventó la teoría revolucionaria de cómo se crea el lenguaje y qué es lo que se puede hacer con él. Pero no estaba considerado como un intelectual, porque un intelectual es alguien que sabe sobre un asunto, pero que, públicamente, sólo habla de otras cosas. Y cuando Chomsky empezó a denunciar públicamente la guerra, ¡de repente se convirtió en un intelectual!

Aquí un intelectual tiene que indignarse sobre algo. Como dijo McLuhan, la indignación moral es la estrategia adecuada para revestir de dignidad al idiota. Y eso es lo que hace la mayoría de los que se dicen de izquierdas: en lugar de pensar –lo cual es duro, lleva tiempo, hay que leer–, se indignan por algo, y eso les reviste de dignidad. Siempre han escogido las opciones equivocadas. Me encanta tener al presidente Mao aquí, en mi mesa; Mao fue considerado hasta el final como una gran figura por la gente de izquierdas. También había muchos que pensaron lo mismo de Pol Pot, que exterminó a media Camboya. Bueno, no me haga empezar con estas cosas…

A usted le encanta fastidiarles. Les dijo, después de las elecciones, que iba a ir a despedirles al aeropuerto.

Precisamente por eso me he retrasado unos minutos esta mañana en nuestra cita, porque venía del aeropuerto Kennedy de despedir a mis amigos, que decían que no podrían aguantar cuatro años más de Bush… Yo no me he ido porque alguien tiene que quedarse aquí [risas]. No son mala gente, son simpáticos, tengo muchos amigos que son así.

¿La novela tiene tantos problemas como el periodismo?

La novela está mucho peor que el periodismo, que por lo menos consigue interesar a la gente en algunas cosas. A los jóvenes no les atrae la novela actual, porque no les enseña cómo es el mundo. Los novelistas deberían salir y recorrer el país. Podrían hacer como los directores de cine: habrá, como hay, películas horrorosas, pero al menos siguen interesados en salir y hacer cine sobre cosas que descubren. La novela va a ser pronto como la poesía; algo hermoso, pero marginal en la vida de los lectores. Si no se hace algo, la novela pronto será también marginal.

¿Qué está preparando ahora? ¿Se sigue viendo como Hernán Cortés, a la búsqueda de un territorio nuevo por descubrir?

Me gusta Cortés, aunque no tengo una expedición en marcha. Tengo algo en la cabeza, pero no sé en qué acabará. Estoy muy interesado en los nuevos inmigrantes que llegan a Estados Unidos. Esos sitios del Bronx en los que te encuentras a camboyanos, vietnamitas, gente de otros países asiáticos en un barrio que cambia a toda velocidad. Me resulta fascinante, como lo que ocurrió con los cubanos en Miami: en media generación, se han hecho cargo de la ciudad… No sé si hay otro país en el mundo donde pueden pasar estas cosas. Ésta es una democracia de verdad. América es un país maravilloso, pero no me meta en más líos [risas], no escriba esto último que le acabo de decir.

Los intelectuales contra el progreso

un artículo de Armando Añel

En su libro de 1975 El trabajo que lo hagan los demás. Lucha de clases y dominación sacerdotal de los intelectuales, H. Schelsky despliega la tesis de que la lucha de clases clásica (burguesía versus proletariado) carece de actualidad. En su lugar, el enfrentamiento se estaría desarrollando entre la intelectualidad y el resto, fundamentalmente los productores de bienes y servicios. Schelsky acusó a esta nueva clase de ideólogos de despreciar la “miseria de la realidad” en nombre de la utopía, y debe reconocerse que estuvo suficientemente acertado. Pero hay más: una relación efecto-causa entre la intelectualidad progresista y/o conservadora y el llamado Estado de Bienestar. Aquella no podría sobrevivir por mucho tiempo sin éste.

En la naturaleza individualista del individuo –aquí la redundancia pone en el punto de mira las contradicciones entre teoría y práctica que manejan los escribas de la revolución mediática-, específicamente del intelectual, puede ser rastreada esta suerte de ceguera de lo real. Como ha dicho el venezolano Carlos Ball deteniéndose en el estadounidense Robert Nozick, “se trata de un fenómeno sociológico. La generalizada animosidad de los intelectuales hacia el capitalismo se basa en un profundo resentimiento, al creer que el mercado no premia el verdadero valor de las personas sino más bien a aquellos que satisfacen los gustos y deseos del populacho”.

Consecuentemente, la intelectualidad reacciona contra la idea de la reducción del Estado porque ese mismo Estado le garantiza la supervivencia a gran escala o la valora “en su justa medida”. Hace causa con los pobres, con los necesitados, porque éstos le adosan su santa imagen a cambio, tras la que va en procesión o se parapeta, y porque los necesitados, como los propios intelectuales, apenas si pueden valerse –o se resisten a valerse- por sí mismos. Se rebela, en fin, contra el “imperialismo”, emblema perverso, sobredimensionado, de la iniciativa y responsabilidad individuales. Ser progresista para esta intelectualidad subvencionada es “estar con los pobres”, no trabajar -lo cual nada tiene que ver con arengar- en función de eliminar la pobreza.

La izquierda que encabeza las manifestaciones contra la guerra -siempre que Estados Unidos esté involucrado-, la globalización y otras cosas y causas del caso, es más que nada esa imagen que de sí misma se ha fabricado a través de la intelectualidad a su servicio, de la intelectualidad a la que pertenece: una imagen convenientemente apuntalada por la palabra. Monopolizado el lenguaje, la llamada intelectualidad progresista dispone de un arma tremendamente eficaz y correosa: esa que nombra, tergiversa o programa la verdad a la medida de sus intereses, como si de moldear un muñeco de nieve se tratara.

Resulta hasta cierto punto paradójico que el liberalismo haya abierto como nunca antes las fronteras del conocimiento, haya generado -como nadie- progreso, haya contribuido como ninguna otra corriente de pensamiento a diversificar y propagar la cultura occidental, sólo para ser demonizado por aquellos al timón del monopolio de la verdad o, lo que es lo mismo, del imperio de la palabra.



Perros, sábanas, perros

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¿Qué llama primero la atención del visitante en una ciudad como La Habana? ¿La suciedad de sus calles? ¿La fastuosidad de la pobreza? ¿La turbamulta de los niños pidiendo limosna o golosinas? ¿La a ratos abrumadora cordialidad de la gente? ¿La procacidad de la gente? ¿El mar? ¿El olor del mar yuxtaponiéndose en el salitre de los barandales? ¿La agonía de los viejos edificios? ¿El incesante desfile de los perros callejeros? ¿Las cagadas de los perros?

Un espacio donde el caminante debe evitar, si se decide a irrumpir en la ciudad real, autóctona, la omnipresencia del excremento en las aceras, en plena vía pública. La hez de los perros haciendo ola –haciendo cola– bajo el sol abrasador del mediodía. Dantesco. Escatológicamente alucinante. ¿El excremento es lo primero?

No sé qué llama primero la atención del visitante en la capital de Cuba. Sí sé qué llama primero la atención del exiliado habanero en ciudades como Madrid, Londres, Frankfurt, Oxford, Roma, Berlín, Cambridge, París, Medellín, Birmingham, Toledo e incluso –en menor medida– San Juan, Santo Domingo o Miami. Las palomas.

Fuera de Cuba nadie persigue a las palomas. Casi nadie hace sopa de paloma, ni negocios clandestinos con palomas, ni envía mensajes amarrados a la patita de una paloma. Y el excremento de las palomas, como el de cualquier otro pájaro, podrá empañarte el parabrisas del automóvil o, si realmente estás de mala suerte, ensuciarte la cabeza, pero nunca te perseguirá como un perro, con la pestilente insistencia del excremento de los perros.

La hez canina, particularmente leal en La Habana, es de una constancia incontestable. Persigue al visitante abrumado por las radiaciones solares, por el asedio de las prostitutas y los vendedores de tabaco, desorientado entre las callejuelas tortuosas y los solares en ruinas, y lo intercepta en las esquinas, a la caída de la tarde, en el aquelarre de las concentraciones populares –la cola del pan, del cine, del baño público...–, y le embarra los zapatos.

Es desde los zapatos que el excremento canino ingresa al totalitarismo, imperturbable, procaz: brota desde abajo y asciende, trepa, escala, sube, vuela: hiede. No cabe compararlo con una cagada de paloma.

Cuba. La nación doméstica es ya la nación callejera –el perro, arrojado de la casa, se enseñorea sobre esa otra casa mayor que es la ciudad–, igualmente servil, obediente, cabizbaja, pero ahora también abandonada, miserable. A lo largo y ancho de la Isla lo escatológico zigzaguea en forma de excremento canino, sobre todo en la capital cubana, ese monumento erigido por el castrismo en conmemoración del enésimo aniversario de la revolución de la inmundicia.

Llegado el momento, no será fácil higienizar la ciudad. Ni siquiera recoger a los perros.

Sábanas amarillas

La Habana no sólo conserva las ruinas de lo que fue La Habana. Esos espacios sodomizados por el tiempo y la desidia, en los que la ciudad que fue apenas si emerge de entre las piernas de la ciudad que es (o no es). Las fachadas sucias, moribundas, derruidas –pero también sus interiores-, los balcones desmadejados sobre los baches de unas calles ya irreconocibles, los apuntalamientos y costurones, las sábanas que alguna vez fueron blancas ondeando en la distancia, como vestigios de un armisticio que el castrismo nunca podrá ofrecerle a la capital cubana, a la nación cubana.

No habrá paz en Cuba mientras el actual régimen persista, o por lo menos conserve su carácter excluyente, discriminatorio. Habrá la guerra de los hombres y el tiempo, una contienda que continúa destruyendo minuciosamente la ciudad sodomizada.

Es lo que está a la vista. Aunque, con más frecuencia de la deseable, se olvida la otra ciudad, aquella que aguarda, sumergida, por un futuro más invocado –o deseado- que visualizado. La ciudad de los que acuden a la ciudad huyendo del campo arrasado por la incuria gubernamental, que desembarcan a remolque del hambre, la desesperación y, sobre todo, la esperanza de hallar una salida, la esperanza de “escapar” a cualquier precio. Llegan de todas las provincias y regiones, aunque predominan los “palestinos” (como los denominan, peyorativamente, los habaneros). Gente nacida en la zona oriental de la Isla, donde vino al mundo la vieja guardia reaccionaria que, en el poder desde hace medio siglo, los expulsa de la ciudad a la que arriban esperanzados. Ya se sabe: no hay peor astilla que la del mismo palo.

Un cable de la agencia EFE reveló recientemente que desde 2006 más de veinte mil ciudadanos que residían sin permiso en La Habana –en la Cuba de los hermanos Castro hay que pedir permiso para prácticamente cualquier cosa- fueron desalojados y devueltos a sus locaciones originarias, incluyendo 2,397 en lo que va de este año. La información fue tomada del periódico oficialista Juventud Rebelde, que puntualiza que ya en 1997 entró en vigor el Decreto Ley 217, que regula y contiene la migración hacia la capital cubana. El fenómeno, añade Juventud Rebelde, ha generado 46 asentamientos “ilegales”, dispersos por los quince municipios capitalinos.

Dichos asentamientos, las favelas invisibles de La Habana, proliferan desde hace tiempo en la ciudad, pero de una manera tan subrepticia y marginal –por lo general en la periferia- que muchos habaneros ni siquiera se dan por enterados. En este apartado, la crisis del transporte público, el periodismo castrista y la desidia general contribuyen a la desinformación. Yo mismo, que viví durante 33 años en la capital de la Isla, apenas descubrí estos caseríos –si así puede llamárseles- pocos meses antes de dejar Cuba, como reportero de la agencia Cuba Free Press, que fundara en Miami el activista Juan A. Granados. Constituyen, probablemente, la metáfora más acertada de lo que ha significado la llamada “revolución cubana”: chozas de la desesperanza donde la miseria, el hacinamiento y la corrupción campean por sus respetos.

Entretanto, la ciudad visible degenera como un antiguo animal, abandonada a su suerte por quienes supuestamente debían revolucionar el país, desarrollar el país. En sus balcones, en los que el recuerdo de la orgullosa capital aún persiste, ondean sábanas blancas en reclamo de un armisticio. Sábanas amarillas, vestigios al viento de la ciudad sodomizada. De la ciudad desconstruida.

Cortesía http://www.diariolasamericas.com/



Esperando a los manifestantes

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Un amigo me escribe a propósito de lo que llama, muy atinadamente, “el imperialismo ruso”:

“Deberías hacer algo sobre el resurgimiento de las políticas expansionistas que siempre persiguió Rusia desde que empezó como el principado de Moscova y no tenía más que unas millas cuadradas a la redonda. Ese imperialismo ruso podría llegar de nuevo con fuerza a Cuba y retrasar la transición. Además de que ahora le complica el ajedrez geopolítico a los Estados Unidos. Un tema muy importante”.

De acuerdo en que el tema, que ya han tratado en profundidad y certeramente varios de mis colegas vecinos, amerita toda la atención del mundo. Un fenómeno colateral, relacionado con el asunto, es la ausencia, a más de una semana de iniciado el conflicto en torno a Osetia del Sur, de manifestaciones contra la guerra en España, Europa y el resto del mundo. ¿Dónde están los manifestantes que cuando Estados Unidos participa en algún conflicto bélico inmediatamente se lanzan a las calles como poseídos por el mal de San Vito? ¿Acaso, a diferencia de las norteamericanas, las escopetas rusas y georgianas son de palo?

Mientras esperamos por los manifestantes, les propongo un texto del analista y político Juan Pina, escrito en marzo pasado. A pesar de los meses transcurridos, me parece de una actualidad indiscutible. Cierro luego con un texto mío, cortesía de Libertad Digital.

Medvédev y el regreso de la Guerra Fría

un artículo de Juan Pina

Hay países que sienten la democracia como parte de su esencia cultural y se enorgullecen de sus instituciones y de la pluralidad de puntos de vista de sus dirigentes. Quizá Gran Bretaña sea el ejemplo máximo de una cultura democrática profunda e inasequible a los golpes de la

Historia. En general, Norteamérica y Europa Occidental presentan cotas altas de solidez de los valores democráticos, aunque en España falte aún tiempo de cocción. Por supuesto, hay también democracias afianzadas en otras zonas del mundo: el background cultural de una sociedad puede favorecer o entorpecer la cristalización de la democracia, pero cuando existe auténtica voluntad política siempre termina por asentarse. Es esa voluntad política la que se echa en falta en el país más extenso del planeta.

Rusia es por su historia y por su cultura una sociedad europea que debería formar parte junto a nosotros de la familia geopolítica y económica occidental. La acción de Yeltsin como primer presidente de la Rusia postsoviética nos llevó a la creencia feliz de que, en efecto, Moscú iba por ese camino. Se iba a conjurar la amenaza nuclear rusa, controlada por una nueva clase política aliada de Occidente. Se iba a afianzar la seguridad mutua mediante la pertenencia de Rusia a las instituciones euroatlánticas, y tarde o temprano Rusia sería un miembro más de la nueva Europa sin fronteras para las personas, el capital, los bienes ni los servicios.

Vladimir Putin emergió como el sucesor joven, eficaz y pragmático de Yeltsin, pero pronto acabó con el sueño que acabo de describir, revelando su auténtica faz. Putin resultó ser un adalid de la perdida ortodoxia soviética, enmascarada ahora en una pseudodemocracia, y rediseñó el presente ruso como la paciente antesala de un futuro imperial en el que Rusia volvería a plantar cara a Occidente. Esto implicaba importar el modelo económico capitalista, porque es el único que funciona, pero bajo una estricta supervisión por parte de la camarilla de magnates emergidos de la KGB. El propio Putin fue un eficaz agente del cuerpo de espionaje y represión política comunista, caracterizándose por su capacidad para el seguimiento y la delación de disidentes. Pese a su juventud, Putin no representaba un paso adelante frente a Yeltsin, como se nos hizo creer, sino un regreso al régimen anterior, aunque muy maquillado.

Putin se quitó poco a poco la careta de demócrata, de líder partícipe del interés occidental por globalizar la libertad. Cada año de su mandato ha sido peor que el anterior. Ha respaldado a dictadores como Milosevic y Lukashenko, ha apoyado el exterminio kosovar y ha ejecutado el checheno, se ha aliado con grandes democracias como Irán y China en contra de los intereses de Europa y Norteamérica, desestabiliza a países prooccidentales como Georgia e intentó matar al presidente de Ucrania durante su campaña electoral, chantajea al Viejo Continente con el grifo del gas natural, atemoriza a Occidente con el botón nuclear y amenaza con apuntar otra vez los misiles contra nosotros simplemente por establecer un paraguas defensivo que en nada perjudica a Rusia (sólo a su capacidad de amedrentarnos). Putin se ha ido alejando poco a poco de nosotros, de nuestro modelo de convivencia y de nuestro respeto por las libertades y los derechos humanos y civiles. Ha asesinado periodistas y disidentes (a veces usando nada menos que polonio radiactivo), ha expulsado supuestos espías como en los viejos tiempos, y también como en los viejos tiempos ha restaurado el antiguo himno nacional estalinista con apenas unos retoques en la letra.

Es que, en realidad, lo que quieren Putin y su nueva nomenklatura es volver a esos viejos tiempos: convertir a Rusia en líder de un bloque geopolítico y militar antioccidental aliándose para ello con quien haga falta: con los ultraislamistas, con Corea del Norte, con el grupo de dictaduras comunistas que está emergiendo en América Latina… Todo vale. Y como la apariencia de democracia es sólo eso, una apariencia, pues se permite el lujo de celebrar elecciones de cartón que otorgan el 70 % de los votos a un solo partido (el suyo, claro). Esto se parece también mucho a los viejos tiempos de grandes unanimidades y votaciones al 99.99 % en los congresos del partido único.

Alimentando a la extrema derecha y a los restos del Partido Comunista, Putin ha evitado que surja una auténtica oposición (socialdemócratas, liberales, conservadores), como en cualquier país normal. Las pocas voces democráticas de la Rusia de Putin, como Kaspárov o el partido Yabloko, han sido sistemáticamente acalladas. ¿El mandato de ocho años es un engorroso corsé? Pues no pasa nada, se pone a un delfín fiel como presidente y se baja un peldaño para ser ahora primer ministro. Hay que cambiar algo para que no cambie nada y para que el proyecto a largo plazo siga su curso: el regreso de la bipolaridad y la Guerra Fría. Esa es la triste agenda que Putin le ha encargado a su pupilo, el simpático Dimitri Medvédev, joven del siglo XXI por fuera pero apparatchik del soviet supremo de los años sesenta por dentro.

Cortesía http://www.juanpina.com/Blog.htm

Jugando al ajedrez

un artículo de Armando Añel

En el ajedrez de la geopolítica abundan las jugadas simbólicas, como la que recientemente hiciera Rusia en relación a Cuba –y viceversa-, y como la que acaba de hacer Estados Unidos con respecto a la inminente “independencia” de Osetia del Sur. En el ajedrez real, ciertamente, hay poco espacio para la simbología, si se descartan la apertura escogida por los jugadores –que puede simbolizar un talante agresivo, displicente e, incluso, conciliador o derrotista- y alguna que otra repetición de movidas. Pero en el ajedrez de la geopolítica lo simbólico domina la categoría.

Recientemente, la independencia de Kosovo, apoyada por la Unión Europea y Estados Unidos, puso de malhumor a los imperialistas rusos –esos imperialistas venidos a menos-, que reaccionaron primero con una jugada simbólica: recordarle a Washington que Cuba continúa siendo, potencialmente hablando, su estado asociado en el Caribe. El espectáculo de miles de kosovares agitando banderas norteamericanas –un espectáculo que se repitió en recientes intervenciones del presidente georgiano-, debe haber sacado de paso a Putin y su camarilla.

En este contexto se inscriben los rumores sobre un desplazamiento de bombarderos rusos a Cuba y la visita, hace apenas un par de semanas, de una importante delegación rusa a la Isla. Desfilaron por la Habana, entre mojito y mojito, el vicepresidente ruso Igor Sechin y el general de ejército Nikolai Patrushev, secretario del Consejo de Seguridad de la Federación de Rusia. Lo que cocinaron en los interludios e intersticios del encuentro oficial sólo lo saben ellos, pero evidentemente el propósito simbólico de la movida se cumplió con creces.

Ahora, otra jugada rusa -no tan simbólica como la anterior- acaba de tener lugar: la invasión de Osetia del Sur, que con su independencia de Georgia, a la vuelta de la esquina, pasará a convertirse en una especie de colonia rusa en el corazón del Cáucaso. Ya Raúl Castro salió a defender el uso de la fuerza por parte de sus aliados, como lo hiciera Fidel Castro –salvando las distancias- cuando la invasión rusa a Checoslovaquia. El general, probablemente acicateado por su moribundo hermano, ha acusado al gobierno de Georgia de atacar Osetia del Sur en complicidad con Estados Unidos.

Por su parte la Casa Blanca, al reconocer implícitamente que no intervendrá en Osetia del Sur –siendo Georgia un aliado de Estados Unidos aspirante a ingresar en la OTAN-, ha dado un paso atrás simbólico, y comprensible. La zona de influencia rusa en la región se mantiene así incólume, mientras Washington todavía espera, a cambio, una mayor cooperación de Putin en el diferendo que mantiene con Irán y, por inercia, que la jugada simbólica expuesta arriba –con relación a Cuba- sea sólo eso: una jugada simbólica.

Que no llegue la sangre al río, advierte Estados Unidos a Rusia. Algo que, otra vez salvando las distancias, también parecen advertirle Moscú y La Habana a Washington. Este es un ajedrez efervescente.

Cortesía http://www.libertaddigital.com/



La cruz sobre la isla, el socialismo y los actos de Dios

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Agrego a La cruz sobre la isla este oportuno artículo de Carlos Alberto Montaner, a propósito del “día después” del huracán y las incapacidades del socialismo para afrontarlo. Que lo disfruten:

El socialismo y los actos de Dios

un artículo de Carlos Alberto Montaner

Las catástrofes naturales suelen ser calificadas como ''actos de Dios''. Es una mala traducción del inglés. La tesis de este artículo, derivada de la experiencia, es que todavía hay algo más terrible que estos inesperados destrozos: la incapacidad de los socialistas para mitigar los actos de Dios. El tema es muy importante. Una buena parte de América Latina está apostando por el socialismo y se trata, precisamente, de una zona compuesta por países propensos a los grandes desastres naturales (terremotos, ciclones, inundaciones y monumentales deslizamientos de tierra), y esas devastadoras experiencias son todavía peores en sociedades organizadas en torno a Estados todopoderosos en los que la sociedad civil ha sido deliberadamente diezmada.

Me explico. En Cuba el ciclón Gustav acaba de destruir más de cien mil casas en el occidente del país. Isla de Pinos y Pinar del Río son hoy territorios devastados por la inclemencia del ciclón. Fidel Castro exagera cuando afirma que ha habido el equivalente de una explosión nuclear, pero ha sido muy grave. Medio millón de personas carecen de techo, agua potable, electricidad, comida o medicinas. Miles de escuelas, puentes y empresas agroindustriales -entre ellas la gran zona tabacalera- y centros de salud han sido demolidos por la fuerza del agua y del viento.

Afortunadamente, la pérdida de vidas humanas ha sido mínima por la gran habilidad de la organización de defensa civil que posee el país. Como se trata de una sociedad altamente militarizada y encuadrada en organizaciones de masas verticalmente controladas por la policía política, el gobierno es capaz de evacuar eficientemente un millón de personas en 24 horas. Eso lo hacen mucho mejor que las naciones democráticas más ricas del planeta.

Pero ahí comienza la agonía: no hay régimen más torpe que el socialismo para rehacer los estragos provocados por los desastres naturales o los generados por las guerras. En Cuba hay ''albergues provisionales'' en los que numerosas familias han pasado décadas a la espera de la reconstrucción de sus viviendas. Hace 45 años que otro devastador ciclón, el Flora, afectó a Cuba, y todavía hay secuelas y huellas de aquella tragedia. Algo de lo que nadie debe sorprenderse: en 1989, cuando fue derribado el muro de Berlín, el mundo entero pudo comprobar que los 44 años que habían transcurrido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no les habían alcanzado a los comunistas para recoger los escombros provocados por los bombardeos de los aliados.

¿Por qué son tan incapaces los gobiernos socialistas-estatistas para reconstruir los daños materiales producidos por los grandes percances que periódicamente afectan a casi todas las sociedades? La primera razón tiene que ver con el inventario de repuestos. Son sociedades crónicamente desabastecidas, totalmente impotentes para solucionar situaciones imponderables debido a la infinita torpeza de los modelos de economía planificada. En Cuba no hay colchones, almohadas, inodoros, muebles o electrodomésticos de reemplazo para afrontar el más pequeño de los inconvenientes. No hay puertas, ventanas, tejas o planchas de madera o uralita para reconstruir los techos y paredes. En Cuba no hay prácticamente nada: el infeliz que perdió su poca ropa y sus zapatos demorará años en reunir un nuevo ajuar.

Pero la segunda razón es todavía más importante: en las sociedades socialistas altamente estatizadas (todas legendariamente improductivas), sólo hay un centro dotado de recursos (siempre notablemente limitados) capaz de tomar decisiones y de ejecutarlas. Eso genera una cadena de arbitrariedades, corrupción e ineficiencia que suele traducirse en la parálisis creciente de la recuperación. Sencillamente, los funcionarios que toman las decisiones no son los propios damnificados, sino una intrincada madeja de burócratas indiferentes a los que les da exactamente igual que se reconstruya la casa o se rehaga el puente, porque su responsabilidad, en el mejor de los casos, es administrar parsimoniosamente los escasos recursos que le han asignado.

Cristóbal Colón descubrió los ciclones precisamente en Cuba, y desde entonces se les conoce con el nombre con que los indios taínos designaban al dios responsable de enviar estos fenómenos: Huracán. Cuba siempre ha padecido huracanes porque está en el camino que suelen recorrer estos terribles gigantes, lo que no impidió que el país aprendiera a enfrentarse a ellos hábilmente. Sólo en el siglo XX, por lo menos tres ciclones han sido peores que el Gustav (años 1926, 1932 y 1944), pero en los tres casos en menos de seis meses habían desaparecido las cicatrices dejadas por estas colosales tormentas. ¿Por qué? Porque existía una densa sociedad civil provista de un gran tejido comercial, y cada persona sabía cuáles eran sus necesidades inmediatas y cómo afrontarlas. La ''mano invisible'' no sólo opera en circunstancias normales: es todavía más eficiente cuando tiene que improvisar soluciones de vida o muerte. Hoy esa inmensa tarea, absolutamente compleja y minuciosa, le corresponde al Estado y éste, simplemente, no sabe llevarla a cabo.

Cortesía http://www.firmaspress.com/

La cruz sobre la isla

un texto de Armando Añel

A punto de cumplirse medio siglo de totalitarismo en Cuba, la cruz meteorológica se superpone a la cruz política: apenas había abandonado el huracán Gustav la costa norte pinareña cuando ya Ike penetraba por Oriente, a la altura de Holguín. La multitud de blogs que han venido ocupándose del tema no me instigaba precisamente a abordarlo. Pero un par de observaciones del comentarista Apocalipsis Now, que pueden leerse en el tema anterior a éste, Montaner: El capitalismo que nos aguarda, me hizo cambiar de idea.

“Primero Gustav lo cruzó de sur a norte y ahora Ike lo cruza de este a oeste. Vertical, horizontal. Una cruz sobre el mapa cubano (...) Amaneceremos en una nueva Cuba definitivamente liberada de polvo y paja por el viento y la lluvia. Amanecerá este enero de 2009 marcando el fin de medio siglo de oprobio. El castrismo desaparecerá víctima de su naturaleza, de la naturaleza”, escribe el comentarista. Y termina afirmando que este año fallecerá Fidel Castro.

Más allá de los elementos especulativos del comentario, cabe argumentar en torno a algunos de sus ingredientes. Lo cierto es que no recuerdo la última vez que dos huracanes de categoría pasaron en cruz sobre el territorio cubano, con apenas horas de diferencia, y por supuesto, es evidente que nunca lo habían hecho en momentos tan complejos para el castrismo, que se debate entre la agonía del padre fundador y la imposibilidad de instrumentar reformas que, sin embargo, la población demanda desde hace meses. Una de las que se han estado demandando, recuérdese, es la eliminación de las visas de entrada y salida a los ciudadanos nacionales.

A propósito de la ayuda humanitaria, el asunto ha vuelto a ganar protagonismo. La cancillería cubana observa que en Estados Unidos “se ha desatado en las últimas horas un amplio debate público acerca de la posición que debería adoptar su gobierno ante los severos daños causados por el huracán Gustav en Cuba”. Considera que “las restricciones a los viajes y remesas de los residentes en los Estados Unidos de origen cubano nunca debieron aplicarse”. Y advierte: “Si por razones humanitarias se restablecieran esos derechos a los cubanos, no habría forma de explicar que se mantuviera dicha prohibición, igualmente injusta y discriminatoria, para los ciudadanos estadounidenses”.

Así, el castrismo condicionó inmediatamente las acciones humanitarias que se disponía a emprender Estados Unidos al levantamiento incondicional del embargo. Cosa a la que Washington, como era de esperar, se negó rotundamente. Mientras, en el exilio, los representantes cubanoamericanos, grupos como Consenso Cubano e intelectuales como Heriberto Hernández y Jorge Salcedo emitían llamamientos. Una carta abierta impulsada por Salcedo en http://salcedodiario.blogspot.com/ pide a La Habana, entre otras cosas, “que implemente el otorgamiento de visas humanitarias para que todos aquellos que deseen visitar Cuba con tal fin durante este periodo puedan hacerlo con sus actuales documentos de viaje, sin discriminación por motivos políticos u otros”.

Un pedido –el de que los cubanos en el exterior puedan ayudar a los damnificados con sus actuales documentos de viaje, sin discriminación por motivos políticos u otros- que cabría extender, en la medida de lo posible, a figuras de la cultura y la política a nivel internacional, dado que sus firmas suelen ser mucho más eficaces, en circunstancias como las actuales, que las de los propios exiliados.

Entretanto, según Reuters, “varios modelos indican que Ike podría emerger al Golfo de México a la altura de La Habana, una ciudad de poco más de dos millones de habitantes”. La agencia cita a Fidel Castro: “Estamos asediados en este instante por los huracanes. Más que nunca se impone la racionalidad”. Y ya se sabe qué significa racionalidad para la delincuencia de uniforme que gobierna Cuba: impedir a toda costa, incluso a costa del sufrimiento de millones de damnificados, que el movimiento humanitario escape al control del régimen.

“Mientras los enemigos se frotaban cínicamente las manos, los amigos, como se ha evidenciado, son muchos y están decididos a cooperar con nuestro pueblo”, asegura Fidel Castro en la última de sus reflexiones. “Las semillas de solidaridad sembradas durante largos años fructifican por todas partes. Aviones rusos y de otros países llegaron rápido desde miles de kilómetros de distancia con productos que se miden no por su volumen o su precio, sino por su significado. Donaciones de pequeños Estados como Timor Leste, mensajes de países importantes y amistosos como Rusia, Viet Nam, China y otros, expresaron la disposición de cooperar todo lo posible en los programas de inversión que debemos acometer de inmediato para restablecer la producción y desarrollarla (…) La hermana República Bolivariana de Venezuela, y su presidente Hugo Chávez, han adoptado medidas que constituyen el más generoso gesto de solidaridad que ha conocido nuestra patria”.

Pero, a pesar de las ayudas enumeradas por el hermano mayor, una situación de la envergadura de la que nos ocupa podría volverse en su contra –tanto si el régimen persiste en su cerrazón como si se abre-, con la camisa de fuerza estatal desgarrada por las inclemencias del tiempo.

En cualquier caso, ¿la cruz meteorológica nos está anunciando el principio del fin? ¿Podremos cerrar en enero, como anuncia el comentarista Apocalipsis Now, el capítulo de medio siglo de dictadura totalitaria? En el corazón de Occidente, con un exilio que representa cerca del veinte por ciento de la población cubana a apenas noventa millas, sin financistas de peso más allá de un Hugo Chávez crecientemente impopular y con la desaparición política de su máximo cancerbero consumada –la desaparición política de esa mezcla de encantador de serpientes y azote de reformistas que fuera Fidel Castro no constituye un desencadenante menor-, ¿estará la dirigencia castrista en condiciones de sostener el inmovilismo por mucho más tiempo?

La dirigencia sabe que la apertura, sea de la índole que sea, significa su final. Mientras, la cruz continúa sobre la Isla.



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Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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