Carta a Batman
En Cuba se están acabando tus primos los murciélagos, y todo por el sofrito.
Si la Isla fuera un lugar de esos donde la lógica —aunque sea masónica— fuera el instrumento fundamental del pensamiento y yo fuera un poco mal pensado, sospecharía que lo de la fábrica de sofrito fue el primer paso de una gran compañía de fabricación de repelentes que buscaba acabar con el depredador para incrementar la colonia de aedes para vender luego su producto. Pero no llego a eso, ni es la lógica un sistema de razonamiento en una isla donde lo fundamental es el racionamiento. Racionar sin racional. La solidaridad espontánea y viril de la cucaracha ha ayudado a que sus parientes se propaguen, fortalezcan y campeen por sus respetos. Un zumbido que vibra en la montaña, y se aleja del mangle para invadir valles y montañas en su campaña de inoculación.
Por eso te necesitamos. Porque eres el único murciélago capaz de aplastar toneladas de cucarachas sin que la sangre llegue al río, y averiguar, de paso, qué ha pasado por fin con el puñetero sofrito, que también decidió evaporarse. No me importa siquiera que me digan, con lógica meteorológica, que eres un personaje ficticio creado por Bill Finger y Bob Kane. Si con los fingers recogí la dulce kane de mi tierra, mandando la lógica para Mazorrica. Vuela hasta la Isla, que tu reto son millones de crustáceos o quirópteros o equiláteros con seis patas, color borra vieja y antenitas que posiblemente reediten la gloriosa invasión de Oriente a Occidente. Y esas no creen en la trocha de Júcaro-Morón.
La gente te verá cruzar con tu batimóvil el cielo insular, con grandes esperanzas, atronante, glorioso, iluminando los cirros. No imaginas cómo esperan tu luz. Sentirás los vítores cuando tu capa se despliegue, y, aunque el gobierno de seguro pretenderá caparte, tu escaparás tras cumplir la misión. Entonces, junto al sabroso olor a jugo de cucaracha apachurrada, se levantará el aroma de tu osadía, una mezcla de feromonas de roedor con ají molido, porque no habrá quien te quite el tufo a sofrito. El cielo será tuyo, y se vestirá de fiesta con su mejor color. Mucha gente confundirá tu estela con Estela Raval. Otros pensarán que el Estado está repartiendo, después de 48 años, Bacardí por la libre.
Iba a darte aquí la receta del sofrito, pero no vale la pena. El sofrito se usaba en tiempos remotos para condimentar ciertos alimentos que no entran precisamente en la dieta del murciélago. Creo recordar que llevaba tomate, ajises, sales biliares y de las otras, ajo y cebolla, materiales reconocibles y autóctonos que uno recogía de cualquier maceta o cantero. No sé qué sucedió. Se evaporaron los alados ratones de tu familia y desaparecieron con ellos aquellas latas rotundas y de amoroso acabado que contenían el sofrito. Tú, da la batalla, regresa a tus hermanos a la cueva matancera aunque tengas que armar una matanza, y de paso, sugiere nuevos diseños para las etiquetas del puñetero mejunje culinario, que posiblemente también espantarán a los murciélagos.
Yo espero. Tengo paciencia. Sé que con tu intervención foránea regresarán aquellos dulces bichos peludos que vi colgados en mi infancia cabeza abajo, madurando a la sombra de un ala, cuando los cuentos eran en flor crombet. Murcielaguiza el islote, por tu madre, y al terminar tu faena, llevando en tus viriles manos dos rabos y dos orejas, lanza tu audaz grito de guerra. De Oriente a Occidente el pueblo vibrará al escucharte gritar: ¡Tamanguaaaariiii!
Lo malo es que desaparezcan las cucarachas y Cuba sea un lugar donde la población de murciélagos no deje vivir al resto de especimenes humanos que esperan también cabeza abajo mejores tiempos. Y que jamás, nunca jamás, se vuelva a oler en las cocinas el olor dulzón del sofrito.
Muy nocturnal e insectívoro,
Ramón
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