Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Humor

La soledad a los cien años

Incluso embalsamado, el Comandante podría ser la mayor garantía de la felicidad de los cubanos.

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Según un estudio de la New Economics Foundation (NEC) y el grupo ambientalista Friends of the Earth, los latinoamericanos, con los colombianos a la cabeza, se sienten más felices con su vida cotidiana que los ciudadanos de los países industrializados. Y uno que vive en un pueblo de Nueva Jersey donde hablan inglés sólo algunos televisores y todos los adolescentes (su idioma consta únicamente de la palabra "fuck"), se pregunta qué carajo hace tanta gente lejos de los países más felices del planeta.

Dicen Los Amigos de la Tierra (buen nombre para un conjuntico del programa Palmas y Cañas) que Colombia ocupa el segundo lugar en el ranking de la felicidad (detrás de Vanuatu, un archipiélago de 84 islas en las que por falta de espacio las carreras de 100 metros se corren dando vueltas a un cocotero), Costa Rica el tercero, República Dominicana el cuarto, Panamá el quinto y Cuba el sexto, seguidos de Honduras, Guatemala y El Salvador.

¡Qué casualidad! Justamente los mismos países de donde viene la gente de mi barrio, ubicado en el país número 150 del ranking (Estados Unidos). Y no es que pretenda cuestionar las conclusiones de los muchachos de "Palmas y cañas". Piensen que son gente que se tomó el trabajo de analizar 178 pueblos del planeta multiplicando la duración de vida media de cada uno por la "tasa de satisfacción" y dividiendo todo por el impacto ambiental de cada nación.

¿Qué puedo decir yo, que a duras puedo calcular las propinas en los restaurantes? Pero si uno piensa bien en la cantidad de personas que se toman el trabajo de ir desde ocho de los diez países hasta el número 150, no queda más remedio que aceptar que el ser humano odia la felicidad.

Fíjese a su alrededor y verá que la gente prefiere quejarse a ser feliz, pero si, por ejemplo, uno va a quejarse del capitalismo es mejor que sea cara a cara y no en una sucursal en el trópico.

Un hombre de palabra

Partiendo de esa realidad, imagino a un tipo meciéndose tranquilamente en su hamaca (si es que la isla donde vive tiene espacio para un segundo cocotero de donde colgarla) que, de pronto, se dice a sí mismo que no puede aguantar más esa felicidad, y entonces decide mudarse a un lugar donde pueda palear nieve y gastar su tiempo libre buscando parqueo. Porque ese mismo ser que en su país de origen no causa mayor impacto ambiental que un cactus, en cuanto llega al decimonoveno país más infeliz del planeta de pura nostalgia termina por comprarse un vehículo más o menos del tamaño del pueblo que lo vio nacer, con la diferencia de que consume mucho más que todos sus habitantes juntos.

Pero ese enfoque es demasiado general, porque cada pueblo tendrá razones específicas para su felicidad. Vanuatu vive de la agricultura y de la pesca, protege la naturaleza y no tiene ejército permanente; Colombia tiene lo que tiene; y República Dominicana tiene el merengue, que es como bailar con Radio Reloj fuera de revoluciones, pero al final te deja tan eufórico como lo que tiene Colombia.

Y Cuba… bueno. Para garantizar su felicidad, tiene a su Comandante. El problema en este caso es que el Comandante no es eterno. El Comandante, que a pesar de sus últimos problemas de salud todavía no ha dado pruebas convincentes de mortalidad, ya dijo el pasado 26 de julio que no pretendía ejercer el cargo hasta los cien años. Y hay que creerle, porque el Comandante es un hombre de palabra.


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