Carta a René Portocarrero
Nunca más se ha vuelto a ver la ciudad de La Habana con las luces de sus cuadros, como en una navidad perpetua.
Oleaginoso, restauradorio y florido René Portocarrero:
Todas las ciudades deberían tener un pintor. De hecho, casi todas han contado con uno, y hasta con varios, si de pintores de brocha gorda se trata. La Habana no podía ser menos y le tuvo a usted, que tiene y tendrá un mérito innegable: saber por sus cuadros cómo era, o al menos cómo usted quería que fuera.
Ahora miro esos colores que le puso con buen pulso a la ciudad. Son miradas personales en las miríadas de luces. Nunca más se ha vuelto a ver la ciudad de La Habana de ese modo, como en una navidad perpetua. Era Jauja, y se fue quedando en Jau. Mi tío Paelio vio una vez un cuadro suyo en una revista Carteles y dijo que ya conocía la capital. Por eso se negó a ir. Costó trabajo enterrarlo en la necrópolis de Colón. Parecía que iba a abrir los ojos a cada momento y preguntar para dónde lo llevaban. Hubiera sido capaz de apearse y agarrar la ruta 33 de regreso a Madruga.
Sé que Paelio exageraba, pero en el fondo tenía un poco de razón. Ver La Habana y después morir; pero la ciudad que usted perpetuó, no la que la desidia y la bobería han perpetuado. Mi tío no era precisamente lo que se conoce ahora como un filósofo postmoderno, pero se olía que Remache el Mandón iba a convertir aquel lugar en una jungla camboyana, lentamente, con saña mesurada, ayudado por el tiempo y los fenómenos naturales. Cuando los fenómenos naturales no le responden tan seguidos como desea, trae fenómenos naturales de otras provincias y los pone a dirigir, que es, en Cuba, una de las maneras más efectivas de echarlo todo a perder.
Pero volvamos a usted, a sus pinceles, a su clarividencia, y a esa intuición que algunos confunden con amor. Hay quienes nacen por una intuición y no por amor, y otros que lo hacen en una intuición materna, de esas a las que no hay que llevar sábanas, bombillos ni pañales, sino que basta con ir a poner el niño allí y amamantarlo un poco. Usted mezcló las dos cosas y fue convirtiéndose en una institución.
Había nacido en 1912, y eso reafirma mi intuición de que algo bueno tenía ese año para las artes. No sé si sed crió en sano seno o si la alegría venía ya incorporada, porque con el tiempo le dio por el derroche de colores y no hay alegría más grande que esa. Si no, que le pregunten a cualquier artista plástico de Las Tunas para que vea que cuando tiene pinturas de muchos colores anda por ahí de lo más alegre, emulando con el burro de Mayabe.
Ahora los expertos dicen que usted supo atrapar el color y el ritmo de Cuba. Los colores, baste, pero el ritmo no se lo coge ni Dios. No hay otra manera humana de avanzar tan lentos hacia el pasado, con eso que parece paso de conga y es, en realidad, pase de congo. Ya lo dijo mi tío Paelio en los extertores, sobre ligero estertor: "Esto se está pareciendo a Guinea Ecuatorial". Sólo nos falta que el que manda baile en la tribuna y meta sus tabarras con música.
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