Actualizado: 22/04/2024 20:20
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La Columna de Ramón

Carta al doctor Bernabé Ordaz (I)

La revolución mostró a través de usted su lado más caritativo: encerraba a los 'esquizofrénicos' y gastaba combustible en enchufarlos a la red eléctrica nacional.

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Un hombre se monta en la ruta 76 en dirección a Boyeros. En cada parada del ómnibus se lanza contra las ventanillas y dice, decepcionado: "Esta no es, esta no es". Los viajeros le miran asustados. Cuando la guagua llega por fin a Mazorra, el hombre dice que esa sí es su parada, se baja aceleradamente, se abalanza contra la cerca del Hospital, y lanza, hacia los jardines interiores, un aullido profundo y estremecedor: "¡Sáquenme de aquiiiiiií!".

Un amigo, especialista en masoquismo estalinista, no puede reprimir las lágrimas cada vez que cuenta ese chiste. Le sirvió para una tesis de legrado que no ha podido defender en ninguna parte, pero donde dice, más o menos, grosso modo, entre electroshock y electroshock, que poner a gente quimbada en bonitos jardines no los hace recuperar el buen funcionamiento de sus circuitos, y que la llamada terapia laboral sólo fue un intento de tapar cierto modo moderno de explotación, en beneficio de las industrias locales. Yo no lo apoyo en esa afirmación. Es enternecedor y hasta folklórico tener en casa un embeleco tejido o construido por un pariente con las neuronas achicharradas.

Ese amigo me alertó sobre los aportes que hizo usted a la llamada siquiatría socialista, donde todo el que no estuviera de acuerdo, o manifestara su desacuerdo, o tuviera sus dudas, o cuyo acuerdo o desacuerdo con el sistema social o con su perpetrador máximo fuese parcial, estaba sencillamente loco.

Es curioso como entonces cambiaba la terminología médica: el que no pensaba igual dejaba de ser un potencial paciente de su institución, para ser declarado, sin derecho a replica, insano mental; el gobierno se atribuía entonces el calificativo de paciente... por la paciencia que había tenido soportando el desacato del ciudadano.

Querer todo lo que no ofrecía el sistema, o no querer lo que te imponía, se convertía, así, por puro y simple dictamen de siquiatras ideológicos, en una categoría pisiquiátrica, en una disfuncion del cerebelo, como si el enemigo hubiese inoculado comejen en la silla turca.

Y la revolución mostraba entonces su lado más caritativo: encerraban al portador de esa esquizofrenia, le empayamaban por largo tiempo y lo más importante, gastaba combustible en enchufarlo repetidas veces a la red eléctrica nacional hasta que tuviera carga suficiente para alumbrar un municipio o en vez de sesos tuviera una sustancia parecida a un coctel de ostiones pasados por una batidora ostereizer.

No sé si usted levantaba el catao o firmaba la compra de las extensiones. No tengo constancia de que se devanara el mondongo craneal buscando nuevas sustancias conductoras del alto voltaje. En definitiva el gobierno mostraba su generosidad con una subida de amperaje, mientras mas irreductible y enfermo parecía el paciente.

Usted sonreía beatíficamente, y se encargaba personalmente de guiar las giras turísticas de la prensa extranjera por su institución, llevándolos de la enfermería a las cochiqueras con la misma expresión entusiasta. Pocos sospecharon que estaba probando adentro lo que su mentor implantaba, de inmediato, afuera.

Ahora veo, con temor, que me se ha ido la lengua una legua y no termino de concretar la forja o forjar el concreto. Así que espéreme usted debajo del sombrero en una semana, que analizaremos juntos las nuevas categorías de esa psiquiatría moderna que usted ayudó a modernizar. Le juro que dejaremos a Freud fuera... y yo también, por si las moscas, no sea que me arrime usted un cable con la punta pelada.

Parafrénico y nada ofrénico, Ramón.


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