Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Bailar en casa del trompo

Migración interna y discriminación: ¿Quién no aguanta más, La Habana, Oriente o la Isla?

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"Sólo puede ser ciudadano del Estado el verdadero alemán, de sangre aria (…) aquel que no es ciudadano del Estado, sólo puede vivir en Alemania como residente, y ha de estar sometido a la legislación para extranjeros", rezaba el programa electoral con el que Adolfo Hitler llegó al poder.

Hitler no sólo recibió el voto de los alemanes para ejecutar su proyecto, sino que el componente racial del régimen, en comparación con otros temas, tuvo pocos críticos y una aceptación generalizada por el pueblo germano, según explica José María del Olmo en su libro Las caras del racismo.

Una versión contemporánea del problema se evidencia en Francia. Para el líder extremista Jean-Marie Le Pen, "la delincuencia, la falta de trabajo y hasta las dificultades para el pago de las pensiones" se deben al elevado número de inmigrantes en Francia.

Le Pen, quien disputó las elecciones generales de 2002 con el actual presidente Jacques Chirac, ha vuelto a la palestra pública tras los incidentes violentos de los últimos meses en París. Mientras Chirac (derecha moderada) plantea una razonable doble vía de mejoramiento de las condiciones en las periferias y mano dura contra la delincuencia, Le Pen aprovecha para hacer campaña y dice que la solución es "todos fuera" para volver a la Francia pura.

¿Elogio de la pureza?

Hoy, desdichadamente, son muchos los habaneros que perciben en la migración de los orientales hacia occidente el origen de todos sus problemas, que no son pocos. Ser oriental es un estigma; parecerlo puede ser una tragedia. Algunos, que se las arreglan para parecer puros de raza, incluso en el exilio, se ufanan de que los pocos habaneros que quedan en la capital son "perfectamente distinguibles".

Estos esgrimen el hecho de que la mayor parte de las propiedades de los habaneros están ocupadas por "provincianos"; lo que ocasiona que los pocos "originales" vivan "como en un país extranjero, rodeados de provincianos zafios".

Criterios de este tipo, elogiosos de la pureza nazi, la no contaminación por razones de raza, origen, acento, nivel cultural y otros aspectos, han calado profundo en muchas personas, lo mismo en La Habana que en Oriente. Incluso en aquellos cubanos que hoy caminan tranquilamente por calles supuestamente "ajenas", lo mismo en Miami, Madrid o Valencia, rodeados ya de un cada vez más bajo por ciento de "nativos originales", por obra y gracia de la globalización.

En dichas ciudades también existen sectores que opinan que los extranjeros, entre ellos los cubanos, ocupan sus espacios y transforman "su paisaje, su cultura". A pesar de ellos, ¿no seguirán viviendo los cubanos en estos sitios mientras sus circunstancias personales (espirituales y materiales) no permitan otras soluciones?