Actualizado: 07/05/2024 1:47
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El presente a la carta

Burles, las nuevas casas clandestinas de juego: ¿Un remedio contra la falta de futuro?

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Igualmente apoyan la actividad desde el exterior, parqueadores, bicitaxis y vigías, unidos a un muy nutrido concurso de expendores de café, refrescos, bocaditos, frituras, dulces, batidos, caramelos, helados, cigarros y tabacos… Por cierto (también deben tomar nota los numerólogos y cubanistas), todos estos productos son ofertados a precios que sobrepasan de manera notable sus valores de venta en cualquier otro mercado capitalino en moneda nacional.

Es que, claro, en los burles se está moviendo el billete con fuerza. Y la gran billetada cuquea a las bestias del instinto. No en balde entre sus tipificaciones aparecen figuras permanentes como el garrotero, individuo encargado de prestar dinero a los perdedores o incluso a quienes acuden al local sin un centavo, siempre con cortos plazos para el pago y con muy elevados intereses.

También está el jamonero, que practica la usura mediante la compra a precios de emergencia de prendas personales o de cualquier objeto con algún valor.

Apostar por el hoy mismo

En tal sentido, el burle se parece a la vida: se puede llegar a sus predios más arrancado que un boniato en temporada y, poco después, salir con los bolsillos llenos. Asimismo, es posible (y probable) caerle con mucho dinero y salir de allí más arrancado que un boniato, o salir con una deuda que no la brinca un chivo, o en hueso y pellejo, habiendo dejado en el empeño hasta los meros calzoncillos.

Entre las cortesías del establecimiento (exclusiva para quienes apuesten importantes sumas), está el servicio de transportación gratuita para los apostadores, ganen o pierdan. Una fineza del dueño, sin duda. Para los ganadores, esta prerrogativa agrega además el servicio de escolta hasta la misma puerta de su casa.

Se ha dado más de un caso de rivalidades hostiles entre dueños de burles. Y aunque parezca extraño, tales diferencias no suelen ventilarse con la intervención de los ejércitos de guapetones. 'La paz es progreso', parece ser otra divisa de estos pillos. Saben que no les conviene levantar bulla. Entonces prefieren matarla callando, como los mejores políticos. Aunque no por ello dejan sin saldar la cuenta con el enemigo. Sólo que la saldan de un modo muy simple: propiciando, con pago mediante, que sean denunciados ante la policía.

Cualquier parecido con Sicilia, o con las películas del sábado, debe ser pura coincidencia. Porque no estamos en Hollywood, sino en la Isla de la Libertad, donde el peripatético futuro no es ya siquiera el sueño que soñaremos esta noche —como diría la Loynaz—, por lo cual la gente prefiere apostar por el hoy mismo.

No resultará más bonito, pero es la disyuntiva, en tanto, en la acera de enfrente nos sigue aguardando aquel mundo mejor que, según la consigna, es posible. Un mundo, que al no ser para luego ni para ahora, no es sino el mal que no mejora.


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