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Represión

La celda de los TB

La vida real de Normando Hernández y el doctor Alfredo Pulido López, dos hombres inocentes que están presos y padecen tuberculosis.

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Alberto Castiñeira fue el primer enfermo de tuberculosis que conocí en la cárcel. Llegó tinto en sangre una noche a la enfermería, casi inconsciente, con una herida larga en el brazo izquierdo y otra redonda y profunda que parecía una pulsera viva en la muñeca de la mano derecha.

Lo trajeron entre cuatro guardias. Era un tipo enorme y muy blanco. Lo dejaron sobre la mesa de curaciones. Al poco rato entró un médico, le cosió las heridas, ordenó que le pasaran una transfusión y que lo dejaran en observación 24 horas.

Supe enseguida por otros presos que a cada rato este hombre y dos o tres más del grupo de los tuberculosos (Eduardo Cervantes, José Castañeda) se picaban las venas para protestar por la mala alimentación que recibían, para que se conocieran los atrasos en el suministro de los medicamentos y por el abandono general en que estaban.

Con un poco más de libertad de movimiento, hacinados en una galera improvisada, junto al almacén del comedor, con una entrada independiente sobre el patio, a la altura del pasillo de las celdas de castigo, en la prisión de alta severidad de Canaleta. Enfrente, a sólo unos pasos por la hierba, una garita con un centinela armado y las tres cercas que rodean la cárcel. Ese es el paisaje que tiene que mirar ahora, día y noche, el periodista Normando Hernández, que contrajo esa enfermedad allí y se le descubrió hace dos semanas.

En ese portalón debe estar ahora, cada vez que pueda, lejos de los baños turcos, las moscas, los ratones, a la espera de que uno del grupo vaya a la cocina a buscar la comida, que es el mismo menú de campo de concentración que le dan a todos los reclusos, reforzado con una cucharada más de arroz y algún plátano burro o una tajada de calabaza, si ha venido el camión del suministro y queda algo de sobra que no haya llamado al atención de los que mandan.

Normando tiene ahora un nuevo apelativo para uso exclusivo de los carceleros. Además de C.R. (contrarrevolucionario), será un T.B. (tuberculoso). Recuerdo siempre los gritos de los guardias, órdenes rápidas, gritadas por los jefes: "No dejes que los C.R. pasen por ahí. Mucho cuidado con esos C.R.". O estas otras: "Cierra la puerta intermedia de los T.B, que se queden afuera y entre uno solo".

Así, Normando en Canaleta y el doctor Alfredo Pulido López en la prisión camagüeyana de Kilo 7. Esta semana lo supo Rebeca Rodríguez, su esposa. El médico, que cumple una condena de 14 años, se enteró a finales de abril, cuando le hicieron la prueba del Mantoux.

Pulido pasa a ser también un TB en Kilo 7. Esta enfermedad es el golpe definitivo para su salud devastada por los rigores de cuatro años de encierro en calabozos insalubres. El prisionero desde hace tiempo padece de hemorroides, amigdalitis, gastritis y neuralgia occipital. Como un castigo adicional, Pulido, que es odontólogo, ha perdido ya parte de su dentadura por falta de atención.

Esta es la vida real: la agonía constante y la vida en un hilo de hombres inocentes que están presos para que una reserva de estalinistas ineptos culmine la obra maestra de arruinar y destruir el país.