Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Sociedad

La transfiguración de Alberto El Loco

Un enfermo mental de La Habana está en la cárcel. Y no por apuñalear o robar, sus lindezas anteriores.

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Alberto El Loco está loco, nunca dio motivos para dudarlo. Esquizofrenia de la peor, incurable y agresiva, dicen que dicen los médicos. Todos en su barrio habanero de El Cerro lo conocen, le han visto hacer locuras desde niño. Saben que cuando mezcla la crisis mental con el ron, es capaz de caer en trances de escalofrío.

Va al policlínico y lo vira patasarriba, agrediendo a los médicos que se niegan a recetarle ciertas inyecciones que le gustan mucho, porque "lo ponen a flotar". Se cuela en la casa de cualquier vecino a robarse lo que encuentre a mano y a rascabuchar a las mujeres. Desafía al más pinto para un duelo a machetazos, sin necesidad de que medien rencillas ni discusiones y sin que le importe siquiera que el desafiado pertenezca a su propia familia.

Alberto El Loco ha dado puñaladas y ha incurrido en otras bárbaras lindezas de las que —por su forma y contenido— suelen incurrir únicamente los locos. Son cosas que viene haciendo desde hace mucho tiempo, pero por las cuales no tuvo que pagar nunca con encerramientos prolongados: ni en galeras, ni en una granja, ni en el manicomio. Iba preso durante unas pocas horas o unos pocos días, pero enseguida quedaba libre y de vuelta a sus andadas.

A decir verdad, los vecinos del barrio se mostraban escandalizados ante el hecho de que Alberto El Loco no fuera sentenciado por los jueces, o al menos ingresado en Mazorra. Incluso, no eran pocos los que repetían que tal vez no estaba tan loco nada. En todo caso (también llegaron a decir), aún más que loco o por encima de su locura, Alberto El Loco era un sinvergüenza y merecía ser tratado con mayor rigor por parte de las autoridades.

Un momento de amable cordura

El pasado primero de agosto, día de malos augurios para los lunáticos, los vampiros y los hombres lobos, Alberto El Loco se tiró temprano de la cama y aún antes de probar el primer buche de ron, salió a la calle y se puso gritar a todo gaznate: "Libertad para Cuba", "Abajo el tirano", "Qué viva la democracia".

Una vez más la policía lo metió en la jaula. Sólo que al contrario de todas las otras ocasiones, ahora Alberto El Loco sí fue llevado a juicio. Y con celeridad pasmosa: apenas 24 horas después de caer preso. También a diferencia de otras veces anteriores, resultó condenado por los jueces a cumplir cuatro años de cárcel. No había robado, ni rascabuchado, ni apuñalado a nadie. Sencillamente proclamó en voz alta sus deseos, algo que no constituye delito en ninguna otra nación de este planeta al que gustamos llamar civilizado.

Hoy, todos los vecinos del barrio visitan a toda hora la casa de Alberto El Loco. Todos se preocupan por su situación. Todos lo extrañan y hasta rememoran sus trastadas con sonrisas entre benignas y nostálgicas. Todos se interesan por saber si le permitirán visitas, no para ir a verlo a la prisión, lo cual sería una imprudencia, pero sí para enviarle cigarros y algunas chucherías. De la noche a la mañana el coco repelente devino ángel justiciero.

No obstante, esta transfiguración no es lo más pintoresco ni lo más revelador que ha provocado el suceso. Ahora todos, absolutamente todos en El Cerro aseguran que con lo que hizo el primero de agosto, sí es verdad que el loco de la barriada demostró estar loco de remate. Un criterio discutible, sin duda, ya que precisamente Alberto El Loco se encuentra en chirona debido quizás al mejor momento de amable cordura que tuvo la suerte de experimentar en su vida.