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La opinión de...

«Sólo el cambio puede traer estabilidad»

Juan Antonio Blanco, Jorge Ferrer y María Cristina Herrera. Analistas opinan sobre la situación actual en Cuba.

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Juan Antonio Blanco
Director para la Cooperación Internacional de Human Rights Internet (HRI).

No sería nada sorprendente que un anciano de 80 años tenga que enfrentar quebrantos importantes de salud que, a esa edad, pueden devenir en fatales. Tampoco sería extraño que un jefe de Estado sea sustituido por su segundo en la cadena de mando según las leyes vigentes si se ve incapacitado, se ausenta del país o toma un reposo por enfermedad.

Lo que hace inusual el caso de Fidel Castro es que: a) lleva casi medio siglo en el poder sin cederlo (ni compartirlo de manera significativa); b) no ha permitido que sean las instituciones y leyes vigentes, incluida la Constitución, las que se hagan cargo de la situación, sino que decidió "proclamar" directamente el traspaso de sus cargos con un conjunto de claras limitaciones respecto a la temporalidad —palabra repetida seis veces en un texto de una página— y las personas con las que debe operar su temporal sucesor; c) el secreto de Estado que rodea la evolución de su salud (a diferencia de lo ocurrido, por ejemplo, con el Papa Juan XXIII, Sharon o Reagan). Por lo tanto, si alguien es culpable de desatar rumores y especulaciones no es otro que el octogenario caudillo cubano.

Sin dejarse arrastrar por la catarata de especulaciones que al respecto inundan hoy los medios de prensa internacionales, vale la pena formular algunos comentarios sobre la actual coyuntura.

Fidel Castro no ha querido que ésta sea una sucesión. Ha traspasado —temporalmente— cargos, no el poder. Lo que desea es que su hermano administre el statu quo, bajo orientaciones precisas y con personas escogidas por él, hasta que la evolución de su salud tenga un desenlace definitivo. Lo que a duras penas ha hecho es encargar a Raúl la administración de las políticas en curso. Lo obliga a hacerlo con un conjunto de personas que él mismo ha decidido y por medio de mecanismos (comisiones de trabajo, etcétera) que mantienen su estilo unipersonal, extrainstitucional y centralizado de toma de decisiones, que Raúl Castro siempre ha visto con preocupación. No le permite ser un líder con legitimidad suficiente para ser respetado por interlocutores nacionales y extranjeros, ni le permite tomar los cursos de acción que considere apropiados.

Es por ello que Fidel Castro apenas ha nombrado un administrador provisional del país, no a un sucesor. Si en lugar de fallecer, su convalecencia se prolongase —con apenas una recuperación que le permitiese seguir interfiriendo en la política nacional para congelar el statu quo—, se abriría un período de mayor incertidumbre e inestabilidad que cualquier otro en los últimos 48 años.

Mi segunda observación es que la cúpula dirigente cubana viene dando claras señales de lo que siempre ha querido ocultar con tanto afán: la existencia de desconfianza, ambiciones y recelos que se incuban en su interior, y que también reflejan diferentes tendencias y corrientes de opinión.

Fidel deja clara su voluntad de que la evolución de su situación clínica ha de ser recogida en radiografías, vídeos y otras evidencias incontrastables, en lugar de ser definida por medio exclusivo de partes médicos que puedan ser influidos por sus sucesores para, eventualmente, justificar su futuro alejamiento de la política. No quiere seguir el destino de Lenin en manos de los médicos con que Stalin consiguió aislarlo hasta su muerte, ni el de Bourguiba en Túnez. Su "Proclama" (concepto curioso) fue leída por su secretario personal y no por Raúl u otro funcionario oficial.


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