Actualizado: 28/03/2024 20:07
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La opinión de...

«Sólo el cambio puede traer estabilidad»

Juan Antonio Blanco, Jorge Ferrer y María Cristina Herrera. Analistas opinan sobre la situación actual en Cuba.

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Raúl Castro parece inclinado por ahora a aceptar su limitado papel de administrador del statu quo hasta que se clarifique el pronóstico médico de manera definitiva. Pero, ¿por cuánto tiempo?

Para que Raúl Castro pueda consolidarse como sucesor (durante los pocos años de vida que puedan quedarle con su frágil salud y edad similar a la de su hermano), tendría que anunciar, a la mayor brevedad, medidas y cambios sustantivos, capaces de hacer renacer alguna expectativa de mejoramiento a corto plazo de la cotidianidad en la sociedad cubana, así como una apertura hacia un pluralismo de ideas, tanto políticas como económicas —conjuntamente con reglas de juego y garantías claras y estables—, para todos los actores y nacionales (residentes en la Isla y otros países).

Paradójicamente, sólo el cambio puede traer estabilidad. A mayor cambio, mayor estabilidad. Raúl Castro —de decidirse a ello— podría ser el líder de una corta sucesión que haga las aperturas necesarias para un suave aterrizaje de la nación en la transición hacia un sistema de democracia participativa con mercado social, al que aspira la mayoría de la población y que permitiría avanzar hacia un futuro promisorio sin excluir a ningún sector o persona.

Raúl Castro puede dejar un legado similar al de Jaruzelsky o al de Ceausescu según la actitud que adopte ante la inevitabilidad de la dialéctica histórica. Como hizo Jaruzelsky en Polonia, podría encabezar una sucesión que llegara a pactar el inicio de la transición pacífica hacia un Estado independiente, soberano, democrático y de Derecho, con plena vigencia de todos los derechos humanos. Ese sería el camino de la necesaria reconciliación nacional.

Pero si en las nuevas circunstancias prefiriese atrincherarse, como Ceausescu en Rumania, en el presente statu quo, podría llevar al país a una confrontación de incalculables consecuencias. Esa es la opción a la que Fidel Castro lo empuja con su Proclama. El octogenario caudillo lo desea atrincherado en el camino del desastre.

Al ser designado como sucesor temporal con un equipo no elegido por otro que el propio caudillo, se le cierra la posibilidad de asumir su responsabilidad histórica a plenitud, a menos que decida tomar la iniciativa más allá del degradado papel de administrador provisional del statu quo que su hermano le ha conferido.

En estas todavía inciertas y precarias circunstancias, toda acción o llamado a la confrontación es irresponsable. La oposición, la disidencia, el exilio y, sobre todo, la inmensa masa de ciudadanos y funcionarios silenciosos pero insatisfechos con el statu quo, deben procurar espacios de expresión y diálogo con todo cubano —tenga el nombre y apellidos que tenga y radique en la Isla o el exterior— que esté dispuesto a cooperar en abrir un nuevo y más promisorio capítulo, de modo no violento, a la historia nacional. No debemos quedar de rehenes del odio sembrado todos estos años. El que odia no razona. Esa tentación debe ser rechazada por todos. Si sucumbiésemos a ella, Fidel Castro se reirá de nosotros desde su lecho o su tumba.