Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Literatura, Obituario

A la muerte de Agustín de Rojas

Él sabía que, aun después de recibir el Premio David de Ciencia Ficción y de su Espiral, la novela ganadora, estaba perseguido, acorralado

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Murió Agustín de Rojas. Anunció que dejaría de comer y así lo hizo. Y murió el pasado domingo 11 de septiembre. Según las noticias que llegan, ya en el hospital los médicos descubrieron que uno de los mejores escritores de ciencia ficción nacidos en Cuba —y, en sentido general, hasta el domingo pasado uno de los mejores narradores cubanos vivos— padecía además cáncer y otros atropellos a su organismo.

Lo conocí en 1980. Le llevé la noticia del Premio David de Ciencia Ficción. Me resultó un tipo muy simpático. A mí, y me atrevo a asegurarlo, a todo el que lo conociera en aquel ambiente cultural municipalizado de Santa Clara, cuajado de gendarmes estatales y “partidistas”, vividores de la cultura.

Él sabía que, aun después del Premio y de su Espiral, la novela ganadora, estaba perseguido, acorralado.

Pero nunca supo hasta qué punto lo estaba. En varias de esas candentes reuniones que realizan los comunistas para “analizar” a un intelectual —a uno solo— fue acusado de “vago”, algo que, por momentos, parecía que le costaría muy caro a él y a su familia. Hubo que defenderlo con suma fuerza y constancia, poner a José Martí, Carlos Marx y Fidel Castro como ejemplos de vagancia “productiva”.

Agustín de Rojas era valiente, porque aunque no supiera todo lo “complicado” que estaba su “caso”, con lo que sabía era suficiente para no vivir tranquilo. Pero él vivía tranquilo. Creo que porque se hallaba seguro de que su apuesta era mayor: él trascendería, mientras aquellos persecutores —pobres tipos al fin y al cabo— serían olvidados con el paso del tiempo, como así ha sido.

Hoy la obra de Agustín de Rojas, desde Espiral hasta Catarsis y sociedad, es admirada por lectores de culto, olvidos oficialistas y elitistas aparte.

Él era valiente, decía yo, y solidario, puntual y agradecido. Ya con estas virtudes basta para que un hombre sea recordado como un Hombre Bueno. Y era un ser hambriento de libertad, el hambre que padeció toda la vida.


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