Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Literatura

Alabanza del poeta olvidado

¿Por qué es tan difícil para el lector contemporáneo acceder a la totalidad de la obra de Agustín Acosta?

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Saldar una añeja deuda

Para ser justos, debe decirse que ese vacío ha comenzado a ser atendido por una editorial de las llamadas "de provincias". Se trata del volumen Agustín Acosta. Última poesía, publicado en rústica el pasado año por Ediciones Matanzas, la tierra natal del escritor. El libro recopila parte de la obra escrita o editada en el exilio, menos conocida aún por los lectores, tomando como base los cuadernos Trigo de luna y El apóstol y su isla, que aparecieron en el exterior gracias a ediciones artesanales casi simbólicas y sin fecha.

Habría que hacer un breve paréntesis para encomiar la labor poco reconocida de estos muy modestos sellos territoriales, que en ocasiones se arriesgan a poner en circulación libros que jamás integrarían los muy desiguales catálogos de las editoriales nacionales. Además del de Acosta, en Matanzas se realizó una antología de la obra del poeta Luis Marimón, fallecido en Estados Unidos, y otros sellos provinciales (Villa Clara, Pinar del Río y Holguín) han asumido proyectos relacionados con la obra de escritores exiliados.

Claro, al publicarse en el interior estos libros alcanzan tiradas muy limitadas y apenas llegan a distribuirse, pero ya existen, tienen cuerpo y participan con toda su carga de libertad del singular momento que se vive aquí dentro.

Este volumen de poemas de Acosta lleva al reencuentro con un poeta de sólida percepción de su realidad, fiel a su estirpe de escritor dialogante con su tiempo, que luego de cruzar las aguas, vio resurgir entrecortada aquella ancestral voz denunciante de Las carretas en la noche o la claridad y el humanismo de La piedra desnuda, Ex libris o El oscuro combate, entre otros poemas.

En muchas de estas páginas fechadas en los años setenta, los últimos del escritor, reaparece el oficioso sonetista ( A un Adán, Único mar…), estrofas que valdría repasar por estos tiempos en los que parecen ponerse de moda otra vez los modos clásicos del verso. Y también el ser angustiado ante la distancia y la pérdida de aquello que daba sentido a su escritura: "No soy sino un viajero cansado. El alba es dura / y apoyo mi cabeza sobre la piedra dura. / Me ensombreció la noche del camino. Sentado, / como un mendigo, espero la imprevista limosna. / Mimético, entre sombras, no me sospecha nadie".

Quién podría adivinar que estos versos pertenecen al mismo autor de Los camellos distantes, cuya obra le valió el polémico título de "Poeta Nacional de Cuba", conferido por el Congreso de la República en 1955, cuando ya Acosta se había retirado de la política para dedicarse a las letras.

Cuánto quisiera el cubano sin dobleces, amante de esas cálidas transparencias que sólo la poesía propicia, que versos tan sinceros sean conocidos y difundidos a una escala mayor. Felices entonces los otros "normales" que puedan acceder a las últimas e íntimas páginas de un gran poeta de cualquier época como sin dudas fue Agustín Acosta.


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