Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Cantante, Cortez, Música

Alberto Cortez, cantar y cantar en la adolorida sucesión del tiempo

Fallece a los 79 años Alberto Cortez, cuya carrera, larga y exitosa, se desarrolló a ambos lados del Atlántico

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Otra vez el corazón hace una trastada, otra de sus imposturas. Muere por una hemorragia gastrointestinal y complicaciones cardiacas a los 79 años de edad el poeta y cantor Alberto Cortez (Rancul, La Pampa, 11 de marzo de 1940-Madrid, España, 4 de abril de 2019). De nuevo el corazón y sus precipitaciones ahora en confabulación abdominal en un jueves cómplice del ramalazo. “Sin embargo, no podemos dejar de sentir / que debe haber algo parecido a la mirada / sosteniendo, como el ojo a los párpados, / ese otro episodio que llamamos realidad” (Roberto Juarroz). La muerte, esa irrealidad sufragada por el lamento porque “Cuando haya dejado de existir, no habré existido” (Porchia).

Resonancias. Ecos. La partida de Alberto Cortez nos obliga a desenfundar los álbumes de los años 60/70/80/90 del siglo pasado y mirar la mañana y aguijonearla y ofenderla por la privación de sol y el arribo de la pertinaz llovizna interior. Sin esta muerte hubiéramos seguido en la geografía de la muerte. Estamos muertos en todas las muertes. Morimos de lo que amamos. Retumbos. La tristeza, muchas veces, es como un apremio.

Aquí tengo los fonogramas del intérprete de “A partir de mañana”: Poemas y canciones (1967), Distancia (1970), No soy de Aquí (1971), Equipaje (1972), Soy un charlatán de Feria (1976), A partir de mañana (1979), Como la marea (1987), Testimonio (1997), dentidad (2005)… Me faltan algunos: sobre todo, los que hizo con Facundo Cabral (Lo Cortez no quita lo Cabral, 1994; Cortezías y Cabralidades, 1998); no encuentro Almafuerte (1989) ni En un rincón del alma (2001): ¿dónde los habré dejado? ¿En qué mudanza se extraviaron? ¿Qué novia se quedó con ellos?

Empieza la ronda de recordar: repaso para que la desnudez de la sombra conceda luz al olvido. El hijo de Rancul era un hombre cordial y nostálgico. Lo vi en mi juventud muchas veces en La Habana, iba con frecuencia a la Isla: la dictadura nunca lo prohibió. Recuerdo que llenaba el Teatro Karl Marx. Algazaras de miles de voces modulando las canciones que el argentino traía para los cubanos. “Vengo siempre con el afán de pronunciar estos versos, estas melodías porque sé que ustedes están hambrientos de poesía. Nunca he visto en ningún lugar del mundo, un público tan codicioso de canciones como ustedes”, decía en los conciertos habaneros, siempre vestido de negro y extendiendo las manos en el resplandor de las luces. Alberto Cortez nos acompañó en los avatares terribles de una juventud escoltada por un régimen represivo.

Canciones que celebran la presencia y el alejamiento al mismo tiempo. Coplas de simultaneidad melódica-armónica en que el amor/desamor, la amistad, el tiempo, la añoranza, la naturaleza, la infancia, la familia, la muerte, la vejez y los hechos cotidianos moran las concordias de un repertorio cabal y sublime, preciso y vehemente, sentimental y piadoso. Jacques Brel y Édith Piaf fueron determinantes en su talante de compositor y vocalista. Dicen que se sentaba frente al piano para merodear afines que se convertían, poco a poco, en convincentes cánticos.

Escucho acordonado al abatimiento y untado de gozosa devoción las piezas que la memoria reclama. Paso de un disco a otro. “Callejero”, “El abuelo”, “Te llegará una rosa”, “Sombras”, “Miguitas de ternura”, “Ni poco ni demasiado”, “A partir de mañana”… / Dejo para el final “Mi árbol y yo” (“Mi árbol brotó, mi infancia pasó / y hoy bajo su sombra que tanto creció/ tenemos recuerdos mi árbol y yo”) y “En un rincón del alma” (“En un rincón del alma / me duelen los ‘te quiero’ / que tu pasión me dio”). Lloro: requería llorar. Benditos aquellos que nunca los acosa esa necesidad. ¡Qué jueves de este naciente abril! “Cuando un amigo se va / queda un tizón encendido / que no se puede apagar / ni con las aguas de un río”: uno de los temas más conmovedores sobre la desaparición de un ser querido. “Cuando un amigo se va / una estrella se ha perdido / la que ilumina el lugar / donde hay un niño dormido”.

La canción en esplendores supremos. Tiempo sin pausa. Querencia desbordada. El verso empalmado en delicadas rondas melódicas. Alberto Cortez o un cobertizo invadido de almas y alumbrado por espejos.


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