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Literatura, Literatura cubana, Poesía

Austero resumen de pérdidas y abandonos

En Casa que ya no es mía, Carlos Ramos Gutiérrez se zambulle en un asunto complejo como lo es el del exilio, y lo trata con fina sensibilidad e inteligencia

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En una entrevista que le hice a Reinaldo Arenas la última vez que vino a España, le pregunté qué aspectos positivos y qué aspectos negativos había tenido para él el exilio. Copio a continuación parte de su respuesta:

“El exilio nos da una profundidad para trabajar, y en el caso del exilio político, como en el fondo lo son casi todos, nos da la libertad de escribir sin mordazas. No nos vamos de nuestra patria porque nos guste marcharnos, sino porque no nos queda otro remedio. La página en blanco pasa a ser entonces nuestra patria, y tenemos que llenarla donde sea. Y la vamos llenando en una tierra donde, por lo menos, no somos perseguidos políticos.

“(…) Lo negativo, en cambio, es el precio tan alto que debemos pagar. Un exiliado es, en el mejor de los casos, una sombra. Cuando yo me paseo por el malecón de Cádiz o visito el Museo del Prado, hay dos personas: una sombra que está paseando o visitando esos lugares y otra persona que fui yo, que se quedó en Cuba y que me está llamando, reclamando. Un exiliado nunca podrá recuperar su total autenticidad. Imposible. Estamos hechos de un conjunto de connotaciones y referencias a una época y a un país, el nuestro, con las cuales nos vamos a seguir relacionando a través de la memoria. Un exiliado es una persona que vive en las sombras; su verdadera luz está en la patria que dejó.

“De manera que aunque es una experiencia saludable para la creación, porque posibilita un proceso de decantación y objetivación de la obra literaria, el exilio es, desde el punto de vista humano, una experiencia cruel. Quizás por serlo, uno, para no enloquecer, para tratar de sobrevivir y recuperar algo de lo perdido, continúa escribiendo. Pero te repito, el precio que hay que pagar es desmesurado”.

He vuelto a esas palabras porque me las hizo traer a la memoria la lectura del poemario Casa que ya no es mía (Editorial Betania, Madrid, 2023, 87 páginas), de Carlos Ramos Gutiérrez (Remedios, 1986). Eso se explica porque en los textos que lo integran, el exilio constituye su médula y su motivo principal. A ello se refiere en la introducción Santiago Méndez Alpízar, quien hace notar que la revolución contribuyó a engrosar sobremanera el fenómeno de la diáspora: “Miles de puntos en los más distantes rincones del orbe. Puntos que luego, muchos, regresan al núcleo, al paisaje que solamente sobrevive en la memoria, sin embargo”.

Ya desde el poema abre el libro, el sujeto poético que se expresa en primera persona enfrenta el “austero resumen de pérdidas” que ha sido el precio que debió pagar: “La casa donde yo nací ya no es mi casa:/ tiene nuevos propietarios/ y ciertas modificaciones/ en la estructura/ y la decoración.// Calle Concordia,/ Número 59.// Han removido/ los azulejos rosados de la acera,/ y han cambiado los viejos faroles/ por otros más modernos”.

Estamos ante un testimonio de fracturas y abandonos que Ramos Gutiérrez plasma con un tono reposado y una amarga serenidad: “Ayer no puede evitar/ al pasar frente a mi casa —que ya no es mía—/ que algo se apretara allí,/ en la garganta y en el pecho./ Pensé que un hombre/ debería conservar a cualquier costo/ la casa que ha heredado de sus padres,/ de los padres de sus padres…/ y algún día dejarla como herencia/ a sus hijos./ Mas no fue posible conservar aquella,/ fue necesario venderla para pagar/ un pasaporte,/ una visa al ‘País de las Maravillas’/ donde no tenemos casa”.

La ciudad de la cual, como Lot, se fue

Ese sentimiento de que nada de lo que queda es suyo, experimentado por él al regresar, lo invade de igual modo al recorrer el barrio donde creció: “Los niños que están corriendo/ por las calles donde tantas veces/ corrí no conocen mi nombre,/ nunca serán mis amigos./ Como ya nada nunca será mío en esta vieja ciudad”. Quienes eran sus vecinos, asimismo, ahora viven “en una nueva casa/ de otro barrio de otro pueblo,/ en algún lugar del mundo;/ ya no nos queda en común/ ni el código postal./ Muchos tienen/ nuevos nombres, familia/ y nacionalidades./ Y hasta resulta difícil/ acordarse de ellos/ cuando te los tropiezas/ —de casualidad—/ una tarde en Facebook”.

Ni siquiera, como contempla con desconsuelo, la ciudad de la cual él se fue, como Lot, es hoy la misma. A veces estrena “un vestido/ se maquilla/ tiñe de vivos colores/ sus rebeldes canas”. Pero nada consigue ocultar que está sumida en el cansancio que supone oponerle resistencia al tiempo, tratar de mantenerse intacta, hacer lo posible por rehacer los pórticos y las añoranzas que fue perdiendo. A lo sumo, lo único que logra se reduce “a veces olvidar/ que es vieja ya/ —y culpable—/ como sus hijos”.

A lo largo del poemario hallamos numerosas frases pertenecientes a la Biblia. Alude a ello Méndez Alpízar, al apuntar que Ramos Gutiérrez encuentra esas referencias sagradas para “enderezar el rumbo”. Pero una vez alcanzada la tierra prometida, se revela la dura realidad del exilio: “es la vaga sensación de que tus palabras son menos firmes y que de un momento a otro pudieras salir volando arrastrado por un viento de cuaresma porque no tienes raíces”. De igual modo, la ciudad donde ahora vive ese sujeto poético con claro sesgo autobiográfico no es la que lo engendró, no fue la ostra dentro de la cual estuvo protegido. Por tanto, esa nunca será su ciudad, como tampoco podrá serlo aquella que abandonó.

En el último de los siete bloques en que está distribuido el libro, figura un poema titulado “Autorretrato con Miami de fondo”, donde se lee: “La casa donde vivo no es mi casa:/ tengo que pagar por ella/ una mensualidad.// El mes pasado quise hacer/ ciertas modificaciones/ en la estructura/ y la decoración,/ mas no me fue posible,/ no estuvo de acuerdo en ello/ mi arrendador:/ el propietario/ de la casa donde vivo”. Nada de lo que hay en ella tampoco es suyo, salvo unos pocos libros que pudo traer en una bolsa zurcida, cuando cruzaba fronteras y perseguía sueños.

De estos últimos, hay uno que no se perdió en el camino y que hasta hoy mantiene: “si no fuera tan alta la mensualidad que tengo que pagar por la casa donde vivo quizás pudiera comenzar a hacer algunos ahorros y acaso con un poquito de suerte en el curso de unos años tal vez llegara a reunir lo suficiente para comprar una casa en un barrio de algún pueblo en algún lugar del mundo acaso aquella de la calle Concordia número 59”.

En los numerosos fragmentos que he reproducido, resulta evidente que la de Ramos Gutiérrez es una poesía de carácter confesional, que va enlazada con un sondeo interior. En Casa que ya no es mía, su autor se zambulle en un asunto complejo y lo trata con fina sensibilidad e inteligencia. Sus textos son sosegados en la superficie, pero doloridos por debajo. Solo que ese dolor nunca se exterioriza, porque no es plañidero ni imprecativo. Esas páginas poseen además un registro indispensable en el discurso poético: la emoción. Sin embargo, eso no las lleva a caer en la emotividad ni en el sentimentalismo. Ramos Gutiérrez lo consigue, entre otras razones, porque en sus poemas la emoción está atemperada con una apacible melancolía. Asimismo, porque se dirige a los lectores de modo directo y cálido. Busca la comunicación, pero no la devalúa con fórmulas banales. Para ello, opta por una escritura serena, de deliberada transparencia y de sonoridad elegante.

Considero pertinente decir que, aunque el exilio permea casi todo el libro, este no es monocorde y reserva lugar para otros asuntos. Así, el amor está muy presente en la sección titulada No quiero despertar, pues la mañana… Que la alforja temática de Ramos Gutiérrez es más acogedora, lo acreditan textos como “Plegaria a mi cuerpo joven”, “Últimas horas de Virginia Woolf”, “Conversación con Bukowski”, “Paisaje”, “Embarque a Kythera”. Y, en fin, quienes se adentren en las páginas del libro objeto de estas líneas hallarán otros más.

Libro que se lee de un sorbo, Casa que ya no es mía se distingue por un sostenido aliento y una coherencia que lo sitúan por encima de la calidad media de buena parte de la poesía cubana que hoy se escribe. Lo firma un poeta con entidad, que merece —y ojalá la reciba— mayor atención.