Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Back to the (pinche) USSR

'Borat' y 'Apocalypto': Dos películas que han levantado ronchas entre los norteamericanos.

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Las más insólitas anticipaciones cinematográficas tardarán en cumplirse, pero de que se cumplen, se cumplen… Qué forma tomará la encarnación es harina de otro costal. A George Lucas, por ejemplo, jamás se le hubiese ocurrido que la famosa escena de la cantina Mos Eisley (en Star Wars IV: A New Hope) tomaría cuerpo en Teherán, durante las sesiones de trabajo de una cumbre antisemita titulada Revisar el Holocausto: una visión global, donde coincidieron David Duke, del Ku Klux Klan, y Ahron Cohen, de los Judíos Unidos contra el Sionismo.

La terminología lucasiana se puso de moda desde que el público bautizó el sistema antimisil propuesto por la administración Reagan con el nombre de Star Wars. En la actualidad, demócratas y republicanos, fascistas y no tan fascistas, se disputan el derecho a las claves cinematográficas. Por cierto, fue el cowboy de cintas B quien completó la crítica del totalitarismo soviético con un golpe semiótico: Imperio del mal. El epíteto pegó, y trajo a la mente del gran público una imagen fantástica —y por lo tanto, real— de la maldad.

Desgraciadamente, la marca de la bestia se ha ido descascarando con el uso. Desde la victoria simbólica que significó la caída del reaganísimo Evil Empire, es práctica común entre los izquierdistas reclutar a sus ideólogos en los estudios de cine: George Clooney, Barbra Streisand y Michael Moore no han sido otra cosa, en distintos momentos, que voceros del socialismo.

El 'comunismo' a la McLuhan

Acerquémonos ahora a dos películas que, recientemente, han levantado ronchas entre los americanos y, como pitonisas atragantadas de maíz y soda, dejemos que bajen las luces del Edward Renaissance Stadium 14, el multipléjico cine de mi barrio, y que la sala caiga en trance una vez más.

En su tomo clásico, McLuhan nos recuerda la opinión que tenían de Norteamérica los europeos que la visitaban antes de la Segunda Guerra Mundial: "¡Esto es el comunismo!". Setenta años más tarde, un nativo de Kazajstán arriba a nuestras playas y su primera impresión coincide plenamente con la de aquellos visionarios: dondequiera que se vuelve, Borat encuentra sólo grisura virtuosa.

La ramplonería se adueñó primero de nuestra república, y ahora, como una nube radioactiva, cubre todo el planeta: se trata de un efecto invernadero que nubla la conciencia y cretiniza el juicio. Y los responsables de tanta contaminación son nada menos que los mismos santones que se dan golpes de pecho y denuncian el colonialismo cultural: los Geffen, los Bonos, las Madonnas, los Spielbergs, la industria del cine, del disco, del entretenimiento masivo.

Incluso Borat nos llega intoxicado por la bazofia que han ido arrojando, como transatlánticos, los grandes estudios; también él fue inoculado desde la cuna con la falsa conciencia que producen —a partes iguales— nuestra corrupción ambiental y nuestra mojigatería política.

El "comunismo" a la McLuhan (¡para lo que ha quedado el global village!) es una epidemia que afecta a cada ciudadano, independientemente de su extracción o credo: ya todos cantamos y opinamos y tragamos lo mismo. Borat, con su traje barato, su antisemitismo ralo y su aspecto oriental, está calcado del icono mediático que CNN nos pinta de Mahmoud Ahmadinejad.

El hecho de que Sacha Baron Cohen, el judío inglés que juega a ser kazajo, simule ser también un redomado antisionista, nos da la primicia de un sincretismo al que sería mejor que vayamos acostumbrándonos: pastores castristas, lesbianas mahometanas, millonarios guevaristas, demócratas bolivarianos y rabinos marranos forman una junta político-cultural en el cabaret islamofascista de la confederación intergaláctica. Aquí la realidad imita los "bloopers" de la pantalla: Mel Gibson abandona la cantina Mos Eisley, conduce borracho por la supercarretera y es aprehendido en Malibú. Al dirigirse al patrullero, sus primeras palabras son: "¡Los cabrones judíos tienen la culpa de todas las guerras!".


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