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Celina González, una historia de amor

Cuando Celina escribe y graba A Santa Bárbara, en 1948, está haciendo historia: está fusionando las culturas campesina o guajira de Cuba con la afrocubana

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Así titula la escritora cubana Mireya R. Fanjul, su biografía de Celina que es también la de su compañero por muchos años, Reutilio. Y estaba haciendo falta un ensayo como este. Celia Cruz, posiblemente la cubana más importante del siglo XX, tiene varias, de las cuales la mejor es la escrita por el colombiano Dr. Héctor Ramírez Bedoya. También tiene más de una Benny Moré. Indudablemente Celia y Benny son mucho más conocidos dentro y fuera de Cuba que Celina, quien comenzó su carrera artística cultivando el género musical cubano más antiguo, —el origen del punto cubano se produce en el siglo XVIII—; pero es también el género que menos importancia tenía, y desgraciadamente tiene, en Cuba y fuera de ella. El mérito grande de Celina fue que desde los fines de la década de los 40 rescató del olvido, con sus composiciones y su voz junto con Reutilio, ese género musical, y además, empezó a incursionar en la música afrocubana, fusionándola con la guajira.

Y eso es más importante para la historia de la música cubana, y hasta la social, que los grandes éxitos universales de Celia y Benny. Eso no se había hecho antes en Cuba; eran dos géneros completamente aparte, que además reflejaban una situación social real: el campesino o guajiro cubano, por regla general cultivador de la tierra propia o alquilada, discriminaba al afrocubano, la mayoría de los cuales trabajaban como asalariados en la industria azucarera —trabajo que solo cubría algunos meses del año—, o en otras labores parecidas. Y esto se reflejaba en la música, a duras penas el guajiro había aceptado el son como forma bailable, género de origen afrocubano. Cuando Celina escribe y graba A Santa Bárbara en 1948, está haciendo historia: está fusionando las culturas campesina o guajira de Cuba, con la afrocubana.

La historia de esta mujer es la que narra la autora, en un estilo que bien califica el autor del prólogo, Miguel Barnet, como “bosquejo biográfico-lírico”. O sea, en estilo sencillo pero muy ameno nos va contando los pormenores de esta larga e interesante vida, apelando al interés del lector pero sin perder el rigor de conceptualizar los sucesos más importantes de ella.

Sorprende un poco que el libro comience con una oración en yoruba, parte de la liturgia de la religión de los orichas o santería, y en esa misma línea una alabanza a los ancestros, al parecer reflejo del sentir de la autora y su biografiada. Una especie de homenaje a esa religión tan arraigada en la población cubana, dentro y fuera de la Isla. Y ya cronológicamente situados en 1928, año del nacimiento de Celina, Mireya comienza su relato en el que siempre describe el entorno de manera que el lector, cubano o de otros países, entienda mejor el transcurso de esa vida campesina: su encuentro con Reutilio, hábil guitarrista a quien se une en 1943 en matrimonio y en dueto musical, ya situados en la región oriental de Cuba; sus luchas y primeros éxitos, en un campo tan competitivo como siempre lo ha sido el de la música en Cuba —máxime desenvolviéndose básicamente en el área de la música guajira—; sus encuentros con figuras como el recitador Luis Carbonell y el compositor Ñico Saquito, ambos ayudando a la pareja, especialmente el segundo, del que la autora atinadamente incluye en el texto una minibiografía, y quien es la persona que los puso en contacto con “Suaritos”, dueño de la emisora habanera del mismo nombre, por muchos años la tercera más importante del país, de quién también nos trae una sintetizada biografía.

Será este personaje quien los contrate para una breve temporada en la Habana. La descripción que hace la autora de esa ciudad que en 1948 ven los ojos de la pareja de artistas, está muy bien lograda. La pareja debuta por Radio Cadena Suaritos, y el éxito es instantáneo. Pocos meses después pasan a trabajar a la emisora RHC Cadena Azul, de mayor importancia pues se escuchaba en toda Cuba. Ya en los comienzos de los años 50 hacen sus primeros discos, graban también jingles o anuncios cantados, actúan en teatros, cabarets, fiestas; llegan a tener programas radiales en varias emisoras al mismo tiempo. Parece increíble que solo dos voces y una guitarra, con algún acompañamiento rítmico pudieran tener más éxito que una orquesta. Todo el mundo quiere escuchar estas canciones que son al mismo tiempo un himno a una deidad religiosa católica y un orisha de la religión de los yorubas: Santa Bárbara y Shangó. Con Celina y Reutilio sale del closet el sincretismo religioso cubano, escondido por siglos. Harán lo mismo con San Lázaro y Babalú Allé o la Virgen de Regla y Yemayá. Pero Celina no abandona su veta guajira; brotan deliciosas creaciones como Soy guajiro del monte, Yo soy el punto cubano, entre otras. Al mismo tiempo interviene en varias películas.

Mireya nos va narrando en detalle todo este proceso fabuloso que continúa hasta el triunfo de la revolución cubana en 1959. En la siguiente década los cambios de política del nuevo gobierno en cuanto a las religiones afrocubanas reduce su repertorio solamente a lo guajiro. Celina se divorcia de Reutilio en 1964 pero sigue cantando y grabando con otros grupos. Aunque ya había hecho alguna gira antes fuera de Cuba con Reutilio, en 1984 viaja a cantar en Rusia y Bulgaria, y ese mismo año hace su primer viaje a Colombia, a Cali. Ya para entonces está cantando con ella su hijo Lázaro. Aquí comienza esa relación tan hermosa e intensa de Celina con el pueblo colombiano, con innumerables giras a lo largo y ancho del país, que va narrando Mireya con lujo de detalles. Colombia, decididamente, la adopta.

Pero no es solo Colombia; increíblemente Inglaterra la reclama, y allí va en 1984; en 1989, será México el país que queda cautivado con esta voz que sale de la tierra misma. También visitará Mozambique, Zambia y Angola, y las Islas Canarias en 1992; en 1994, Argentina, y Suecia en 1998. Anécdotas, grabaciones con sellos disqueros internacionales como Odeón, Emi y Tumi, todo esto va describiendo el libro.

Estando en Miami en enero del año 2000, visitando a su hija y nietos que residen allí, sufrió un infarto cerebral, fue atendida en el Jackson Memorial Hospital de la Florida, donde estuvo once meses. Después fue trasladada a Cuba, donde siguió varios meses más bajo tratamiento médico. Con las limitaciones que una enfermedad de este tipo dejan, Celina viajó en 2001 a Venezuela a recibir un homenaje en Caracas. Y sigue viva en Cuba, recordando su hermosa carrera, el cariño de pueblos como el colombiano, que la hicieron suya. Ha recibido un sinnúmero de premios que el libro detalla. Y recoge también fotos de los objetos religiosos de Celina, que pueden ser imágenes de las vírgenes católicas u objetos de la liturgia de los orishas. Hay, además de una gran cantidad de fotos, una discografía de la artista.

Por el papel que desempeñaron no solo en su música, sino en la historia social de Cuba, este libro es muy importante para cubanos y también para los colombianos, por el cariño que este pueblo siempre le ha tenido.


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