Ciudadano Caín
Al igual que el 'Quijote' a los españoles, 'Tres Tristes Tigres' puso a los cubanos a reírse de sí mismos.
Una calamidad inconmensurable
A Cabrera Infante debemos sobre todo el redescubrimiento del spanglish, un español oxidado por el inglés que había inventado Martí, (oculto bajo el seudónimo Adelaida Ral) como dialecto postmodernista. El Martí de los neologismos (depletar, electrotipar, modernómano) y Bustrófedon son la misma persona.
La vena decadentista le viene a TTT también de Martí. El mismo Caín la expone en su ensayo sobre la melancolía, "Entre la historia y la nada", aparecido hace dos décadas en la revista Escandalar.
No hay que dejarse llevar por la corriente de los que aún sostienen la falsa doctrina del Martí convencionalista en contraposición a un Julián del Casal decadente: Martí es nuestro gran decadente, nuestro Des Esseintes; el padre de todos los decadentes de Cuba y de América, desde Darío y Vargas Vila hasta Lezama y Sarduy. Sería el Cabrera Infante de "Los hachacitos de rosa" quien completara la crítica radical del mito apostólico en su clásico ensayo, reproducido en Mea Cuba.
A esa tradición revolucionaria, la del nihilismo militante, pertenece Caín. Así fundó un semanario jacobino cuyo machón parece un breviario de incertidumbre: Virgilio, Calvert Casey, Franqui, Arrufat, Padilla... La mesa de redacción de Lunes acogió eso que Rafael Rojas, echando mano de un pleonasmo, ha llamado "banquete canónico": gobierno paralelo, misa del burro, caja de resonancia del banquete político que se mantenía en sesión permanente alrededor de otra eucaristía. De allí partió el ataque a los origenistas, la primera ofensiva literaria revolucionaria. Si en el Palacio comenzaban las purgas, en la redacción amagaban las limpiezas estéticas.
Carlos M. Luis ha dicho que Lezama es un poeta de vis cómica. Otro tanto podría decirse de Piñera. Una augusta ironía se transparenta lo mismo en el historicismo frío de Narciso que en el de Electra Garrigó. Remedo, spoof, parodia, sainete: sólo una sociedad brillante, condenada y enferma hasta la médula, como el París del Iluminismo o La Habana del batistato, puede dar un Voltaire o un Sade o un Lezama; las revoluciones, en cambio, producen escritores terriblemente serios.
Pero el choteo, y nuestra debacle, debieron esperar por Tres Tristes Tigres para encarnar espectacularmente. Nietzsche opinaba que los españoles debían considerar al Quijote una calamidad nacional, por haberlos puesto a reírse de sí mismos. También Tres Tristes Tigres, la novela que puso a los cubanos a reírse de ellos mismos, oculta a duras penas la trágica convicción de que sus ilustres tarambanas —con su culpable alacridad y su errática inconsecuencia— han provocado acaso, para la nación de la que descreen, una calamidad inconmensurable.
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