Actualizado: 22/04/2024 20:20
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MÚSICA

Cómo fue...

A 45 años de la muerte del Benny, una crónica que termina con la foto de su 'tránsito' al más allá.

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Una agitada tarde de diciembre del año 59 recibí la llamada de Sergio Luis pidiéndome que lo visitara en su oficina de la calle Humboldt, "para hablar de trabajo". No lo dejé terminar, le propuse que nos viéramos enseguida:

—¿Qué quieres decir con enseguida?

—En quince minutos.

—Ok —dijo, y colgó el teléfono.

Por esa época yo comenzaba a establecerme en el mundo de la fotografía publicitaria. En la Habana, Alberto Korda y Buznego eran los fotógrafos más reconocidos en esa especialidad. Ellos, junto a Aladino Sánchez, absorbían y realizaban con mucho éxito profesional, prácticamente todos los encargos que pudieran generar las agencias. La seguridad técnica de Buznego y la creatividad de Korda y Aladino eran referencias que incentivaban de forma positiva los esfuerzos de todos los que veníamos detrás. Además del gusto que me daba trabajar con Sergio, comprendía la importancia profesional de asociar mi trabajo a personas talentosas como él. Cosas así siempre me ayudarían a que fuera más corto y fácil el inevitable camino del aprendizaje. Visto de esa manera, asumí su llamada como un regalo del cielo. Literalmente, salí corriendo.

Muy pocos minutos después una amable muchacha me hacía pasar a la oficina de Sergio y me ofrecía asiento. La oficina era espaciosa y muy clara, con muebles funcionales que recordaban al Bauhaus. Desde una gran mesa de acero y cristal, una flamante cámara Rolley Flex con sus dos grandes ojos de cristales de jena no dejaba de mirarme. No había terminado de pasar la vista por el lugar cuando entró Sergio, me tendió la mano y mientras me saludaba me llevó a una mesa auxiliar de dibujo donde había un grupo de fotos cuyo desorden evidenciaba que se estaba trabajando con ellas.

—¿Qué te parecen? —preguntó, mientras las esparcía como un juego de barajas.

La presencia de la Rolley Flex me hizo pensar en la posibilidad de que aquellas fotos las hubiera tomado Sergio. Yo, que me reconocía como un gran experto en decir lo que no debía en los lugares menos adecuados, sentí un miedo terrible de que con alguno de esos comentarios desafortunados pudiera herir la sensibilidad de Sergio. Comencé a observar las fotos con mucha atención, como si me preparara para emitir un análisis tan profundo como el de un Roland Barthes o la Susan Sontag. Mantenía la vista fija en las imágenes, pero en realidad no las veía, la aparente concentración en ellas no era más que un subterfugio para ganar tiempo. Toda mi atención estaba puesta en encontrar una manera elegante, una frase que no hiriera, pero que tampoco fuera tan estúpida y vacía como la clásica "son interesantes" que la inteligencia de Sergio no merecía. Finalmente, le respondí con el corazón:

—Como fotos, están bien ... como retratos, les falta el Alma.

—Bueno, encárgate de encontrarla.

Sergio llamó a la muchacha que me había recibido y le pidió que lo comunicara con Alipio, el dueño del Alí Bar, un cabaret muy cercano a la casa de Benny Moré, donde habitualmente el popular cantante hacia su última parada para coronar la noche. Tres días después fui a la cita que me habían arreglado con Benny.

Llegué al Alí Bar a las cuatro de la tarde de un lunes sin carisma. El panorama de mi supuesta locación para fotografiar a aquel impresionante personaje no podía ser más desalentador, una arquitectura de contratistas de obras baratas, sin encantos, con un adocenado salón que no lograba animarse a pesar de la preciosa luz cruzada de diciembre que ahora lo iluminaba.

Benny llegó con dos amigos y el compadre que le hacía coro en la orquesta. Fue directo a los empleados que avituallaban las neveras y vino hacia la mesa donde yo lo esperaba de pie.

—Tú eres el fotógrafo, ¿no? Siéntate, ¿y las cámaras?

—Las tengo en el carro —le respondí.

—Bueno, desenfunda porque tengo una grabación atravesada.

—Sobre eso quería yo hablarle —dije, y con la timidez propia de la situación, comencé a argumentarle para no retratarlo ese día.

Uno de los empleados puso sobre la mesa la fuente con los tamales aún humeantes que había traído Benny, vasos con ron, tenedores y platos. Benny me ofreció con un gesto. "No, no, gracias", le dije y continúe hablándole. No sé cuantas cosas le argumentaba, entre ellas le conté mi conversación con Sergio, y el reto que me había planteado con la metafórica fracesita de la búsqueda del alma.

Finalmente Benny me interrumpió para preguntarme cuál sería la diferencia si las hiciéramos otro día:

—Te vas a enfrentar con la misma cara —dijo, con una sonrisa de guaracha.

—No se trata de eso, es que a Usted hay que pillarlo cuando está entre el público y su orquesta. Ahí sí se revela “lo suyo” —el más viejo de sus amigos exclamó un ¡siá cará! con tal convicción que sonaba a sentencia. Echó un poco de ron sobre el piso y bebió un largo "buche". Benny se puso de pie.

—Bueno, está bien, ven el sábado a la Tropical. Entra por el parqueo de atrás que va directo al escenario y ahí haces lo que quieras.

Esa fue la primera vez que fotografié a Benny Moré, y la imagen que le entregué a Sergio es la que encabeza este texto.

Benny Moré y Odalis FuentesFoto

Benny Moré junto a Odalis Fuentes en 'Papel y Tinta'. (© Mario García Joya)

Después lo fotografié en varias ocasiones y finalmente, como siempre se dice, "por esos caprichos del destino", allí estuve aquella noche del 5 de enero de 1963 durante su actuación en Papel y Tinta, una verbena que organizó el periódico Revolución en el Paseo del Prado, para tomarle la que tristemente sería su última fotografía.

Pocos días después estábamos en el famoso Salón del Mamoncillo, de la cervecería Polar: Carlos Franqui, Vicente (Mateo) Báez, Edith Sorel (1), René Depestre, Ramón Suarez, —es posible que también haya estado Jaime Saruski—, y yo. Lo esperábamos para filmarle una entrevista. Se trataba de un documental que estaba realizando Edith para Carlos. Benny no asistió a la cita —fue Castellano quien vino— y supimos que estaba hospitalizado y muy enfermo. Cuatro días después, el 19 de febrero del 1963, murió en La Habana.

No sé decirte cómo fue...

De nuevo intervino el destino o quién sabe qué, porque yo debía haber salido a la península de Guanacabibes a una asignación del periódico, pero los problemas de transporte y los inconvenientes de último momento me impidieron viajar. Ahora estaba en Santa Isabel de las Lajas fotografiando sus funerales.

Lo de encontrarle el alma claro que fue una simple manera que utilizó Sergio para decirme hazlo mejor, pero sin embargo, para mí se convirtió en una secreta ambición perenne ante el Retrato.

Recientemente puse mi atención en una imagen de esos funerales que nunca había impreso porque siempre la consideré defectuosa. Es un negativo que tiene un "velo", como los que ocurren a menudo por algún accidente o descuido en la manipulación de la película virgen.

Honras fúnebresFoto

Honras fúnebres por Benny Moré. (© Mario García Joya)

En este caso, una entrada de luz, a la cámara o durante el revelado, lo originaron. Lo interesante es que la imagen recoge el momento en que el féretro, en hombros de los músicos, está haciendo su entrada en el templo yoruba del pueblo y ha dado inicio una ceremonia religiosa. Una mujer negra con muchos años lo recibió en la puerta y agitando una bandera cubana, caminaba delante del féretro limpiándole un simbólico camino al difunto. Así comenzó el ritual (2).

Según los entendidos en estos cultos de origen africano, con estos rituales se provoca el desprendimiento del alma para que, libre y pura, se eleve hacia su propia luz. (3)(4)

El velo es un simple velo, no cabe duda, pero objetivamente, también es un haz radiante que se eleva de entre las maderas y las flores del último lecho de un Ser que manifestó una especial energía al coronarse Rey por sus propias manos. Está ahí, luminoso y etéreo, como quizás sea la sustancia tangible de un alma en circunstancias de "tránsito". Pero ésa es otra historia. Mientras tanto, Ibaé bayen tonú Bartolomé Maximiliano Moré.

* A Natalia Bolivar, por su mágico magisterio.

1Edith Gombos (Edith Sorel) fue una periodista francesa corresponsal del periódico Revolución. Entre sus amistades, además de la intelectualidad cubana que se aglutinaba alrededor de Lunes de Revolución, se encontraba el escritor Graham Greene, con quien mantuvo un fluido epistolario.

2 El Itutu.

3 La adoración del espíritu es parte de la religión de los yoruba y por esta razón se le concede una gran importancia al proceso de transición desde el espíritu encarnado ["el alma", en otros textos] hasta el espíritu desmaterializado. [...] [esto] está muy de acuerdo a las esperanzas y creencias de los antiguos egipcios, quienes también oraban por convertirse en un KHU o espíritu luminoso en vez de un BA o espíritu simplemente desmaterializado y errante. Eduardo Conde: http://iyamioya.blogdiario.com/tags/Itutu/

4 "Un hombre no es sólo su cuerpo —me dijo Matta—, sino su energía, su inconsciencia, su calumnia y su verdad". Rosa Ileana Boudet La Cuba que va conmigo. Blog: Lanzar la flecha bien lejos, ed. diciembre 23/ 2006: http://rosaile.blogspot.com/


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