Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Con pasado y sin futuro

En estos meses en los cuales se estrenan pocas cosas de valor, Gagarine es un filme que merece verse

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La década de los sesenta fue un momento de ebullición y entusiasmo para los partidos de izquierda franceses. Entre el Partido Comunista Francés, el Partido Socialista Francés y otros grupos más radicales, llegaron a alcanzar más del 33 % de los votos en las elecciones presidenciales, en las regionales y en las alcaldías. Fue en esa época de apogeo, y, para demostrar su vigor y su presencia internacional que, con el apoyo financiero del Partido Comunista Francés se inició, en 1961, la construcción de la Ciudad Gagarin, que terminó de construirse en 1963 y a cuyo rompimiento de la primera piedra, asistió el mismísimo cosmonauta soviético Yuri Gagarin.

La “Ciudad” era un complejo de varios edificios de unos trece pisos, construida para beneficio de la clase obrera. Con el tiempo, los trabajadores que habitaban la ciudad empezaron a perder sus empleos y los edificios se llenaron progresivamente de inmigrantes de África, el Medio Oriente y los Roma que escapaban de Rumanía y Moldavia. Los partidos de izquierda fueron perdiendo su poder político y financiero y el mantenimiento del proyecto se hacía cada vez más incosteable. La decadencia de los partidos tradicionales de izquierda ha sido tal, que en las elecciones de hace una semana, el candidato comunista Fabien Roussel y la candidata socialista Anne Hidalgo, actual alcaldesa de París, sumaron apenas el 4 % de los votos (aunque el partido de nueva izquierda de Melenchon alcanzó el 22 %).

Debido a que las condiciones de los edificios de la Ciudad Gagarin, según todos los estándares establecidos por la administración francesa, se consideraron inhabitables, en 2019 comenzó la demolición de los mismos, que tomó 16 meses en completarse.

Es en este período que se ubica el filme Gagarine, que aparentemente se centra en los esfuerzos de un joven que nació en la “ciudad”, para evitar la clausura del proyecto, ya que no desea vivir en ninguna otra parte. Yuri, hijo de inmigrantes africanos, es un adolescente que nunca ha salido de la zona de los edificios, pero que sueña con ser cosmonauta, a la manera de Gagarin.

Narrado así, no parece algo muy promisorio y Gagarine es un filme que puede bien ser pasado por alto. Sin embargo, es una obra interesante. Aunque demuestra las consecuencias de la política sobre las vidas de los habitantes, aquí no hay teque político. Poco a poco se van revelando las motivaciones y frustraciones de Yuri, un personaje que se enriquece a medida que el filme progresa, así como su relación con una joven gitana de la minoría Roma.

Yuri es terco y trata de buscar dinero de donde sea para el proyecto imposible de reparar el estado del edificio, poner bombillos, reparar cañerías y otras carencias, pero la tarea resulta ser imposible. La mayoría de los habitantes, todos pobres, se quiere ir de ahí, no aguantan las condiciones de las viviendas, sabotean la labor de Yuri, se burlan de él y tratan de conseguir que el gobierno los relocalice. A Yuri solo le queda su relación con Diana, la joven gitana, y su sueño de llegar a ser cosmonauta, cosa que comienza a hacer de una manera peculiar. Hasta su madre lo abandonó.

Con toda esta carga melodramática, Gagarine podría resultar en una bomba lacrimógena de proporciones incalculables, sin embargo, no resulta así. La pareja de amigos que conforman Fanny Liatard y Jeremy Trouilh, quienes han coescrito y codirigido tres cortometrajes, realizan su primer largometraje basándose en su primer cortometraje, también tituladoGagarine (2015), de corte documental, y han conseguido una obra de ficción aparentemente menor, con un excelente guion que va desarrollando sutilmente los personajes y sus relaciones, y que funde imagen y música con una conjugación artística que es pura poesía. Cuentan con la extraordinaria fotografía de Victor Seguin, quien ha colaborado con ellos anteriormente y que sin mucha fanfarria visual ajusta le iluminación, los encuadres y el lente, para crear el ambiente apropiado a las necesidades dramáticas del filme.

Las actuaciones del debutante Alseni Bathily como Yuri, y de Lyna Khoudri (The French Dispatch), como Diana, son excelentes. No hay exceso de gestos, ni poses melodramáticas, sino potentes actuaciones contenidas que reflejan precisamente lo que necesitan reflejar. Cuentan también con el apoyo de Farida Rahouadj, una veterana de la televisión francesa y del inglés Finnegan Oldfield.

En estos meses en los cuales se estrenan pocas cosas de valor, Gagarine es un filme que merece verse. Aunque no creo que haya sido el propósito de los realizadores, el filme puede verse como una metáfora de la decadencia de las ideas tradicionales de la izquierda en Europa occidental.

Gagarine (Francia, 2020). Dirección: Fanny Liatard y Jeremy Trouilh. Guion: Fanny Liatard, Jeremy Trouilh y Benjamin Charbit. Director de fotografía: Victor Seguin. Con: Alseni Bathily, Lyna Khoudri, Farida Rahouadj y Finnegan Oldfield. De estreno limitado en las ciudades importantes de Estados Unidos.


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