Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Conjuro para recobrar a Celia

En el musical de Broadway sobre la Reina de la Salsa sólo se salva la excelente voz de Xiomara Laugart.

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Al finalizar Celia, the life and music of Celia Cruz, en el New World Stages de Nueva York, el público de pie, aplaude emocionado, pero, ¿aplaude la puesta que acaba de ver, o es un mágico conjuro para recobrar a la Reina de la Salsa?

Celia, el musical, se estrenó en Broadway luego de muchos tropiezos, cambios en el libreto, de actriz, y hasta correcciones a la dirección. Dos semanas hubo que aplazar el estreno y mandarse a correr.

Originalmente, el guión era del director Jaime Azpilicueta, conocido en España como "el rey de los musicales"; pero el grito de "¡Azúcar!" de la Reina de la Salsa no endulzaba ni a los actores, y hubo que llamar a Carmen Rivera ( La Gringa, La Lupe) y a su esposo, Cándido Tirado.

Los autores puertorriqueños criados en El Barrio, donde nació Tito Puente, trataron de ponerle salsa al libreto del español, y María Torres, la coreógrafa (otra boricua llamada de urgencia), trató de componer los bailes. Pero vísteme despacio que tengo prisa.

Dicotomía del personaje central

Aunque Celia se anuncia como un musical y cuenta con la dirección orquestal del experimentado Isidro Infante (productor de éxitos de la Guarachera de Cuba), para nada es un musical con canciones que narran la historia, a la manera de Broadway.

La comunión música-drama propia del género musical, en Celia se intenta al comienzo con dos canciones originales, pero luego se pierde, transformándose en una sucesión de viñetas dramáticas o cómicas alrededor de un extenso recital de Xiomara Laugart, quien interpreta temas que popularizó la guarachera.

'Celia la cantante' es Laugart; 'Celia la mujer' es Selenis Leyva, y esta dicotomía se hace difícil de superar: el paso de una a otra se traba en ocasiones, porque la actriz (que aplaudimos en Ana en el Trópico) se ve insegura, y su biotipo no encaja del todo con Celia-Xiomara.

El actor Modesto Lacén hace de Pedro Knight en dos tiempos. Transita con brillantez del anciano que narra el pasado al joven trompetista de La Sonora Matancera, pero arrastra la gestualidad juvenil a su regreso a la ancianidad, lo que le resta credibilidad.

La historia comienza con Pedro (Cabecita de Algodón) hundido en un sillón de hospital. Sus diálogos con el enfermero boricua que lo cuida (Pedro Capó) son la columna central de la puesta, que, en ocasiones a modo de flash back y otras como trasgresión del tiempo, va hilvanando anécdotas de la vida de la Reina de la Salsa.

Como pinceladas vemos cuando Ollita, su madre, le canta Drume Negrita, en el barrio habanero del Cerro, cuando "le tocan la campana" (descalifican) en el programa radial La Corte Suprema del Arte, cuando Fidel Castro, en 1960, va a verla al teatro Blanquita de La Habana y Celia se niega a cantarle Burundanga. Esa noche es la única integrante de la Sonora que no cobra.

El anticastrismo de Celia está enfatizado, vemos la muerte de Ollita y cómo Castro no le permitió asistir a su entierro; vemos el único regreso de la Guarachera a su patria cuando cantó a los balseros en la base naval estadounidense de Guantánamo, y la vemos arrodillada recogiendo tierra de su Isla para que la acompañe en su tumba.

Pero si hay escenas que justifican el melodrama (cuando Celia conoce que padece cáncer), la de ella en el cielo, con Pedro apareciéndosele con un frac blanco para celebrar sus bodas celestiales, podría integrar la antología del kitsch. Y Celia moribunda, con Pedro diciéndole "no puedes morirte Negra, hasta que Cuba sea libre", es panfletaria.

Un aplauso para Celia

Los bailarines, disímiles en técnica y tamaño, bailan con fuerza y expresividad, pero en la coreografía no hay nada novedoso, resulta cabaret de los años setenta.

La escenografía: tres arcos de piedras grises a través de los que se proyectan imágenes nostálgicas, nada tiene que ver con la alegría de la música de Celia Cruz, entorpece las entradas de actores y bailarines, obliga a dividir la orquesta —metales y piano a la derecha y percusión a la izquierda—, lo que dificulta la referencia de los músicos.

Pedro Capó representa con honestidad al enfermero, contrastante personaje que pareciera sacado del teatro bufo y que arranca carcajadas del público; saldría ileso si su balada con guitarra, que canta al final de la noche, no resultara un anticlímax.

Elogio merece Xiomara Laugart. Su interpretación de las guarachas, sones y rumbas que popularizó Celia le permiten explotar su hermoso registro central, y bailar. Lástima que veintitantos cambios de vestuario (algunos horribles) no le permitieran actuar. Los pocos bocadillos que le escuchamos, los sacó con desenvoltura.

Los muchos lunares de Celia, the life and music of Celia Cruz no impiden que, en la última escena, el público aplauda emocionado. Sin duda reconocen la voz de Laugart y el empeño de Lacén, pero en sus corazones dichos aplausos obedecen al deseo que todos sentimos de revivir a Celia Cruz, son el conjuro del pueblo para recobrar a su reina.


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