Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Alicia Alonso, Ballet

Conspiración lúcida sobre la ceguera

El Ballet Nacional de Cuba no es en la actualidad una de las mejores compañías del planeta, ni tampoco de las peores. A pesar de que su creadora femenina la siga viendo en el lugar donde dejó de verla en la época en la que progresivamente perdió la visión

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La ceguera, como cualquier incapacidad, condiciona el modo en que el ser afectado percibe el universo. Una antigua expresión popular cubana indica: “no existe peor ciego que quien no quiere ver”, y más que a los padecimientos desencadenados por afectaciones psicológicas habla de cegueras desarrolladas de manera consciente. La historia de Cuba, rebosada por lo real maravilloso, ha dado al mundo interesantes ejemplos. Uno de sus mitos vivientes, Alicia Alonso, con más de 90 años de edad, todavía inspira páginas de glorias con descripciones miopes.

Algunos medios de prensa, no cubanos, han intentado fundamentar con elementos concretos la decadencia de la compañía que la Alonso dirige, el Ballet Nacional de Cuba (BNC), fundada en 1948 por ella y su entonces esposo y cuñado, Fernando y Alberto Alonso (de cuya familia evidentemente ella adquirió el apellido). Medios británicos, españoles y norteamericanos critican decorados ridículos, diseños de antaño, coreografías también estancadas en el pasado y bailarines que bailan igual, como si no hubieran arribado al siglo XXI, a pesar de una innegable buena formación.

Al mismo tiempo, las mismas firmas, entre otras, toman acríticamente las declaraciones de la directora que dice “ver” con los oídos, como si el cuerpo humano fuese capaz de reemplazar al 100 por ciento una capacidad vital.

Una directora sin vista desde hace décadas ¿cómo puede dirigir a un colectivo de 90 bailarines? ¿Cómo puede determinar qué artistas merecen un ascenso porque bailan mejor o qué fila arruinó la función de anoche? ¿Quién se equivocó de brazo? ¿Quién colocó mal la cabeza? ¿Y las caderas? ¿Por qué la solista no pudo terminar la diagonal? ¿Qué no hizo? ¿Qué falló? ¿Sobre qué necesitamos trabajar para que mejore una puesta? Acaso Chaikovski, Minkus o Adams le susurran durante los espectáculos?

¿Por qué a gran parte de los medios de prensa les conviene jugar a la gallinita ciega? Extrañamente nadie ha propuesto a esta “prima ballerina assoluta” para recibir un Record Guines o un premio científico por su capacidad de ver por encima de los límites biológicos conocidos. Además, su capacidad para visionar ensayos y puestas la declara públicamente a todo el mundo y lo publican las agencias y los diarios más conocidos del planeta.

“Estoy muy excitada por verlos a todos y participar en el ensayo. Para un bailarín ver bailar a los otros y ser copartícipe es maravilloso, es la vida en sí. Siento que estoy bailando”, dijo a la agencia española EFE a mediados de marzo de este año y numerosos periódicos reprodujeron las declaraciones.

El mismo trabajo añadía la siguiente explicación: “Sabe los movimientos que están haciendo en el escenario por un mecanismo complejo que tiene que ver con la comunicación, con lo que el bailarín transmite”. El adjetivo complejo en la nota original aparece entre comillas, no en cursiva, tal vez a modo de guiño del periodista, pero ciertamente da lugar a la ambivalencia. Y continúan las comillas curiosas: “Si el bailarín no llega al público, si se para, si su ejecución es fría, sin vida, sin nada” sabe que “aquello” hay que corregirlo, detalla la bailarina, directora y coreógrafa.

Cualquier crítico de mediano respeto ha presenciado ensayos de más de una compañía donde los directores a menudo hacen su trabajo de organizar espectáculos, dar los toques finales a una puesta con todo lo que esto implique: eliminar lo discordante, sustituir lo preciso, arreglar, componer. Por qué nadie pone en duda el “poder”, en múltiples sentidos, de la señora Alonso para decirle a un artista si un giro se afectó por una incorrecta colocación de la cadera u otro error con la precisión del samurai Zatoichi. Mi niñez transcurrió deslumbrada por aquel ciego prodigioso en cines habaneros que hoy según cuentan cedieron sus espacios a agromercados o parqueos de vehículos, y son ruinas “olvidadas”, con algún pedazo de infraestructura en pie, para que la memoria de las generaciones menos lozanas sufra. Excepto los semejantes a Alicia.

Sin embargo, sería injusto echarle la culpa a un ser de 91 años de edad que claro está, no se vale por sí mismo para nada. No es una ciega consciente y nunca lo será. Gran parte de los medios la siguen presentando como una bailarina más que guía ensayos, rectifica a sus “discípulos” (que son todos y cada uno de los miembros de su compañía, testigos de la práctica de la omnipresencia) y monta coreografías con el mismo dinamismo con que bailó Coppelia y Giselle hace más de media centuria.

Alicia Alonso es la única creadora en el mundo que se puede dar el lujo extraordinario de declarar lo que quiera, hacer la coreografía de sus sueños sin que ningún reportero se atreva a señalarle manchas de gravedad, mientras destruyen obras de John Cranko, Roland Petit, Jirí Kylián, Maurice Bejart, Víctor Ullate, Mats Ek, Carolyn Carlson, Christopher Wheeldon y Nacho Duato. Y algunos nos seguimos preguntando: si son tan buenas las creaciones de Alicia Alonso, por qué grandes compañías no las incorporan a su repertorio.

En un viejo artículo para la revista Encuentro de la Cultura Cubana comenté que la Alonso destruía en el presente con la cabeza el admirable pasado que escribió con sus pies. Yo misma pasé por alto que ese resultado no era exclusivo sino compartido por una Cámara de Representantes que la rodea y sostiene, en muchos sentidos y de forma recíproca (para ser sostenidos ellos), los gobernantes de la isla caribeña y el pleno consentimiento de los medios de comunicación.

La historia nos ha enseñado que los dictadores no gobiernan hasta que ellos quieren, sino hasta donde el mundo lo permite. Y ha querido “el Mundo” heterogéneo, que muchas veces no le desea ningún bien a Cuba, que ella siga administrando, lo cual significa destruyendo, una obra cultural que en un momento pasado de la historia halló el reconocimiento merecido.

En una reciente Conferencia del Partido Comunista de Cuba se decidió —según los resultados publicados— la no perdurabilidad en los cargos del Comité Central, organismo rector de la política del país. En los últimos meses, la mayoría de los ministros y directivos de la Isla han sido removidos de sus cargos. ¿Por qué no se aplica a todos los funcionarios? ¿Cuándo la directora de la compañía nacional dejó de ser una funcionaria pública? ¿Por qué se le ofrece trato de empresaria privada? ¿Ninguno de sus alumnos es merecedor de sucederla en el cargo? ¿Ninguno sería capaz de continuar la obra que ayudó —junto a otros— a construir?

El Ballet Nacional de Cuba no es en la actualidad una de las mejores compañías del planeta, ni tampoco de las peores. A pesar de que su creadora femenina la siga viendo en el lugar donde dejó de verla en la época en la que progresivamente perdió la visión. Sería de locos comparar en la actualidad al BNC con el Bolshoi, el Mariinsky, la Opera de París, el Royal Ballet de Londres o el American Ballet Theatre.

Por otra parte, los Festivales Internacionales de Ballet de La Habana redundan en programaciones y vicios. El repertorio de una edición a otra apenas varía, pletórico de reposiciones de las obras de Alicia. El atractivo más explotado en los eventos de carácter internacional, la posibilidad de ver a figuras extranjeras bailando junto a la compañía local, en Cuba al parecer quedó en desuso.

Los anuncios publicados en torno al Festival reflejan el empecinamiento en los clásicos del siglo XIX, las coreografías de la Alonso y el ansia de promoción sin límites de la imagen de la bailarina, directora, maestra y coreógrafa. Si para cualquier invitado todo eso puede resultar engorroso, para los productores qué sentido tendría acudir a un evento que promociona solo a una artista que hace décadas dejó de bailar.

La única bailarina en torno a la cual se han establecido acciones comerciales ha sido ella. Ni las figuras de antes ni las de ahora, de ninguna generación, tienen tal suerte. No es de extrañar que todas en algún momento de sus carreras —tarde o temprano— buscaran opciones de vida fuera del país natal.

La propaganda tan fuerte en torno a la Alonso, su grandeza y leyenda, no consiguen borrar toda la historia, especialmente en los que coincidimos con ella en tiempo y espacio. Algunos recuerdos son como flores en el pecho y dagas en la mente, de aquellos en los que sobrevive consciencia.


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