Actualizado: 18/04/2024 23:36
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CON OJOS DE LECTOR

Cuentos de soldados y corresponsales

En 'Heridas bajo la lluvia', Stephen Crane recreó la dimensión mediática que la prensa sensacionalista de Estados Unidos dio a la guerra hispano-americana.

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La guerra despojada de heroísmo

En sus cuentos, Crane retrata a los editores tipo Hearst, quienes "parecían sordos a los que era necesario gritar al oído". Resume de este modo su incesante reclamo de artículos sensacionalistas: "No eran suficientes unas pocas palabras de información discreta; uno tenía que berrear a sus oídos un torbellino de cuentos de heroísmo, sangre, muerte, victoria o derrota; en fin, algún tipo de tragedia. Los periódicos deberían haber enviado dramaturgos a la primera etapa de la guerra". Crane también se refiere con fino humor al desconocimiento del tema bélico que tenían muchos de los periodistas que fueron enviados a Cuba. Véase como presenta al protagonista de El ataque solitario de William B. Perkins: "No podía distinguir entre un cañón rápido de cinco pulgadas y un picador de hielo plateado, y por eso, naturalmente, fue elegido para cubrir el puesto de corresponsal de guerra. El responsable era el editor del Minnesota Herald. Perkins no tenía conocimiento alguno sobre la guerra y tampoco especial perspicacia para adquirirlo".

Esa dimensión mediática y propagandística que pasó a adquirir la guerra es uno de los aspectos que realzan la modernidad del libro. Mas es sólo uno de sus varios aciertos y hallazgos. Otro lo es la imagen desmitificadora y despojada de heroísmo del asunto bélico que ofrece Crane. Americanos, españoles y cubanos reciben similar tratamiento por parte del autor, quien nunca cae en el maniqueísmo de buenos y malos, vencedores y vencidos. A modo de ilustración, véase cuánta ternura por los españoles que yacen muertos en una trinchera destila este fragmento de La segunda generación: "Algunos yacían cómodamente acurrucados, como niños dormidos; uno había muerto como si estuviera recostado en la silla del dentista; otro estaba sentado en la trinchera, con la barbilla pegada al pecho con pesimismo; muy pocos ofrecían muestra alguna de la agitación de la batalla. En la mayoría de los casos parecía como si la muerte los hubiera tocado tan suave, tan levemente, que no se habían enterado de su llegada. La muerte se les había presentado más como un narcótico que como una acometida sangrienta".

No falta, es cierto, el homenaje a las muestras de heroísmo de quienes combatían. En Los marines hacen señales bajo el fuego de Guantánamo, Crane se refiere a la labor que realizaban cuatro soldados norteamericanos, cuya misión consistía en comunicarse con los buques, por el día con banderas y por la noche, con faroles. Para hacerlo, debían exponerse al fuego de las tropas españolas, del cual eran un blanco fácil. Según expresa el narrador, de todas las acciones "ninguna fue tan dura para los nervios, ninguna llevó el valor tan al límite del pánico". A lo cual añade: "Cómo demonios no estaban llenos de plomo de la cabeza a los pies esos cuatro hombres del campamento McCalla y eran enviados a casa más como repuestos de munición española que como marines, sobrepasa toda lógica".

Pero junto a páginas como ésas, son más abundantes aquellas en las que Crane describe un cuadro realista, crudo e intenso de aquel enfrentamiento entre hombres que luchaban sin saber muy bien por qué. Es innegable que ve la guerra hispano-americana como un acto arbitrario e irracional, por el cual no puede sentirse apasionado. No lo dice de manera abierta, pero implícitamente se muestra crítico con la decisión norteamericana de forzar un conflicto bélico que España tenía perdido de antemano; y en La venganza del Adolphus se refiere al mismo como "la acción imbécil de un gobierno de palurdos".

En ese sentido, merece destacarse un cuento tan sardónico como La segunda generación, uno de los mejores de todo el libro. Está cargado de esa ironía que Crane sabía utilizar tan admirablemente, y presenta allí a uno de esos héroes que, como hizo ver en muchos de los artículos que escribió desde Cuba, injustamente robaron la gloria a los soldados regulares. Hay además en ese texto una crítica, ésta sí explícita, al error del Departamento de Guerra de su país de nombrar tenientes, capitanes y hasta comandantes, a un gran número de distinguidos y elegantes jóvenes que carecían de experiencia y de entrenamiento: "En cualquier parte del mundo habrían causado una fantástica impresión como materia prima, pero, intrínsecamente, no eran tenientes, ni capitanes, ni comandantes. Eran hombres excelentes, pero la humanidad es sólo una parte esencial en los tenientes, los capitanes y los comandantes. De alguna forma, todo esto encerraba la misma lógica que bañarse en el mar dentro de una caseta-vestuario de playa".

Crane, como comentó Joseph Conrad, su amigo y admirador, era "un artista de las palabras". Esa cualidad está presente en Heridas bajo la lluvia. Apunté antes que algunos de los cuentos poseen escasos elementos ficcionales, y no aspiran a ser más que esbozos de escenas reales presenciadas por su autor durante la guerra. En este caso, es algo que importa poco, pues son textos tan bien escritos, que uno como lector se deja llevar por la calidad de su prosa. El lenguaje de Crane es conciso, certero, despojado de retórica y de adornos, pero a la vez es muy sugerente y expresivo: "A una orden, los hombres retrocedieron cuatrocientas yardas y se dispersaron con la rapidez y el misterio de un puñado de guijarros arrojados a la noche". Sus descripciones son además muy sintéticas, como se puede apreciar en ésta que sirve de inicio a El manicomio privado delsargento: "La luna era una llama azul casi uniforme y todo su resplandor se derramaba sobre un páramo, quieto y sin vida, de cactus y árboles empequeñecidos. Las sombras se extendían sobre el suelo, como charcos de negruras perfectamente perfilados que, en vez de sombras, recordaban algún tipo de material o sustancia. Desde la lejanía llegaba el sonido del mar carraspeando entre los corales".

Hay una expresión coloquial que solemos decir cuando nos encontramos con una persona a quien no veíamos desde hace mucho, y en la cual el paso de los años apenas se advierte: ¡Pero si estás igualito! Algo similar se puede decir de estos magníficos textos de Stephen Crane, cuya lectura, en los tiempos actuales, tan pródigos en guerras, se justifica doblemente.


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