Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Literatura, Literatura cubana, Cuentos

«Culos habaneros», de Jorge Posada

Mientras leía este libro me parecía estar oyendo a su autor

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Acabo de leer Culos habaneros (2017), de Jorge Posada, publicado por la editorial Hypermedia. Hacía tiempo que no leía un libro que se pareciera tanto a su autor, posiblemente son más los libros buenos que se parecen a su autor que aquellos que basan su excelencia en la diferencia. No es menos cierto que, aunque no sea un valor literario las similitudes entre obra y autor otorgan un atractivo peculiar. Quizá la pobreza actual de la literatura cubana, repleta de imitadores y buscadores de tesoros, tenga que ver con esto: la falta de autenticidad literaria y personal. Cuando yo leo a Bukowski tengo la sensación de estar leyendo su vida, en el otro extremo me sucede lo mismo con Lezama Lima. Mientras leía me parecía estar oyendo a Posada, a tal punto que en algún momento si cierta construcción de la prosa tambaleaba era porque éste no había hecho ninguna concesión a su forma de hablar, que en Posada es la manera en que escribe. Posada escribe como habla. Leerlo es oírlo.

Es un libro que se lee de un tirón y desde el primer párrafo en que el protagonista del primer relato confiesa “Mi mamá tenía uno de los culos que más tráfico pararon en toda La Habana”, ya es imposible abandonarlo. Muy pocos escritores cubanos se atreverían a referirse al culo de su madre como leitmotiv, aún menos llamarle culo a lo que los cubanos llamamos nalgas. No hace falta mucho más para saber que estamos ante un libro distinto desde su propio título y que al abrirlo nos disponemos a una aventura lectora a la que no estamos acostumbrados. Seguramente este libro escrito hace más de veinte años podía haberse situado en los preliminares de lo que luego se llamó “realismo sucio”, en ocasiones asqueroso, chato y que en nada se parece a sus autores, muy lejos de lo que escriben.

Hay tres cosas, sin que importe el orden, que me parecen relevantes en los tres relatos que componen Culos.

Primero, que es un libro testicular, esto no gustará nada a las feministas. No es poca cosa en un mundo en el que se juzga negativamente a los autores por la cantidad de testosterona, del mismo modo que en el Socialismo real se juzgaba por la cantidad de compromiso y valor obrero o patriótico. Para muchos la testosterona es proporcional a la calidad, igual que lo fuera el compromiso en el realismo socialista. Cambiando una cosa por la otra es la misma tontería simplista que hace peligrar la libertad artística y la capacidad provocadora y contestataria de ciertas obras. Posada no se corta un pelo y habla con una franqueza que estremece. Su relación con las mujeres en un libro donde el sexo conduce como un hilo la trama del protagonista es lo que se ha dado en llamar machista del mismo modo que fue un depravado Nabokov a través del profesor Humbert obsesionado por Lolita. El personaje de Posada o los personajes de sus tres relatos actúan con una libertad tan desmesurada que hacen añicos lo llamado “políticamente correcto”. Da igual que se trate de la actitud sexual, la descripción de las escenas de este tipo o las palabras que utilice, y si no fuera por los diferentes niveles de lenguaje y sintaxis podría parecernos que estamos en la barra de un bar después de un partido de futbol oyendo las historias de un parroquiano.

Segundo, el lenguaje del narrador que continuamente nos está enfrentando a una realidad narrativa nueva: letras de canciones, palabras gruesas, alusiones literarias, cinematográficas, arrastrándonos a una permanente intertextualidad cultural, social y política. Ninguno de los libros cubanos había aprovechado mejor el desenfado heredado de Guillermo Cabrera Infante y la metaforización de lo que hemos llamado “lo cubano” como lo hiciera Lezama Lima en su Paradiso. Una mezcla explosiva que nos retrata. El lenguaje adquiere una dimensión protagonista frente al acontecer narrativo. Hacía tiempo que no leía un libro donde el lenguaje se convirtiera en el portador de tanta fuerza alusiva. En los relatos no es más importante lo que sucede, sino lo que se infiere y alude.

Tercero, es uno de los retratos más críticos de un momento crucial de la sociedad y la Revolución cubana. La descripción mediante la enumeración de elementos que componen la vida diaria del cubano de entonces en la peor época de Cuba (los años 70), caracterizada por la represión y la escasez, son la mejor de las medicinas contra el olvido de unos años que tuvieron poca literatura que no fuera la exaltación patriótica o del sacrificio revolucionario. Sin embargo, es un libro divertido porque todo es centrifugado por el humor, generalmente ácido y sustentado en relaciones culturales, sobre todo literarias, cinematográficas y musicales. Es difícil encontrar un solo pasaje que no esté desdoblado por otra experiencia generalmente de tipo cultural, otorgando a la lectura un fuerte carácter connotativo.

Culos habaneros no es un libro de culos, es un libro sobre Cuba y nosotros, a pesar de la carga erótica con que el autor nos describe las relaciones de los personajes en las que el sexo parece el ojo apacible de un huracán que todo lo destroza alrededor. Lo que más importa, tal vez, es lo que se mueve con nostalgia y dolor en torno a este remanso y que conforma un cuadro de un lugar donde se amontona todo aquello que unos quisieron y otros despreciaron. Muchos hemos sobrevivido a aquellos años, volver a mirar lo que éramos y teníamos es un buen ejercicio para no olvidar y asegurarnos de que nada de lo que pasó valió la pena porque no nos hizo más felices. Y quizás como el personaje de uno de los relatos, los únicos a quienes debíamos agradecer es a Los Beatles porque “después que los conocimos nunca más volvimos a ser los mismos”.


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