Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Música, Jazz, D’Rivera

D’Rivera une en México el jazz y lo clásico

Figura emblemática del jazz y la música clásica, el clarinetista y saxofonista cubano estuvo en México para trabajar con la Orquesta Sinfonica Nacional

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I

Viernes 29 y domingo 31 de mayo. Sala Principal del Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana. Desborde de un público entusiasta y conocedor. Tercera llamada. El director Carlos Miguel Prieto entra al tablado seguido del joven percusionista mexicano José Eduardo Chávez Quintero Comienza el agasajo: Concierto para marimba y orquesta de cuerda, de Emmanuel Séjourné. La melodía conversa con los tabaleos. Un vals preside la concordia. El joven despliega técnica y carisma. Ovación total.

Toca el turno al clarinetista cubano Paquito D’Rivera, quien entra escoltado por el pianista Alex Brown y el conductor Prieto. “Yo soy el invitado, pero este muchacho mexicano de la marimba se robó la noche, me robó el show a ver qué puedo hacer, después de todo esto”, exclama el Doctor Honoris Causa de Berklee. Inicia con su tributo a Benny Goodman: Cape Cod Files, en cuatro movimientos en que el clarinete dialoga con las cuerdas y el piano se hace cómplice de las improvisaciones.

El jazz se encuentra con lo clásico: “El Adagio de Mozart es un blues; lo ejecutan mal. El maestro Prieto y yo hicimos una investigación: llegamos a la conclusión de que Mozart estuvo en andadas por New Orleans”, comenta el autor de Lecuonerías. Arreglo de D’Rivera del “Adagio” del Concierto para clarinete, de Mozart: introito de piano y contrapunto de clarinete y trompeta en la melodía. Remembranzas del más importante ensamble de jazz en la historia de la música cubana: Irakere. El público se balancea sobre el swing. “¿Verdad que esto nada tiene de austriaco? Estoy convencido de que Mozart nació a las orillas del Misisipi”, concluye el compositor cubano, residente en New Jersey.

Toots Thielemans valsea sobre sonoridad sureña, mexicana y afrocubana: asombroso arreglo de Brown a Waltz for Sonny. Paquito D’Rivera (sax alto y clarinete), Diego Urcola (trompeta y trombón), Alex Brown (piano), Oscar Stagnaro (bajo eléctrico) y Mark Walker (batería). Ejecución de temas de Lecuona, Ray Tico y Astor Piazzolla. “No veo diferencias, ejecuto un bolero o un son cubano con la misma rigurosidad con que enfrento una composición de Lecuona o un pasaje de Mozart o Stravinski”, proclama el 13 veces ganador del Premio Grammy.

La noche se columpia sobre los aires españoles y criollos de “El Escorial” y “Andalucía”, del pianista de Guanabacoa. El clarinete de Paquito D’Rivera improvisa sobre los pasajes melódicos, por un momento Carlos Miguel Prieto deja solo al concertino y observa los gestos del quinteto de jazz en comunión con la orquesta sinfónica.

“Contradanza” y “Vals Venezolano”, de D’Rivera. Ray Tico con su afectiva “La Habana”. Astor Piazzolla y “Revirado/Oblivion”. Lo culto y lo popular en riguroso y lúdico parlamento bajo las caminatas del gran Paquito D’Rivera, quien es, indiscutiblemente, uno de los músicos latinoamericanos más imaginativos y trascendentes de la segunda mitad del siglo XX a nuestros días. Nuevo y acertado concilio de un músico que se ha planteado integrar el jazz a los amarraderos de la música clásica: en estos conciertos en el DF (29 y 31 de mayo, 2015) lo consiguió con certero swing. Milagro que reunió a más de cuatro mil melómanos mexicanos. El carisma del músico de Marianao se impuso.

II

Encuentro y conversación con Paquito D’Rivera: “Disfruto la música mexicana, a Manzanero y al guacamole”

Lunes. Primera jornada de junio. La mañana nublada envuelve los gestos del concertista, que el fin de semana pasado llenó la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes con dos recitales históricos: conjunción de jazz y música clásica. Caminamos entre la gente: “Hace un año que no venía a México; siempre que vengo no me quiero regresar; aquí me han pasado cada cosa: recuerdo una vez en Guanajuato que tenía hambre y un taxista me llevo a un restaurante después de pasearme por un montón de túneles, ésa es la ciudad de los topos; o la vez que en Veracruz, en una cantina tuve que tararear, no llevaba mi sax, varios boleros y sones de Benny Moré”, recuerda el compositor, arreglista, sax alto y clarinetista Paquito D’Rivera.

Figura emblemática del jazz y de la música clásica —fundador de la mítica banda de jazz afrocubano Irakere, y solista de varias orquestas sinfónicas (Londres, Baltimore, Florida, Brooklyn, St. Luke...)—, estuvo en México para trabajar con la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la batuta de Carlos Miguel Prieto. CUBAENCUENTRO conversó con el Premio Carnegie Hall por sus Contribuciones a la Música Latina quien, con el sentido del humor que lo caracteriza, refrendó su “amor por México, su gente, su música y, sobre todo, el guacamole: ese puré de aguacate que hacen aquí es único en el mundo”.

¿Qué te lleva de México después de esta colaboración con la Orquesta Sinfónica Nacional en Bellas Artes: dos presentaciones en que lo clásico y el jazz dialogaron?

Cada vez que me entero que voy a venir a México empiezo a mover la colita de la alegría como un perrito agradecido. Disfruto estar aquí entre amigos y admiradores. Me sorprende el público, y la recepción de mi propuesta en complicidad con ese magnífico director que es Carlos Miguel Prieto. No veo diferencias: tan importante es Brahms como un bolero ranchero de José Alfredo Jiménez, un montuno caribeño o una sonata de Bach. Ejecuto todo eso con el mismo rigor. La gente aplaudió mi juguetón y atrevido traslado del “Adagio”, del Concierto para clarinete, de Mozart, al cosmos del blues. Perdón por el lugar común, pero como México no hay dos.

¿Cómo fue tu formación musical: primero lo clásico y después el jazz?

Mi padre, Tito D’Rivera, fue un saxofonista retirado del ejército, quien importó de Francia la escuela clásica del Conservatorio de París. Estudiaba su instrumento 26 horas diarias: me sentaba a su lado con un saxofoncito plástico, a imitarlo. A los 5 años de edad me regaló un saxofón chiquitico, me enseñó a tocarlo, y un año más tarde me presenté con el quinteto de saxos de la Orquesta Cosmopolita en un fin de curso de mi escuela. Estudié en el Conservatorio: a los 17 años me invitaron como solista de la Sinfónica Nacional de Cuba; el jazz vino como resultado de todo eso: el rigor de mi padre, mi participación en varias agrupaciones cubanas de música popular, la fundación de la Orquesta Cubana de Música Moderna y mi concluyente participación en Irakere, al lado del pianista Chucho Valdés, hijo de Bebo Valdés, quien era gran amigo de mi padre.

¿Cómo concebiste el programa del fin de semana en Bellas Artes?

Todo fue posible gracias al contubernio con Carlos Miguel Prieto, un conductor abierto a muchas variantes. El Concierto para piano, clarinete y orquesta: Cape Cod Files, tributo a Goodman, ya lo había presentado con él en New Orleans; lo demás fue conjuntar mi quinteto de jazz (trompeta/trombón, batería, piano y bajo) con la sinfónica en un balance de pequeñas piezas mías complementadas con temas de Ernesto Lecuona, Piazzolla, Toots Thielemans y Ray Tico.

¿Qué piensas de Cuba y su “apertura al mundo” tras las negociaciones para restablecer relaciones con Estados Unidos?

Como todos saben, soy muy crítico con el gobierno (dictadura) establecido en mi país hace más de 56 años. Salí en 1980 y no he podido volver, ni regresaré mientras tenga que pedir permiso para entrar al lugar donde nací. Soy escéptico en eso de las relaciones: Obama ha concedido mucho; y los Castro, casi nada. Me parece que quitar a La Habana de la lista de países que promueven el terrorismo no es acertado: no soy muy metódico en estas cosas políticas, lo que digo me sale del corazón y es mi renuencia a 56 años de represión en Cuba. No le tengo confianza a los Castro. Lo que más pienso de Cuba está en su semilla musical: vivo dentro de sus ritmos, habito sus concordias, por eso siempre incluyo temas de Ernesto Lecuona en mis actuaciones, el pianista y compositor más universal de nuestra cultura. Todo lo otro es circunstancial. Eso sí, tengo ilusión de ir a tocar mi clarinete y mi sax alto: pero, insisto en una Cuba libre y democrática.

Llovizna. Regresamos en automóvil de una comida que le han ofrecido amigos, músicos y admiradores mexicanos: el Doctor Honoris Causa del Colegio Berklee, hizo reír a medio mundo en el convivio con sus ocurrencias. Comió guacamole y alabó los sabores de la cocina azteca. “A lo único que no le entro mucho es al picante, lo calculo bien. Yo creo que el grito de Pérez Prado al frente de su orquesta aquí en México se producía después de masticar un chile habanero... Pero, el mole es delicioso...”

El tránsito por La Alameda Central, donde está el hotel en que se aloja, está atorado: “Oye, ya estoy cerquita de donde me hospedo, no den tantas vueltas, aquí en la esquina me bajo y me voy a pie, quiero lucir mis tenis azules nuevos”, nos dice. “Pero, Paquito la lluvia está fuerte, te vas a mojar”, le insistimos. “No importa, mi abuela decía que cuando llovizna uno se hace de papel y aguanta hasta que se deshace”, contesta risueño, y se baja del auto.

El fundador de la Orquesta de las Naciones Unidas/Dizzy Gillespie camina bajo los goterones como si nada, como uno más, desafiando la brizna en curiosa mirada a las fachadas de los edificios de la transitada Avenida Juárez del DF. Los transeúntes ignoran que ese señor de cabeza plateada, que camina apresurado debajo de los resquicios de los tejados es uno de los músicos más trascendentales de la cultura musical latinoamericana. Desde por la mañana lo escuché tarareando la cadencia de una batanga de Bebo Valdés: bajo el chubasco, parece que la va bailando.


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