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Investigación, Literatura, Literatura cubana

De la fructífera curiosidad

Los últimos libros publicados por María del Carmen Barcia Zequeira, Carlos Padrón y Cira Romero constituyen la cristalización de un serio y laborioso trabajo que sus autores realizaron en diversos archivos y fuentes

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En el último viaje que hice a La Habana, escuché a un famoso escritor referirse con menosprecio a la obra que un investigador había publicado recientemente. En su opinión, tenía esta poco valor, pues se reducía a un listado de los textos teatrales estrenados en Cuba durante un período determinado. En realidad, si alguien estaba pecando de elemental y de escasez de miras era el denostador, que demostraba su ceguera al no ver que el libro en cuestión fue concebido como una herramienta, como un valioso caudal de información a partir del cual historiadores y críticos podrán emprender estudios y análisis.

Y es que en el campo histórico y literario, el resultado de la labor de los investigadores se puede materializar en obras de diferentes géneros y características. En unos casos, puede dar lugar a bibliografías dedicadas a un autor, una publicación o un tema específicos. En otros, a compilaciones de textos inéditos o de difícil acceso para los lectores. Y en otros, esa faena puede cristalizar en monografías y ensayos. Todas esas obras, sin embargo, demandan decenas de horas de trabajo, que hay que consagrar a la búsqueda paciente y acuciosa en bibliotecas, archivos y hemerotecas, y posteriormente al procesamiento y elaboración de la documentación acopiada.

Eso vienen a ejemplificarlo tres libros de cuya publicación quiero dar noticia esta semana. Los tres constituyen la cristalización de un serio y laborioso trabajo que sus autores realizaron en diversos archivos y fuentes. Comparten, asimismo, el empeño por aumentar los conocimientos ya existentes sobre los respectivos temas en los cuales se centran. Y, finalmente, corroboran lo que antes anoté respecto a la diversidad de resultados en los que pueden fructificar las investigaciones. Esos títulos son Pedro Blanco, el negrero. Mito, realidad y espacios (Ediciones Boloña, Publicaciones de la Oficina del Historiador, Colección Raíces, La Habana, 2018, 213 páginas), de María del Carmen Barcia Zequeira; Lo que fuere sonará (dos tomos, Ediciones Alarcos, La Habana, 2018, 309 y 334 páginas), de Carlos Padrón, y Con la lengua de la pluma. Cartas enviadas y recibidas por José Jacinto Milanés (1835-1852) (Ediciones Matanzas, 2018, 342 páginas), compilado por Cira Romero.

Desde las primeras líneas de la introducción, María del Carmen Zequeira aclara que su libro “no es una biografía de D. Pedro Blanco, menos aun una historia de vida”. Su interés esencial, apunta, es más abarcador, pues el personaje de quien fue, junto con el portugués Félix D’Souza, el más famoso traficante de esclavos, le sirve de pretexto para introducirnos en una época histórica, en la cual “se mezclan intereses, conductas y acciones formuladas desde tres continentes: Europa, África y América”. Y precisa que la intención que la ha movido es “construir un relato capaz de aproximarse a la verdad histórica de una época y acercarse a un hombre que, como muchos otros, enmarcó sus aventuras en un contexto histórico”.

En este nuevo libro, que viene a enriquecer su extensa bibliografía, Barcia Zequeira se adentra una vez más en un tema recurrente en sus trabajos y del cual es una reconocida experta. Lo ha abordado antes en obras como Burguesía esclavista y abolición (1987), The Cuban Market 1790-1880 (1994, en colaboración con Laird Begard y Fe Iglesias), La otra familia (Parientes, redes y descendientes de los esclavos en Cuba) (2003), Una sociedad distinta: espacios del comercio negrero en el occidente de Cuba (1836-1866) (2017). En este nuevo estudio del que, en sus palabras, es “el mayor y más largo genocidio de la historia humana”, parte de la figura de un personaje histórico que ha devenido en mito. El camino que ha llevado a ello lo inició Lino Novás Calvo, al convertirlo en protagonista de Pedro Blanco, el negrero (1933), una obra que “tiene mucho de ficción y algo de cierto”, y que por eso él definió como una “biografía novelada”.

Tal como Barcia Zequeira expresó, en su libro no se dedica a reconstruir la trayectoria biográfica de Pedro Blanco. De hecho, tras unas primeras páginas en las que resume su niñez y juventud, pasa a ocuparse del asunto en el cual realmente centra su atención. Analiza el comercio negrero en la costa nororiental de África, los espacios en los que tuvo lugar y los agentes que lo mantuvieron durante siglos, la política abolicionista impulsada por Inglaterra, las confrontaciones entre ese país y España.

Informe para desprestigiarlo ante la Corona

En el último capítulo, la autora se ocupa de La Habana a la que regresó Pedro Blanco en 1839. La intención de este era instalarse allí definitivamente, pero se vio forzado a escapar a España en 1842. Entre 1841 y 1843, era Capitán General de la Isla Gerónimo Valdés, quien tuvo que actuar con cautela respecto al tráfico negrero, debido al reforzamiento de las acciones contra el mismo que había adoptado el gobierno británico. Para quienes lucraban con la trata, el gobernante resultaba una piedra en el camino y lo consideraban proclive a la abolición. Los comerciantes españoles también lo veían como un hombre peligroso. Deseaban su destitución y para lograrlo se valieron de la prensa de la Península. Gerónimo Valdés pasó así a ser victima de una campaña mediática, en la que se daba una imagen caótica de su administración y se daba la idea de que las ciudades de la Isla eran violentas e inseguras. A pesar de que se defendió, el gobernante fue removido del cargo y se nombró a Leopoldo O’Donnell para sustituirlo.

Gerónimo Valdés estaba convencido de que Pedro Blanco era quien había iniciado la campaña contra él y proporcionó a las autoridades españolas un informe que fue crucial para desprestigiarlo ante la Corona. Lo acusó de mantener durante años relaciones sexuales con personas de su mismo sexo, incluidos negros esclavos, y además de obligar a su esposa Rosalía a presenciar sus escandalosos apetitos y pasiones. Es pertinente apuntar que, como historiadora seria y rigurosa, no dedica a ese incidente más espacio que el estrictamente necesario a los fines de su libro. Deja que los lectores conozcan los detalles a través del informe redactado por Gerónimo Valdés. Forma parte del bloque de anexos, que recoge trece documentos inéditos de mucho valor.

Sobre el aspecto antes mencionado, Barcia Zequeira adopta una postura de sabia prudencia: “Resulta enigmática la veracidad sobre la causa del escándalo que refiere Valdés. ¿Fue cierto todo lo que se dijo? ¿Era bisexual, pederasta, o solo fue víctima de una conspiración? ¿Alguien influyó en Rosalía para iniciar un proceso que no llegó a tribunales? ¿Se sentía indispuesta contra su marido porque le había impuesto, en su propia casa, a la hija mulata? Si todo lo que expuso Valdés era cierto, ¿por qué no continuó el proceso? Desconozco las posibles respuestas a estas interrogantes. A pesar de una intensa búsqueda en todos los fondos posibles, en archivos cubanos y españoles, no se ha encontrado información judicial sobre el caso. Solo dos cuestiones resultan verídicas: el informe de Valdés a las autoridades peninsulares y la salida precipitada de Blanco del país”.

He dedicado espacio a ese incidente, no por lo que pudiera tener de escandaloso, sino para ilustrar y destacar la información hasta ahora desconocida que Barcia Zequeira aporta en su libro. Es fruto de sus afanosas búsquedas en las bibliotecas nacionales de Cuba y España y en los archivos históricos de La Habana y Madrid. Entre otros hallazgos, en los anexos recoge el documento por el cual Pedro Blanco reconoce a Rosa como su hija, sus argumentaciones para exonerarse de las acusaciones de Gerónimo Valdés y su testamento. De mucho valor documental son también la relación presentada a la censura por un tratante de esclavos, las observaciones de la compañía de Cuesta Manzanal y Hermano referentes al comercio de esclavos y las listas de barcos negreros que entraron por Santiago de Cuba y de los que fueron condenados por las comisiones mixtas de Sierra Leona y La Habana. Por su rigor investigativo, por su capacidad de síntesis y por la claridad de su discurso expositivo, Pedro Blanco, el negrero es una obra que reclama acreditada atención.

Ampliar la información, salvar lagunas, enmendar errores

En bibliotecas de La Habana, Santiago de Cuba, Matanzas, Camagüey y Santa Clara rastreó Carlos Padrón los datos para reconstruir la actividad teatral en Cuba entre 1511 y 1812, esto es, “desde sus orígenes hasta el momento en que alcanza la definitiva presencia de una expresión artística dramática: profesional, seria y articulada”. La información acumulada recoge estrenos y ediciones de obras, autores, compañías, espacios escénicos, decorados, maquinaria, música, efectos, así como también otros aspectos relacionados con el quehacer teatral, como son gestión empresarial, economía, factores de producción, salarios, reglamentos, labor de los críticos, vicisitudes del público.

Como explica Padrón en el preámbulo, el libro posee una estructura que obedece a imperativos que surgieron en el proceso de la propia investigación. Se abre con una introducción que provee un imprescindible análisis histórico y teatral. Sigue luego lo que constituye el eje central, integrado por tres capítulos —”Competir con las estrellas (1511-1775)”, “La vida es sueño (1776-1800)”, “Lo que fuere sonará (1801-1812)”—, en los cuales se relacionan en orden cronológico los hechos correspondientes a cada año. A las noticias, redactadas de manera escueta, Padrón añade sus comentarios, en los cuales procura ampliar la información, salvar lagunas y enmendar errores. Al final del cuerpo de noticias de cada año, incorpora una sección titulada “Autores y obras”, en las que da cuenta de los textos dramáticos escritos en la Isla o bien por cubanos residentes en el exterior. Todo esto completa el contenido del primer volumen.

El segundo contiene una bibliografía en la cual se registran libros, folletos, publicaciones periódicas, documentos y manuscritos consultados por el autor, así como las instituciones donde se encuentran. A pesar de que es muy exhaustiva, no puedo dejar de señalar la ausencia en la misma de las valiosas investigaciones publicadas por Rosa Ileana Boudet: Luisa Martínez Casado en el paraíso (2012), La chimenea encantada: Francisco Covarrubias (2017), Cuba: actores del XIX (2017) y Cuba entre cómicos: Candamo, Covarrubias y Prieto (2017), esta última junto con Manuel Villabella. A la bibliografía siguen cuatro anexos: “Compañías (1773-1811)”, “Obras representadas”, “Autores representados” y “Funciones por temporadas (1776-1812)”. Se incluye, por último, un índice analítico, una herramienta imprescindible en obras de este tipo.

Aunque el contenido y la extensión de las entradas varía de acuerdo a la relevancia del hecho y a la documentación que Padrón pudo reunir, a modo de ilustración y para que se tenga una idea reproduzco una correspondiente al año 1801: “9 de agosto. La comedia de Santiago de Pita El príncipe jardinero y fingido Cloridano se representa en el Teatro del Circo del Campo de Marte junto con el sainete de Ramón de la Cruz La presumida burlada. Es, por lo menos, la tercera vez que la obra del habanero se representa en Cuba. El Censor Substituto no perdió a oportunidad: «el Señor Pita, entre un verso bastante fluido, ensartó mucho disparate en cuanto a la moral, de forma que, según lo que oí en la representación, se le hizo cortar por la autoridad competente aquello que hería la sensibilidad […] No obstante, la idea es tal cual agradable; aunque más propia para personas del mediano estadio, que para Príncipes y otros Señores»“. (No he incluido las referencias bibliográficas que aparecen a pie de página.)

El acopio de información realizado por Padrón es realmente digno de elogio, y proporciona una visión panorámica de la actividad escénica durante el período que cubre. Arroja mucha luz sobre esa selva oscura que, para Rine Leal, es nuestro teatro colonial. En ese sentido, no resulta aventurado decir que Lo que fuere sonará constituye a partir de ahora una obra de referencia que ha de resultar de inestimable ayuda para investigadores, estudiosos e historiadores y seguramente servirá de cauce a posteriores indagaciones.

Buceo en las intimidades de Milanés

“Reunir, aun sabiendo que no están —no pueden estar— todas las cartas escritas por Milanés y las dirigidas a él, ha sido un trabajo arduo, solventado en parte por el empeño de los que me precedieron en parecida labor”. Con estas palabras resume Cira Romero el criterio a partir del cual preparó Con la lengua de la pluma. A los trabajos hechos previamente por otros investigadores —Enildo García, José Agustín Escoro, Marta Lesmes, Urbano Martínez Carmenate— y de las cuales se sirvió, incorporó documentos encontrados por ella en los fondos de la Biblioteca Nacional José Martí y el Instituto de Literatura y Lingüística. Esa faena se ha materializado en la que es la edición más completa, y probablemente definitiva, del epistolario del escritor matancero.

El epistolario de los escritores se asume como una parte esencial de su obra dispersa. Por su carácter de espacio esencialmente íntimo y personal, su correspondencia proporciona una visión estrictamente humana y es el medio más natural de su autobiografía. Las cartas ayudan así a reconstruir la imagen más completa de quien las redactó, pues esa urdimbre de confidencias y opiniones esclarecen su itinerario vital y sus vivencias en las circunstancias por las que este transcurrió. Poseen por eso un valor documental e histórico y son una fuente inagotable de información.

Hay epistolarios monódicos, que solo recogen las cartas del remitente. Otros, en cambio, son polifónicos, e incluyen tanto las enviadas como las recibidas. Son los que ponen a salvo y rehacen el diálogo a distancia y el entramado de intercambios que tuvo la comunicación. El epistolario de Milanés compilado por Cira Romero pertenece a este segundo tipo. Aparte de las numerosas misivas del autor de El conde Alarcos, reproduce las que le enviaron, entre otros, José Antonio Echevarría, José Zacarías González del Valle, Santiago R. Mayol, Anselmo Suárez y Romero y Domingo del Monte. Las de este último son las más abundantes, y a través de ellas se pone de manifiesto la relación maestro-discípulo que se estableció entre ambos.

Eso que antes apuntaba respecto a lo mucho que pueden ayudar los epistolarios a completar la biografía de un escritor, se cumple a cabalidad en Con la lengua de la pluma. Como hace notar Cira Romero en el texto introductorio, “no poco de la vida y obra de José Jacinto Milanés puede seguirse en las cartas que aparecen en este volumen (…): sus balbuceantes comienzos, su paulatino avance como aspirante a escritor, dependiente en su iniciación de los consejos del mentor Domingo del Monte”. Podemos seguir, asimismo, el proceso de creación de El conde Alarcos, así como “su afán, a veces descomunal, por obtener ganancias de sus obras teatrales, refrenado por su tutor literario sobre la base del racionamiento”. De lo que nunca dejó Milanés constancia en sus cartas fue del amor no correspondido que sintió por su prima Isabel, que fue una de las posibles causas de su deplorable estado mental.

Es mucho, en fin, la información de primera mano que puede extraerse de ese buceo en las intimidades del escritor. Una fuente de la que van a carecer los investigadores del futuro inmediato: a diferencia de lo que ocurría hasta hace unas décadas, cuando la correspondencia era el principal modo de comunicación, en nuestros días el género epistolar va camino de extinguirse, víctima de los teléfonos celulares, WhatsApp, Instagram y el email.

Si el trabajo de Cira Romero se hubiera limitado a reunir y reproducir las cartas, ya tendría suficiente mérito. Pero no se contentó con eso, y ha realizado una minuciosa labor para que se pueda sacar el mayor provecho de su lectura. En primer lugar, las ha enriquecido con un extenso número de notas con datos históricos, identificación de personas y obras mencionadas o aludidas, comentarios pertinentes, traducciones de los textos en otros idiomas, referencias biográficas complementarias. Las cartas están distribuidas en seis segmentos cronológicos precisos, que corresponden a momentos importantes de la vida de Milanés, y que, añade la investigadora, “también intentan darle sosiego al lector en el transcurso del itinerario epistolar”. Asimismo, ha modernizado la ortografía y aclarado las abreviaturas empleadas, y al final de cada misiva, indica mediante siglas el lugar de donde proviene y las páginas que ocupa. Por último, el volumen incluye una lista de las publicaciones de Milanés y una bibliografía de los libros citados y consultados. Se trata, en suma, de un trabajo al cual el calificativo de riguroso y bien hecho se le queda corto.