Actualizado: 23/04/2024 20:43
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A debate

De nuestro idioma y la herencia barroca

Respuesta al artículo 'Un vehículo para recibir', publicado por Vicente Echerri en 'Encuentro en la Red'.

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No sé si el idioma castellano, que es ya el tercero más hablado del mundo, es "fuerte y pujante", pero creo que su tendencia a incorporar palabras extranjeras sólo puede resultar negativa si se la juzga desde un canon de pureza lingüística que la propia Academia se ha visto forzada a abandonar.

Tampoco veo la "amenaza interna" que para el castellano constituiría la actual "preponderancia" de otras lenguas peninsulares. El gallego se habla cada vez menos, y otro tanto el valenciano, que no es, desde luego, un catalán "pervertido", sino una variante o dialecto suyo. Y pienso que si esta, la catalana, representara una real amenaza para la primacía de la lengua de Castilla, no necesitaría ser protegida por ningún decreto de la Generalitat [el gobierno regional autónomo].

El auge de los nacionalismos aliados al Partido Socialista en el gobierno de España se produce no tanto en detrimento del idioma como de la ideología de un nacionalismo español fundamentado en los valores históricos de la hispanidad.

Más allá de estas diferencias puntuales, la lectura de las consideraciones de Vicente Echerri ( Un vehículo para recibir) sobre nuestro idioma y su literatura me ha hecho recordar aquellos debates finiseculares en que se comparaba a latinos y anglosajones sobre el fondo de la derrota de España en 1898, la cual remitía forzosamente a aquella otra de 1588, que había marcado simbólicamente el inicio de la decadencia del Imperio.

Esos discursos sobre la superioridad de la raza anglosajona informaban una crítica del legado de la colonización española que en obras como Cuba y su evolución colonial (1906), de Francisco Figueras, y La convulsión cubana (1909), de Roque E. Garrigó, no se separaba de la duda sobre la aptitud del pueblo cubano para la democracia y el progreso. Sin el positivismo de aquellos letrados, parecida anglofilia informa un siglo después las consideraciones de Echerri.

La modernidad

De la lengua se pasa, casi inevitablemente, al tema crucial de la modernidad. Echerri atribuye el que considera escaso vigor de nuestro idioma a "la inercia e indigencia cultural de la geografía donde el español se produce —una inmensa sociedad receptora donde no se crea nada, no se inventa nada, no se produce ninguna novedad".

Y añade: "Unamuno dijo: '¡que inventen ellos!' —refiriéndose sin duda a los anglosajones y germanos— y ellos han inventado prácticamente todo, no sólo en el campo de las tecnologías, en la que no podemos dar un paso sin depender de una herramienta creada y desarrollada en el ámbito de una cultura que no nos pertenece, sino también de las ciencias puras, de las ciencias naturales, de las ciencias sociales… en todas las disciplinas humanísticas".

He aquí, ciertamente, un rasgo distintivo de la cultura española que se remonta a la monarquía católica: mientras en los siglos XVI y XVII, en el ámbito anglosajón se desarrollaban conjuntamente la filosofía y la ciencia, en el hispánico no había, en rigor, filosofía, y el progreso científico era resistido por una teología contrarreformista que fue caldo de cultivo del arte barroco.

Los ingenios españoles del siglo XVII se burlan del telescopio y del microscopio. La Iglesia condena la disección de cuerpos humanos, por lo que no se desarrolla la anatomía. Los comediógrafos difunden la idea de que las ciudades son perversas y hay que volver a los campos.

En su "Discurso de las armas y las letras", don Quijote censura moralmente las armas de fuego. Frente a esos inventos técnicos que volvían obsoleta la caballería, lo hispánico se afianza en la cultura del arma blanca: la espada, la navaja, los cuchillos. Detrás de la serie de derrotas abiertas hacia 1630 que jalonan la decadencia del Imperio bajo los últimos Austrias, el décalage técnico-militar del complejo hispánico está, pues, en el reverso de la energeia barroca. Pues esa potencia reprimida en la filosofía y la ciencia ha de explayarse en las vanas construcciones de la teología y en el derroche formalista del arte barroco.

Subalternidad no significa decadencia

Estos son hechos indiscutibles, pero no sé hasta qué punto el reconocerlos lleve a suscribir el señalamiento de Echerri sobre "la vigencia —casi siempre paródica— del barroco, esa antigua enfermedad del español que denota sobre todo un arraigado provincianismo, aun entre los autores de mayor nombre".

Es cierto que, en su origen, el barroco tiene de provincianismo en la medida en que constituye la expresión artística e ideológica de la resistencia de la España católica a la racionalidad moderna en sus vertientes teóricas y prácticas. Siendo, pues, la deslumbrante manifestación del sustrato religioso de una cultura de la vida y de la muerte signada por un exceso irrecuperable de la razón occidental, es lógico que en las épocas romántica y de auge de la filosofía de la vida —reacciones al Siglo de las Luces y al Siglo del Progreso, respectivamente—, Europa haya mirado el barroco hispánico como una reserva. Sea de un arte pleno de religiosidad en medio de un mundo desencantado, o como una estética subversiva de la racionalidad burguesa.

Así, el Barroco comportaría, para el siglo XX, un sentido doble: el de la reacción "antimoderna" y el de la revolución (pos)moderna. Pienso que en buena medida la teoría lezamiana del barroco y la sarduyana del neobarroco representan esta fundamental dicotomía, pero no es este el momento de extenderse en ello. Sólo quiero señalar que el barroco es algo más que una enfermedad y denota más que un provincianismo.

La cultura hispánica es subalterna, desde luego, en la medida en que, siendo el inglés la lengua franca de la globalización y la tecnología, lo van siendo todas las demás, incluso aquellas de mayor prosapia filosófica. Basta con echar un vistazo a la versión alemana del concurso de televisión American Idol: allí casi todas las canciones se interpretan en inglés.

Pero esta subalternidad no significa que en tanto cultura —esto es, no sólo en tanto reflejo de una civilización— sea decadente. Tan improcedente como celebrar el Día de la Raza o enorgullecernos ingenuamente, como Olga Guillot, de ser "latinamente latinos", es pasar por alto que "literatura de desecho" hay en todos los idiomas. No olvidemos que El código Da Vinci se escribió en inglés.