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Cine, Cine cubano, Arte 7

De pecados capitales y personajes unidimensionales

No hay nada interesante ni exploratorio en este filme, solo clichés repetidos hasta el cansancio

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“Esteban Insausti (Ciudad de La Habana, 1971) ha tenido una breve pero promisoria carrera como director y guionista de cortometrajes de los cuales se destaca Existen (2005). También escribió y dirigió el tercer segmento del largometraje a tres manos Tres veces dos (Cuba, 2003), titulado Luz roja y que no pasa de ser un ampuloso ejercicio de estilo. Ahora acaba de completar su primer largometraje, Larga distancia (Cuba, 2010) cuyo propio guion dirigió. Pero el salto del cortometraje al largometraje, con la necesidad de sostener los elementos dramáticos con mayor solidez y profundidad ha probado ser en este caso, una misión imposible. Lo que en los cortos resulta fresco e ingenioso aquí parece redundante, aburrido y alargado. La imaginación no le da para tanto. Al menos todavía”.

Con el párrafo anterior comencé mi reseña sobre el primer largometraje de este director. Ocho años tuvo que esperar para completar su segundo largometraje. Si en Larga distancia al menos trataba, o maltrataba, los conflictos de su generación, tratando de “decir cosas”, por lo cual le pasaron la cuenta, en Club de jazz, no se sabe de qué trata. Supuestamente se centra en los pecados capitales de la envidia y en menor medida, el orgullo, pero las tramas están tan pobremente elaboradas que no hay nada interesante ni exploratorio en el filme, solo clichés repetidos hasta el cansancio.

El filme está estructurado en tres cuentos. El primero titulado Saxo alto (que en todas las reseñas que he visto lo identifican como Saxo tenor, aunque en la copia que yo vi dice alto), trata sobre un niño blanco y rico y un niño negro y pobre que aprenden a tocar el saxofón (aunque el negrito parece ya un virtuoso). El niño blanco solamente está interesado en la música clásica, pero su padre, un profesor de música, dueño o gerente de un club de jazz, que vive en una gran mansión, insiste que toque jazz para ganar un concurso que dará una beca en Nueva York (en la marquesina del club, que parece la entrada de un cine, se lee “Los mejores a Nueva York” que es una obvia parodia del viejo refrán “Los mejores van a Argelia).

El niño negro, de apellido d’Rivera, otro guiño inútil, es huérfano y vive con su abuelo, una suerte de Tío Tom tropical que “una vez” tocó con Charlie Parker y que uno se pregunta qué necesidad tiene de que el ricachón le enseñe nada, va llevado por su abuelo y toma clases con el “famoso profesor” que inmediatamente siente envidia de su talento y trata de destruirlo. No seguiré con la nada imaginativa y predecible trama, pero basta decir que el cuento parece desarrollarse en La Habana (aunque esto no se entiende bien hasta más tarde) en los años cincuenta y que lo único que se puede concluir es que los jóvenes directores cubanos no tienen idea de cómo se vivía en la Cuba de los años cincuenta.

Lo que se ve parece una mezcla de fines del siglo XIX con carros de los cincuenta y vestuario de los cuarenta. Los personajes son completamente unidimensionales. El profesor es malo y envidioso, su esposa es una sumisa, siempre callada y para colmo tienen un “ama de llaves” que llevan a espectáculos públicos. El niño blanco es tímido y tiene solamente una expresión facial. El niño negro es todo vida y talento, sin un ápice de maldad. Su abuelo un esclavo perfecto, bueno y respetuoso. Los diálogos que se ven forzados a decir, resulta imposible decidir si Héctor Noas y Samuel Claxton son buenos actores o no, porque no les dan mucha oportunidad de salirse de un guion horrible y estructurado a la peor manera. Esta historia insufrible, es además el segmento más largo del filme.

Más corto y no mucho peor, es el segundo cuento, Contrabajo con arco, en el cual un bajista que es una mezcla del virtuosismo de Jaco Pastorius con la imagen de un Jim Morrison al borde del suicidio, cuyo nombre es Israel y su apellido es otro guiño inútil del director, es asediado por un “ensayista y crítico” que quiere aprovecharse de su talento para escribir un libro que lo propulse a la fama. Aquí envidia y orgullo se dan la mano como tema. De nuevo, los personajes son monocromáticos y no les da mucha oportunidad a los actores. Mario Guerra, probablemente el mejor y más subutilizado actor cubano de hoy en día, hace lo que puede con el personaje del ensayista. Raúl Capote, como el músico, drogadicto y alcohólico, no hace más que posar y pasearse desnudo frente a la cámara. Claudia Valdés, como su pareja, no luce nada bien como la mujer sufrida, habilitadora de su esposo-ídolo y que lo único que parece saber hacer es intentar practicar la felación para obtener favores.

Todavía más flojo es el tercer cuento, Piano solo, sobre un joven pianista emergente, católico devoto, que da un salto repentino a ser intérprete en el mismo club de jazz donde transcurren los dos cuentos anteriores. El dueño del club ahora es un pianista llamado Lázaro Contreras y anémicamente interpretado por Luis Alberto García, que se recome de envidia en cuanto escucha al joven pianista. No hay mucho que decir de este cuento. Leo, el joven, se va deteriorando física y mentalmente a medida que se desarrolla la trama, pero no se entiende bien por qué, a no ser que es víctima de las hechicerías afrocubanas que Contreras convoca para destrozarlo. La película presenta de manera bien simplona y ridícula, un contrapunto entre el cristianismo y las religiones afrocubanas. De nuevo, la pareja de Leo es una habilitadora, que aguanta todo lo que puede hasta que ya no puede.

Lo único salvable del filme es la fotografía y la composición de ciertos locales, que estuvo a cargo de Angel Alderete y Alejandro Pérez, este último hizo un buen trabajo en el filme anterior de Insausti. Con el blanco y negro y los paisajes, tratan de darle al filme un ambiente que trascienda los límites locales, aunque la película declare que sucede en La Habana. Es quizá la intención no lograda de Insausti de tratar temas universales y que toquen a individuos más allá de cualquier contexto.

El resultado es un filme muy malo, en el cual se ve y se oye una Habana que no tiene nada de Habana, en donde los desnudos son gratuitos y jamás el sexo se acerca al erotismo y en el que además los personajes responden a los peores estereotipos, en especial las mujeres, que todas son sumisas y habilitadoras. Un filme pretencioso, lleno de diálogos que suenan a monólogo pomposo. Con Club de jazz, Insausti ha dado un salto regresivo en su carrera, ya que, como guionista y director, es responsable absoluto de este desastre.

Club de jazz (Cuba, 2018). Guion y dirección: Esteban Insausti. Dirección de fotografía: Angel Alderete, asistido por Alejandro Pérez. Con: Mario Guerra, Raúl Capote, Héctor Noas, Yailene Serra, Claudia Valdés, Luis Alberto García y Samuel Claxton. Se muestra en algunos programas universitarios de Estados Unidos. El DVD está disponible por Kímbara Cinemateca Cubana.


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