Actualizado: 15/04/2024 23:17
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Con ojos de lector

Dejemos que nos cuente

José Miguel González-Llorente reúne doce narraciones que pretender ser como doce horas de un reloj ubicuo, cada una con su propio y disímil tiempo.

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Tras un par de incursiones en la novela, La odisea del Obalunko (2002) y Tierra elegida (2003), José Miguel González-Llorente (La Habana, 1939) decidió probar suerte en la narrativa breve, género en el cual se inscribe su libro más reciente, Reloj de arena y otros relatos (Ediciones Universal, Miami, 2005).

Se trata de doce cuentos, "como doce horas de un reloj ubicuo", según se puede leer en la contraportada, "cada uno con su propio, disímil tiempo". Cabría agregar que cada uno sigue su propio derrotero en lo que se refiere al asunto, de lo cual se puede inferir que estamos ante un conjunto de textos que optan por la variedad. Algunos de ellos comparten, sin embargo, una similar preocupación estética por abordar la realidad cubana contemporánea desde ángulos y tratamientos más imaginativos, con pocas deudas a los referentes objetivos inmediatos. A ese grupo de cuentos pertenecen Reloj de arena, El tiranicidio es una idea, El parto del Manatí,Un pequeño milagro y El espectáculo más grande del Sur.

Este último adopta el estilo de una fábula delirante, en la cual un joven que constantemente acosa a su padre con preguntas, encuentra parte de las respuestas en una función circense. El desfile es anunciado como El Espectáculo más Grande del Sur, y en el mismo asiste a una sucesión de atracciones, a cual más grotesca, absurda y guiñolesca. Al final, el joven se asombra cuando comienzan a repetirse los mismos números que había presenciado dos horas antes. "Se ve que eres nuevo en el Circo", es el comentario de su vecino de grada. "El público del Circo del Sur tiene muy mala memoria… Ya nadie se acuerda de nada de lo que pasó. Unos pocos recordamos, pero tú sabes, a veces es mejor seguir aplaudiendo…".

En tres de esas narraciones, González-Llorente prefiere, sin embargo, que estas admitan una lectura que no necesariamente haya que hacer en clave cubana. Por ejemplo, Reloj de sangre trata de las estrategias a las cuales apela un preso para poder subsistir a su cautiverio y a las estratagemas empleadas por sus carceleros para minar su integridad. En El tiranicidio es una idea, mientras espera ser recibido por el presidente, un coronel decide aprovechar esa oportunidad para ajusticiarlo y de ese modo poner fin a quien ha desgarrado el país y se ha convertido en un verdadero enemigo público. Cada lector puede poner nombres a los personajes y ubicarlos en una geografía y una época específicas. El autor les permite esa libertad, pero elude hacerlo él.

En El parto del Manatí y Un pequeño milagro, en cambio, el autor incluye referencias inequívocamente cubanas. En el primero, dos amigos logran consumar el plan de escapar clandestinamente a Estados Unidos, y una madrugada salen de Cojímar en el pequeño submarino que uno de ellos ha construido. En el segundo, las sesenta imágenes religiosas (la Virgen de la Caridad del Cobre, la de Regla, la Candelaria, Nuestra Señora de las Mercedes…) de las sesenta casas de un pueblo situado al pie de la Cordillera de los Órganos comienzan a llorar quieta y silenciosamente.

Apertura a contextos más abarcadores

Mas a González-Llorente no le interesa referirse al trágico problema de los cubanos que se lanzan al mar a un destino incierto, sino desarrollar el costado insólito y humorístico de la situación de los dos émulos del capitán Nemo. Y respecto a las razones que motivan el milagro del llanto de las vírgenes, el cura del pueblo explica que se debe a lo que los cubanos han hecho a su isla, al culto a la mentira, a la falta de honradez, a las personas encarceladas sólo por escribir la verdad; pero también a lo que está pasando en otros países, a las mujeres a las que se esclaviza, a los niños obligados a pelear en la guerra, a los seres humanos que diariamente mueren de hambre…

En este último cuento un personaje comenta que La Veguita, el pueblo pinareño donde ocurre la historia, ha empezado a formar parte de un espacio más ancho en el planeta. Algo de esa apertura a contextos y asuntos más abarcadores hay en esos cuentos, en los que González-Llorente elude las hipotecas a "lo cubano" y adopta un discurso narrativo no neutro, pero sí despojado de los elementos locales más obvios y fáciles de identificar. En eso lo ayuda mucho el medio a través del cual se expresa, una prosa cuidada, atenta más a la limpieza de estilo y la corrección sintáctica que a la incorporación de inflexiones y términos del lenguaje popular y coloquial. El fragmento que reproduzco a continuación puede dar una idea aproximada del buen nivel literario que mantiene la escritura de González-Llorente a lo largo de todo el libro: "Se le ocurrió mientras esperaba. La idea le vino a la mente como si hubiera sido un insecto que estaba volando cerca y de repente se le posara en la cara. No trató de espantar al insecto y la idea se le clavó en la piel de la frente. Unos minutos después —muy pocos minutos realmente— la idea ya no tenía el tamaño de un insecto, porque ahora era como un ruido, como un aire enfurecido que se movía dentro de su cabeza, sin dejarlo pensar en otra cosa".


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