Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Del culpable esplendor

Viaje a la Habana, de la Condesa de Merlín y editado por María Luisa Caballero Wangüemert.

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Pero el contraste definitivo, ciertamente desolador, se cumple cuando leemos esas cartas y miramos en derredor, ahora, en una Habana sucia, ruinosa, destartalada; cuando sentimos que sus supuestas bondades naturales ya no son tales: luz cegadora, calor intolerable, ancianos fantasmales, paisaje como después de una batalla, obscenidad y vulgaridad por doquier… Nada, como ya sentía Guillén: "un sol de hiel en el centro", o como recreara Virgilio Piñera, casi naturalistamente, en La isla en peso o en "La gran puta"… Una Habana, una Cuba, una isla para nada utópica, para nada paradisíaca, sino más bien infernal. Es que no es lo mismo visitar una realidad pletórica de futuro, que hacerlo ahora, cuando el peso del pasado es tan enfático y espeso, y los atisbos de porvenir tan sombríos.

La realidad siempre está ahí, regalándonos su indiferente, terrible, maravillosa o huraña perplejidad. Pero todo depende de la índole de la mirada: quién mira y desde dónde se mira. Pues, ¿cómo hubiera sido la mirada de un esclavo de plantación? ¿Qué ha pasado entonces, nos preguntamos, que ya no podemos decir como Lezama: "ya que nacer aquí es una fiesta innombrable"? Un país de donde se quiere huir, escapar…

Acaso sólo puede encontrarse algo similar a aquella visión idílica (aunque ciertamente instructiva y por muchos motivos significativa) de la condesa, en cierto turismo inocente o en cierta izquierda cínica, defensora de un totalitarismo pobretón y ruinoso que no sería capaz de soportar en su país de origen.

Una percepción demediada por un imaginario utópico termina viendo una realidad transfigurada por el juicio previo y por el deseo, o por eso que se ha dado en llamar "la imaginación de un sentimiento". Uno termina por ver lo que busca con ansiedad o lo que responde a nuestro más profundo anhelo. Uno termina, pues, editando, antologando, construyendo otra realidad…

La moderna teoría del caos

Ahora mismo, los viajeros, oriundos de Cuba, que regresan a visitar a sus familiares queridos, ya no idealizan nada, a no ser, si acaso, un relativo, más bien imaginario pasado casi antediluviano, anterior a la Revolución, pues lo que idealizan más bien es su nuevo país de promisión. Y si de literatura de costumbres se trata, ahí está el realismo sucio de Pedro Juan Gutiérrez o la Babilonia de Amir Valle… Nada, que acaso persiste como nunca aquella antigua idea de origen religioso comentada al principio de este texto o las severas leyes físicas o la relatividad del tiempo descubierta por Einstein o el desasosegante principio de incertidumbre de Heissenberg… o, incluso, la moderna teoría del caos, o el tratado de ruinología de Antonio José Ponte.

Pero, a contrapelo de todo esto, ¿no está más presente en la mente de cualquier cubano actual aquel verso de Juan Clemente Zenea: "con mi país de promisión no acierto"? ¿No está más cercano en el imaginario insular el fiasco del hombre nuevo, o el sinsentido final del dudoso sacrificio de toda una vida por suscribir aquella frase de Julio Antonio Mella, con la que inútilmente intentaba contradecir a Jorge Manrique: "cualquier tiempo futuro tiene que ser mejor"? Lo cual no quiere decir que renunciemos a esperar un futuro al menos diferente y, por qué no, mejor que este presente o pasado desoladores.

¿Podrá la Cuba del futuro volver a articular un imaginario utópico? ¿Tendrá su mito de la nacionalidad o de la identidad (sentido y pensado siempre como en ciernes, o inacabado, inconcluso, como realidad futura, siempre inalcanzable) algún papel positivo en la movilización de una nueva mirada sobre nuestra realidad? ¿Perderá esa impronta utópica y mítica su carácter tantálico? ¿Será superable la previsible disputa entre el futuro poder político y el insondable resentimiento histórico acumulado?

¿Habrá un socorrido equilibrio entre la inevitable fabulación nacionalista e identitaria —tan conveniente para la tiranía de la política y las ideologías— y la reconstrucción de un país inmerso en una modernidad democrática? ¿Se tornará finalmente el insulano, como un romano en tiempos de decadencia, hacia el pasado, para buscar los mitos perdidos, los imposibles e inhabitables paraísos, con una mueca de cinismo o desdén, de melancólico escepticismo, o se entregará, como prefiguraba Lezama en "Mitos y cansancio clásico", de su La expresión americana, a la construcción de nuevos mitos, con "sus nuevos cansancios y terrores"?

Invito al lector interesado a leer o a releer Viaje a La Habana, de la Condesa de Merlín, y la minuciosa, erudita, interesante introducción de María Caballero Wangüemert; incluso el antiguo prólogo de Gertrudis Gómez de Avellaneda, para, además de ilustrarse sobre aquel pasado colonial, reflexionar sobre el presente y, acaso de este modo, conferirle a las entusiastas cartas de la condesa criolla, una insospechada recepción a la luz de nuestro sombrío presente o desconocido futuro.


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