Actualizado: 15/04/2024 23:17
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Del hechizo de 'Los siete contra Tebas'

A Antón Arrufat le han dado 'el beso de la patria', 39 años después. ¿Se cumplirá la predicción de aquel santero famoso?

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Quizá, piensa el memorioso Antón esa noche mientras sonríe y reparte apretones de manos y saludos entre personalidades y conocidos, sea este estreno, y en tan significativa fecha, el primer aviso, la señal de que había comenzado a desaparecer el hechizo que treinta y tantos años atrás, en vísperas de su muerte, anunciara un santero famoso.

Según lo vio aquel venerable sacerdote (que predijo, indicando lugar, hora y fecha precisos la muerte de Lennon, y antes la de Gardel, la caída de Machado, el suicidio de Chibás, la guerra de Vietnam, la huida de Batista y tantos otros hechos, incluida la mención por primera vez en la historia del mundo de Bill Gates y la hazaña que preparaba), mientras la prohibición de Los siete contra Tebas se mantuviera en la Isla, habría una pared infranqueable entre dos edades claves de la nación.

A saber, el período que va de 1959 a 1968 (para aquel prestigioso anciano, que naciera esclavo en un ingenio, el "momento de oro de la revolución" en todo sentido, no obstante, dijo, el churre que dejaran la UMAP y el aval de Fidel a los rusos por la invasión de Checoslovaquia) y el siguiente, o nueva edad, que después del estreno de Los siete contra Tebas irían viendo los cubanos aparecer poco a poco, sin que al principio lo pareciera, hasta que por fin, casi de repente, la vieran aparecer, estremecedora, radiante, de cuerpo entero.

'Arrufat teme estar soñando'

Aunque el flemático Antón lleva años dejándose querer, le han dado el "beso de la patria", en el patio de los viernes escolares, por los años en que estuvo silenciado, desaparecido del mundo mientras afuera pasaban los días y con ellos la juventud diciendo adiós. Hoy, ya ni le extrañaría que mandaran a erigirle, en un pupitre de la escuela de Santiago de Cuba donde cursó sus estudios de primaria, una estatua semejante a la de Lennon en su parque del Vedado.

Antón, no obstante, continúa sonriendo misterioso en el lobby del Mella, en esa histórica noche del estreno de su obra, cuando ya ésta va llegando al deseado momento en que, por fin, acaben de morir Etéocles y Polinice, los dos famosos hermanos que se disputaran Tebas, dejando deshecho, de este modo, el prolongado hechizo.

Si alguien vio a Antón en la sala, vio su apariencia, solamente su apariencia; digamos, el doble ectoplasmático que él, experto en disfraces como toda la gente de teatro, envió por delicadeza. El verdadero Antón, el amigo de Virgilio, el confidente de los últimos años de Lezama, el otrora desaparecido del mundo durante 15 años enigmáticos, ese Antón más efímero, pero a la vez el único real, duda aún en el lobby del teatro.

Le pasaron tantas cosas una vez, vio tanto entonces, aprendió tanto que, a pesar de todos los mimos posteriores que a diario le llegan, todavía no lo puede creer, no se atreve, el pobre. Se niega a entrar en la sala y encontrarla vacía. Antón teme estar soñando.


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