Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Crónicas

Del hechizo de 'Los siete contra Tebas'

A Antón Arrufat le han dado 'el beso de la patria', 39 años después. ¿Se cumplirá la predicción de aquel santero famoso?

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Se habla de una gran expectativa surgida entre las gentes supersticiosas de las tablas, con motivo de la reciente puesta en escena de Los siete contra Tebas: pieza que en el extranjero es considerada "obra insignia" del teatro cubano. No por determinación de la crítica mundial, ni por el éxito de taquilla, sino todo lo contrario, por inédita, por los 39 años que llevaba castigada, excluida de los anales de la cultura cubana, en el más largo encierro que recuerdan las edades contemporáneas. Ni siquiera Albizu Campos, ni después Mandela, la superaron.

En Cuba, cuando al fin la noche del pasado 20 de octubre fue estrenada en el Teatro Mella de La Habana, hubo conmoción en el gran público. La obra existía. No era una leyenda inventada en Miami para desprestigiar la revolución, ni tampoco un cuento de abuelos para dormir a los niños, como el de "la luz de Yara", "el jinete fantasma que cabalga al amanecer, en un caballo sin cabeza por los campos de Peralejo, levantando polvo aunque no haya llovido", o el cuento de "los jigües de la laguna en las noches de luna nueva". Los siete contra Tebas era algo real.

Creyera o no en el poderoso hechizo que a esta obra se le ha atribuido (razón por la cual, según algunos, no se había atrevido el gobierno a autorizarla), su autor, el altivo, elegante y hermético Antón Arrufat, con su tipo de lord envejecido —más de depositario de penas secretas de la nobleza, que de años—, permanecía aquella noche del estreno en el lobby del teatro exhibiendo una sonrisa medio giocondina que algunos viejos funcionarios de Cultura, del pasado de sus desdichas, no le perdonaban por insolente, por cínica, decían —aunque a lo mejor era, me comentó alguien, menos por odio a Antón que por el terror de lo que podría pasar con ellos de cumplirse la predicción.

Pánico de unos, esperanza de otros

Antón, por su parte, tal vez estaba allí recordándose a sí mismo cuando en 1968 lo hicieron desaparecer, a causa de esta misma obra que ahora es el pánico de unos y la esperanza de otros. Tenía entonces 33 años y era famoso. Cuando reapareció tenía 50 y ya nadie lo recordaba.

Ni él mismo pudo decir dónde estuvo en esos años. Se había dicho que convertido en un sello de correos, lo pegaron en un sobre que se perdió, camino de un lugar secreto en la Unión Soviética; otros, que lo volvieron invisible y lo metieron en un saco de hojas secas que dejaron con la boca abierta en una tarde de viento. Unos aseguran (jurándolo aun por su madre) que lo enviaron a una biblioteca municipal, donde una directora cruel lo convirtió en un retrato encantado que colgó de cara a la pared, de manera que sintiera el olor de los libros pero no pudiera verlos. Innumerables son las versiones al respecto; Antón ni afirma ni niega, porque no lo sabe.

Sabe que ahora está (o le parece estar) en el lobby del Teatro Mella, viendo entrar al público que llega en oleadas a ver el estreno de su obra, de la obra que no sólo ha sido escogida para subirla a escena en el "Día de la Cultura Nacional", sino que entre todos los actos conmemorativos por esa fecha fundacional venía a ocupar dicho estreno el lugar cimero, el del homenaje que cerraría con broche de oro —como dicen todavía en Cuba los locutores municipales— la gloriosa efemérides.


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