Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Cine, Arte 7

Después del muro

Jan Ole Gerster ha logrado, en 85 minutos, una meditación sobre la consciencia alemana después de la caída del muro, lo ha podido hacer con ironía, con pequeñas dosis de humor y mucho cinismo

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Al principio, en tono y estilo, A Coffee in Berlin parece que va a ser una mala caricatura de Manhattan, sin la verborrea y el humor de Woody Allen. Niko, un joven de unos veinticinco años, indecisamente deja a su novia y parece luego arrastrar su vida entre los estrechos márgenes emocionales que van de la apatía a la abulia.

Nos enteramos que lleva dos años mintiendo a su acaudalado padre, quien le pasa una mesada para que prosiga sus estudios universitarios, hasta que un cajero automático se traga su tarjeta de banco y Niko, sin un centavo, acude al padre, quien le informa que se enteró de su estafa y que le corta toda ayuda financiera. Le deja unos cuantos cientos de euros en efectivos para que se las arregle como pueda a partir de ahí.

Niko parece tener un imán para atraer a todo tipo de fronterizos mentales, frustrados profesionales o gente con demasiado bagaje emocional, a todos los cuales enfrenta con la misma indiferencia y falta de empatía. Cuando todo parece que esto va a resultar un refrito de alguna película de Noah Baumbach, particularmente Frances Ha, uno de esos melodramitas posmodernos sobre la inconformidad y la angustia existencial de la alta clase media, pero que normalmente se ahogan en la superficialidad emocional de sus desagradables y plañideros personajes, la película va, poco a poco tomando un giro diferente.

La narración comienza sutilmente a contextualizar a Niko, que se nos muestra gradualmente como el hombre nuevo alemán, ese que nace después de la caída del muro, que no enfrenta los problemas de un país dividido entre dos sistemas antagónicos como un par de generaciones anteriores pero que todavía arrastra con los cargos de culpabilidad que no abandonan la consciencia alemana: Hitler y el Holocausto.

Mientras Niko va de una frustración a otra, se encuentra primero con un actor amigo de su amigo Matze, quien los invita a la filmación de una película sobre un oficial nazi que antes de la guerra se enamoró de una mujer a quien no sabía judía, cuando esta le confiesa eso y que además está embarazada de él, el nazi la protege durante la guerra y al final, cuando llega la derrota, no quiere convertirse en su carga y la deja libre mientras él va a enfrentar el escarnio. Es un secuencia breve pero narrada sin excesos dramáticos y en la que se inscribe no solamente un filme dentro del filme, sino además, la filmación de ese otro filme.

Al final de su camino, en el cual, entre otras cosas le ha sido imposible tomarse un café, se encuentra en un bar con un viejo aparentemente borracho, quien le cuenta como en ese mismo lugar más de sesenta años atrás él, de niño participó como victimario en La noche de los cristales rotos. Mientras verbalmente el anciano apunta a los cambios arquitectónicos del paisaje de Berlín, la cámara recorre el local para mostrar los rostros de rechazo de quienes escuchan. Entre la impavidez de Niko y el asombro general, la idea es que Alemania no ha cambiado en esto, porque no se ha querido enterar. Los mismos fantasmas la siguen asolando porque se niega a discutir su existencia.

El filme representa el debut de Jan Ole Gerster como director y guionista de largometrajes. Muestra una mano firme como director y una narrativa ingeniosa y fresca como guionista ya que recrea secuencias y diálogos trillados pero los personajes nunca responden de la manera que se espera y siempre sorprenden. Esta película le valió varios premios de mejor dirección y mejor guión en distintos festivales europeos en 2013 y acaparó casi todos los premios alemanes.

Tom Schilling (Before the Fall y The Baader Meinhof Complex), está excelnte como Niko, desplegando la anemia emocional adecuada que encasilla a este hombre nuevo que quiere desprenderse de la historia pero no puede. Friederike Kempter, de quien no he visto nada anteriormente, aunque ha actuado bastante, está muy bien en el rol de Julika, la antigua chica obesa de la secundaria, que fuera el hazmerreír de Niko y sus amigos por su peso, pero que ahora ha cambiado y se desquita exhibiendo su nuevo físico y que se erotiza ejerciendo el masoquismo verbal. Todos los demás actores están perfectamente ajustados a sus papeles secundarios.

La excelente música de la banda alemana Major Minors, quien compuso e interpretó todos los números de jazz que se escuchan, conforma una agradable y apropiada banda sonora que se une a la eficaz fotografía en blanco y negro de Philipp Kirsamer (Tristán e Isolda y V for Vendetta), que va mostrando un Berlín al cual poco acceso tienen los turistas, que mantiene un encanto entre triste y nostálgico pero que parece mirar al futuro.

Gerster ha logrado, en 85 minutos, una meditación sobre la consciencia alemana después de la caída del muro, lo ha podido hacer con ironía, con pequeñas dosis de humor y mucho cinismo. Una película que quiere demostrar que olvidar la historia no limpia la consciencia ni purga las culpas y que nada se resuelve hasta que no se enfrenta abiertamente. Un dilema por el cual han pasado muchos pueblos europeos en los últimos veinticinco años.

A Coffee in Berlin (Alemania, 2012). Dirección y guión: Jan Ole Gerster. Director de Fotografía: Philipp Kirsamer. Con: Tom Schilling, Friederike Kempter y Marc Hosemann. La película se estrenó en Nueva York y Los Angeles en junio. Luego ha sido exhibida de forma limitada en otras ciudades y ahora se encuentra disponible en OnDemand.


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