Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Destruir los mitos

'Espejo de Paciencia', una nueva lectura tras cuatro siglos de escritura.

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El arco nacional-poético

En el prólogo a la tercera edición, y la primera en solitario, de la obra, el poeta y arqueólogo Felipe Pichardo Moya ofrece el paradigma de la lectura nacionalista, al buscar y encontrar en el texto de Balboa los elementos de autoctonía que Chacón había negado. Pichardo propone ver en los dos primeros siglos de la Colonia "la Edad Media cubana", en la cual, como en la europea los elementos de las nacionalidades modernas, "encontrar dormidos los de la futura nacionalidad cubana".

Ciertamente, el contrabando, actividad fundamental en los hechos que narra el poema, indica una diferenciación entre criollos y peninsulares, y acaso lo incipiente de las contradicciones que irían agudizándose hasta conducir al separatismo, pero muchas de las observaciones de Pichardo son cuestionables a la luz del poema.

No parece, por ejemplo, que "el triunfo de los bayameses" sea "el triunfo del pueblo", ni se encuentra por ningún lado en el poema "un espíritu popular". Tampoco se soporta la afirmación de que "Balboa Troya tiene el deseo constante […] de hablar en criollo y de pintar nuestra naturaleza y nuestro ambiente". No es cierto que "la fauna y la flora cubana (sic) aparecen a cada rato", sino sólo en momentos específicos del poema, y el hecho de que el lenguaje del poema parece más cercano al actual que el de algunos poemas españoles de su tiempo, lo que demostraría ya una cierta cubanización, no es sino una especulación poco confiable.

Más o menos en la misma cuerda, el escritor José Lezama Lima señala en la introducción a su voluminosa antología de la poesía cubana que el poema muestra una "manera cubana", que el conocimiento de personas, situaciones y frutas revela una "honda raíz cubana", y la aparición de un Jácome Milanés y un Juan Merchán entre los criollos que, según la manera épica, el poeta nombra uno por uno, cuyos apellidos son los mismos del poeta José Jacinto Milanés y el crítico Rafael María Merchán, demuestra "el arraigo de nuestra célula familiar". "Desde que se escribió este poema ya se podía hablar de lo cubano, más que en lo externo en la presencia compleja de la poesía", concluye.

En el párrafo siguiente de la introducción, donde se refiere ya al siglo XVIII, Lezama declara que uno de los objetivos de su antología es "presentar la continuidad de nuestra poesía, su "lleno", hasta "alcanzar nuestra definitiva plenitud en José Martí". De ahí que le dé abundante espacio a los nada memorables poetas del siglo XVIII, los cuales llenan el vacío que hay entre el modesto poema de Balboa y la rica producción poética del siglo XIX.

Los dos términos de este arco nacional-poético, Espejo y Martí, habían sido ya íntimamente relacionados por Lezama, una década atrás, en "Introducción a un sistema poético" (1954). Pero aquí, eludiendo el tópico del protocriollismo, destaca el lugar del texto de Balboa en una lectura imaginística del devenir cubano. Lezama afirma que "la imago ha participado entre nosotros a través del título de un libro de contenido escaso y pobrísimo y en la lejanía, la sentencia y la muerte de José Martí". Y luego:

"Comenzar una literatura con un título de tan milenario refinamiento como Espejo de Paciencia, título que menos que un esqueleto regala una nadería, nos sobresalta y acampa, nos maravilla y aguarda. Pero supongamos que la obra alcanzase una calidad tan refinada y misteriosa, tan secular y tan contemporánea, como la que su enigmático título nos sugiere. Hubiéramos comenzado con un Enchiridion, custodiado por José Martí, con el Uno-Monarca participación, con una secular paciencia de escritura, con un hieratismo en el lento tejido de las danaidas devuelto por el espejo. Está dispuesto José Martí, y es esa su imago más fascinante junto con su muerte, a llenar el contenido vacío de ese espejo de paciencia. Su sentencia está recorrida por una paciencia que se sobresalta, cabrillea o se tiende en las coordenadas extensionables del Eros sumergido en la poesía. Poco antes de su retiramiento había soñado con la escritura de un libro, que para nosotros cobra su existencia por la testarudez aragonesa de su inexistencia, del que se le escapa como una frase ante el lanzazo final: Sentido de la Vida. Pero si aquel Espejo de paciencia lograse articular de nuevo el prodigioso alcance de su título con la extraordinaria imago desplazada por la sentencia y las ejecuciones de José Martí, tendríamos entonces nuestro Enchiridion, el libro talismán, custodiado por aquellos que lograron con sus transfiguraciones, con sus transustanciaciones, participar como metáfora del Uno, como el uno procesional penetrando en la suprema esencia".

No sólo por la dificultad de glosar a Lezama lo he citado in extenso, sino también porque su retórica es constitutiva de este discurso siempre "poético" que vendría a decir, en este caso, que si el Espejo es un síntoma, Martí es la plenitud. En el mediodía cubano se cumple la promesa contenida en la imagen matinal de ese Espejo donde podemos mirarnos y reconocernos. Luego sigue una época de duelo y caída, la de la "desintegración" republicana.

El destino nacional

Más que suponer que el libro hubiera llenado la promesa de su título, e ir a parar a Martí, creo que habría que pensar en otro sentido más prosaico: recordar que la pobreza literaria del poema de Balboa refleja la pobreza de aquella isla, relegada por los colonizadores luego de descubrir que apenas tenía oro. Esta realidad, unida al hecho de que la raza autóctona, incapaz de ofrecer resistencia alguna, se extinguiera pronto y sin apenas legado, explica la falta en Cuba de una rica cultura barroca, como la que se dio en los virreinatos de la Nueva España y del Perú.

Parece que a aquel vacío de la factoría, de menguada historia y cultura, corresponde, como compensación, la extraordinaria riqueza del siglo XIX, que dejó par de tradiciones conexas que distinguen a Cuba de las otras islas del Caribe hispánico. Si ambas —la letrada y la guerrera—, fundidas apoteósicamente en el milagro de Martí, expresan la búsqueda de un destino glorioso para la Isla, la interpretación de Espejo de paciencia que, con su estilo idiosincrásico, hace Lezama, no es sino una de las más barrocas variaciones del mismo tema nacionalista.

Hay que destruir esos mitos. Resistirse a la fascinación de la poesía. Regresar a aquella isla de 1604, que era aún un paraíso que se podía recorrer, según contaba De las Casas, de punta a punta a la sombra de los árboles. Aún había indios. Pocos negros; dos siglos —una eternidad— faltan para que Cuba sea la colonia de las grandes plantaciones y letrados temblorosos ante "el enjambre de africanos" que los surcaba. Más importante que el cultivo de azúcar, es el contrabando.

Hoy, cuatro siglos después, consumado el destino nacional, realizada la metafísica del Enchiridion, los habitantes de la Isla lo practican tanto como entonces. Y son ellos los que soportan pacientemente un secuestro que dura ya medio siglo. Ojalá algún nuevo poeta pueda describir —en octavas reales o en verso libre— el final de tan largo y penoso cautiverio. Aunque no haya ya frutas para el recibimiento, y las Náyades se hayan ido en balsa, será poema con color local y hasta pizca de epicidad. "Que un buen morir cualquier afrenta dora / Que con la vida al fin todo se alcanza".


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