Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Con ojos de lector

Duendes y duendas por todas partes

Nersys Felipe reúne en su nuevo libro diez cuentos para niños que abren de par en par las puertas a la fantasía.

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Y los duendes son precisamente los protagonistas de las narraciones que conforman el libro de Nersys Felipe. Unos son salados y azules, y habitan en un caracol vacío del cual quieren mudarse, pues están ya cansados del mar y la arena y desean ver con sus propios ojos la tan alabada belleza del monte. Otros son dulces y verdes, y se han echado un sombrero a la cabeza y un jolongo al hombro, para salir en busca de lo nunca visto. Los hay que viven solos. Otros, en cambio, viven en parejas, e incluso no faltan algunos que se entienden muy bien con los seres humanos, y hasta los ayudan a recobrar viejas melodías que se les extraviaron a causa de su desmemoria. Desempeñan trabajos muy variados: poeta, pintor, cartero. Llevan nombres como Belele, Zumbete, Girasolillo, Remolino, Sumbico, Larguirucho, Timbeque. Y también Sensé, Parchita, Moramí, Flechita, Lilota, pues además de los duendes, en estos cuentos existen las duendas.

Unos duendes más cercanos y cotidianos

Los duendes y duendas del libro de Nersys Felipe comparten algunos de los rasgos comunes a estos personajes. Uno de ellos es la materia especial de la cual están hechos. Eso lo expresa mejor que nadie Antonio María, el médico de Guane que atendía gratuitamente a los pobres: "Mire, doña Tota, los duendes no se parecen a nosotros los humanos, y los de Cuba menos, porque son de canela, aceite de coco, lana de ceiba y miel, con sangre de guarapo y raspadura de sol en los huesitos". Por eso, cuando se enferman los doctores no pueden hacer nada, pues aún no se ha creado la Medicina Enduendinaria, que podría curar a los duendes igual que la Veterinaria cura a los animales.

Mas los duendes y duendas de Corazón de Libélula, sin dejar de ser personajes fantásticos, son más cercanos, más cotidianos, más emotivos. Como cualquier persona tosen, el cerquillo se les despeina, se ensucian la nariz, comen masitas de pescado y grosellas maduras, echan de menos a los amigos, se ponen tristes si los encuentran feos o feas, cogen catarro y las alas les tiemblan de emoción cuando alguien les dice que los quieren. Sus travesuras además no son pesadas ni insólitas, y por el contrario, nunca pasan de ser juguetonas e inocentes. Se reducen, por ejemplo, a hacer lo que hace Larguirucho, quien para leer usa los espejuelos de Tía Tota, obligándola a pedirle los suyos a la vecina. O bien cogerle los lápices y dejárselos mochos, porque como tiene primos por toda Cuba se pasa la vida escribiéndoles.

En algunas ocasiones, las cosas que hacen los duendes de Nersys Felipe pueden parecer travesuras, aunque no lo son. Es ése el caso del duende protagonista de Pintor, quien un día decidió que debía hechizar a un niño, o si no a una niña, pues le encantaban las niñas. En realidad, lo que hizo al mudarse para la orejita izquierda de un muchacho fue compartir con él su gusto por el dibujo, su amor por los colores. Hechizado por él, al niño se le iluminaron los ojos, se le alborotó el corazón con cosquillas tintineantes y empezó a verlo todo con el asombro de quien lo ve por primera vez. Y pintó un cuadro en el que las cosas de todos los días resultaban nuevas, mágicas. Las nubes eran pájaros, después helados, luego ríos. "Y el arco iris del cielo, estirado como un tren, corría entre los ríos cargándose de ranitas, que embarradas de fresa, chocolate y vainilla, acababan bailando rock and roll en una pista de agua efervescente". Fue así como el duende, cuyos cuadros antes nadie conocía, por lo chirriquiticos que eran y porque él vivía y pintaba solo, pudo recibir los elogios y tener al fin su público.

Además de la cita de José Martí con la cual se abre el libro, cada uno de los cuentos va encabezado con fragmentos de poemas y letras de canciones pertenecientes a Rafael Alberti, Silvio Rodríguez, Teresita Fernández, Juan Ramón Jiménez, Andrés Bello, Emilio Ballagas, Manuel Felipe Rugeles y, una vez más, Martí. Son unos textos que tienen una perfecta comunión con unas narraciones en las que el aliento poético está siempre presente, unas veces a través del carácter mismo de las historias ( El poema, Noche en Nueva York), y las más, dado a través de una escritura sugerente, tierna y de un lirismo nada retórico ni ñoño, que contagia cordialidad y calidez humana. Eso, sin embargo, no es obstáculo para que la autora incorpore a sus cuentos una dosis de humor y un gran sentido de la amenidad, dos de los ingredientes con los cuales logra el gozo y el disfrute con que se leen: "Timbeque era un duende de ojos chulos, medio dormidos ellos y de pestañas largas, tiesas como pencas de guano. Poseía el don de volverse pájaro y se cambiaba de sinsonte a pitirre a mayito a totí, para gusto y gloria de Nieves María, la que una noche lo hallara, muertecito casi a los pies de su cama y bajo la apariencia de un querequeté".

Concebido para niños entre 6 y 8 años, Corazón de Libélula excluye por eso los conflictos enrevesadamente serios y potencia, en cambio, los ingredientes imaginativos y relajadores. No quiero decir con ellos que sean cuentos tontos o triviales. Como buena escritora, Nersys Felipe sabe esconder la profundidad en la superficie, como aconsejaba Hofmannsthal. Evita, eso sí, aspectos como la crueldad, el terror, la violencia, que los lectores a esa edad no son capaces de asimilar. En lugar de ello, les entrega una gavilla de hermosos cuentos, comprensibles y no muy largos, de curso argumental sencillo y sugerente, impregnados de alegría, encanto y fantasía. Buenos cuentos, en resumen, en los cuales se cumple la acertada definición del catalán Pep Albanell: La buena literatura infantil es aquella que también leen los niños.


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