Actualizado: 18/04/2024 23:36
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CON OJOS DE LECTOR

El arte de reprender deleitando

De las estampas de Eladio Secades, escribió Gastón Baquero, puede extraerse una antología de instantes definitivos para la catalogación del carácter cubano.

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Tras varias décadas de sufrir esa muerte civil a que eran condenados los escritores y artistas cubanos que tomaron el camino del exilio, Eladio Secades (1908-1976) ha sido devuelto a la vida como escritor en la Isla. Se ha publicado un tomo de sus Estampas (1941-1958) (ediciones Unión, La Habana, 2004), compilado y prologado por Laidi Fernández de Juan (he aquí un buen ejemplo de que esa costumbre, tan extendida hoy en Cuba, de inventar nombres cursis y extravagantes no es privativa de la "chusma diligente"). Un volumen de 268 páginas que reúne sesenta y ocho de aquellos textos que su autor popularizó primero en las páginas de publicaciones como Alerta, Bohemia y Zig-Zag y, después, en los libros en los cuales recopiló los mejores de ellos.

Leyendo el prólogo que Fernández de Juan escribió para la edición tal parece que Secades fue un periodista que se dedicó a redactar artículos de denuncia. Señala allí, por ejemplo, "su irritabilidad ante la manipulación de que era objeto Martí". De sus estampas sobre la vida en Miami y Nueva York destaca "su postura solidaria ante los desventajados de cualquier sociedad". Lamenta, no obstante, la subvaloración de la mujer presente en muchas de sus páginas, así como "sus burlas al negro, al gallego, al chino". Pero para tranquilidad de todos, anota que todo eso merece serle perdonado a "un escritor tan condenado al olvido y tan perdido en las brumas del tiempo como es Eladio Secades". Pero, ¿condenado por quién? Caray, qué pena: es algo que Fernández de Juan olvida decirnos.

Y en cuanto a condenado al olvido, vale aclarar: en Cuba. En el exilio, desde hace veintitrés años Ediciones Universal mantiene en su catálogo Las mejores estampas de Eladio Secades. Gracias a ese título, al menos en esta orilla ha estado al alcance de los lectores. En ese volumen se recogen, por cierto, varios de los textos que Secades publicó tras su salida de la Isla, y que Fernández de Juan excluye de la selección por "su lamentable falta de rigor, el resquebrajamiento de su prosa otrora realista", y porque "no sólo carecen de humor, sino, sobre todo, de valor testimonial, de crítica genuina". Por supuesto, no hay posibilidad para el lector de compartir o no su criterio, pues la compiladora sencillamente lo impone al no incluir ni una sola de ellas.

Para terminar con la edición de marras, debo decir que hay que reconocer a Laidi Fernández de Juan el haber recuperado a un autor valioso, ese interés suyo por "reavivar el recuerdo de quienes lo leyeron en su momento, y ofrecerlo, como lujo delicioso y necesario, a las nuevas generaciones de lectoras y lectores". Pero más allá de la pobreza de su prólogo, difícilmente empeorable, de todo lo que escamotea y no dice en esas páginas, de su insolente actitud de perdonarle la vida a Secades, lo que me parece el colmo es el desmedido afán de protagonismo que significa que Fernández de Juan ponga en la contraportada del libro una ficha bibliográfica suya y omita, en cambio, la de quien aparece en la cubierta como autor del libro. Mas me voy a remitir a la madre del cordero: ¿por qué encomendar la compilación del libro a alguien que nunca ha estado vinculada ni conoce el mundo del periodismo? ¿Por qué, por ejemplo, no se le encargó a alguien mucho más autorizado e idóneo, como Ciro Bianchi Ross, quien estoy convencido hubiera hecho un magnífico trabajo?

Pero pasemos a lo que realmente importa, que es el volumen objeto de estas páginas. Para entender cuál es el aporte de Eladio Secades al género costumbrista, conviene recordar qué se había escrito hasta entonces. Entre nosotros el costumbrismo apareció a mediados del siglo XVIII y tuvo en el XIX su etapa de mayor florecimiento. Autores como Gaspar Betancourt Cisneros, José M. Cárdenas y Rodríguez, José y Luis Victoriano Betancourt y Anselmo Suárez Romero lo frecuentaron, y su labor fue recogida en libros que vieron la luz en vida de ellos, en algunos casos, y póstumamente, en otros. Acerca de su mérito estrictamente literario, Emilio Roig de Leuchsenring señaló que, salvo honrosas excepciones, es muy relativo. Y sostiene que amertitan más nuestro aplauso y gratitud por el servicio que prestaron a "la obra de libertad política y regeneración moral de su pueblo".

Durante el siglo pasado, el costumbrismo fue desplazado por la crónica, que sobre todo con el modernismo alcanzó un notable nivel de calidad. Uno de sus cultivadores en Cuba fue el propio Roig de Leuchsenring, quien publicó sus artículos en las revistas Carteles y Social y recogió parte de ellos en libros como El caballero que ha perdido a su señora y Costumbres habaneras de antaño. También incursionaron en el género Jorge Mañach, Miguel de Marcos y Federico Villoch. Este último publicó durante varios años en el Diario de la Marina la sección Viejas postales descoloridas, que después recopiló en un volumen.

Pero en términos generales, hay que decir que eran textos que casi nunca lograban eludir los vicios que tradicionalmente han lastrado al costumbrismo: el exceso de retórica, el didactismo, la tendencia a la digresión poco airosa, de acuerdo al criterio de Iraida Rodríguez Figueroa. Pero como ella mismo comenta, "cuando los artículos de costumbres logran gracia y frescura se convierten en un género instructivo y ameno en el que pueden hallarse conocimientos que permitan ir conformando la imagen de la época que los produce". Son ésas precisamente algunas de las cualidades que Secades trajo a nuestro costumbrismo y que han hecho de él su maestro indiscutible.

Con Secades, el costumbrismo cubano ensancha su visión realista, se abre a las formas más expresivas y prístinas de nuestro lenguaje popular, se enriquece con la disección sicológica del cubano. Eso le permite ir más allá de los detalles y aspectos más superficiales y perecederos, y cuyo interés, por eso, está limitado a quienes vivieron en esa etapa. Cuando escribe, para ilustrar con un ejemplo, sobre los velorios, dedica poquísimo espacio a describir el escenario. Su interés se centra en los rasgos de nuestro pueblo que allí se ponen en evidencia: la gran insinceridad que hay en la mayoría de quienes asisten, los elogios prodigados al viejo político del que, por haber fallecido, olvidamos lo que robó, la oportunidad como laboratorio ideal que brinda a la chismosa del barrio y, en fin, su carácter de institución condenada a desaparecer.

Como muchas de sus estampas, Los velorios está llena de digresiones que Secades sabe insertar con mucha habilidad. Así, al referirse a que cuando se muere un sinvergüenza aceptamos que en el fondo era un buen muchacho, escribe: "En Cuba hay muchos rufianes que son buenos muchachos en el fondo. Lo pesado es que para llegar a ese remoto fondo de bondad, hay que dejarse fastidiar tres o cuatro veces".


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