Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Literatura, Literatura cubana

El arte de salir de la tradición

Un repaso a la trayectoria literaria de Carlos A. Aguilera, un escritor que concibe la literatura como problema, juego, goce y transgresión

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“Si la primera promoción de los 80 (Raúl Hernández Novás, Ángel Escobar, Reina María Rodríguez...) intentó trazar un corte con las poéticas y conductas literarias precedentes, acoplando a la lectura, a la imposición de una nadaHistoria y de un latinoamericanismo de séptima categoría una reflexión más íntima, una teatralización del yo, no es hasta los poetas que comienzan a publicar en la primera mitad de los 90 que este corte se hace efectivo; y se hace efectivo de modo curioso, poniendo entre comillas la institución poesía: su ideología arcádica, su verticalidad social; tachando de manera cómica eso que se ha llamado LiteraturaNación”.

“El horror de escribir en un país congelado por el Estado es que reduce todo imaginario a la pregunta por la Nación, al telos y sus representaciones identitarias; toda escritura al lugar de máquina de Estado. Para esto no solo limita al máximo la creación de problemas: preguntas que desencajen la centralidad que una nación en su devenir totalitario sublima, sino que muchas veces impide que estas preguntas se hagan (al cerrar todos los espacios, generar miedo) y cuando las propicia, bajo el aparente status de una flexibilidad no reconocida, es para subrayar la legitimidad de un canon, la Grandeza de una metafísica que escapa al saloncito de las letras”.

Los dos párrafos anteriores pertenecen al Epílogo que Carlos A. Aguilera redactó para la antología Memorias de la clase muerta. Poesía cubana 1988-2001 (Editorial Aldus, México D.F., 2002). Dado que en las líneas que siguen me voy a referir a su trayectoria literaria, me ha parecido pertinente citar sus palabras porque resumen de manera sucinta y atinada la poética del grupo de escritores dentro del cual él se inscribe. Ateniéndome a aquellos que figuran en la antología, lo integran Pedro Marqués de Armas, Omar Pérez, Ricardo Alberto Pérez, Juan Carlos Flores, Rolando Sánchez Mejías, Rito Ramón Aroche, Rogelio Saunders e Ismael González Castañer. De todos, ha sido precisamente Aguilera quien más lejos ha ido en la puesta en práctica de los postulados del grupo.

Carlos A. Aguilera (La Habana, 1970) solo había publicado una plaquete, Tipografías, cuando ganó en 1995 el Premio David con Retrato de A. Hooper y su esposa, que salió de la imprenta al año siguiente. El jurado lo integraban Reina María Rodríguez, Carlos Augusto Alfonso y Ángel Escobar, y con su decisión no solo apostaba por un creador joven sino además por una propuesta personal, novedosa y transgresora. El libro está conformado por un único poema que, de haber tenido la estructural usual en la poesía, solo habría ocupado unas pocas páginas. Para ilustrar lo que quiero decir, copio sus primeros versos:

La

tarde

en

que

Hooper

,

Andrew

alias

el

granjero

Hooper

(

como

había

subrayado

su

esposa

en

la

toilette

de

una

librería

de

Ohio

).

Acerca de Retrato…, Walfrido Dorta comentó que irrumpió “en esa formación molar llamada Literatura Cubana para desconcertar, irritar, desordenar un locus, y quedar de alguna manera capturado como dispositivo en la consagración de un premio literario, que no llegó a limar del todo sus asperezas conceptuales. Provocó en todo caso su colocación en cierto umbral”. En Retrato… no hay un discurso lineal, las ideas no están expresadas con coherencia textual, y el poema pone en cuestión el concepto mismo de poesía. La obra de Aguilera plantea así el reto de cómo acceder a la misma. Algo a lo cual él se adelantó en el Prólogo: “Si me preguntaran (si, acaso me preguntaran) la manera, o: las maneras, en que debe leerse este poema, respondería (como Nietzsche): de una manera cínica y eficaz. De la misma manera en que (por la noche) abofeteábamos a nuestra esposa, y, a la mañana siguiente (dientes-limpios, rostro-bien-afeitado) le pedimos que nos prepare (con dulzura) el desayuno”.

A la manera de una máquina

Retrato… responde a la voluntad de su autor de concebir la literatura como problema, como transgresión, de querer salir de la tradición y de “escribirse en el afuera de toda ontología, de toda pretensión autobiográfica, de toda experiencia”. Pero también es un texto concebido como juego y como goce. Esto último pasará inadvertido a buen parte de los lectores, pero a su manera es un texto gozoso, lúdico. De acuerdo a Aguilera, lo escribió como “un juego —y una burla— con la tradición poética cubana, que por haber «crecido» al margen de las «grandes experiencias de vanguardia» es bastante represiva en sí misma. A su vez, era una suerte de homenaje (absurdo si se quiere) a algunos fragmentos de la obra de Thomas Bernhard. Sobre todo a esas zonas maquinales y repetitivas que encontramos en libros como Sí, Trastorno, El sobrino de Wittgenstein o Helada”.

En el año 2000 aquel libro se publicó en Francia, con el título de Portrait de A. Hooper et son épouse suivi de Mao, (Farrago, Tours, traducción de Liliane Giraudon). Al texto original Aguilera incorporó el poema “Mao”, que originalmente apareció en el primer número de la revista Diáspora(s) y que es uno de los que más se ha divulgado. A diferencia de otros suyos, parte de un hecho real. En los años 60, durante la revolución cultural china, se desató una gran hambruna. Mao dispuso que la causa de aquel desastre no la eran sus enloquecidos planes económicos, sino los gorriones, que según él se comían las espigas del arroz. Los mandó a matar, y para esto creó un ejército de francotiradores y lo puso a perseguir pajaritos por todo el país.

Aunque salió de la imprenta al año siguiente, Das Kapital (primera entrega: 1992-93) (Premio Calendario, Casa Editora Abril) fue escrito, como reveló su autor en una entrevista, antes de Retrato… Sin embargo, en ese libro las propuestas experimentales alcanzan un mayor grado de radicalidad. Eso lo adelanta ya Rolando Sánchez Mejías en la breve nota que aparece en la contraportada: “Si en Retrato… el lugar del nombre se había estrechado con rectitud militar —la militancia, a contrapelo del gremio literario, también es guerra— en Das Kapital ya la cosa no tiene nombre. Porque la vara de medir (1 vara de tela = 2 libras de café, escribió Marx en Londres) y porque se quebró la Tabla de la Ley de la Poiesis cubensis”. Y lo corrobora Wilfrido Dorta, para quien Das Kapital supone el paroxismo de lo que se presentaba en Retrato…

Algo que Aguilera señaló acerca de su otro libro se cumple tal vez con mayor propiedad en Das Kapital: ha sido construido de la misma manera que se construye una máquina, es decir, pieza por pieza, por acoples. Solo que ahora esas piezas en lugar de adoptar una construcción coherente, apuestan por la fragmentación (hay gráficos, signos, diagramas, figuras geométricas, diferentes tipografías). Das Kapital está integrado por cuatro textos: “theAter”, “Tipologías (I, II, III, IV), “B, Ce-” y “GlaSS”. Aquí la verticalidad de Retrato… da paso a una composición visual. Asimismo se hace más evidente el propósito de reivindicar las vanguardias occidentales, que después de 1959 en Cuba fueron silenciadas. Los textos están animados además por una intención teatral y performática, y el último, “GlaSS”, adopta la estructura de una pieza teatral cuyos personajes son tres marionetas (Aguilera hace una reescritura del relato de von Kleist). En la Nota que figura al final, se lee: “En esta «obra» no hay final”. Y se detallan las respuestas que el público debe dar tras la representación, en caso de preguntas: “1-Es una obra maestra. 2-Solo es comparable a la música de Satie. 3-Es genial, pero estoy seguro(a) que debía ser mejor representada”.

En un excelente ensayo sobre Das Kapital, Idalia Morejón Arnaiz destaca la importancia de la cita de Wittgenstein que se incluye en la Advertencia. Y apunta: “Como poeta, Aguilera proyecta los escritos del filósofo desde su propia y original recreación de la filosofía lingüística, creando así un campo de intersección entre el espíritu y la ciencia, que en Cuba fue destruido por el discurso nacionalista que todavía continúa mirando al pasado, a la «era del compromiso» de los años del comunismo soviético”. Asimismo Gerardo Muñoz, otro agudo estudioso de la obra de Aguilera, ha señalado que Das Kapital “es un gran obra de collage, como si el libro de Marx hubiese sido vaciado, recortado sus páginas interiores, y enmendado con distintos condimentos culturales que van de Deleuze a Kafka, del conceptualismo al juego lingüístico de Wittgenstein. Todos estos elementos convergen porque Das Kapital es una obra total (gesamtkunstwerk), un horizonte de homogenización de las diferencias culturales, construcción de un museo imaginario de la cultura que amontona y colecciona”.

Paralelamente a su obra literaria, entre 1997 y 2002 Aguilera participó del proyecto de la revista Diáspora(s), de la cual era coordinador junto con Rolando Sánchez Mejías. En el año 2002 salió de Cuba hacia Europa, gracias a una beca del PEN Club de Alemania. Vivió en ciudades de este país (Bonn, Frankfurt, Hannover) y de Austria (Graz) y en la actualidad reside en Praga. En 2006 obtuvo una beca de creación de la International Hans der Autoren Graz y dos años después, una de la Feria Internacional del Libro de Frankfurt. “Por suerte, declaró él, he encontrado un espacio de recepción. Un territorio, como escribían los filósofos romanos”. Esto ha permitido que su obra tenga una mayor difusión internacional, lo cual se pone de manifiesto en la atención crítica que vienen recibiendo sus libros, tanto los que dio a conocer en Cuba como los que ha publicado en el exterior. El primero de estos últimos fue Teoría del alma china (Libros del Umbral, Tlalapan, México, 2006), que tuvo una hermosa edición y que se ha traducido al alemán, el croata y el checo.

En su primera incursión en la narrativa, Aguilera entrega lo que, cuando se leen las primeras páginas, parece ser un libro de viajes: “Las carreteras chinas son muy complejas. Hay carreteras de meseta y carreteras de montaña. Los primeros días después de salir de Beijing estuvimos en carretas de montañas. Esas carreteras hacen difíciles la existencia. No solo por su constancia vertical sino por la llovizna, la bruma y lo interminable que resultan”. Pero unos pocos párrafos después, ese mismo narrador empieza a tomarnos el pelo: “Cierta vez, andando de Shexuan a Huancheihuan, vimos como varias personas se abofeteaban entre ellas, intentaban estrangularse, y uno corría hacia el borde de montaña (precipicio), abría los brazos y se tiraba. Por lo que se sabe, este tipo de suicidio es muy frecuente en la república, lo llaman movimiento descoyuntado hacia el sueño”. A partir de ahí, nos damos cuenta de que no debemos esperar un relato veraz y fiel del viaje por ese país asiático. Se trata, como lo ha definido Pavlina Vimmorová, de un recorrido pícaro y desmitificador por la China proletaria.

Una relación kitsch-familiar con China

Por lo demás, Aguilera no puede narrar ni veraz ni fielmente su viaje por China por la sencilla razón de que nunca ha estado allí. La China que aparece en los cuatro cuentos que integran su libro es una China inventada por él, a partir de los materiales que tuvo a su alcance: trozos de películas, fotos, libros, reproducciones de obras plásticas, conversaciones. Ni siquiera tuvo algo que le sirviera vagamente de ambientación: empezó a escribir Teoría… cuando aún estaba en Cuba y lo concluyó en Austria. No obstante, la elección de ese país no resulta en su caso tan arbitraria como pudiera pensarse. Su madre es hija de padres cantoneses, y su segundo apellido, Chang, no deja lugar a dudas. Sin embargo, él ha declarado que nunca tuvo ningún contacto con la cultura de sus abuelos. Y al ser interrogado sobre ello, contestó que solo tuvo con ella “una relación kitsch-familiar, por decirlo de alguna manera”.

En cierto sentido, Teoría… posee varios de los detalles que se esperan de un relato de viajes. Es cierto que no hay descripciones realistas, pero sí numerosas referencias que cualquier lector despistado puede tomar como auténticas. Por ejemplo, a lo largo del libro aparecen expresiones chinas que, en realidad, han sido inventadas por su autor. Incluso al final se incluye un mapa con los sitios visitados por el narrador. Este, por cierto, no viaja solo. Lo acompaña Maki, su esposa o su compañera, pero esta queda relegada a una mención en una nota al pie de página: “Por cuestiones de mala-ideación-del-relato, Maki habla poco o habla nunca en Teoría… No supe cómo escriturarla, ni cómo elaborar situaciones donde apareciera ella ante los demás. Por lo tanto, no debe pensarse que nuestro recorrido fuera siempre así: «un mar de paz y calma». Aparte de sonrisitas y lugares fotografiables, hubo entre nosotros peleas, odios y fracturas de brazos. Así que, si no aparece o aparece poco, fue por razones de síntesis (o mala ideación del relato), nunca por venganza/ dejadez”.

La China de Aguilera está construida además a partir de tópicos y lugares comunes con los cuales los occidentales hemos basado buen parte de nuestros conocimientos acerca de aquel país. Eso ha sido el origen de simplificaciones y clichés, que ejemplifican la mala comprensión del otro. Y es uno de los aspectos sobre el cual el autor de Teoría… concentra su máquina paródica. El otro aspecto, el principal, es la mentalidad totalitaria. Las referencias caricaturescas y tragicómicas a carreteras, aeropuertos, cárceles, archivos, museos de guerra visitados por el narrador muestran un régimen en donde el totalitarismo adquiere ribetes vodevilescos y kafkianos: “Como todo el mundo sabe, la colonia en un gran acto público quemó la mayoría de los libros que narraban la Historia hasta ese momento: «esa espantosa cabeza occidental del espantoso Occidente», y a mitad de los sesenta adoptó esta nueva manera de pensarla. Mucho más lenta, es verdad, pero también más exacta, sin margen a errores”.

Interrogado acerca de por qué escogió situar su libro en China, Aguilera expresó que para él aquel país es solo un hueco: “Mi Teoría… es un viaje es un viaje a ninguna parte, a ese nirgendswo que uno puede llamar de cualquier manera porque no identifica ningún nombre. China es China y a la vez es Corea es Cuba es Hungría es Noruega es Chile”. El resultado de ese viaje, en el cual su autor ha seguido su propio camino, el de la imaginación, es, como apunta Gabriel Bernal en la contraportada, una teoría, también una práctica, que “refleja un mundo al revés, un poco como lo soñó el matemático Lewis Carroll”.

Antes de Teoría…, se había publicado Memorias de la clase muerta, título al cual me referí al inicio. Dos años después fue editada en alemán Die Chinamaschine (Steirische Verlagsgesellschaft, Graz, 2004), una antología en la cual Aguilera recogió poemas, relatos y ensayos suyos, así como una entrevista hecha a él. Asimismo en todos estos años ha escrito agudos y polémicos textos ensayísticos que han aparecido en publicaciones como Frankfurter Rundschau, Manuskripte y Encuentro de la Cultura Cubana. En cuanto a su siguiente comparecencia ante los lectores, fue Discurso de la madre muerta (Ediciones Bella del Sol, Tenerife, 2012).

Ese libro supuso su estreno en el género teatral. Algo que, sin embargo, no resulta insólito en su trayectoria. Algunos de sus estudiosos habían señalado ya la teatralización de la palabra que se advierte en Retrato… y Das Kapital. El propio Aguilera ha reconocido: “Creo que mis textos —igual el género en que finalmente hayan sido escritos— tienen detrás cierta stimmung del teatro, cierto devenir teatral; y por eso son a veces tan exagerados o lúdicos (o exagerados y caricaturescos). No concibo casi nada que no haya pasado previamente por, como decía antes, cierta cuchillita teatral, cierta «disección» que solo te da la escena. Incluso, mis poemas, a veces tan difíciles para algunos, siempre tan abstractos, pasan por esto que vengo diciendo, por ese drama que para mí fluye por debajo de todo”.

Además del monólogo que da título al libro, en el mismo se recogen dos minidramas, Sinfonieta y Vacas. Ambos fueron escritos por encargo. El primero para un proyecto que se presentó en varias ciudades de Austria y el segundo, para una antología en homenaje a Samuel Beckett editada en ese mismo país. Discurso… es la diatriba que una mujer dirige a su esposo y su hijo. Está obsesionada con una meta, el exterminio del Estado, que ejerce una vigilancia implacable en la vida privada y que, según ella, adopta la forma de un gato: “¡Míralo! Querías gato, pues ahí está. Ahora tendrás para siempre gato; solo que sin movimiento, como el Estado. Siempre presente pero sin movimiento. Jaaa… El gato-Estado. ¡El Estado en forma de gato! Eso es lo que querían, pues ahí está. Salí a por él y ahí está. El gato-Estado. Ese que te regalaron los gemelos rusos. Ahí está. Mira que te lo advertí bien clarito, pero no me escuchaste y ahí están las consecuencias. ¿Acaso no sabías que los gemelos rusos le regalan gatos a todo el mundo para espiarlos? Y para colmo todos los gatos que regalan son rusos”. Discurso… pasó ya por la prueba del escenario, pues fue estrenado en Düsseldorf en 2009.

Este año vio la luz el que, de momento, es el último libro de Aguilera, Clausewitz y yo (Ediciones Suburbano, 2014), que marca su retorno a la narrativa. Se trata de una noveleta o relato largo que busca dar respuesta a interrogantes como: ¿puede matar un ser humano a otro por razones estéticas; ¿puede matarlo, patearlo y después sentarse a comer tranquilamente sin ningún remordimiento?; ¿existe algún espacio de violencia donde el parricidio pueda ser aceptado? Lo narra en primera persona quien ha cometido el crimen, y que comienza así su confesión: “Mi padre era un asesino.// Sí, como escuchan. Un asesino...// No uno de gatillo y veneno, tal como son presentados todos en las películas. No. Mi padre no había matado a nadie y, creo, hubiera sido incapaz de matar a alguien por lo menos de facto. Era un asesino de lo que yo, después de mucha reflexión, solo puedo catalogar como ‘lo intenso’.// Un asesino de lo estético, lo vivo, lo diferente, lo intenso”.

¿Cuál será la próxima entrega que nos tiene reservada Aguilera? Acaso esa novela, anunciada alguna vez por él, “sobre cojos, tuertos, sifilíticos, gente con cabeza grande y cabeza chiquitica, santones... Todos buscando su propia alma y monologando entre ellos”. O tal vez aquella otra acerca de “emperadores africanos, dictaduras, escrita como una suerte de microcosmos”. En cualquier caso, será una pieza más a añadir a la fascinante trayectoria de un escritor empeñado en construir su propio estilo, su propia exactitud.