Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Arte

El artista y sus circunstancias

No basta que los creadores le ofrezcan a la sociedad obras trascendentes, si la sociedad no está educada para poder apreciar esa trascendencia

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Teniendo en cuenta que todo artista, escritor o intelectual es un ser humano especial, dotado de un don único, mágico, que lo distingue del resto de los mortales y lo eleva a una categoría sui generis en la sociedad, me decido a parafrasear a Ortega y Gasset —ese pensador y filósofo prácticamente sin relevo entre nosotros— para abordar un tema que me preocupa desde hace mucho tiempo, y que el reciente Premio Nobel de Literatura otorgado a Mario Vargas Llosa me ha removido aún más, a raíz de leer su lúcido ensayo La civilización del espectáculo, donde pone el dedo en la llaga —ya purulenta— de lo que él llama, con toda justicia, “la trivialización de la cultura” —y yo “la globalización de la mediocridad”, coincidiendo ambos absolutamente en lo mismo—. De ahí este artículo mío, donde, salvando las distancias, pretendo también remover dicho pus, en la búsqueda de soluciones para esta situación denunciada tan brillantemente por Mario, a quien cito a continuación:

“La cultura está dominada por lo light, por el consumo y por la demanda del público, que en definitiva, condiciona la creación y el mercado”.

“Los modistos y los artistas han suplantado como eje del pensamiento a los filósofos y a los científicos de ayer”… “Se ha llegado al eclipse del intelectual”.

“La frivolidad es tener una tabla de valores invertida. Todo es apariencia, teatro, juego, diversión”… “la frivolización ha llegado a extremos alarmantes donde no hay mínimos consensos sobre la estética. No se puede definir lo que es el talento de lo que no lo es”.

Como el tema del papel del arte y de la cultura en la sociedad es un tema muy complejo, con distintos ángulos de análisis —orden y método ante todo— me referiré a tres importantes subtemas por separado antes de formular una conclusión general que sirva de guía a los que dentro de la sociedad civil pretendemos enmendar lo anteriormente enunciado:

  1. Lo intangible de lo trascendente en la creación intelectual y artística.
  2. Necesidad de una educación estética y artística asequible desde la escuela primaria hasta la universidad a nivel global.
  3. El deber moral del mecenazgo por parte del estado y de las élites económicas; y el papel a jugar por la sociedad civil ante su ausencia o insuficiencia.

1. Lo intangible de lo trascendente en la creación artística e intelectual.

Los elementos intangibles que son necesarios para que la obra artística o intelectual de un creador sea trascendente son:

a) El talento.

b) El oficio.

c) El sello, estilo o marca propia, que lo diferencie de los demás, y permita identificarlo aún sin ver su firma.

d) El tener algo que decir con su obra.

e) La renovación o reinvención, para no repetirse ni estancarse.

f) La ética moral y/o profesional del creador en su relación con el poder político y el poder económico en sus circunstancias específicas.

Si hay talento innato, pero no se cultiva con estudios adecuados (ver segundo subtema), aunque sea de forma autodidacta, el creador carecerá del oficio necesario, y en el mejor de los casos, su obra siempre será considerada como naïf o amateur, si llegara a plasmarla.

Si no hay talento innato, los estudios pueden dar el oficio, e incluso el sello o estilo propio, pero será difícil que sin talento un creador tenga algo que decir que sea trascendente.

Aún con talento, oficio y sello propio, si el creador no ha encontrado qué decir —y se sabe ya muy bien que el propio medio puede ser el mensaje— la obra carecerá de alma, y no rebasará lo meramente decorativo o formal, sin mayores consecuencias estéticas, artísticas o culturales.

Y si un creador talentoso, con oficio, sello o marca propia, repite su mensaje sin evolucionar y renovarse, su obra dejará de ser trascendente.

Finalmente, aparte de que son palabras que suenan parecido, la ética y la estética tienen una relación tan estrecha que cuando un creador se vende al poder político o al poder económico, la inspiración se espanta ante la prostitución del talento —las musas son como colibríes que pueden desaparecer en un instante si lo ético falla— y entonces el creador se quedará solamente con su oficio, de lo cual Silvio Rodríguez es un muy buen exponente, al igual que Gabriel García Márquez —ejemplos son los que se sobran—, mientras que los que nunca se venden ni al poder ni al dinero siguen trascendiendo hasta el final, y de ello Celia Cruz, la Guarachera del Mundo, es el mejor paradigma, pues con su talento, oficio, estilo propio, mensaje, reinvención y ética humana y profesional trascendió al Olimpo de los imprescindibles y murió en plena gloria.

La palabra crisis ha sido una variable constante —me perdonan el oxymoron— en todas las épocas, pero si un creador logra conjuntar en su obra los seis elementos intangibles ya mencionados, la crisis puede ser derrotada a nivel personal, y el público podrá disfrutar de una verdadera obra trascendente, pero para que esto funcione cabalmente es necesaria una educación estética desde la escuela primaria, cosa que globalmente también brilla por su ausencia, por lo que esto es como un perro que se muerde la cola; no basta que los creadores le ofrezcan a la sociedad obras trascendentes, si la sociedad no está educada para poder apreciar esa trascendencia y saber cuándo le están dando gato por liebre, de ahí la importancia del subtema dos.

2. Necesidad de una educación estética y artística asequible desde la escuela primaria hasta la universidad a nivel global.

El factor más importante de la educación estética es el medio objetivo material que rodea al hombre desde las más tempranas edades, por lo que los maestros, los arquitectos, los artistas visuales y los diseñadores desempeñan directa o indirectamente el papel de educadores para la mejor apreciación y búsqueda de la belleza por parte de la sociedad, lo que implica que durante su educación especializada deben ser preparados a conciencia para ello.

Si en una sociedad no hay necesidades ni insatisfacciones racionales —como en el caso objeto de este ensayo—, no habrá una búsqueda libre y consciente de la excelencia, que no es la perfección, como alguien pudiera suponer erróneamente, sino el estar trabajando en libertad y constantemente sobre determinados aspectos reales para mejorarlos, siempre dentro de los límites posibles y lógicos de la época, por lo que es un concepto totalmente relativo y dialéctico, en pos del cual nunca debemos detenernos.

Es indispensable aclarar que no debemos reducir la actividad estética a la simple actividad artística, aunque la creación artística constituye el aspecto más significativo y específico de la actividad estética. El aspecto estético interviene en todas las formas de la actividad humana, y sobre todo, en el trabajo, lo cual presupone que para el logro de una personalidad estéticamente desarrollada en la sociedad, el hombre debe poseer un caudal de conocimientos estéticos y artísticos, y estar familiarizado, directa o indirectamente, con la creación artística, asimilando suficientemente los elementos estéticos desarrollados, de libertad y creación, en los principales aspectos de su actividad, por lo que los factores de la educación estética no pueden limitarse a la influencia que producen las obras de arte en el hombre y la creación artística activa, sino sustentarse en una determinada organización de su actividad laboral, educativa, científica o administrativa en el colectivo en el que estudia o trabaja.

Así pues, los factores fundamentales de la educación estética son:

2.1) La educación estética teórica, que deben brindar las escuelas desde la primaria hasta la universidad para que su modelo sea verdaderamente de excelencia académica.

2.2) La educación artística especializada para que la mayor cantidad posible de talentos detectados en el sistema escolar regular puedan desarrollar sus potencialidades creadoras, sin que el nivel económico familiar sea un impedimento (ver subtema 3).

2.3) La educación estética en el colectivo laboral, que contribuye a la formación de los aspectos estéticos en la principal actividad productiva del individuo ya adulto.

2.4) La educación estética por influencia del medio objetivo y material que nos rodea: los objetos de consumo, muebles, edificios, medios de transporte, etc.

2.5) La educación estética a través del conocimiento de las obras de arte, de ayer y de hoy, entiéndase cine, televisión, teatro, danza, música y artes plásticas.

Y aquí caemos ya de lleno en el papel determinante del arte en la educación estética del individuo y, por ende, de la sociedad.

La máxima diferencia entre el hombre y los animales la constituye la capacidad del primero de hacer y de apreciar el arte, ya que los segundos, tales como las abejas, las hormigas y los castores, también trabajan.

El arte es el poderoso instrumento a través del cual la experiencia estética acumulada de la clase o sociedad toda se transmite al individuo, y sólo de la unión orgánica de su experiencia circunscripta directa con la colectiva indirecta no circunscripta es que se forman en el hombre los ideales y los gustos estéticos, los cuales constituyen sus convicciones legítimas. Así nos encontramos con la función cognoscitiva del arte, que refuerza incluso el aprendizaje significativo de las otras materias técnicas y científicas con el equilibrio logrado entre los dos hemisferios cerebrales.

El nivel de la cultura estética del individuo encierra en sí, como complemento indispensable, la actitud hacia la valoración correcta, profunda, artística y multifacética de las obras de arte y de la vida, y la crítica artística es el instrumento teórico principal para la elevación de esa actitud en cada hombre, aspecto que en nuestra aldea global es todavía una asignatura pendiente, pues existen muchas revistas y programas televisivos de farándula y “del corazón”, pero muy pocos de verdadera crítica artística.

Y para esos políticos que aducen que al arte no es imprescindible, y que al menor problema financiero en sus presupuestos le recortan los fondos a esta esfera, les diré que el hombre con condiciones estéticas desarrolladas está predispuesto orgánicamente para la racionalización y ahorro de los materiales y el logro de los indicadores más cualitativos, sea cual sea la producción que realice. Por eso, la educación estética es tan importante para la eficaz realización de las tareas básicas y económicas; no es un lujo o un capricho elitista, sino una necesidad que el sistema educativo y el gobierno de cada de cada país debe satisfacer y priorizar si de verdad pretende brindar una excelencia académica que repercuta significativamente en la vida económica y espiritual de una nación, ya que la economía debe estar al servicio de los intereses de la sociedad, y no la sociedad sometida a los intereses de la economía.

Resulta paradójico y contradictorio que los profesionales del Siglo XXI estén muy capacitados en las técnicas y alcances de la realidad virtual, pero desconozcan y/o sean indiferentes a la realidad del mundo en que viven, sin importarles la belleza, el orden, la racionalidad y los valores morales, que son los que realmente garantizan el bienestar estético en una sociedad equilibrada y sustentable, dueña así de un capital verdaderamente humano.

Desde la primaria es necesaria una socioterapia para elevar la autoestima y afianzar la identidad de cada niño, despertando y cultivando en él el amor al conocimiento por sí mismo, y su creatividad y capacidad de aplicación de lo aprendido. Corresponde a cada maestro o profesor proveer a los estudiantes tanto de los conocimientos teórico-prácticos de una materia determinada como de todos aquellos valores éticos, estéticos y morales que sustentan la riqueza humana. Así, nuestros adolescentes tendrán una psicología cognoscitiva y crítica ante la sociedad, que los convertirá en verdaderos agentes de cambio como futuros ciudadanos, con una cultura estética y democrática cultivada desde su infancia, cosa que actualmente no sucede en la mayoría de los países.

Insistiendo en los valores y principios morales, en la ética y la estética, y consolidando una democracia retroalimentada por alumnos, docentes y padres de familia, con una sociedad civil fortalecida y culta, es como el sistema educativo puede garantizar eficazmente la excelencia en este siglo XXI, que tendrá que ser mucho más humano o no será.

3. El deber moral del mecenazgo por parte del estado y de las élites económicas; y el papel a jugar por la sociedad civil ante su ausencia o insuficiencia.

En la Florencia del Renacimiento fueron los Médici, con Lorenzo el Magnífico a la cabeza; durante el Barroco, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que quiso contrarrestar la escisión de la iglesia inglesa con templos como palacios, para que los fieles pobres —la mayoría—, encontrara un refugio en ellos y se deslumbrara con la belleza del arte como símbolo del poder de Dios; en fin, siempre un mecenas detrás del artista, aunque para ello a veces el artista tuviera que utilizar talentos al sur de su garganta, como Richard Wagner.

Como esto no es un curso intensivo de Historia del Arte, pararemos ahí, para aterrizar en este año 2010 que corre, donde ya ni el Gobierno, ni la Iglesia, ni las élites económicas —con honrosas excepciones anglosajonas como la señora Adrianne Arsh en Miami— ejercen el mecenazgo artístico, y es por ello urgente que la incipiente sociedad civil global se fortalezca y se úna para formar un círculo virtuoso que rompa el vicioso de que “no hay dinero para el arte” —y menos en “esta crisis global que nos azota”—, pero sin usar talentos al sur de la cintura, sólo por amor al arte y a nuestros semejantes; sin dinero, pero con un presupuesto espiritual intangible y poderoso, gracias a la fuerza que nos debe dar la unión de la ética con la estética.

Si terrible es la explotación del hombre por el hombre, y peor aún la explotación del ciudadano por el estado, como ocurre en el socialismo real —donde, parafraseando a Virgilio Piñera, está la maldita circunstancia del estado por todas partes—, muy penosa también es la poco feliz circunstancia de la ausencia del Estado en algunas partes, como en el apoyo al arte y a la cultura, dejándolos al arbitrio de las veleidades del mercado y al apoyo aleatorio del mecenazgo de las élites económicas, que, para nuestra desgracia, cada vez son menos cultas, al igual que los políticos.

Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, siendo el país más poderoso del mundo, carece de un ministerio de cultura, y en los estados las oficinas de asuntos culturales ejercen un tan tímido apoyo al arte, que cada vez que hay un desbalance en el presupuesto estatal o condal, sus fondos son los que más sufren, y los políticos le dicen sin empacho alguno al ciudadano que reclama que “no hay dinero para el arte”, como me dijera Bruno Barreiro cara a cara recientemente, y la asistente del alcalde de Miami Tomás Regalado en la antesala de su oficina, ante mi pedido de ayuda para traer a Miami la exposición “Gigantes en la ciudad”, de esculturas inflables.

Si bien en Cuba en los 56 años de república antes de Fidel surgieron los más grandes artistas de su historia —de 1959 al 2010 ya son casi tantos años como aquéllos, y nadie se equipara con un Ernesto Lecuona, una Celia Cruz, un Benny Moré o una Olga Guillot—, no es menos cierto que, con el Estado por todas partes, el arte y la cultura se pusieron al alcance de muchas más personas que en la etapa republicana, así como la posibilidad de que todo talento detectado pudiera estudiar en las escuelas de arte que se crearon en todas las provincias, con un Instituto Superior en la capital al alcance de los mejores estudiantes del país, sin importar el estado financiero de su familia, por lo que sería altamente recomendable el rescate de los aspectos positivos del apoyo de las dictaduras socialistas totalitarias al arte y a la cultura para aplicarlos bajo las nuevas circunstancias de la democracia y del libre mercado.

En el socialismo, el artista que no entra en contradicciones políticas con el sistema tiene a su disposición, cubriendo sus espaldas, a todo el aparato del Estado, pues éste es dueño y rector de todas las escuelas, teatros, emisoras radiales, televisoras y otros medios de comunicación, lo que ya sabemos que es contraproducente para la libertad y para la democracia, pero hace que el artista se sienta apoyado y respaldado en sus proyectos —para bien del arte y mal de la libertad—, con la sombra del Estado omnipotente y omnipresente detrás, como una malla de seguridad debajo de ese trapecista que al fin y al cabo es todo creador intelectual.

A partir del llamado período especial, en que los salarios se desvirtuaron como medio de ganarse la vida dignamente, esto se degradó, como todos los aspectos de la vida nacional, pero aún así, en La Habana se sigue celebrando cada dos años uno de los mejores festivales de ballet del mundo —si no el mejor—, y en Miami, si no fuera por el tesón de Pedro Pablo Peña y el mecenazgo de American Airlines y de otras pocas compañías privadas, el ballet no tendría eco ni festival anual como afortunadamente lo tiene.

En el capitalismo democrático —como sucede en España y en México, que son los ejemplos que conozco—, el Estado, sin ser socialista, debe ejercer ese mecenazgo artístico que demando, para que los artistas puedan crear y potenciar su trabajo individual y colectivo sin tantas presiones del mercado. No es lo mismo una Maya Plisétskaya, “artista emérita del pueblo de la U.R.S.S.” antes de la Perestroika, que una Rosario Suárez o una Sonia Calero, “artistas eméritas del pueblo de Cuba de las dos orillas” por derecho propio, en cuanto a proyección y seguridad profesional se refiere. Maya tenía, al igual que Alicia Alonso lo sigue teniendo hasta hoy, a todo el aparato del Estado detrás, como una gran malla de seguridad debajo, mientras que los bailarines cubanos que escapan a tierras de libertad tienen que fajarse con el trapecio sin dicha malla, cosa que también es aplicable a otros artistas y creadores.

En una sociedad ideal, la salud, el deporte, la educación y la cultura deben ser responsabilidad del Estado, sin aplicarles los mecanismos del Mercado, que se deben reservar para la producción de bienes materiales y servicios, sin descartar la existencia de instituciones privadas de salud, educación y arte para los que las prefieran y las puedan pagar, y, por supuesto, sin que los creadores se duerman en los laureles y dejen de tener en cuenta lo que denominamos en el primer subtema como “lo intangible de la trascendencia en el arte”.

Y mientras esta sociedad ideal se construye, a falta de apoyo del Estado y del mecenazgo de las élites económicas, la sociedad civil tiene que tomar el toro por los cuernos y enfrentar a los políticos para exigirles que jueguen su papel de mecenas del arte y la cultura —ellos se deben a nosotros y no nosotros a ellos—, de ahí la gran importancia de que desarrollemos cada vez más nuestra cultura democrática y los castiguemos con nuestro voto y referendos revocatorios si fuera necesario, como el que ahora está en trámites contra Carlos Álvarez, el inefable alcalde del Condado Miami Dade.

Las soluciones a lo que Vargas Llosa llama “la civilización del espectáculo” —y yo “la globalización de la mediocridad”— no aparecen en ningún manual, pero confío en que Dios —el Todo, para ser inclusivos— nos ilumine, y que los intelectuales, pensadores y filósofos de hoy recuperen su rol de conciencia crítica de la sociedad, y no pierdan el combate por no presentación, que es la peor manera de perderlo.



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